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Retales madrileños » 20. Ramón Gómez de la Serna

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20 Ramón Gómez de la Serna

(Madrid, 1880-Buenos Aires, 1963). Autor de alguno de los libros más originales que se hayan escrito sobre Madrid. En realidad no escribió de otra cosa que de Madrid, en él una manera de declinar su yo: El Rastro , Historia de la Puerta del Sol , Elucidario de Madrid (que publicó por entregas en La Tribuna )… y muchas de sus novelas (La Nardo , La malicia de las acacias , El chalet de las rosas, por citar las tres que yo prefiero), así como miles de sus célebres greguerías. En todos sus libros se hallarán las más novedosas visiones de Madrid entre cientos de páginas barrocas y colapsadas. De ahí que leerlo se acabe convirtiendo en algo muy parecido al oficio de garimpeiro. Aunque en cierto modo fue, respecto de Madrid, el continuador de Galdós, Ramón es a Galdós lo que el manierismo al Renacimiento.

Hizo de la vida una función de teatro de aficionados y de perder el tiempo, una de las bellas artes: léanse sus dos tomos de Pombo , la antigua botillería de la calle Carretas conocida por el feo nombre del «café de los cagones» a cuenta de su célebre y astringente sorbete de arroz; él sublimó la fama del establecimiento y mantuvo allí la más célebre tertulia literaria madrileña y aun española de toda su historia. Ejerció en ella de Mariano José de Larra, al que acabó por parecerse un poco (en rollizo), probando que no hay romanticismo sin vanguardia, y viceversa.

La guerra civil le obligó a exiliarse, en realidad más que la guerra el poeta sablista Pedro Luis de Gálvez, el día que vio a este con un pistolón al cinto. Se marchó a la Argentina, de donde vino para visitar al Caudillo, quien le recibió en El Pardo, pero le hizo el mismo caso que a un reloj de cuco, de modo que tuvo que volverse con el dolor de ver que Madrid era para él enteramente jurisdicción de la nostalgia. A su vuelta a Buenos Aires escribió desgarradores libros (Nostalgias de Madrid ) sobre una ciudad que no era ya sino un fantasma del pasado, como todos sus ismos .

Si d’Ors elevó la anécdota a categoría (sin que tampoco sepamos del todo en qué consiste esa destilación), Ramón trató de transformar el costumbrismo en pistón de la vanguardia ibérica. Sus primeros libros, tal vez los más fascinantes, tienen un aspecto tipográfico provinciano enternecedor y delicioso, y sus escritos, un punto petillantes , como el sifón. De naturaleza barroca, en cuanto se descuida (Automoribundia ) le hace a su estilo la permanén con tenacillas. Ramón es el gran fontanero de la literatura universal, diríamos que el más grande: se pasa el día poniéndole baipases a todo, transfundiendo la esencia de todas las cosas, verbigracia haciendo de cada una de ellas un vaso comunicante.

299. Gómez de la Serna en su despacho madrileño, años veinte.

Luisa Sofovich, viuda del escritor, donó su despacho a la ciudad de Madrid, como antes había donado él el célebre cuadro de la tertulia de Pombo, pintado por Solana, al museo de arte moderno. Allá donde vivió (Lisboa, Nápoles, los varios domicilios de Madrid y Buenos Aires), reconstruyó siempre ese despacho, verdadera chamarilería del Rastro, archivo de objetos tan extravagantes como mágicos: juntos forman una unidad poética formidable, la aportación más original de España a las vanguardias europeas. El despacho se expone en el Conde Duque de forma permanente y ha acabado pareciendo una instalación de arte conceptual. A su lado, el apartamento de André Breton (que acabó en una subasta fabulosa), las cajitas de Schwitters y las bobadas de Duchamp se quedan en una casa de muñecas.

Elucidario de Madrid y Nostalgias de Madrid son dos libros únicos, entretenidos, con destellos geniales, como en todos los suyos, el primero sur le motif y el segundo con evocaciones. Hay en ellos un poco de historia, cien o doscientas teorías de Madrid (caprichosas y vagas, como todas las suyas) y un gran amor a la ciudad, en unos años en los que la calle triunfaba: los interiores de las casas eran inhóspitos (las tres famosas efes de la época: frío, familia y fracaso), de modo que la gente se pasaba el día fuera de casa y por la calle, intentando el éxito en el café, la taberna y el teatro. En el segundo de los dos, escrito en Buenos Aires, abundan las estampas de todo lo que él conoció y se había llevado la trampa. Este produce bastante tristeza. ¿Su tono? El del primero es «a esta vida hemos venido a pasarlo bien y a procurar que nadie nos dé la tabarra» y el del segundo: «¿Y si nos quitan lo bailao ?».

La mayor injusticia de la literatura española es que la lectura de Ramón llegue a fatigar a veces («Nunca he terminado de leer una greguería. Me canso a la mitad», dijo malévolo un amigo). Pero puede sobrevenirnos cierta desconfianza, cuando advertimos que eso que cuenta de Madrid valdría también para Nápoles o Ponferrada, y que lo que dice de una maquinilla de hacer cigarrillos podría pasar igualmente por lo que dice de una chistera, de un braguero, de un gato, de un reloj, de un paleto de Chinchón, de una cornucopia o de Gutiérrez-Solana, su gran amigo, y entonces nos escamamos un poco con las reiteraciones. Claro que si vencemos la impaciencia y seguimos leyendo, el triple salto mortal (con medio tirabuzón) de Gómez de la Serna es insuperable.

300-302. El Rastro , 1914; El chalet de las rosas , 1923, y La malicia de las acacias , h. 1923.

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