Loki

Loki


Capítulo veintisiete

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Capítulo veintisiete

Loki contemplaba el campo de batalla con una satisfacción cada vez mayor. Sólo quedaba él en el barco. Legión tras legión de muertos cubrían el campo de batalla. A pesar de la enorme cantidad de guerreros que habían sido asesinados, quedaban tantos muertos de Niflheim que los que se habían perdido eran una gota en el mar. Eran como una plaga sobre los ejércitos de Asgard y ningún asgardiano podía siquiera escupir sin golpear a una docena.

A los gigantes también les iba bien. Aunque sus legiones no eran tan exhaustivas como las de los muertos, todavía eran al menos diez veces más numerosas que las del enemigo, y su tamaño y su fuerza, junto con su odio hacia Asgard, los hacía enemigos formidables.

Los dioses habían perdido a muchos y con cada muerte los guerreros restantes doblaban y redoblaban sus esfuerzos para luchar más fuerte y matar a más, por lo que estaban empezando a cansarse. A pesar de que su poder era legendario, ni siquiera los dioses eran incansables o invencibles. Habían arrasado innumerables ejércitos enemigos, pero nunca se habían enfrentado a tantos rivales interminables y furiosos como aquéllos.

Cuando Thor fue asesinado, desaparecieron las tímidas dudas de Loki y se convenció todavía más de que la existencia de Asgard sería pisoteada. Pensó que debería lamentar un poco la muerte de Jormungand, pero no lo hizo, sino que simplemente sintió euforia por el papel que su hijo había desempeñado en la muerte del Tronador, el más poderoso de todos los dioses. Hubo un momento muy breve en el que se preguntó por qué no sentía nada cuando la cabeza de su hijo se levantó y fue arrojada por el moribundo Thor, pero aquella pregunta desapareció casi al instante para ser reemplazada por el creciente paladeo de la destrucción que se forjaba ante sus ojos.

El éxtasis se produjo cuando su otro hijo devoró a Odín, engullendo fragmentos del dios mientras su vida se filtraba poco a poco en la hierba. No se preocupó por la falta de oposición de Odín: simplemente se deleitó con la destrucción. El que lo había desterrado de Asgard, el que había despreciado todas sus contribuciones, el tuerto que también había tratado injustamente a Fenrir, ahora estaba siendo digerido en su estómago. Sólo las muertes de Frey y Freyja podrían siquiera empezar a proporcionarle el placer que sentía y, mientras examinaba los combates desde el cielo, vio a uno de los Vanir enzarzado en una batalla furiosa.

Saltó fuera de la proa del barco con su cuerpo en erupción e impactó en la tierra como un cometa. Cuando aterrizó, las llamas estallaron, incinerando a todos los que estaban alrededor, amigos y enemigos por igual. Frey, ubicado fuera del perímetro de las llamas, levantó la vista cuando redujo al último de sus atacantes no muertos. Loki sonrió al pensar lo que estaba por venir.

El dios Vanir esperó espada en mano mientras Loki se acercaba a él. El resto de los combatientes, en su mayoría muertos de Niflheim, sintieron la destrucción inherente a su líder flamígero y dejaron un amplio hueco a ambos. Pese a que sus conciencias eran simples y tenues, se percataron de que el dios Vanir era reclamado por el que los había traído hasta allí, y vieron que habría repercusiones si el asgardiano caía ante otro que no fuera su caudillo.

—No eres lo que eras —dijo Frey.

Loki sonrió.

—Soy el mismo, alguien que fue desterrado y perseguido y que sufrió por su amor a Asgard. Sólo vuelvo para pagar mis deudas.

—No —dijo Frey—. Está claro que saboreas estas muertes, que tu propósito ha trascendido la mera venganza y se ha convertido en puro caos y destrucción. Aunque nunca fuimos amigos, había una parte de ti que yo admiraba. Y aunque me daba cuenta de que tu orgullo y arrogancia te arrojarían a un camino oscuro, no podía haber previsto esto. Hay un mal en ti.

—Tratas de que pique un anzuelo —dijo Loki, sonriendo ferozmente—. Soy el mismo, pero también soy diferente. Mi voluntad y la venganza me han traído hasta aquí, pero llevo conmigo a alguien que finalmente traerá la muerte a todos en Asgard.

Los ojos de Frey se agrandaron.

—Surt. Has traído a Surt el negro hasta aquí.

Loki se rió.

—¡Yo soy Surt el negro! ¡Yo manejo su poder y os veré a todos barridos de este plano!

