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PORTADA » III. LA PRIMAVERA DE LA GRAJILLA

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Fue una grajilla la que lanzó a Lorenz a su carrera como estudioso del comportamiento animal. Como él dice, tuvo la gran suerte de encontrarse muy pronto con una especie tan interesante. Durante una visita casual a una tienda de animales cuando estaba estudiando en Viena, su mirada se fijó en un pájaro negro que había en una jaula oscura; no cabe decir que el flechazo fuera inmediato, sino más bien que, en lugar de cariño, lo que movió a Lorenz fue la piedad. «De pronto sentí el deseo de atiborrar aquella gran garganta amarilla con buena comida.» Tenía la intención de soltarlo tan pronto como pudiese volar por su cuenta, y así lo hizo. Pero la grajilla permanecía junto a él, como lo hicieron más tarde también sus sucesores cuando incrementó la colonia, y con ella, su reputación científica.

Pero en primer lugar tenía que satisfacer las esperanzas académicas de su padre, cuando menos la de que obtuviera un diploma de graduado en medicina. Y también en este aspecto tuvo suerte, puesto que su profesor en el Instituto de Anatomía era un hombre cuyos consejos contribuyeron a colocarle firmemente en la senda del método científico, que él aplicó a las especies animales a lo largo de su carrera. Este método fue adoptado de sus estudios de Anatomía comparada. El profesor Ferdinand Hochstetter era muy querido y respetado por el joven estudiante como persona, además de considerarle como su «padre» científico. Contrastando con el inconstante entusiasmo y la pasión por las experiencias nuevas de Adolf Lorenz, su padre, Konrad recibía con Hochstetter una demostración del placer que puede brindar el paciente descubrimiento fruto de una simple e invariable rutina. Al recordar su tormentosa existencia. Konrad Lorenz nos habla del gentil anatomista con una profunda y sincera devoción.

El departamento elegido por Konrad Lorenz era el que estaba más relacionado con la evolución darviniana de toda la facultad de medicina. Estudió la anatomía comparada con entusiasmo, y el profesor Hochstetter, por entonces director del instituto, también le enseñó filogenia comparada —que trata de la reconstrucción de los árboles genealógicos de las especies a partir de las similitudes y las diferencias de los caracteres anatómicos—. Más tarde, cuando Konrad comenzó a aplicar los mismos métodos de comparación para el estudio de las características del comportamiento animal, Hochstetter siguió aconsejándole y empezó a considerar a su discípulo como un pionero en la aplicación de sus propios métodos en un nuevo campo. Hochstetter era para Konrad un santo, un hombre feliz totalmente dedicado a la ciencia.

Mientras Konrad estaba en el Instituto de Anatomía, Gretl entró en su vida por segunda vez. Después de cuidar a su madre, tuvo la suficiente capacidad como para concluir sus estudios superiores e ingresar en la universidad, y ahora estaba estudiando medicina. La muchacha cursó anatomía el mismo año en que el profesor Hochstetter nombró a su capaz discípulo profesor ayudante, de manera que Konrad fue el profesor de anatomía de Gretl, y ella por su parte le dio a su vez algún consejo. En sus últimos años en el Schottengymnasium, Konrad se había convertido en un apasionado motorista, y siguió con su afición cuando regresó de Estados Unidos en 1922. No había nada extraordinario en ello: la mayoría de los chicos que conocía habían cogido una moto a los 18 años para exhibirse delante de las chicas. La fogosa Gretl también tenía una. Pero Konrad lo describe ahora cariñosamente como «uno de los más negros episodios de mi vida». Participó en varias carreras por la marca British Triumph Company hasta que se estrelló durante una carrera en Semmering. Salió ileso, pero cuando Gretl advirtió con firmeza que aquélla era una manera demasiado estúpida de matarse, abandonó la motocicleta.

