Lola

Lola


CAPÍTULO 12

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CAPÍTULO 12

El silencio volvió a reinar entre ellos. Era como si no se conocieran, como si fuera la primera vez que se veían. Claro que, en cierto modo, eso era lo que pasaba. Después de acostarse, esa era la primera vez que volvían a estar juntos.

Julia los miraba y no podía creer lo que veía. Se comportaban como dos completos desconocidos. No se parecían en nada a lo que ella estaba acostumbrada. Nunca se les acababa la conversación a esos dos, y en ese momento… no sabían qué decirse. Julia lo tuvo muy claro: allí pasaba algo. No se lo habían contado ni el uno ni el otro, pero ella lo averiguaría.

Iba a tensar más la cuerda, así que se levantó, cogió su cartera y, sin más, dijo:

—Me voy a buscar algo fresco.

No añadió nada más; tampoco les preguntó si querían algo. Lo único que deseaba era dejarlos a solas. Aunque disimulaban delante de ella, estaba claro que tenían algo que arreglar.

Tanto Mario como Lola la miraban con ganas de matarla, pero ninguno de los dos se atrevió a decir nada, y los nervios iban creciendo. Cuando Julia se alejó, Lola se volvió a tumbar. Mario no podía dejar de mirarla. Fue él quien rompió el hielo y, soltando un gran suspiro, le preguntó:

—¿Cómo estás, Lola? Llevamos mucho tiempo sin vernos.

—Es verdad, llevamos mucho tiempo sin vernos. Todo el que tú has querido. Te llamé dos veces y no me cogiste el teléfono ni me devolviste las llamadas.

—Ya lo sé, es que estaba avergonzado y no sabía qué decirte

— ¡Claro, y lo más lógico es lo que hiciste! ¡Vete a la mierda! ¡Valiente imbécil!

—¡Lola, por favor! —le suplicó, viendo su actitud.

Ella lo miraba con enfado. ¿Qué esperaba, que lo recibiera con pompones? Había pasado totalmente de ella sin importarle cómo se encontraba y ahora quería arreglarlo todo con un por favor. ¿Y ya estaba? ¿Asunto arreglado? Estaba a punto de comprobar su equivocación.

—¡Ni Lola ni leches, Mario! En tres meses no has tenido huevos para hacerme una llamada ni mandarme un mensaje ni un correo electrónico, nada, como si hubiera dejado de existir. ¿Y ahora qué es lo que quieres? ¡Mira, déjame en paz, que no tengo ganas de hablar!

—Si todo lo que me digas me lo he repetido yo mil veces, pero cada día que pasaba era más difícil y se me hacía más cuesta arriba.

—Por mí ya puedes seguir como hasta ahora. La verdad es que vivo más tranquila.

Lola sacó de su bolsa su iPod y se colocó los cascos. No quería seguir escuchándolo. Mario se tumbó a su lado y le quitó los cascos. Había tardado unos meses en volver a hablar con ella y no iba a desperdiciar esta oportunidad. Fuera como fuese, no pensaba marcharse sin volver a contar con la amistad de Lola.

—Lola, escúchame. Sé que no lo hice bien, pero quiero arreglarlo. Quiero que todo siga entre nosotros como antes del puente de mayo.

—¿Y tu novia? Ya me he enterado, aunque quieras mantenerlo en secreto. Parece que al acostarte conmigo te entró la prisa de buscarte una novia. ¿Tan mal lo hicimos que ni siquiera has querido dirigirme la palabra? Pues quiero que lo sepas. Estoy muy cabreada contigo y ahora soy yo la que no tiene ganas de hablar.

—¡Lola, quiero que me escuches bien! ¡No tengo novia! ¿Lo has entendido? Salgo con una chica que se llama Marta. Llevamos conociéndonos poco más de dos meses, pero únicamente es eso.

—Me importa una mierda cómo se llame y lo que significa para ti —le dijo. Bajó la voz ante la mirada de la pareja de al lado y le arrancó los auriculares de su mano.

—Lola, por favor, escúchame. Voy a ser sincero, y solo lo diré una vez y no volveré a hablar de este tema. Acostarme contigo ha sido una experiencia maravillosa, una de las mejores de mi vida, sino la mejor. Y dicho esto, tengo que añadir que me dio miedo querer tenerte todos los días y, si un día esa relación fallaba, perderte. Eso fue lo que me frenó. Si no hubiera sido así, jamás te habría dejado con tanta facilidad. Esa noche fue la única vez en mi vida que me sentí completo, que sentí que a mi lado tenía lo que la gente llama «mi media naranja». Pero con toda la noche contigo a mi lado y sin rozarnos, apenas pude dormir. Tuve miedo de que, por quererlo todo, me quedara sin nada.

