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Retales madrileños » 19. José Gutiérrez-Solana

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19 José Gutiérrez-Solana

(Madrid, 1888-1947). Pese a su decidida voluntad de permanecer al margen de la modernidad, fue, junto a Pablo Picasso, uno de los tres o cuatro grandes pintores españoles del siglo XX habiendo vivido solo la mitad del siglo. Picasso pintó el Guernica y Solana La tertulia de Pombo , ambos hoy en el Museo Reina Sofía (y mejor no comparar). Indiferente a las modas tanto como fiel a los clásicos de la pintura española (de Velázquez y Ribera a Goya, pasando por Rosales, Chicharro o Zuloaga), volcó su mirada en los márgenes: arrabales, barrios bajos, capeas de pueblo, máscaras y carnavales, taberneros, mozos de cuerda, proxenetas y prostitutas, criaturas descabaladas en las que halló siempre, en medio de la sórdida vida que llevaban, la humanidad de los enanos velazqueños y la fuerza de las figuras negras goyescas.

296. Manuel y José Gutiérrez-Solana en un aguaducho madrileño, h. 1943.

Acabó siendo también, sin proponérselo, el gran pintor de Madrid. Le bastó con pintar lo que tenía delante, claro que para ello lo primero que hizo fue vivir en las afueras, antes de la guerra en un viejo caserón de la calle Santa Feliciana, y después entre solares, en el paseo Reina Cristina, que entonces se llamaba de Ramón y Cajal y estaba aún por terminar. Durante muchos años, hasta que murió ella, vivió con su madre loca, a la que tenían que atar con una cadena, y siempre con su hermano Manuel, rodeados de santos de palo apolillados, espejos con lepra y caobas un tanto funerarias. Quienes lo conocieron hablan de un hombre afable y de pocas palabras, al que divertía, no obstante, escandalizar al buen burgués con estudiados salvajismos, cantando arias de ópera como un energúmeno o comiendo con los dedos. Consciente de los antecedentes siquiátricos familiares, aprovechó su amistad con Gómez de la Serna y la tertulia que este batutaba en Pombo para socializarse algo y seguir en el mundo de los vivos. Todo lo que no fueran sus viajes por la España Negra, los barrios populares de Madrid (o de París, donde se exilió durante la guerra), las verbenas y los prostíbulos y, claro, su afición a la ópera y su consagración a la pintura, no le interesaba lo más mínimo.

Fue autor igualmente de media docena de libros deslumbrantes, dos de ellos dedicados a su ciudad, las dos series de Madrid, escenas y costumbres (1913 y 1918) y Madrid callejero (1923). Para escribir el primero se fue a vivir a la Posada del Peine, un mesón del siglo XVII al pie de la plaza Mayor. «Allí le daban al hospedado, en la época en que la habitó Solana, una vela al ir a acostarse», cuenta Tomás Borrás, uno de los que salen en el cuadro de Pombo. Habrían bastado estos libros para garantizarle un lugar en la historia de la literatura, junto a Baroja, Azorín o Unamuno. Llegó a tiempo de contarnos un Madrid que daba entonces las últimas boqueadas, el festivo de los merenderos de la Bombilla, Cuatro Caminos y Tetuán, y el depravado, bubónico y pustulento de las Injurias; el de los honrados artesanos del Rastro y el de los golfos sifilíticos de la calle Ceres; el de los espacios abiertos de Las Ventas del Espíritu Santo y el íntimo de la plazuela de los Carros o las esquinas en las que esperaban sus humanísimas viarias. Y siempre con un estilo inconfundible: expresionista y de mirada limpia, lírico y brutal, recorrido por vetas de un humor tan involuntario unas veces, como estudiado otras. Uno de los pocos a los que la palabra genial no le viene en absoluto grande, como a Galdós, con el que comparte igualmente lo piadoso .

297-298. José Gutiérrez-Solana, El carro de la carne , h. 1907. En primer plano, los molondros del puente de Segovia, al fondo el viejo Madrid. Y La tertulia del Café de Pombo , 1920, un cuadro emblemático de la modernidad, no siendo moderno, y a la pintura española del siglo XX lo que el Guernica es a la pintura egipcia, por parafrasear lo que Picasso le dijo a su amigo Rousseau, el Aduanero.

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