También sacó enseñanzas de algunos de sus amigos. Desde la edad de 10 años, su principal compañero en la mayoría de sus entusiastas aficiones fue Bernhard Hellmann. Bernhard era literalmente coetáneo de Konrad, pues había nacido exactamente el mismo año, el mismo día, a la misma hora y en el mismo distrito de Viena. También estuvieron en el colegio juntos, y su amistad siguió creciendo al convertirse ambos en naturalistas. Bernhard era delicado de constitución, con una cara larga y delgada, ojos claros y boca risueña y siguió compartiendo la pasión de Konrad por los animales, mientras que Gretl no pasó de aquellos primeros patitos que tuviera con Konrad a los seis años. Al igual que su amigo,  Bernhard  era un gran aficionado a criar animales, llevándoselos a su propia casa de la ciudad en jaulas. La mayoría del trabajo sucio de cuidar los animales era realizado por un tercer chico, medio irlandés, Willie Reiff, a quien también le convencían para realizar la mayoría del trabajo doméstico, dejando así a los demás más tiempo para observar y estudiar las curiosas actividades de los animales a su cargo.  Bernhard  estableció una analogía entre estos comportamientos extraños y el mundo del motociclismo. Habían comprobado cómo al motor de una moto le salta la chispa al crearse un alto voltaje si la electricidad no encuentra una salida adecuada, descargándose en un lugar inadecuado. Del mismo modo, un animal puede realizar una cosa totalmente diferente de la que «el diseñador» pretendía. Esta idea, que más tarde Lorenz desarrollaría, era demasiado adelantada para su tiempo, puesto que incluso si los muchachos hubiesen conocido algo de las teorías de aquel tiempo sobre el comportamiento animal, difícilmente hubiesen hallado un sitio adecuado para la idea de  Bernhard.

A nadie se le olvidan los acontecimientos peculiares. Cuando estaba estudiando en Viena después de la guerra, Konrad tenía su estudio en el piso de sus padres, y en él, naturalmente, también tenía algunos animales: además del inevitable acuario, Lorenz contaba con una magnífica mona capuchina llamada Gloria. Cuando él estaba en el piso, el animal podía correr libremente entre las cuatro paredes, pero cuando se marchaba, la mona tenía que volver dentro de su jaula, lo cual hacía con mucho desagrado. Cierta vez que el muchacho pasaba la tarde en la capital, Gloria consiguió escapar de su jaula y comenzó a husmear por todos los rincones, causando numerosos destrozos. Abrió la biblioteca utilizando la diminuta llave de ésta (una hazaña que aún continúa suscitando la admiración de Lorenz) y sacó de allí varios libros. El animal consiguió abrir asimismo el acuario, rompiendo su tapa con una lámpara de bronce, con lo que provocó un corto circuito que dejó sin luz a todo el piso. Las páginas de varios libros fueron arrancadas y echadas al acuario como parte de las anémonas que en él habitaban. Al regresar Lorenz al piso oscuro, fue recibido por una risotada de Gloria, que estaba encaramada en la barra de la cortina. El primer pensamiento de Lorenz fue considerar el gran esfuerzo físico que todo aquello habría entrañado para un animal tan pequeño, e inmediatamente después pensó en el gasto que supondría arreglar los desperfectos.

Otro acontecimiento ocurrido también durante la época en que vivía en el piso de sus padres hubiese podido pasar inadvertido como un hecho sin importancia por otra persona cualquiera, pero no para Konrad, que quedó profundamente intrigado. Un día. un estornino criado por él desde que era un polluelo —por lo que no conocía el comportamiento de sus congéneres— y que siempre había comido en un plato, estaba posado sobre una estatua de bronce, con la cabeza inclinada como si examinase la amplia superficie del techo encima de él. De pronto, levantó el vuelo, atrapó algo invisible para Konrad, regresó a la estatua, machacó el objeto inexistente, se lo tragó, se sacudió las plumas y se quedó tranquilo. Sin embargo, allí no había ningún insecto. Konrad, dudando de la evidencia que le habían mostrado sus ojos, se subió primero sobre una silla y luego sobre una escalera para examinar detalladamente todo el techo, por si acaso se encontraban en él algunos insectos que no hubiera podido ver desde abajo. Finalmente, tuvo que aceptar que allí no había nada y que muy probablemente tampoco había habido nada antes.

Las aves se convirtieron gradualmente en el principal objeto de sus estudios, debido probablemente al hecho de que son mucho más fáciles de comprender para el hombre que la mayoría de los mamíferos. Las aves trabajan mucho con sus ojos, órganos de los que también nosotros dependemos mucho; los ojos y también los oídos son los principales sentidos que utilizan para el contacto social. Aparte del ser humano y otros, la mayoría de los mamíferos piensan mediante sus narices. A Lorenz le agrada mucho un comentario de Julian Huxley, según el cual si nosotros también fuésemos animales olfativos, no existirían observadores de aves, sino husmeadores de mamíferos.