Lola lo escuchaba y lo miraba escondiendo sus ojos detrás de sus oscuras gafas. Le emocionaba escuchar sus palabras, pero estaba cansada y no podría resistir vivir de cerca la incipiente relación de Mario. No quería estar a su lado mientras se iba enamorando de otra. Porque si algo tenía claro después de compartir sus besos, sus caricias y todo lo demás, era que no quería conformarse con menos. O lo tenía todo o no quería nada.

La voz de Mario la sacó de su ensimismamiento. Intentaba llamar su atención moviendo su mano de un lado a otro delante de su cara. Lola parpadeó un par de veces para volver a la realidad y se volvió para mirarlo con atención.

—¿Me estás escuchando?

—Sí, te he escuchado a la perfección. ¿Y tú a mí? Porque todo lo que dices me cabrea todavía más. Dices que no querías perderme y estás tres meses sin llamarme o, peor aún, sin cogerme el teléfono. ¡Mira, piérdete de una puta vez! Cuanto más hablas, más me cabreas.

—¿Y qué tengo que hacer? Haré lo que tú quieras ¡Me muero por una excursión en moto!

—¿Tu novia no va en moto?

—No es mi novia, Lola, no hurgues más. Y ni siquiera le gustan las motos. No quiere ni montar conmigo.

—¿Por eso quieres que todo vuelva a ser igual que antes? ¡Qué cabrón eres!

—¿Tú has salido en moto? ¿Y has hecho alguna excursión?

—¡Pues sí! En moto he salido unas cuantas veces con el grupo de la tienda de motos de Sant Feliu. Y también he hecho un par de salidas. Un fin de semana fuimos a Murillo de Gállego a practicar rafting. ¡Fue una gozada! El río bajaba muy crecido. Ascendimos la ferrata de Sesue en el valle de Benasque. Habrías disfrutado como un enano —se emocionó Lola mientras le contaba dónde habían ido.

—¿Con quién has ido?

—¿Te acuerdas del grupo que conocimos en la escuela de parapente, en Àger? Pues con cuatro de ellos: Cristina, que era la morena de pelo cortito, y con tres de los chicos, Pedro, Marc y Pau. Si no has hecho ninguna excursión y no has salido en moto, ¿qué has estado haciendo durante todo ese tiempo? ¡No me lo digas, por favor, que me lo puedo imaginar!

—¿Y cómo te has puesto en contacto con ellos?

—Pues ¡¿cómo va a ser?! ¡Por teléfono! La noche que no quisiste venir al club, nos intercambiamos teléfonos. Un día me llamaron y, como tú no dabas señales de vida, decidí irme con ellos. Así de simple. Mi vida sigue aunque tu no estés en ella —apuntilló Lola.

—Podrías haberme llamado. Me habría encantado ir a cualquiera de las salidas.

—¡Claro, te aviso! ¿Y cómo lo hacía? ¿Con señales de humo? Te recuerdo que no me cogías el móvil. Además, ¿tengo que adivinar para qué me quieres en tu vida? Para salidas sí, pero para hablar conmigo no. Mira, tío, no me compliques la vida, que llevas muchos años complicándomela.

Lola se mordió el labio para callar lo que le estaba viniendo a la mente, pero enseguida reaccionó. «¿Por qué debo callarme nada para evitar que se moleste o no le guste lo que escucha. ¡Que se joda si no le gusta!». Y sin más, le soltó lo que pensaba. Bastante había aguantado durante años. Eso ya se había acabado.

—Además, no tengo ninguna ilusión ni ganas de quedar contigo para escuchar las citas que tienes con tu novia —le dijo, alargando la última palabra—. Imagino que si yo te contase mis salidas con otros hombres, tampoco te gustaría escucharlo, ¿o te daría lo mismo? —Mario la miraba asombrado, y después de asimilarlo, negó con la cabeza—. Pues eso, la vida íntima de cada uno que se la guarde para sí, que todos sabemos lo que significa acabar en la cama. ¿Entendido?

Volvió el silencio. Mario se dijo una y otra vez lo imbécil que había sido, porque Lola había seguido haciendo lo que le gustaba. Solo él se había fastidiado. ¡Si al menos a Marta le gustaran las excursiones o montar en moto! ¡Si no se enfadara por cualquier cosa tan pronto! ¡Si no estuviera todo el día marcándolo con «¡Haz esto!», «¡Ve por aquí!», «¡No vayas allí!»!

Y es que Marta, en esos tres meses, había cambiado mucho. Empezó siendo un encanto, cariñosa, simpática y atenta. Pero cuanto más tiempo pasaban juntos, más absorbente se volvía, más lo controlaba y más llamadas de teléfono recibía, y empezaba a agobiarle tanto dominio.

—Llámame cuando hagáis una excursión. Ya sabes que me gustan mucho, y desde la de Àger, no he salido a ninguna.

—Si salimos te llamaré, pero por ahora no tenemos planes.