El rostro de Frey era más sombrío que antes.

—Eres un necio. Tu arrogancia te ha condenado también a ti. Nadie puede gobernar el poder de Surt. Te has convertido en el recipiente mediante el que saldrá de Muspelheim para extender la destrucción a los Nueve Mundos.

—Quizá —dijo Loki con calma—, pero será una destrucción que nunca verás. Con un gesto, la espada de Frey estalló en rugientes llamas. La mano y el brazo le ardieron hasta ennegrecerse y siseó de dolor, dejando caer el acero al suelo.

Frey cerró los ojos y comenzó a pronunciar las runas místicas, pero fue silenciado cuando la garra ardiente de Loki le apretó la garganta. Instintivamente, Frey trató de liberarse de la presa con sus manos, pero fue recompensado con carne chamuscada. Le faltaba el aliento, pero aún peor era el crepitar de su piel alrededor de la garganta, las llamas arrastrándose hasta su rostro y su cabello ahora encendido.

Loki se hizo más grande y, mientras asfixiaba al dios agonizante, lo levantó del suelo. Poco a poco todo Frey ardió en llamas y trató de gritar, pero la presa de hierro de Loki en su garganta no se lo permitió. Con la carne burbujeante y ennegrecida, tras largos minutos, dejó de luchar y reposó inerte en la mano del Astuto, que arrojó al suelo el cadáver carbonizado del Vanir, todavía humeante. Se volvió para ver de cerca el cuerpo del propio Odín.

Se acercó al difunto Padre de Todo, intentando saborear el dolor que Fenrir le había causado en los últimos momentos de su vida. Al inclinarse para mirarle a la cara, el ojo de Odín se abrió.

Loki dio un paso atrás. ¿Cómo podía estar vivo todavía? Aquellos despojos del dios, medio devorados y carentes de la mayoría de sus entrañas, increíblemente sobrevivían. Loki, recuperado ya de la conmoción inicial, se dio cuenta de que aunque Odín todavía viviera, no duraría mucho. Decidió que iba a permitir que el tuerto siguiera con vida mientras el resto de Asgard era destruido, para que pudiera contemplar lo que habían provocado sus decisiones.

Desvió la mirada y escuchó un débil murmullo. Se dio la vuelta y vio que la boca del Alto se movía y que su ojo le pedía que se acercase. Se inclinó para encontrarse cara a cara con él cuando una sensación de profundidad en el ojo de Odín lo cautivó. Clavó la mirada en él y, como mucho tiempo atrás, cuando contemplaba las profundidades del Pozo de Urd, vio neblinas arremolinadas que lentamente comenzaban a tomar forma. A pesar de la carnicería que aún se producía a su alrededor, a pesar de la venganza satisfecha por la masacre de los Aesir, no pudo desterrar la curiosidad que sentía mientras contemplaba la escena que tenía lugar en el ojo de Odín.

Parecía como si fuera atraído por el propio ojo, en el que era testigo de algún acontecimiento que se desplegaba ante él. Ya no permanecía inmóvil sobre los restos del cadáver del que una vez fue su padre, sino que ahora veía tres figuras distintas, dos pequeñas y una grande, tomando cuerpo frente a él.

Las formas comenzaron a perfilar detalles concretos: brazos, piernas y finalmente rostros. No los reconoció como caras que hubiera visto en su vida, pero no tenía dudas de su familiaridad. Una de las figuras se transformó en un hombre de aproximadamente su mismo tamaño y aspecto. Era apuesto y de buena constitución, pero los signos inequívocos del miedo se extendían por sus facciones. La segunda figura se convirtió en una mujer, hermosa pero aterrorizada, que agarraba a la tercera figura, un niño pequeño en edad de mamar.

Estaban en un espacio oscuro y cerrado y, por la forma en que se acurrucaban entre sí, era evidente que se estaban escondiendo de algo del exterior. Se formó una puerta, que se abrió con violencia. La figura que se recortaba en el umbral era absurdamente pequeña, del tamaño del crío, pero delgada y con las proporciones equivocadas para ser un niño. Loki permaneció confundido unos instantes hasta que se percató de que el hombre, la mujer y el niño eran gigantes, pero no el intruso.

El niño empezó a llorar, un llanto agudo que la mujer trató de sofocar sin éxito. La pequeña figura de la puerta irradiaba tanta muerte y terror que Loki podía sentir las ondas que emanaban de ella, aunque supiera que aquello no era más que la sombra de una escena pasada largo tiempo atrás. La figura entró en la tenue luz de la habitación y Loki pudo verle el rostro.