Gradualmente. Konrad centró su interés por las aves en Jock, su grajilla. En la pared de su dormitorio en Altenberg había un agujero por el que los pájaros podían pasar para llegar al amplio desván que estaba detrás, y desde allí al techo. En la parte exterior de la ventana había un ancho pasaje entre el tejado y la cornisa que Konrad podía escalar. Las observaciones sobre los acontecimientos de la vida de Jock comenzaron a llenar su diario; sus estudios se volvieron sistemáticos, y a medida que el tiempo iba pasando, se incrementaban las notas. Mientras tanto, Bernhard Hellmann tropezó con un libro titulado Las aves de Europa central (Die Vögel Mitteleuropas), del distinguido zoólogo alemán profesor Oskar Heinroth. Heinroth había observado a las aves de la misma manera que los dos jóvenes, describiendo detalladamente el comportamiento característico de cada especie. Según la opinión de Bernhard, el magnífico diario de Konrad sobre su grajilla era tan bueno como las observaciones del eminente ornitólogo, pero Konrad siguió tranquilamente con su labor..., hasta que un día el diario desapareció.

La culpable del hurto era su novia. Gretl, que había conspirado con Bernhard para tomar el asunto en sus manos. Mecanografiaron las notas, redactaron una carta, al pie de la cual pusieron la firma que, mediante un subterfugio, habían conseguido de Lorenz, y todo eso lo mandaron a Heinroth, en Berlín. «Así comenzó su carrera científica», explica la señora Lorenz. Esto ocurría en 1926; el artículo llevaba por título «Observaciones sobre las grajillas» («Beobachtungen an Dohlen»), y se publicó a comienzos de 1927 en el Journal für Ornithologie, de Leipzig. El artículo termina con esta simple declaración: «Traté de fundar una colonia de grajillas domesticadas.» En comparación con sus artículos posteriores, éste era breve, pues sólo ocupaba ocho páginas y media de la citada publicación.

El año en que el diario sobre la grajilla se publicó, Konrad se casó con Gretl, la muchacha que quería desde hacía ya tantos años. Sus 16 años de estrecha camaradería con Bernhard (mantenida por correspondencia mientras uno estaba en Nueva York y el otro en Manchester) terminaron cuando su amigo se fue a vivir a Holanda después de haber adoptado la nacionalidad holandesa.

A su debido tiempo y sin un gran esfuerzo, también obtuvo el título de doctor en medicina, en el año 1928, aunque Konrad no hizo nada para seguir una carrera en dicha disciplina. Permaneció en el Instituto de Anatomía, donde el profesor Hochstetter hizo de él su asistente, y centró su principal esfuerzo en el estudio de los animales. Se trazó el objetivo de labrarse una reputación científica en ese campo en tres años. En caso de no lograrlo, abandonaría sus estudios para convertirse en un médico tal como su padre lo deseaba.

Tal como Bernhard y Gretl lo habían anticipado, Oskar Heinroth se sintió impresionado por la capacidad de observación de Konrad; de este modo ganó un segundo mentor académico. Lorenz comprobó que los métodos comparativos habitualmente utilizados en el estudio anatómico de los animales ya habían sido extendidos al comportamiento por el propio Heinroth; es más, éste escribió su primer artículo, exponiendo este innovador método en 1910. Heinroth le confirmó lo que Konrad ya sabía, que el estudio del comportamiento animal podía ser una ciencia. El muchacho ya había decidido dedicarse a aplicar los métodos comparativos al estudio de la pautas de comportamiento de los animales, que se hallaban predeterminados por sus instintos. Tenía un método, un objetivo, capacidad de observación y el estímulo de uno de los mejores cerebros del mundo en el campo que había elegido. En estas circunstancias importaba poco que no hubiera tenido una preparación formal en esta nueva ciencia de la etología antes de empezar a practicarla. En el verano de 1928, la colonia de grajillas ya estaba formada, y los estudios acerca de la vida social de estas aves le ocupaban enteramente. Gradualmente fue aumentando el número de cajones para anidar que ocupaban el desván, y continuó aumentándolos, colocándolos en la comisa que rodeaba la casa.

Lorenz ha estudiado con detenimiento el rico y diferenciado comportamiento social de las grajillas. Los dibujos representan algunas de las pautas más llamativas de dicho comportamiento. Cuando el observador de las grajillas troqueladas para su estudio en semicautividad toma una en la mano, la grajilla más próxima se abalanzará sobre la mano para picotearla (1); tal actitud pone de manifiesto la existencia de un fuerte impulso de defensa comunitaria. En el comportamiento nupcial, las grajillas actúan también con suma rigidez. El macho (2) muestra una actitud «gallarda», en tanto que la hembra (3) se agacha con humildad, adoptando una postura receptiva.