—¿Y si salimos algún día en moto y nos hacemos unas curvas?

—Lo siento, Mario, pero para eso sí que no estoy preparada. Podemos ir de excursión un grupo, pero no voy a salir sola contigo.

—¿No te fías de mí?

—¿La verdad? —lo retó Lola.

—¡Siempre! —le contestó muy contundente Mario.

—No me fío, pero no por los motivos que estás pensando, sino porque no sé cómo reaccionarás más tarde. No soy ningún trapo que se tira en un rincón hasta que se tenga necesidad de su uso. No me esperaba este trato. Pensé que habías crecido, pero eres el mismo de siempre, el eterno adolescente que ante un problema sale huyendo despavorido. No sabes afrontar las dificultades y siempre eliges el camino más cómodo para ti pero el que más hace sufrir a los demás. Lo siento, pero no.

Mario ni siquiera pudo protestar porque Lola tenía razón en cada palabra. Además, lo había desarmado por completo. Su voz sonaba como si estuviera a punto de llorar. Sabía que Lola había sufrido durante ese tiempo, pero no sabía cuánto. Ni siquiera podía replicar, así que solo pudo mirarla en silencio hasta que Julia apareció. Les había dado tiempo suficiente. Cuando se despidieron, Mario le volvió a decir lo mismo:

—Llámame cuando tengas una salida.

—Lo haré.

Durante todo el camino, Julia esperó una explicación por parte de Lola que no llegó, pero algo le impidió sonsacársela. Sabía que había pasado algo entre ellos y que ninguno de los dos decía nada, y además estaban muy afectados. Pensó que en pocos días iban a pasar unos días juntas y que entonces no se libraría. Hasta entonces, la dejaría tranquila. Conocía a su amiga y necesitaba su tiempo.

Mario siguió con su vida, y aunque él no se daba cuenta, bombardeaba cada día a Marta con Lola, hablándole de las excursiones que haría con ella y de que volverían a correr en moto. Tenía todo el día a Lola en la boca, comentándole a otra mujer lo maravillosa y única que era su amiga.

Pero esos comentarios, lejos de tranquilizar a Marta, la enervaban cada vez más, hasta que una semana después, harta de escuchar hablar de Lola, explotó:

—¡¿Quieres dejar de hablar de esa mujer?! ¡No lo aguanto más!

—¿Qué dices, Marta?

—¡Lo que acabas de oír! ¡Estoy harta de Lola! Si tanto te gusta, ¡sal con ella y no conmigo!

—Estoy saliendo contigo. Ella es mi mejor amiga.

—Pero yo quiero serlo todo para ti, y no quiero que necesites a ninguna otra mujer. Yo quiero ser tu mejor amiga, tu amante, tu confidente. Lo quiero todo. No puedo aguantar esto. Si sales conmigo, tienes que olvidarte de Lola. Demuéstrame que soy lo que estás buscando. Me siento muy insegura, siento que siempre me comparas con ella, que es mi rival. Si es verdad lo que dices respecto a mí, demuéstramelo y apártate de ella, al menos por el momento. Dame un tiempo a solas, dos meses para que yo tome confianza.

Mario lo pensó y llegó a la conclusión de que le debía esa oportunidad a Marta. No le pedía tanto, solo dos meses para tomar confianza, y se los iba a dar. Después de ese tiempo, ella estaría más centrada y confiada y podría ver a Lola de nuevo. Pero le debía eso a Marta. No le estaba pidiendo gran cosa.

Esa misma semana, Lola lo llamó. Había quedado con el grupo para hacer una excursión y escalar en Oliana. Enseguida pensó en Mario. Después de tantos días sin una sola salida le apetecía ir de escalada con él, hacer las paces. Ya que no lo podía tener de otra forma, al menos quería conservarlo como amigo.

Buscó el móvil y, nerviosa, se decidió. Ya estaba a punto de dar por finalizada la llamada cuando Mario respondió. Lo que Lola no sabía era que Mario, desde el primer toque, había estado mirando la pantalla del móvil y barajando la posibilidad de no contestar. Pero al final, no pudo resistirse a escuchar su voz.

—Hola, Lola, ¿qué tal?

—Bien. Te llamaba para decirte que este fin de semana he quedado con los chicos del parapente y nos vamos de escalada a Oliana. Me dijiste que te apetecía una salida, así que tú dirás.

—Verás… —Rápidamente, su cabeza buscó una excusa—: El sábado estoy de servicio, así que no va a poder ser.

Lola no pudo evitar sorprenderse porque apenas hacía tres horas que Isabel, su madre, había ido a la fábrica junto con María y le había asegurado que iría con ella porque tenía dos días libres. Se quedó tan fría que no supo ni qué decirle.

—No pasa nada, otra vez será. Bueno, Mario, tengo que dejarte.

