Mafia

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Tercera parte » 52

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Kathia

¿De qué sirve creerse valiente si cuando debe demostrarse se responde con cobardía?

Cobardía.

Todo lo que me definía se reducía ahora a ese adjetivo. Era insano. Me desproveía de cualquier coraje, me acorralaba. Y me hostigaba. Porque me creía sin valor. Porque me obligaba a lamerme las heridas sin pensar que vendrían más, mucho más dolorosas y crueles. El fin se desmoronaba, arrasaba con todo como un torrente. Y yo me convertía en una espectadora llena de arrepentimientos. La única culpable. El peor enemigo.

Lentamente me envenenaba. Sentía como ese veneno me corroía.

<<Cristianno.>> Su nombre me empujó al precipicio. Un abismo de lodo compuesto por toda la sangre que iba a derramarse esa noche. Por mi culpa.

<<Cristianno…>>

Cerré los ojos notando como mis pies se topaban entre sí mientras el esbirro me arrastraba. Aquellos robustos dedos se me hincaban en la piel. Estaba dejándome llevar… porque era así de necia. Y frágil.

Pero cuando se cae al suelo de las miserias de uno mismo, cabe la posibilidad de mirar hacia arriba y ver las estrellas. Incomprensiblemente levanté la cabeza y abrí los ojos. El basto cielo ya estaba oscuro. Me observaba… No, me cuestionaba.

Apreté los dientes.

Contuve el aliento.

Quise correr.

<<Osadía…>> Y el rostro de Cristianno se dibujó tras mencionar en silencio esa palabra.

De pronto, desvié la mirada. Aquel maldito esbirro había cometido el error de dejar su arma a mi alcance. La observé. Brillaba en exceso y supe que se debía a la revolución que se había iniciado en mis entrañas. Mi fuero interno se revelaba, me advertía de que no estaba dispuesto a perder sin al menos intentar poner resistencia.

Analicé las facciones del esbirro. Mejillas infladas, nariz prominente, mentón marcado. No tenía ni puta idea de que iba a morir.

Cogí el arma, le apunté a la sien y disparé justo cuando él giraba la cabeza. La bala le atravesó el ojo salpicando mi rostro con su sangre. Y sonreí al verle caer al suelo. Porque en ese momento era puro salvajismo irracional.

Eché a correr. Mis pasos estrellándose contra el asfalto con una velocidad y fuerza que incluso a mí sorprendió. Sabía que me seguían y que probablemente me alcanzarían o quizás me matarían de un balazo, pero no me importaba. Aquella era la Kathia que había soñado ser desde que empezó todo. Salvaje, primitiva. Completamente indiscutible. Y grité porque me parecía insoportable retener eso dentro de mí. Justo entonces empezaron los tiros.

—¡No disparéis a matar! —Oí gritar desquiciado a Valentino. Lo que me dio una ventaja.

Llegué a Piazza Spagna. Aquellas extraordinarias escaleras me parecieron kilométricas y un embudo que ponía a disposición de mis perseguidores un punto de mira perfecto para herirme y así detener mi huida. Pero me dio igual y comencé a subirlas. Era la manera más rápida de llegar a la comisaría.

Los disparos continuaron. Mi velocidad se vio ralentizada por mis movimientos esquivos tratando de evitar las balas. Pero logré llegar a Via Sistina sin saber que allí se habían levantado barricadas de coches.

Todo era un caos de hombres de un lado a otro, disparándose.

Humo, fuego, ruido. Era imposible cruzar aquello sin evitar a mis enemigos. Mucho menos ahora que varios de ellos se habían dado cuenta de mi presencia.

Echaron a correr hacia mí al tiempo en que Valentino y varios tipos más terminaban de subir las escaleras.

El pecho me atronaba, la respiración se me amontonaba en la boca, las piernas me ardían. Debía huir.

Retrocedí unos pasos antes de volver a correr.

Enrico

No era tan sencillo disparar a alguien que horas antes había creído mi aliado y admitía que eso era lo que más me estaba costando enfrentar. Era muy difícil saber quién era de los nuestros y quién no porque todos ellos habían trabajado conmigo.

