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Retales madrileños » 12. Ángel Fernández de los Ríos

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12 Ángel Fernández de los Ríos

(Madrid, 1821-París, 1880). El más quijotesco de los escritores madrileños de su tiempo y una de las figuras más atractivas del siglo XIX . Su condición de escritor-periodista, urbanista y político no le favoreció, sin embargo. Sus contemporáneos se excusaron en su radicalismo para prescindir de él (Cánovas, por ejemplo, que había sido su amigo, lo mandó al destierro, donde murió) y la posteridad, para mantenerlo en el olvido, se escudaba en lo caprichoso de alguno de sus utópicos proyectos. Fundó siete de los periódicos más innovadores, modernos e influyentes (Las Novedades , El Siglo Pintoresco o La Ilustración, y continuó con el Semanario Pintoresco Español que fundó Mesoneros), que cambiaron el periodismo (fue quien primero usó la ilustración como complemento de la noticia y máquinas que le permitían tiradas masivas), dirigió nueve y colaboró en treinta españoles y siete extranjeros y publicó doce volúmenes de muy considerable extensión: «He tenido muy presente que al narrador le es permitido sospechar sin evidencia, pero nunca afirmar sin pruebas».

272. Ángel Fernández de los Ríos.

273-275. Ángel Fernández de los Ríos, acaso el más quijotesco de los escritores españoles del siglo XIX . Así lo supo ver quien lo retrató en su lecho de muerte. De las causas que peleó, no por perdidas menos hermosas, destacó la de reunificar España y Portugal en una Unión Ibérica regida por los principios de la Ilustración. En la imagen, su Guía de Madrid y El futuro Madrid , una de las utopías urbanísticas para Madrid más fascinantes (por suerte no llegó a realizarse).

Militante, como su padre y su tío, del partido progresista, participó en todo tipo de complots, ayudando desde muy joven a figuras decisivas de la política española, de Olózaga a O’Donnell, sin rehusar, llegado el caso, el empleo de las armas y participar en pronunciamientos y barricadas. Esto le llevó unas veces al exilio arrastrando tras de sí penas de muerte y otras a puestos de responsabilidad en el gobierno, como era habitual en la cadencia pendular de la política española de entonces. Tras el triunfo de la revolución del 68 se le nombró embajador en Lisboa con la delicada misión de convencer al rey portugués de aceptar el trono español y unir España y Portugal, una idea brillante. Fracasó, pero nunca dejó de ser un decidido partidario de la reunificación ibérica. En el mismo 1868 volvió del exilio para ocupar un sillón como concejal en la alcaldía de Madrid. Podía al fin poner en práctica muchas de sus ideas para la ciudad, obtenidas de sus viajes por el extranjero y expuestas en un libro fundamental, El futuro Madrid . Existe edición moderna con un breve prólogo de Antonio Bonet Correa, excelente síntesis de su vida y su obra. Fracasada la primera República, volvió al exilio, donde escribió su imprescindible Guía de Madrid , a imitación del Manual de Madrid y El antiguo Madrid de Mesonero, haciendo bueno aquello de que en arte el plagio es admisible solo si va seguido de asesinato. Su Guía no invalida el Manual ni El antiguo Madrid, pero tampoco hace que se les eche de menos. Las ideas de uno y otro, no obstante, no pueden ser más opuestas: al conservadurismo de Mesonero y su conformismo paniaguado (pretendía que las reformas de Madrid se limitasen a su decoro, higiene, ornato y moderadas restructuraciones urbanas sin salirse de la cerca, relacionadas estas últimas con sus propios intereses inmobiliarios y especulativos), oponía Fernández de los Ríos medidas audaces y de calado: incautación masiva y derribo de iglesias, conventos e instituciones religiosas y trazado de amplias y rectas avenidas y bulevares a imitación de lo hecho por Haussmann en París, expandiendo la ciudad a lo largo y a lo ancho, acompañándose de políticas progresistas: casas baratas con jardín para obreros y menestrales, escuelas gratuitas, centros culturales, redistribución de la riqueza, espectáculos edificantes («¿Las corridas de toros? Esas no son buenas ni para nosotros ni para ellos»), contacto directo con la naturaleza… De ideas krausistas y partidario de su «bello ideal», fue un claro antecedente de lo que sus amigos acabarían haciendo en la Institución Libre de Enseñanza, o Cerdá en su plan de ensanche de Barcelona y Arturo Soria en su Ciudad Lineal. Pese a lo que dijo de él a su muerte Mesonero, siempre tan valiente («Aquel malogrado escritor, a quien la perniciosa fiebre del fanatismo político apartó de la senda tranquila y bonancible de la literatura…»), Fernández de los Ríos, que nunca dejó de mostrar respeto y amistad por Mesonero, es un escritor vigoroso, preciso, stendhaliano y bastante más original y penetrante que el esforzado ordenancista. Su asombroso Estudio histórico de las luchas políticas en la España del siglo XIX (1865 y 1879-80), mezcla de diario, memorias y crónica de primera mano, hace de él el mejor continuador de Larra y un claro antecedente de figuras como Chaves Nogales, Galdós y Baroja; estos dos últimos se sirvieron de sus escritos para sus Episodios y las Memorias de un hombre de acción : «He dicho varias veces que no escribo una historia, sino un repertorio de datos para quien la escriba». La sinopsis de la historia de España que puso al frente de Mi misión en Portugal y de la de Madrid en El futuro Madrid no solo es una obra maestra de síntesis cáustica, sino un irrebatible alegato contra la estupidez académica e institucional, tan presente y respetada en todas las épocas. Al fin y al cabo si no siempre los tratamientos que prescribió para la mejoría de la moribunda España o de un Madrid mísero y atrasado resultaron sensatos (de haberle hecho caso habría acabado con todo el centro histórico de la ciudad y con barrios enteros como La Latina o La Inclusa, o sea el Rastro: rechazó el Plan Castro porque en este se construía fuera de la ciudad, y no dentro, y en parte tenía razón: muchos inversores y constructores partidarios del plan acabaron arruinándose), sus diagnósticos del cerrilismo burgués son de lo más certeros. Fue él, como concejal, quien abrió el Retiro por primera vez al disfrute completo, libre y gratuito del pueblo de Madrid, que haría bien poniéndole una estatua al lado de la de Alfonso XII, frente al estanque y a caballo, por supuesto. No va a ser menos.

276. Fernández de los Ríos en su lecho de muerte.

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