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People help the people

And if your homesick, give me your hand and I’ll hold it.

Cherry Ghost, ‹‹People Help The People››

—¿Cómo ha ido? —preguntó mi madre en cuanto descolgó.

—No lo sé… —respondí tras los saludos—. Me parece que bien. El señor que me ha entrevistado no era demasiado alegre. No sé si le he caído suficientemente bien…

—¿Y las pruebas?

—Yo he salido contento.

Al otro lado de la línea se hizo el silencio. Abandoné la academia, bajé las escaleras principales y vi a Sergio esperándome junto a uno de los nuevos coches que habían alquilado el día anterior.

—¿Has hablado con Haru? —siguió mi madre.

—Sí, acabo de despedirme de él porque tenía clases. Oye, mamá, tengo que colgar.

—Vale, muy bien. Volvéis pasado mañana, ¿no? Tened cuidado. Dale un beso a tu hermano y llámame en cuanto sepas algo.

—Lo haré. Prometido. Un beso para todos de nuestra parte.

Colgué y saludé a Sergio con un estrechón de manos.

—¿Te pregunto qué tal te ha salido o mejor lo dejo correr?

—Puedes preguntarme, pero me temo que no tengo más respuestas que las que le he dado a mi madre: no tengo ni idea. Estos ingleses tienen unas expresiones faciales impenetrables.

Había tenido que madrugar una barbaridad esa mañana, y sentía la fuerza del sueño arrastrándome al lado oscuro mientras Sergio me llevaba de regreso al hotelazo en el corazón de Mayfair donde nos alojábamos, una de las zonas más caras y reconocidas de la ciudad, en el llamado West London, y abarrotada de lujosas tiendas.

Habíamos llegado el día anterior. Seis horas fue lo que tardamos de París a la capital inglesa y, como el resto del viaje, lo hicimos en la TARDIS. A Sergio y a los demás guardaespaldas les pagamos los billetes de Eurotren y en poco más de dos horas se plantaron allí.

Pensé que atravesar el mar por debajo del agua sería algo mucho más poético y fascinante de lo que en realidad fue. El túnel del Canal, que conectaba Francia con Inglaterra, me pareció lo más aburrido y agobiante que habíamos hecho en ese viaje, y eso que no tardamos en cruzarlo más de cuarenta minutos.

Después de pasar la última noche en París, habíamos salido temprano para aprovechar al menos la mitad del día en Londres. La respuesta respecto a qué hacer esa noche fue unánime: ir a un musical. En cuanto dejamos las maletas en el hotel nos marchamos todos a ver Billy Elliot y después a celebrar que estábamos allí. Total, que al final solo había dormido cinco horas cuando tuve que despertarme. Dejé a Emma descansando en la cama, le di un beso y me marché.

Ahora, después de una mañana entera de ejercicios y entrevistas, me tocaba esperar el veredicto de la escuela. Dolía reconocerlo, pero sabía que lo iba a pasar mal si al final no conseguía ingresar. El hecho de haberme presentado a las pruebas había terminado de convencerme de que aquello era lo que quería. Aprender música, más música, con los mejores, sin la presión del exterior, con oportunidades para equivocarme, corregirme y seguir mejorando sin tener los ojos del mundo puestos en mí.

En el vestíbulo me esperaban todos. En cuanto me vieron, se acercaron para preguntarme qué tal me había ido. Una vez más, me limité a encogerme de hombros y a responder que creía que bien.

—Guay —fue la respuesta de mi hermano—. Seguro que entras.

«Seguro», pensé con sarcasmo. Ojalá yo tuviera la misma confianza en mí mismo que los demás.

—Vale —cortó Ícaro con una palmada—, pues si ya estamos todos, nos vamos, que llegamos tarde.

—¿Adónde? —pregunté. Pero nadie dijo nada.

Nos organizamos en los dos coches con Sergio y uno de sus compañeros y nos pusimos en marcha. Durante todo el camino estuve interrogándoles para que me contaran qué estaba pasando, pero ninguno soltó prenda. Ni siquiera cuando amenacé a Sergio con despedirle si no hablaba pronto. Pero él se echó a reír y siguió conduciendo en silencio.

—En serio, esto empieza a darme miedo —dije.

Y Emma, en lugar de asegurarme que no pasaba nada, me guiñó un ojo y me dio un beso en la mejilla. Por eso me temí lo peor.

Veinte minutos más tarde, aparcamos en la acera, frente a un restaurante de cocina vietnamita y el asunto ya sí que terminó de superarme.