¿Cuánto había tenido que ofrecer Valentino a todos esos hombres para que estuvieran dejándose la piel en matarnos, olvidando la lealtad que en su momento nos dieron?

No era tan fácil salir de allí. Aquellos tipos eran experimentados, ese enfrentamiento podía durar horas.

Pero eso era lo último que pensaba.

Cuando Thiago me explicó que todos nuestros dispositivos venían de camino y Prima Porta se había quedado con la seguridad mínima, tuve un escalofrió.

Fue una reacción lenta y ácida, de esas que indican que todo irá a peor. Y es que entendí súbitamente que Valentino había pretendido enfocar toda nuestra atención en aquella reyerta sabiendo que emplearíamos todo lo que teníamos para hacerle frente. No bastaba con sorprendernos con esa reacción, sino que buscaba entretenernos para poder atacar a mi familia ahora que nadie podía protegerles. Seguramente por eso quería a Kathia, para así poder entrar al interior del búnker y arrasar con todo.

Mi familia estaba allí, mi mujer, mi futuro hijo. Mi hermana. No iba a poder impedir que les pasara nada. Y lo peor de todo era que, aunque conjeturaba, mi intuición nunca fallaba.

—¡Munición! —gritó Alex antes de que Valerio le entregara un cargador.

Al analizar a cada uno de mis compañeros me di cuenta de que por primera vez dejaba de preocuparme las heridas que pudieran tener. Era demasiado frívolo quizás, pero tenía sentido si pensaba que una herida, a diferencia de la muerte, podía curarse. Probablemente todos íbamos a morir, pero iba a ser mucho más duro sabernos lejos de nuestra gente y de lo que les deparaba el destino.

De repente, Mauro evitó que Cristianno cayera por las escaleras. El sistema locomotor estaba empezando a fallarle. Él insistía en que estaba bien y rechazaba ayuda, pero todo el mundo allí sabía que no era cierto, que mentía para que no nos preocupáramos por su estado dado que nos estaban lloviendo tiros por todos lados.

Ciertamente y con más o menos entereza, habíamos logrado bajar todo el edificio y posicionarnos en uno de los rellanos de las escaleras entre el primer piso y el vestíbulo. Desde allí, teníamos una perspectiva perfecta para escondernos de nuestros enemigos y atacar sin ser vistos. Que parte de mi familia estuviera conmigo fue una ventaja extra. Aumentó nuestras posibilidades.

Sin embargo, yo dejé de participar en ellas. Porque Cristianno me engulló con su poderosa mirada. Lentamente caía en los efectos del virus, sin embargo esa capacidad suya de estudiarme permanecía con vigor.

Se había dado cuenta de mis intuiciones o quizás él mismo había llegado a la misma conclusión que yo. Desde luego allí no parecía que fuera el único en pensar lo que se le venía encima a Prima Porta, y me observó con más ahínco.

De lo que no se dio cuenta, o prefirió ignorar, fue que si nuestra sede era asaltada, Ken podía morir. Y si moría, había muy pocas posibilidades de salvarle del desastre que se estaba desarrollando en su organismo. Porque el japonés era el único que sabía cómo enfrentar el contagio. De nada servía el inhibidor que Mauro había traído.

—Sabes que tenemos que hacer algo… —susurró mostrando algo de su cansancio—. Lo sabes, ¿verdad? —Y después colocó su mano sobre mi herida. Me escocía, latía con demasiada insistencia.

—¿Por qué lo dudas? —suspiré por su contacto.

—No es duda, es la certeza de saber que vas a dejarme fuera de esto. —Cierto. Iba a alejarle de todo el peligro porque no estaba dispuesto a perderle y tampoco estaba capacitado a enfrentarme al dolor de Kathia.

Apreté los labios y desvié la mirada. Esa fue mi forma de responderle y Cristianno lo entendió.

—¡Granada! —gritó Thiago antes de coger aquel artilugio y lanzarlo al vestíbulo.

Esa repentina explosión que nos empujó a todos y que hizo que muchos murieran, me provocó un escalofrío extraordinario. Aquella era la oportunidad perfecta para salir de allí. Y no vacilé.

—¡Todo el mundo a la salida, ya! —grité cogiendo a Cristianno del brazo y arrastrándole.

La herida me punzó de nuevo.

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