Para hacerse una idea de cómo trabajaba Lorenz con sus grajillas, y hasta qué punto conocía a esas aves, se puede leer su publicación científica sobre ellas, o bien el importante capítulo que les dedica en El anillo del rey Salomón. En estos escritos Lorenz relata la habilidad de las grajillas al juguetear con el viento, y el placer que sienten al hacerlo, y también la tolerancia mostrada por las aves cuando él manipulaba a sus polluelos implumes; sin embargo, el hecho de agarrar aunque sólo fuera un trozo de tela negra hacía creer a toda la colonia que estaba atacando a uno de sus miembros. La visión de cualquier cosa negra que se cuelga desencadena automáticamente un ataque en masa de toda la colonia y la hostilidad eterna para con el presunto atacante. Lorenz tenía que ser cuidadoso para que no le ocurriera esa fatalidad; para evitarlo, no dudaba en correr el riesgo de granjearse una reputación de excéntrico entre sus vecinos al subirse al tejado de su casa de Altenberg con un completo y ridículo disfraz de demonio —cuernos y cola incluidos—. Ataviado de esa manera con el primer disfraz que encontró a su alcance, podía permitirse el lujo de ser atacado por los vivarachos pájaros negros cuando manipulaba a sus polluelos ya volantones para colocarles los anillos de identificación, al no ser reconocido por ellos como su sempiterno amigo. En sus escritos, Lorenz hace hincapié en la naturaleza instintiva de tales ataques, pero también subraya el papel del aprendizaje, pues las grajillas más viejas enseñan a las jóvenes a conocer a los enemigos potenciales.

Durante el periodo nupcial los machos de las grajillas alimentan a sus compañeras, que adoptan una actitud infantil, tanto en lo que se refiere a su postura como a sus gritos (1). Por su parte, la hembra suele despulgar al macho, sobre todo en la región occipital, a donde él no puede llegar con su propio pico (2). Esta desparasitación ritual puede ser mutua, aunque generalmente el dominante es más desparasitado por el dominado, y el macho por la hembra.

Las grajillas criadas por Lorenz se mostraban afectuosas con él cuando iba vestido normalmente, y le ofrecían pedacitos de gusanos, su comida favorita. Entre estas aves, tal comportamiento se considera como un cortejo nupcial, preludio del acoplamiento. Si Lorenz—no sin razón— se negaba a tomar un gusano en su boca, la grajilla trataba de colocárselo en cualquier otro orificio adecuado: el oído, por ejemplo. Al vivir en tanta intimidad con estas aves, Lorenz pudo asistir a dramas tan íntimos como el de una joven y vivaracha hembra que se inmiscuyó en el matrimonio del líder de la colonia colocándose insistentemente a su vera, hasta que finalmente echó fuera a la esposa para ocupar su puesto como amante.

Un día en que su primera colonia se había perdido enteramente, observó que sólo se quedó una hembra, la cual, posada sobre la veleta, entonaba un conmovedor reclamo que en su lenguaje significaba «ven a casa»; este grito persuadió a Lorenz de que debía formar una nueva colonia en el tejado y los aleros de la casa. Lorenz aún no ha salido completamente de su asombro por la resignación de sus padres ante la suciedad y los perjuicios que las aves ocasionaron a lo largo de los años en el tejado. Pero gracias a esta aceptación, el hijo se encariñó intensamente con aquellos «pájaros de ojos plateados».

El artículo que publicó en 1931, «Contribución a la etología de los córvidos sociales» («Contribution to the Ethology of Social Corvidae»), fue comenzado cuando aún era estudiante, y lo continuó mientras trabajaba como asistente del Instituto de Anatomía. Muchos años más tarde, en su recopilación de artículos, escogió éste para encabezarlos, «porque —afirma modestamente— ilustra bastante bien cómo se obtienen los conocimientos en etología, aunque hay que leer un poco entre líneas para darse cuenta de la gran cantidad de tiempo que me pasé observando a esas grajillas». Su placer por vivir cerca de las aves se manifiesta claramente. El artículo es todo descripción, sin las teorías que enunció después. Sin embargo, su reputación científica ya estaba establecida. Lorenz estaba en el buen camino.