—Tenéis una manera muy particular de pasar una mañana en Londres —dije mientras nos apeábamos—. ¿Quién es tan fan de la comida vietnamita como para desayunarla?

—No vamos ahí, sino allí —aclaró Emma, y señaló la puerta de al lado.

Negra, de metal, con el número 147 pintado sobre ella y una ranura para el correo, parecía la entrada a un local ilegal de peleas de gallos. Aguardamos a que llegara el otro coche con los demás y una vez que estuvimos todos, Ícaro llamó al telefonillo automático junto a la puerta, que se abrió con un zumbido.

—¿Soy al único al que le da mal rollo el lugar o qué? —pregunté sin moverme de donde estaba—. En serio, ¿dónde me habéis traído?

—No seas cobarde —me reprochó Zoe—. Ahora lo verás.

—¡No soy un cobarde! Me limito a salvaguardar mi integridad física…

Con un resoplido de impaciencia, la violinista me agarró del brazo y me arrastró dentro.

Después de unas escaleras llegamos a una segunda puerta, esta de aspecto más normal, desde la que nos saludó una sonriente mujer con el cabello rubio platino. Ícaro y Selena se acercaron a hablar con ella mientras mis ojos vagaban por el local que acababa de aparecer ante nosotros sin creer lo que veían.

Lo primero que me llamó la atención fue el altar que alguien había levantado en una de las esquinas, junto a los amplios ventanales que iluminaban la estancia entera y donde había decenas de imágenes de Jesucristo, una cruz de madera y un Buda a sus pies, todo ello rodeado de flores. De primeras podía parecer un amplio salón de masajes, con el suelo de madera y las paredes blancas cubiertas de ilustraciones y cuadros. Pero enseguida supe lo que era en realidad.

—¿Por qué me habéis traído a un estudio de tatuajes? —pregunté.

Mi hermano se acercó por detrás y me dio una palmada en el hombro.

—Porque ha llegado la hora de hacerte un hombre —dijo, y yo me aparté de él y me revolví negando con la cabeza.

—¿Estás de coña? Estás de coña. No pienso hacerme ningún tatuaje —le advertí.

—¡Nos lo vamos a hacer los seis! —explicó Zoe.

Yo me volví hacia Emma, que se encogió de hombros y asintió.

—En recuerdo del viaje.

—Se os ha ido la pinza. ¿No podíamos encargar unas camisetas, como personas normales? ¿O unas fundas de móvil?

Mi hermano se acercó, me rodeó el cuello con un brazo y me alejó de las chicas.

—Tío, estamos en el Good Times. En este local trabajan las mejores tatuadoras de toda Inglaterra y, casi me atrevería a decir, de Europa. Las listas de espera que tienen son de años. E Ícaro ha conseguido que nos dediquen una mañana entera solo a nosotros. ¿Qué te preocupa?

¿Que qué me preocupaba? ¿Las agujas? ¿Que la tinta se colara en mi sangre y acabara tiñéndome el cerebro? ¡Yo qué sabía! Conocía a mucha gente que se había hecho un tatuaje y a nadie le había pasado nada. Pero con mi suerte, fijo que se liaba tan parda que acababa saliendo en todos los telediarios.

—Hacéoslo vosotros. Yo miro —dije—. O me lo hago con rotuladores.

En ese momento, la mujer del local terminó de hablar con Ícaro y se acercó a nosotros.

—Vale, Ícaro ya me ha explicado lo que queréis. Mis compañeras llegarán en unos minutos. ¿Quiénes van a ser los primeros?

—¿Ya te ha explicado lo que queremos? —pregunté, aún más alucinado—. ¿Todos vamos a llevar el mismo?

Mi hermano se volvió hacia la chica.

—¿Nos dejas dos minutos, por favor? —le pidió, sonriendo. Ella asintió y se marchó al escritorio. De nuevo solos, me dijo—: Alas de fuego. Vamos a hacernos unas alas de fuego en honor a este viaje y a Ícaro.

—Pensé que lo que le gustaba era Doctor Who

Él puso los ojos en blanco.

—¡Es por el mito griego, tío! Ya sabes: las alas, la cera, el sol…

—Fue idea mía —comentó Zoe.

—Yo ya les he dicho que no era necesario —añadió Ícaro, encogiéndose de hombros—, pero han insistido.

—No quiero ser maleducado, de verdad —aseguré—, pero, si no me equivoco, el mito acababa un pelín mal para tu tocayo.

