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Retales madrileños » 24. Pédro de Répide y los cronistas de la Villa

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24 Pédro de Répide y los cronistas de la Villa

El de cronista de la Villa es un oficio que tiene que ver con la prosa ordenancista o el periodismo, pero menos con la literatura. Pero sin acabar de ser literatura en muchos casos, es algo más que periodismo y corporación municipal.

El título de cronista lo concede la corporación municipal a aquellas personas que han demostrado su constancia en escribir sobre asuntos concernientes a la ciudad, su historia, tipos y costumbres. Hay también cronistas que van por libre, y aunque sea el suyo un cometido tan noble como el de asistir a los sopistas en un comedor social, su labor es precisamente por eso más digna de encomio.

Como la zarzuela y el género chico, el cronismo de la Villa tuvo su gran momento en el último tercio del XIX y el primero del XX , y la mayor parte de quienes lo ejercen se especializan en las variaciones de una docena de temas: verbenas, obras públicas, piqueta, corralas, el Rastro y los barrios bajos, el Siglo de Oro y el Madrid de los Austrias, «el mejor alcalde de España», Mesonero Romanos…

Mesonero es para los cronistas lo que Larra para los escritores, y los cronistas de la Villa son a la literatura lo que los fotógrafos minuteros a la fotografía, y si bien sus libros son a veces una cansina reiteración de manubrio, tampoco es infrecuente encontrar en ellos páginas memorables (pese a verles incurrir en aquel vicio del que hablaba Moratín: «Hemos dado en la flor de alabarnos los unos a los otros»).

Yo le veo al cronismo madrileño un desajuste: se toma demasiado en serio la ciudad, la pone en primer plano. Si nos gustan tanto los Madrid de Galdós, Baroja, Solana, Pla o Carandell es porque Madrid es una excusa para hablar de otras cosas, como un telón de fondo. A mí Madrid, que es una ciudad descacharrada y hecha a empellones, me gusta como acompañamiento y no me molestan sus imperfecciones. Al contrario, me acompañan como las conversaciones de los parroquianos en un café, si no suben de volumen, y el ruido de la calle, si no estrepita.

327. Antonio Capmany, Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid , 1863.

327. Antonio Flores, Tipos y costumbres Españolas , 1877. Uno de los preferidos de Gómez de la Serna, entretenido, ligero y sin malicia.

329-30. Pedro de Répide, en el célebre retrato de José María López Mezquita, 1923, y Las calles de Madrid , un libro de tanta utilidad como problemático: difícil dilucidar en él lo que es historia, leyenda y mistificación.

Desde Larra, Mesonero o Fernández de los Ríos Madrid se convirtió en un género literario, el madrileñismo, que es a la literatura lo que el cante flamenco a la música: los temas permiten infinitas variaciones sin tener que tributar derechos de autor. De hecho podíamos decir que en el madrileñismo hay dos corrientes marcadas: el estilo Larra y el estilo Mesonero. Larra compromete a más, y con Mesonero tiene uno garantizado el aplauso de los alcaldes. Eso explica que la mayoría de los cronistas de la Villa hayan seguido el côté Mesonero. La primera división (Larra, Fernández de los Ríos, Gómez de la Serna, Corpus Barga, Luis Bello, González-Ruano, Juan Antonio Cabezas, Umbral, Carandell) y la segunda (todos los demás), con los ascensos y descensos correspondientes. Por ejemplo: Mesonero o Ruano estuvieron en primera y ahora están jugando por la permanencia. Carandell estuvo en segunda y para mí es de primera, y Umbral parece estar siempre a la espera de un gran fichaje que le permita jugar en otra parte.

De 1921 a 1925 publicó Répide en La Libertad , periódico que él había fundado, y a razón de ocho entregas mensuales, una guía de las calles madrileñas. Recogía los cuatro clásicos anteriores (el Manual de Madrid , 1831), de Mesonero; el Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid (1853), de Antonio Capmany; la Guía de Madrid (1876) de Fernández de los Ríos y Las calles de Madrid. Noticias, tradiciones y curiosidades (1889) de Hilario Peñasco y Carlos Cambronero). Y a finales del XIX Taboada, Cavia y tantos. Y cincuenta años después aquellos artículos se publicaron por vez primera en un libro fascinante, Las calles de Madrid (1971), con ilustraciones originales de Esplandiú: noticias, pequeña y gran historia, la ciudad contada a través de sus calles, leyendas… Alguna de estas de lo más ingenuas: la primera suicida del viaducto (1874), una joven, contrariada porque su familia no le autorizaba a casarse con su novio, se arrojó desde lo alto, pero su vestido se infló con el aire, acampanándose, y acabó posándose dulcemente en el suelo: hubo boda, pero murió de sobreparto de su hijo decimocuarto. Otras veces tiene buen ojo para la realidad, como llamar a la glorieta de Bilbao «sucursal de la Puerta del Sol».