No parecía el mismo que ahora. Su piel era más tersa, sin arrugas, y la barba era más corta y menos gris. Y aunque era delgado, Loki no lo habría descrito como marchito y demacrado. Sin embargo, el destello mortal en el único ojo era tan inconfundible como la sanguinaria lanza Gungnir que agarraba con fuerza en la mano.

Odín estaba vestido con una armadura empapada en sangre. Apenas se distinguían los contornos de lo que parecían ser cuerpos amontonados tras él antes de que esa parte de la escena se oscureciera. Levantó la mano libre y señaló a los dos gigantes. Habló, pero no había sonido en aquella escena y Loki no tenía necesidad de escuchar sus palabras para saber lo que decía. La mujer se apartó de él, dándole la espalda mientras adoptaba la postura de una madre protegiendo a su hijo. El hombre dio un paso hacia adelante, colocándose entre Odín y la mujer con el bebé. El Alto habló una vez más y Loki pudo ver el desafío en la cara del gigante.

Odín levantó a Gungnir y la arrojó con toda su fuerza. La lanza atravesó al gigante y a su mujer y los clavó en la pared. El hombre colgaba muerto del asta de Gungnir, pero la mujer, atrapada entre el marido y la pared, todavía se aferraba a la vida. La sangre manaba de su boca y ella trataba de mantener su abrazo sobre el niño, pero su fuerza desaparecía rápidamente.

Odín se acercó a ella y extendió los brazos para coger al niño, que cayó de los brazos moribundos su madre. Aunque era casi tan grande como el propio Odín, éste no tuvo problemas para sostenerlo. Lo dejó en el suelo a sus pies y le retiró la toca de la cabeza. Se arrodilló y miró fijamente a los ojos del niño y, al hacerlo, trazó símbolos brillantes con su dedo en el aire mientras recitaba las runas sagradas.

El llanto del niño se calmó y al cabo se calló por completo. El niño, sin dejar de mirar a Odín y a medida que éste recitaba, se volvió más y más pequeño hasta que dejó de ser un gigante. Odín lo levantó con una mano y lo miró por última vez antes de volverse hacia la puerta y salir por donde había venido, produciendo con su marcha el desvanecimiento de la escena.

De nuevo en Asgard, Loki sintió una punzada en el estómago. En lo profundo de los recovecos de su memoria, recordaba la escena. Recordaba levantar la mirada hacia un rostro de un solo ojo y recordaba sentirse reconfortado. Era su primera memoria, a la que se había aferrado y en la que había basado su servicio hacia Odín. Su primer recuerdo consistía en mirar hacia arriba para ver el rostro del Padre de Todo y sentir una sensación de protección y seguridad.

Y era mentira.

El que lo había adoptado como uno de los suyos y lo había criado y guiado durante incontables siglos era el que había asesinado a sus verdaderos padres. Los había buscado expresamente. Y a él: Odín había matado a sus padres y a todo su pueblo sólo para poder llevarse a Loki a Asgard.

La ira intensificó las llamas de Surt cuando Loki se agachó y agarró el pelo de Odín. Colocó un pie sobre los restos andrajosos de su pecho y le arrancó la cabeza, que sostuvo con el brazo extendido frente a su rostro. Clavó su mirada de furia insatisfecha sobre el expoliador y manipulador.

El ojo de Odín seguía abierto y su boca aún se movía. Loki estaba seguro de que los murmullos eran balbuceos incoherentes de agonía, pero dejó la cabeza colgando allí mientras saboreaba la mirada angustiada.

—Bastardo —dijo—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me arrancaste de entre los míos sólo para arrojarme como un perro? ¿Es esto lo que buscabas? Todos los de tu raza están muertos o moribundos y Asgard será reducido a cenizas. ¿Es esto lo que tenías previsto que ocurriera? Sólo tú eres el culpable, y tus retorcidos planes han traído la muerte de todo cuanto conocías. Ojalá al menos uno de los Aesir sobreviva para que pueda ver lo vil que realmente eres.

Los murmullos de Odín parecían repetitivos, como si estuviera diciendo la misma palabra una y otra vez, pero Loki no podía distinguirla. Acercándose la cabeza, le dijo:

—¿Qué tratas de decir, tuerto? ¿Qué palabras finales podrías tener ahora para mí?