—¡Lo sé! —respondió él, divertido—. Pero mi madre me puso el nombre porque le encantaba la idea de que mis alas, en lugar de ser de plumas y cera, estuvieran hechas de fuego para que pudiera volar tan alto y tan lejos como quisiera. Recuerda que la mujer es artista, ¿qué se puede esperar?

A duras penas contuve la risa.

—Así que… ¿alas de fuego?

—Exacto —dijo Emma—. Y en lugar de la silueta de un hombre entre las dos alas, cada uno hemos elegido un elemento distinto para ponernos.

—El mío va a ser un violín —dijo Zoe.

—¿Un violín con alas de fuego? —pregunté para estar seguro de que lo había entendido.

—Sí. Un violín con alas de fuego. Pequeño. Aquí, en el hombro derecho.

Me volví hacia Emma.

—La esfera de la snitch —contestó, sonrojándose levemente.

—El carácter chino para «Verdad» —añadió Selena.

—La insignia de Gallifrey, el planeta de los Señores del Tiempo —explicó Ícaro con orgullo.

—¿Y tú? —le pregunté a Leo.

—Un unicornio rosa. Con un ramo de flores alrededor del cuerno. ¿Tú qué crees? ¡Pues a Tonya!

—¡Pues vale! —le espeté, molesto por que todos hubieran tenido tiempo para decidir qué tatuarse y yo no.

—Ve el último. Así tendrás un rato para elegir —dijo Emma acercándose y agarrándome la mano.

Le agradecí el gesto, aunque en el fondo supe lo que me iba a hacer incluso antes de que la rubia platino y sus compañeras, que acababan de llegar, empezaran a trabajar en los diseños de mis amigos.

Quería una clave de sol. Exactamente la que dibujaba siempre antes de empezar a escribir las notas de cualquier canción en una partitura. Y la quería en mi muñeca derecha. Para ello pedí un rotulador y una hoja en blanco y la dibujé en grande; así tendrían de dónde copiarla.

La idea me parecía igual de mala que al principio, pero la presión del grupo, o más bien la emoción del grupo estaba limando segundo a segundo todas las dudas que tenía. Eso y el folleto que me había facilitado una de las tatuadoras en el que se explicaba el procedimiento que seguían y los pocos riesgos que correría en sus manos.

—¿Aarón? —me llamó la rubia un rato después—. Te toca.

Por lo menos, me dije mientras caminaba hacia la camilla negra que acababa de abandonar mi hermano, el lugar no era el típico antro oscuro de las películas de maleantes, con luces de neón y un tipo gordo y sudoroso fumando mientras trabajaba.

Al pasar por su lado, Leo me dio una palmada en el hombro.

—Ni lo notas —me aseguró.

Supe que mentía, pero aquel fue el último impulso que necesité.

Escocía. Ya lo creo que escocía. Pero no podía tocarme el vendaje de plástico ni el pegote de crema que me habían puesto para proteger la herida. Parecía que había intentado cortarme las venas. Menos mal que llevaba camiseta de manga larga para cubrirme la muñeca, porque una sola foto de mi brazo serviría para llenar de bulos toda la red.

—¿Ves como tampoco ha sido para tanto? —me dijo Zoe ya en el coche de vuelta al hotel y reclinada hacia delante para no apoyarse en el respaldo con el hombro.

Yo le hice una mueca y les pedí que evitaran darme más sorpresas en los dos días que nos quedaban de viaje. Y tanto ella como Emma, que iba sentada delante, cruzaron una mirada que me dejó helado.

—¿Hay más? ¡¿En serio?! —pregunté, asustado—. ¿El qué?

—Ahora lo verás —respondió la violinista. Y cuando fui a insistir me advirtió que no serviría de nada.

—Fantástico… —mascullé.

Cuando llegamos, Sergio me guiñó un ojo.

—¿Por qué te enteras tú de todo? —le pregunté, mosqueado—. Recuerda que soy yo quien te paga.

Él, por respuesta, señaló el vestíbulo del hotel para que entrara con Emma y Zoe. Y justo cuando crucé las puertas, descubrí que mi sorpresa estaba esperando allí mismo, en medio del vestíbulo. Sin poder contenerme, eché a correr hacia. Hacia Oli y David.

—¡¿Qué hacéis aquí?! —exclamé entre gritos de alegría y abrazos, sin preocuparme de los pinchazos de la muñeca—. ¿Cuándo habéis llegado? ¿Hasta cuándo os quedáis? ¡No me lo puedo creer!

—Leo —respondió Oli cuando nos separamos—. Él ha sido el artífice de todo. Él e Ícaro.