Répide hizo correr la voz de que descendía de la última reina de Chipre y de un Dux de Venecia, acaso porque le parecía excesivo confirmar, como llegó a decirse, que era hijo de Isabel II, de quien fue bibliotecario en París un corto espacio de tiempo. A la muerte de esta, volvió a Madrid a formar parte de una generación, la de «El cuento semanal» (Antonio de Hoyos y Vinent, Eduardo Zamacois, Emilio Carrere o Emiliano Ramírez Ángel), que se especializó en la literatura galante y de tema madrileño. Esa losa, como la de querer resucitar una bohemia romántica, trasnochó algo su estilo y su vestuario. La capa española, habitual en él, no le impidió fundar en 1933 la Asociación de Amigos de la Unión Soviética con, entre otros, don Jacinto Benavente, Lorca, Díaz Fernández, Arderíus y Ricardo Baroja (no Pío, como viene en la wikipedia). Esta asociación, sin embargo, tampoco le facilitó mucho las cosas y tuvo que salir de Madrid apenas estalló la guerra. No volvió hasta 1947, para morir y tras haber escrito unas memorias con las que trató de hacer olvidar a los nuevos gobernantes sus ideas políticas, y a los curas su sexto mandamiento.

Dejaba un montón de libros sobre Madrid, sus leyendas, historia, ferias, verbenas, tipos, costumbres, todos ellos de grata lectura y con un conocimiento profundo de la materia. A todos los resume su monumental guía de calles, que tiene de historia lo que tiene de fábula. Ruano en el retrato que hizo de él lo saca oliendo a perfume barato, «con su cara empolvada de atroces polvos blancos, zapatitos de tacón cubano color sangre de toro, con sus trajes blancos, gangoso, con voz de fonógrafo; divertido y ocurrente».

Junto a él, antes y después, ha habido muchos más cronistas. Sus libros están hechos para consumo de madrileños principalmente. He aquí una breve selección: María, la hija de un jornalero , de Ayguals de Izco, el gran betséler de la época, malísima novela, pero llena de detalles sociológicos y costumbristas interesantes; El mendigo de Madrid , de Julián Castellanos; Los bandidos de Madrid , de García del Canto y El trapero de Madrid , de Antonio Altadil, igual, recuerdan algo a una obra del siglo XVII , Las tarascas de Madrid , de José María Bernáldez, y en este grupo la que fue gran obra social de finales del XIX , Juan José , de Dicenta, un dramón en toda regla en el que han pescado todas las tesis doctorales sobre ese periodo. Por el lado de los clásicos se ha hablado aquí de los tres principales, Mesonero, Larra y Gómez de la Serna, pero hubo otros interesantes, como Pedro Antonio de Alarcón (Cosas que fueron ); el preferido de Gómez de la Serna (y de cualquiera que lo haya leído), Antonio Flores (con un título precioso: Ayer, hoy y mañana o la fe, el vapor y la electricidad ), el entretenido Día y noche de Madrid de Francisco Santos, o los artículos de Fernández de los Ríos o de Bécquer. O El frac azul. Episodios de un joven flaco , del folletinista Pérez Escrich sobre la bohemia madrileña, bastante divertida por lo disparatado de su estilo literario. Personalmente he disfrutado mucho con los estudios científicos de finales del XIX o principios del XX , sobre prostitución, mendicidad y mala vida; desde el clásico Hampa (antropología picaresca ), de Rafael Salillas, hasta La mala vida en Madrid , de Bernaldo de Quirós y Llanas Aguilaniedo o Los Malhechores de Madrid , de Manuel Gil Mestre, libros a los que tanto deben La busca de Baroja o, bajando algo el listón, Blasco Ibáñez y Felipe Trigo.

331. Emilio Carrere.

332-334. Antonio Flores, Ayer, hoy y mañana , 1863; Antonio Díaz-Cañabate, Historia de una taberna , Lauro, Barcelona, 1945, y Eduardo Vicente, Tipos de la calle , 1950.