La boca de Odín se detuvo y el ojo se quedó fijo en un punto lejano más allá de Loki. Sorprendentemente, la cabeza sonrió mientras su atención regresaba hasta Loki. Abrió la boca una vez más, pronunciando una palabra definitiva que el Astuto escuchó claramente.

Loki frunció el ceño, preguntándose por qué Odín había dicho esa palabra. La pronunció en voz alta para sí mismo, reflexivamente, sintiéndola en la lengua:

—¿Heimdall? ¿Por qué qui…?

Loki se sintió empujado hacia delante y su respiración se escapó en un estallido violento. Sin soltar la cabeza de Odín, bajó la mirada para ver una cuarta de espada saliéndole del pecho. Aunque cada ligero movimiento propagaba llamaradas de intenso dolor por todo su cuerpo, giró la cabeza, desesperado por ver la cara de su atacante.

La espada lo atravesó aún más y captó un vislumbre fugaz del rostro ensangrentado de Heimdall antes de que el acero ascendiera con toda la fuerza que el guardián de Bifrost pudo reunir. La hoja se deslizó hacia arriba, destrozándole los huesos y desgarrándole las entrañas, y continuó su camino con mayor violencia, hendiendo el cuello de Loki y por último su cabeza, derramando su cerebro cuando la espada salió volando por la parte superior de su cráneo fracturado.

El guardián de Bifrost no tuvo sin embargo tiempo para saborear la muerte de su enemigo. Antes de que el cerebro de Loki pudiera siquiera tocar el suelo, Surt se liberó y hubo una gran explosión de fuego que deflagró en un instante. Heimdall y los restos de Odín fueron los primeros en arder, acompañados a continuación por aquellos que estaban en las inmediaciones, que fueron incinerados instantáneamente. La oleada de fuego siguió expandiéndose en grandes ondas recurrentes, cada una más potente que la anterior. El poder de Surt crecía con cada vida reclamada, con cada acto de destrucción individual.

En cuestión de segundos, toda vida en la llanura se extinguió: los muertos de Niflheim se convirtieron en pavesas y cenizas; la carne de todos los gigantes fue asada y carbonizada antes de desintegrarse y caer al suelo; los asgardianos que quedaban y sus aliados, pese a ser pocos, eran resistentes y no murieron fácilmente, lo que sólo prolongó su sufrimiento sin que se salvaran. Y Fenrir, que incluso entonces estaba rasgando las gargantas y las extremidades de sus enemigos, se transformó en una bola de pelo ardiente y fue quemado vivo, aullando de agonía antes de sucumbir al fin.

Las altas torres de Asgard fueron reventadas primero por la acometida brutal del fuego antes de que la madera y la piedra se incendiaran y redujeran el reino a cenizas. Más allá de la propia ciudad, los bosques rugieron en llamas y sus habitantes fueron calcinados allí donde se encontraban.

El fuego continuó extendiéndose sin ofrecer un respiro a nadie. Alfheim ardió, Vanaheim ardió y Bifrost fue destrozado por las llamas. Los reinos superiores no fueron las únicas bajas: Midgard no se salvó y cada montaña, cada construcción, cada árbol, cada cosa mortal en ese mundo intermedio se convirtió en cenizas. Los enanos de Nidavellir ingenuamente se creyeron a salvo en sus fortalezas de montaña, pero sus cuevas actuaron como hornos y pereció toda la raza. Los elfos oscuros en Svartálfheim usaron sus poderosas magias y hechicerías para protegerse ellos y sus tierras, pero el poder incesante de Surt no pudo ser detenido.

Sentada en su trono en Niflheim, Hel sopesó sobriamente su error. Sabía que Surt destruiría Asgard y de hecho por eso había enviado a Loki a por él, pero no conocía el alcance de su poder. La muerte por fuego que dominaba los reinos superiores no le remitía nuevas almas a ella, pues las consumía por completo, una destrucción absoluta del cuerpo y del espíritu. Niflheim estaba vacío salvo por Hel. Había buscado a Balder después de sentir la muerte de Loki, pero no lo encontraba.

Reflexionó sólo un momento sobre la imposibilidad de que se hubiera liberado de ella, pero descubrió que su atención se desviaba ante la ola de luz y calor que comenzaba a rasgar su reino. Mirando por su alta ventana, vio que la niebla y la oscuridad de Niflheim se habían marchado. Las peñas y los valles negros, los ríos y los lagos oscuros se iluminaron como si el sol estuviera directamente encima de ellos, y entonces Hel se desvaneció cuando un muro de llamas que empequeñecía su fortaleza la barrió en el olvido a ella y a todo lo que conocía.

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