—Nos llamaron ayer por la mañana —añadió David—. Teníamos que venir hoy mismo, y no querían escuchar una sola excusa. —Después miró a su alrededor y soltó un silbido, impresionado—. Menudo lujo. No voy ni a preguntarles cuánto les va a costar nuestras habitaciones.

—No lo hagas —le aconsejé—. Seguramente ni te respondan.

En esas se acercaron Zoe y Emma y, tras los saludos, Oli me dedicó una mirada significativa que contesté con otra igual de significativa en la que iba implícito el mensaje de que hablaríamos después.

Algunas personas nos miraban escandalizadas, pero me daba absolutamente igual. ¡Estaban aquí! ¡Igual que cuando les pagué el viaje a Nueva York para la première de la película de Castorfa! Los tres juntos, por fin.

Volví a abrazarles emocionado, y mientras esperábamos a que llegaran los demás y que los atendieran en recepción para darles las llaves de sus habitaciones, me bombardearon a preguntas sobre las pruebas de la mañana. Una vez más, tuve poco que decir al respecto.

En ese momento aparecieron Ícaro, Selena y Leo, cuyas caras se iluminaron con una sonrisa al ver quién había llegado.

—¡Nuestros mecenas! —exclamó David antes de proceder a las presentaciones y saludos.

Cuando tuvieron las llaves, quedamos con los demás en vernos al cabo de un rato y los acompañé a dejar las maletas. En el camino me pusieron al día de sus vidas. La mayor novedad desde la última vez que hablamos fue que Oli había conocido a un chico en la universidad con el que ya había pasado algo.

—¿Y cuándo nos lo vas a presentar? —pregunté.

—¡Eso le digo yo! —exclamó David, a mi derecha—. Tendremos que darle nuestro beneplácito…

—No pensamos entregarle a cualquiera la mano de nuestra mejor amiga —comenté, y Oli se echó a reír.

—Os prometo que en cuanto sepa adónde va todo esto, os lo presento.

De vuelta en el vestíbulo, encontramos a los demás sentados en el bar del hotel tomando algo.

—¿Hoy no comemos o qué? —pregunté—. Porque me muero de hambre…

—Estamos esperando a alguien más —explicó Emma, y alzó la mano para que se la cogiera.

—Imagino que servirá de poco que pregunte a quién esperamos, ¿no? —supuse.

—Pues sí, porque ya hemos llegado —dijo una voz a mi espalda. Y por el tono y el acento británico, supe quién era antes de darme la vuelta—. Hola, Aarón.

—¡Camden! —exclamé, olvidando cualquier protocolo británico y dándole un abrazo bien fuerte, que el actor respondió con el mismo entusiasmo. Pero mi sorpresa no hizo más que aumentar cuando, tras él, surgieron Chris y Shannon—. ¡No puede ser verdad! ¡No puede ser!

—Pues lo es —contestó ella, que estaba igual de imponente que siempre, con una sonrisa perfecta y un cuerpo de infarto.

El australiano, por su parte, se había dejado el pelo largo y ahora lo llevaba suelto sobre los hombros. Poco quedaba del chico enclenque que conocí en Develstar, excepto las gafas de pasta negra; en los últimos meses, además de haber sufrido un estirón, se había ensanchado y su camiseta de cuello de pico dejaba ver un torso musculado.

—Pero ¿qué has hecho? —le pregunté mientras los demás se levantaban para saludar a los recién llegados—, ¿pasarte todas las semanas en el gimnasio?

—El surf —respondió él entre risas—. Que por fin le he encontrado el gusto y ya solo me sacan del agua para los ensayos.

—Estás genial —añadí, dándole un abrazo y presentándoles a Oli y a David.

—Vale, ahora estamos todos —dijo Ícaro, y nos indicó el camino hacia uno de los restaurantes del hotel.

Por el camino me enteré de que, igual que a mis amigos de Madrid, habían sido mi hermano e Ícaro quienes les habían invitado a Londres. La razón la descubrimos unos minutos después, en cuanto entramos en el salón vacío y nos sentamos alrededor de una gigantesca mesa redonda decorada como si se tratara de una comida de gala.

—Mañana tendrá lugar el último concierto del viaje —comenzó Ícaro—. Y por esa razón habíamos pensado que fuera único y especial, y os hemos querido invitar.

—¿Nosotros también vamos a cantar? —preguntó David.

—¿Te atreverías? —le preguntó Chris, que se había sentado a su lado.

—Hombre, si me das algunas clases, me marco hasta un solo.