En contraste con todo lo que Lorenz escribió sobre las grajillas, resulta difícil encontrar en sus libros de divulgación referencias al hecho de que también crió garzas —y tampoco habla mucho de ello en sus trabajos científicos—. En el índice de su obra Sobre la agresión se promete todo un capítulo sobre «La sociedad carente de amor de los martinetes» (una especie de garzas), pero la referencia a estas aves resulta breve y no muestra ninguna especial particularidad. Las notas que Lorenz conserva sobre las garzas nunca se escribieron con miras a ser publicadas, salvo para un simple y breve artículo en que comparaba las sociedades de las grajillas y de las nictícorax o garzas nocturnas, preparado para un congreso ornitológico celebrado en Oxford en 1934. El cortejo nupcial de las garzas es breve, y el enlace resultante entre el macho y la hembra es débil en comparación con el que existe entre las grajillas. Y la razón es muy sencilla: las parejas de garzas permanecen juntas para criar una sola vez y, por consiguiente, no necesitan de un amor que perviva durante toda una existencia. La totalidad de sus observaciones sobre las garzas, escritas durante tres o cuatro años, a principios de la década de los treinta, se perdieron por culpa de la caótica situación en que se encontraban los transportes ferroviarios en Alemania en 1941. Lorenz lo considera como una verdadera tragedia, y realmente lo fue, por cuanto un gran número de sus trabajos y documentos científicos más valiosos desaparecieron en aquella ocasión. Pero también está claro que nunca pudo amar a las garzas como había amado a las grajillas o como más tarde amaría a los gansos, pues de otra forma hubiese preparado alguna publicación mientras aún tenía las notas. Lorenz tuvo dos colonias de garzas; una era de garcetas, pero nunca crió. La colonia más importante fue la de martinetes, que permaneció en el jardín de Altenberg hasta que Lorenz se marchó durante la guerra y nadie se cuidó de alimentarlos.

Mientras Konrad estaba ocupado con la garzas, Adolf Lorenz hizo un nuevo viaje a Nueva York, y a la edad de ochenta años escribió su autobiografía. En el prólogo, fechado el día 1 de marzo de 1936, escribe que se trata de «una historia sencilla y humana llena de altibajos», y, realmente, así es. Escrita con el estilo fácil y anecdótico que también caracteriza a los libros divulgativos de su hijo, dicha biografía es muy agradable, a menudo divertida y a veces emocionante. El libro proyecta mucha luz sobre su pasado y su carrera profesional, y también sobre el escenario en que se desarrolló su hijo como persona y como científico. A los setenta años, Adolf se jubiló de su cátedra en Viena, y comprobó con desagrado que un puesto no retribuido no reporta ninguna pensión —extraño reconocimiento a tantos años de servicio—. Pero como dice su hijo, la fortuna de su padre había sido rehecha gracias a su consulta privada en la posguerra, y muy especialmente a su clientela de Estados Unidos, aunque todo lo volvió a perder una vez más con la bancarrota de Wall Street en 1929. Volviendo al relato de Adolf Lorenz, éste nos cuenta cómo estuvo a punto de serle otorgada la recompensa más elevada que pueda soñar un científico.

Un día, Adolf Lorenz recibió una petición para que enviara todos sus papeles sobre la intervención «incruenta» de la articulación de la cadera al comité encargado de conceder el premio Nobel de medicina. Se supone que las deliberaciones de este comité son secretas, pero un amigo le tenía informado de los progresos de su nominación. Su nombre salió adelante hasta la elección final, y Adolf estuvo esperando con gran impaciencia..., hasta que supo que se le había escapado el premio Nobel de medicina por un simple voto.

«¡Qué loco fui —escribe- al haber alimentado artificialmente tales esperanzas hasta creer que tendría el premio!» Sus sentimientos al respecto no son dejados por Adolf a la imaginación del lector. Primero se desata en un aria de rabia vindicativa, profiriendo toda una sarta de calumnias contra el miserable votante que faltaba; pero a la mitad de su perorata hace un alto, como si se hubiera dado cuenta de su vehemente furia, y la vuelve contra sí mismo por haber abrigado tan indignos pensamientos. Finalmente, escribe: «No prometas el cielo ni amenaces con el infierno a un hombre si no estás completamente seguro de que hay un sitio para él.» Adolf fue nominado varia veces más para el Nobel, pero finalmente se desvanecieron sus esperanzas. Su hijo comenta respecto a este asunto que el Nobel puede escapar muy fácilmente a cualquiera aunque lo merezca, por cuanto entre los médicos también existe el pecado de envidia.