—¡Espera! ¿Te has enfadado? Te noto rara.

—No sé si estoy enfadada o no, pero tengo una cosa muy clara: si algo no soporto, son las mentiras y las tomaduras de pelo. Adiós, Mario.

Y, sin más, cortó la llamada. Se llevó el móvil al pecho y lo oprimió con fuerza. ¿Cuántas veces se podía romper un corazón? Por lo que Lola se estaba dando cuenta, muchas veces.

El teléfono vibró en su mano y no le hizo falta mirar la pantalla para saber quién la llamaba, como tampoco le hizo falta pensar lo que iba a hacer. No volvería a hablar con Mario, no habría otra llamada y no pensaba contestarle más si lo podía evitar. Tampoco iba a montar un drama. No quería que Isabel y Pedro sufrieran por el comportamiento de su hijo. A Julia le contaría lo sucedido y también al resto de sus hermanas. Blanca lo sabía, pero para el resto sería una riña de amigos y un distanciamiento normal, dadas las circunstancias, ya que al tener Mario novia, el tiempo libre lo compartiría con ella. ¡Lógico!

Pero cuando se encontraran, ellos sabrían la verdad. No debería haber confiado en él y seguir como estaba después del puente de mayo. Había vuelto a ilusionarse para volver a decepcionarse y volver a sufrir. Otra vez la dejaba tirada como si no valiera nada. No volvería a llamarlo.

Mario estaba desesperado y lleno de impotencia. Quería hablar con Lola, explicarle la conversación que había mantenido con Marta. Pero no sabía las veces que lo había intentado y ella no le cogía la llamada. Así que decidió mandarle un mensaje. Sabía que Lola estaba muy enfadada. No sabía cómo había descubierto su mentira, pero lo sabía, y si recibía el mensaje, podría borrarlo sin ni siquiera leerlo. Pero tenía que hacer algo, explicarle que se lo debía a Marta.

Empezó a escribir. Siempre había sido sincero con ella y siempre se habían contado todo. Lo que no entendía era por qué había decidido contarle una mentira. Conociendo a Lola como la conocía, sabía que odiaba las mentiras.

Mario:

Lola, por favor, no borres este mensaje y léelo hasta el final, así me entenderás. Te he dicho esa mentira porque no quería que te sintieras mal. Yo iría encantado a esa excursión. Me muero por esas salidas y por disfrutar de ellas a tu lado. Pero tuve una conversación con Marta y ella está muy insegura respecto a ti. Dice que te presto más atención que a ella. Me pidió que, al menos durante un tiempo, hasta que nuestra relación se consolide, no te viera ni saliera contigo. Dirás que soy un calzonazos, porque así me veo yo, pero accedí para que se quedara tranquila. Estoy arrepentido de haberle hecho esa promesa, pero no puedo faltar a mi palabra, aunque lo que más desee sea salir de excursión. Entiéndeme, Lola, dame un tiempo para que todo vuelva a la normalidad, pero sobre todo no te enfades conmigo.

Ese día, Lola no leyó el mensaje, pero al día siguiente, cuando lo vio, estuvo tentada de borrarlo sin leerlo. No le interesaba nada de lo que viniera de ese mentiroso. Pero, al final, no pudo resistirse y lo leyó. ¡Ojalá no lo hubiera hecho! ¡Ojalá se hubiera dejado llevar por su primer instinto! ¡Ojalá lo hubiera borrado sin leerlo! Pero no lo hizo, y como dice el refrán, la curiosidad mató al gato. Pues bien, a ella no la mató, pero sí que la dejó herida de muerte.

Si Mario era capaz de hacer eso por Marta, es que esa mujer le importaba mucho, y las pocas esperanzas que le quedaban por mantener a Mario a su lado habían desaparecido de golpe. Tenía que pasar página, alejarse de Mario y dejar el camino libre para su novia. Ella ya no era nada en la vida de Mario.

No debió seducirlo nunca. Desde que se había acostado con él, su vida no era la misma, y en algunos momentos no sabía cómo seguir adelante. Todo se había complicado. Solo tres meses antes tenía una vida; no plena, pero sí bastante completa. Pero conocer a Mario en la intimidad le había aportado únicamente sufrimiento y, lejos de desaparecer por la distancia, cada vez iba a más.

Desde ese momento, siempre había un suceso, unas palabras, un comentario que aumentaban su dolor en vez de calmarlo, y su corazón empezaba a estar tan dañado que no podía con él. Cada día había una punzada nueva y, como si de las agujas de vudú se tratara, con cada punzada, su corazón más sufría. En esos momentos era tan intenso el dolor que Lola apenas podía coger aire para respirar.

Estaba segura de una cosa: si seguía así, un día no podría coger aire y sería su final. Debía empezar a pensar en sobrevivir, porque cada día se moría un poco.

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