A estos costumbristas de primera y segunda generación les siguieron la de escritores que con mejor o peor fortuna dedicaron a Madrid sus obras de creación y de erudición, crónica y estudio en el primer tercio del siglo XX . Significan para la literatura en muchos casos lo que la zarzuela para la música popular. Nunca se les ha prestado demasiada atención ni dado importancia literaria, acaso porque tuvieron la mala suerte de llegar a la literatura después de la generación del 98 y antes de la del 27. Es verdad que casi todos repiten, a menudo con pocas variaciones, los mismos asuntos, cuentos y leyendas. Pero eso importa poco. La música es pegadiza y la letra sencilla. Y en este grupo están Emilio Carrere, cuya Ruta emocional de Madrid con poemas de corte verlainiano se lee ya como quien mira calotipos sepias. Sucede con la literatura de Carrere, de vida tan novelesca como Répide, lo que con la de este: siempre está a punto de ser mejor. De su cuerda fueron Emiliano Ramírez Ángel (sin vuelo, pero sin bajones), Martínez Olmedilla (interesante su pequeña biografía sobre el marqués de Salamanca), Gaspar Gómez de la Serna (siempre se aprende con él), Martínez Kléiser (igual que el anterior, pero en académico), Sáinz de Robles (cuando no es aburrido, es aburridísimo), Rodríguez de Rivas (y sus visitas a los cementerios románticos), Tomás Borrás (sus libros sobre el «Madrid rojo» están llenos de noticias y casos), Antonio Espina (y su libro sobre la prensa), Velasco Zazo (su libro sobre los conventos e iglesias de Madrid contienen anécdotas curiosas) o Ruiz Albéniz. El título de uno de los libros de este, Aquel Madrid , es uno de los mejores que se le hayan puesto a ningún libro, pues resume el sentimiento de la mayor parte de quienes han escrito, escriben y escribirán un libro sobre esta ciudad, considerando que de todos los Madrid, posibles e imposibles, ninguno tan especial como aquel que activa nuestros felices recuerdos del pasado. Por dentro el de Ruiz Albéniz, alias Chispero, es como todos los libros de Madrid. Y gran título también la guía Tres horas en el Museo del Prado , de Eugenio d’Ors (que tuvo una sección firmada por «Un ingenio de esta Corte»), la prosa más deconstruida de la literatura española al servicio de las grandes y pequeñas ideas, todas mezcladas como sus gustos.

Entre todos estos cronistas tiene uno predilección por Antonio Díaz-Cañabate (1997-1980), cuyas Historia de una taberna (la célebre de Antonio Sánchez, en la calle Embajadores, existe aún) e Historia de una tertulia (la de d’Ors, Cossío, Miranda y algunas figuras del toreo), escritas ya después de la guerra, son una delicia de finura y discreción sobre hechos de vida y literatura (y en el Rastro apareció parte de su biblioteca, con libros comprados muchos de ellos en Moyano, durante la guerra, como él mismo fechaba a mano). No está desde luego en el côté Larra, pero tampoco en el de Mesonero. Al contrario que el también madrileño Francisco Umbral, que hizo lo posible por parecer Larra, sin renunciar a vivir como Mesonero y hacerle la pelota a los alcaldes (antes de Franco no criticó a ninguno, pero muerto el dictador aduló sin rebozo a los de izquierda, sobre todo a Tierno Galván). Si González-Ruano fue el continuador de Gómez de la Serna, Umbral fue el continuador de Ruano, pero su Madrid está hecho a la medida de sus ambiciones (entrar en la Academia y que le invitara a cenar la derechona , como él la llamó, para satirizársela a la izquierda, que es la que en España daba los certificados de buena conducta). Destacable el para mí más útil y entretenido de los libros recientes sobre Madrid, callejero y compendio de temas, palacios y edificios singulares, fábricas, teatros, cafés, conventos, mercados, parques y jardines, iglesias, leyendas o instituciones oficiales de la ciudad, el Diccionario enciclopédico de Madrid (2002), de María Teresa Gea, cronista documentada, seria y amena.

Y después de este, muchos. En 2017 se publicó con dinero público Escrito en el cielo , una antología de fragmentos sacados de obras en las que aparece Madrid y publicadas desde 1977: más de ciento cincuenta escritores, entre los que falta el único autor actual de novelas de Madrid que habría justificado un libro absurdo como ese, pagado naturalmente con dinero público. Y por acabar por donde empezábamos: en 2019, sin que hubieran aparecido los de Cerventes, metieron los huesos de Répide en un nicho sin lápida ni nombre, a la espera de llevarlos a la fosa común si no se presenta nadie a renovar el alquiler.

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