En toda su autobiografía, Adolf Lorenz habla poco de su disidente y rebelde segundo hijo, salvo una pequeña referencia a las circunstancias que rodearon su nacimiento y unas breves notas sobre cuestiones que tuvieron alguna influencia en la vida del padre, o sobre acciones suyas dignas de mencionar. Al parecer, tales hechos fueron raros y de poca importancia.

En la biografía se menciona algo más a su obediente hijo mayor, Albert; una simple frase recuerda el segundo matrimonio de Albert y el nacimiento de su hijo Georg, «un niño encantador y muy parecido a su padre». Adolf se muestra orgulloso de que con Konrad, Gretl y Emma —su esposa y asistente— formen un total de cinco médicos en la casa: ¡qué familia más ilustrada!

En su autobiografía, Adolf escribe:

«El doctor Konrad Lorenz hizo un estudio sobre las costumbres y la psicología de una garza que tenía en el jardín en completa libertad. En lugar de ser doctor en medicina, Konrad prefirió la ornitología. Yo no estaba muy entusiasmado por su elección y le irrité mucho cuando le dije que no tenía una gran importancia saber si las garzas eran más o menos estúpidas de lo que parecía.»

Es evidente que los aficionados a las aves pertenecientes a la Sociedad Alemana de Ornitología opinaban de modo muy diferente y visitaban con frecuencia el jardín del aficionado a las garzas de Altenberg. Adolf nos dice que ello le permitía hacerle los honores al patrocinador de la Sociedad, Su Majestad Fernando, ex rey de Bulgaria. Lo que Konrad podía opinar sobre el interés de Adolf en agasajar al huésped en cuestión —pues para su padre la mejor ave era la que se cazaba, asaba y servía en la mesa— no está escrito ni por Adolf ni por su hijo. De todos modos, Konrad se sentía tan indudablemente orgulloso de que su trabajo fuese admirado por un visitante como ése, como su padre se regocijaba por acoger a un monarca en su casa.

Hay una frase respecto a Konrad en el relato de su padre que es significativa teniendo en cuenta la fecha en que fue escrita: «Konrad sostiene que la psicología humana tiene mucho que aprender de la psicología animal, y que no existe ninguna diferencia esencial entre ambas ramas de la ciencia.» Cabe preguntar si esta argumentación de Konrad fue originalmente concebida como una justificación de su trabajo frente a su padre.

La época más productiva de Konrad Lorenz como científico fue la comprendida entre los veintitrés y los treinta años, y aunque en años posteriores expuso también importantes deducciones, la mayoría de sus observaciones y descubrimientos fundamentales ya habían sido redactados y publicados cuando cumplió los treinta y cinco años. «No descubrí muchas cosas ulteriormente», me dijo un día.

Esta desarmante confesión puede ser discutida si se consultan sus trabajos de la posguerra, los cuales acreditarían por sí solos a cualquier científico. Pero también es cierto que tales trabajos consisten principalmente en la ampliación de sus trabajos anteriores a otros animales, y en una más extensa aplicación de los principios y los métodos ya establecidos: algo así como poner puntos a las íes y tildes a las tes. En otros campos aún estaban por conocerse sus mayores contribuciones, pero en lo que concierne a la etología, ciencia sobre la que se basa la reputación de Lorenz, hay que fijarse en los doce años que siguieron a 1926.

Su labor como asistente del profesor Hochstetter terminó cuando el anciano se retiró de la dirección del Instituto de Anatomía. Lorenz no se sintió a gusto con el nuevo director y se pasó a la facultad de zoología. Con miras a un segundo doctorado, presentó un trabajo que ya había publicado sobre los mecanismos de vuelo de las aves y las diferentes adaptaciones de las formas de las alas. Dicho trabajo, que era muy largo —solamente el título tenía tres líneas— se volvió a publicar más tarde en alemán en forma de libro. Con ocasión de su examen oral, se encontró ante un profesor al que se le notaba claramente que no había leído el trabajo de Lorenz y que estaba muy aferrado a las ideas hasta entonces predominantes. Konrad se dio cuenta de que nada iba a ganar nadando contracorriente, así que, cambiando rápidamente de dirección, dio al examinador las respuestas que éste esperaba. De este modo consiguió su diploma de doctor en zoología en el año 1933. Lorenz no dudó en contarme esta historia desde su punto de vista.

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