Cuando se apagaron las risas, Leo tomó la palabra y explicó lo que se les había ocurrido:

—Será en Hyde Park, y esta vez vamos a organizarlo de manera profesional. Esto quiere decir que habrá escenario, micrófonos, iluminación.

—Espera —dijo Zoe—, ¿un escenario de verdad? ¿De dónde lo vais a sacar?

—Ya lo están montando —respondió Ícaro.

—No me digas más: tu padre otra vez.

Camden se aclaró la garganta.

—Me temo que esto es cosa mía.

Yo me quedé alucinado.

—Pero ¡¿desde cuándo estáis enterados de todo esto?! —pregunté.

—Pues desde que decidiste que vendríamos a Londres, enano —explicó Leo con una sonrisa de superioridad.

A continuación nos contó que esa tarde colgarían el último vídeo de su canal relacionado con los conciertos, y que darían todos los datos para que pudieran encontrar el lugar elegido.

—Sobre todo porque Hyde Park es inmenso y sería una pena que no llegaran por perderse…

Sería gratuito, como los demás encuentros sorpresa. Pero la novedad principal radicaría en que, además de Zoe y yo, Chris, Camden y Shannon también actuarían.

—Todavía no me puedo creer que estemos aquí todos reunidos —dije después de que nos trajeran los primeros platos.

—Lo que yo no puedo creerme es lo que hiciste en el programa de Melanie Leroi —dijo Shannon.

—Sí, fue increíble —añadió Chris, y aplaudió hacia mí—. Y habéis visto lo de su hermana, ¿no? Lo de que en realidad no estaba de vacaciones, sino en una clínica de desintoxicación.

Nos miramos entre nosotros sin saber a qué se refería, y él, encantado, sacó su teléfono móvil y tecleó unos segundos antes de pasárnoslo.

—Que os aproveche —dijo. Y todos nos arremolinamos alrededor de Leo, que lo estaba leyendo en voz alta.

Bianca había lanzado un comunicado oficial explicando dónde había pasado los últimos meses y acusando a su hermana mayor de haber intentado dinamitar su carrera desde el exterior traicionándola. No daba detalles y, desde luego, no nos mencionaba, pero todos nos echamos a reír al leer aquello. Sabíamos, como personas que habíamos sufrido el acoso de los medios, que este sería el principio de una larga, larga batalla de platós y confesiones en portadas de revistas.

—Al menos así dejarán al resto del mundo tranquilo una temporada —comenté, y de pronto noté como si el foco que la opinión pública había colocado sobre nuestras cabezas en las últimas semanas virara y apuntara a otros.

—Pues esta no es la única buena noticia… —dijo Selena con el móvil en la mano—. Leo, el vídeo de ayer de los aviones de papel ha superado a los demás en número de visitas.

—¿Al del concierto en Munich también? —pregunté, esperanzado.

—No, a ese no… lo siento —añadió—. Pero a todos los demás, sí, y mirad: nos han mandado videorrespuestas de un montón de gente que ha hecho lo mismo que nosotros. ¡Están lanzando sus aviones de papel con mensajes!

Nos fuimos pasando el aparato para comprobar que lo que decía era cierto. Debajo del vídeo de mi hermano había un centenar de grabaciones en las que se veía a desconocidos tirando desde lo alto de sus casas, edificios, puentes y monumentos aviones después de escribir en ellos mensajes.

—¡Enhorabuena, habéis puesto de moda una iniciativa para llenar las ciudades de papeles! —dijo Shannon con su habitual humor negro.

—La gente también los recoge y hace colección —intervino Ícaro, y nos mostró algunas fotos que había encontrado por la red de personas, sobre todo jóvenes, que lo hacían.

—Vale, de acuerdo, todo eso es muy interesante, pero ¿no deberíamos hablar del concierto de mañana? —añadió la cantante americana. Pero nadie, excepto yo, que la tenía al lado, la escuchó.

Así que se cruzó de brazos y resopló nerviosa.

—Hazme caso, cuanto antes te acostumbres a este ritmo, menos sufrirás —le dije entonces.

Ella frunció el ceño y después esbozó una sonrisa de soslayo.

—Si no recuerdo mal, tú eras de los míos: nervioso hasta el último momento, sentir que no has ensayado lo suficiente… ¿Qué te ha hecho cambiar?

Antes de responder, dirigí una mirada a mis amigos, que seguían comentando en la otra punta de la mesa el vídeo del móvil, y Emma alzó la vista y me sonrió.

—Supongo que haber descubierto que, al final, las mejores cosas surgen cuando improvisamos.

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