Live

Live


7

Página 9 de 40

We’re a mess but we’re all a mess together

So take one more look at me

I better be lost in the crowd one more night out.

The Cinema, ‹‹Kill It››

Todo había ido bien al principio. Con Oli y David a mi lado me sentía invencible, protegido. Mientras no me separase de ellos no me pasaría nada malo. A diferencia de Leo, yo tenía la sensación de estar entrando en una trampa completamente desprotegido.

Distraído, miré a mi espalda para ver si Sergio ya había terminado de aparcar y nos seguía, pero no había rastro de él. Un codazo por parte de David me devolvió al porche del colegio.

—Las Whopper —masculló señalando con la barbilla al frente. En efecto, a unos metros de nosotros, cerca de la puerta del comedor, cuatro chicas cotorreaban mientras mostraban a las otras sus modelitos.

—¿Y si nos marchamos a ver una película a tu casa, Oli? —supliqué ralentizando el paso.

Dentro de dos días llegaría Zoe de Estados Unidos y prefería aprovechar el tiempo que me quedaba para prepararlo todo. Pero ellos, por respuesta, me agarraron cada uno de un brazo y me obligaron a mantener el ritmo.

—Ni muertos —dijo Oli. Y con una sonrisa forzada, alzó la mano y llamó la atención de nuestras ex compañeras. Me fijé en cómo su gesto de desgana y desagrado se transformó en uno de sorpresa cuando me vieron entre los dos.

Enseguida se olvidaron de sus vestidos y se acercaron a nosotros con la percusión de sus tacones de fondo. Solo les faltaba un ventilador que agitase su pelo para formar parte de la película

Chicas malas.

La primera en llegar fue Elena, como correspondía a su cargo de Reina Whops. Con un saludo fugaz, despachó a mis amigos. A mí, por el contrario, me regaló un sentido abrazo y dos besos que, si no me dejaron marca en las mejillas, fue porque llevaba un pintalabios de calidad. Antes de separarse, se me quedó mirando el suficiente tiempo como para incomodarme. Al instante, el resto de las chicas fueron pasando por taquilla entre saludos poco sentidos y formalismos varios.

—Te veo genial —me dijo Elena en cuanto recuperó su puesto, arrinconándome lejos de Oli y David. Mientras contestaba que yo a ella también, intenté establecer contacto visual con mis amigos sin demasiado éxito—. Vamos dentro, ¿te parece? Aquí empiezo a tener frío.

—Espera, Elena —dijo María Serres—. ¿Qué pasa con Sebas?

—Habíamos quedado hace quince minutos. ¿Tú lo ves por algún lado? Pues eso —le espetó, agarrándome más fuerte del brazo y echando a andar.

—¿Estás más delgada? —le oí a María Soprano preguntarle a Oli detrás de nosotros. Mi amiga se echó a reír y le dijo que temía que no. Ni un kilo. Yo, delante, volví la cabeza para compartir una sonrisa con ella.

De pronto, un potente silbido nos hizo girarnos a todos. Allí, a lo lejos, se encontraba el susodicho junto a otro chico de nuestra clase y su íntimo amigo Rof. María Serres soltó un chillido encantada, y salió corriendo para abrazar al amigo del eslabón perdido mientras Elena, a mi lado, me liberaba y suspiraba con hastío. Seguidamente se acercó a ellos y le dio un rápido beso en los labios al (¿ex?) matón de nuestro curso.

—¿Por qué no me sorprende que estos dos hayan acabado juntos? —preguntó David a mi lado colocándose la pajarita y remetiéndose la camisa azul en los pantalones negros.

Tras saludarse entre ellos, los chicos se acercaron a nosotros. Yo me puse a la defensiva para recibir alguno de los comentarios a los que nos tenía acostumbrados durante nuestra época lectiva. Sin embargo, el estómago me dio un vuelco cuando, en lugar de eso, Sebas me estrechó contra su pecho como a un camarada reencontrado. Aunque ellos hicieron un amago de acercarse, a David y Oli no les dedicó ni una mirada.

—¿Cómo te va, Serafin? —me preguntó abrasándome con su aliento alcoholizado y pasándome su brazaco por encima de los hombros. De pronto, era él quien dirigía a todo el grupo hacia el comedor—. ¿Eres el tipo más famoso del mundo o qué? Todo es muy fuerte, ¿eh?

—Bueno… un poco —mascullé. Elena aprovechó para alcanzarnos y colocarse a mi otro lado, con cara de pocos amigos.

—Y pensar que te conocíamos y éramos colegas desde que eras un canijo, ¿eh? —seguía diciendo el eslabón perdido—. El otro día estábamos en el Dubái, ¿te acuerdas, Rof? Y van y ¿a que no sabes lo que ponen, eh? ¡Tu canción, tronco! Que le digo al Gesta: «Tronco, esta es la del Serafin», ¿que no? ¿Cuál era? ¿«ILY» o no sé qué?

—«ILU» —le corrigió su novia a mi lado, con los ojos en blanco.

—¡Esa, tío! —De un empellón abrió la puerta del comedor y todos entramos detrás como su séquito.

Elena se enganchó de mi brazo sin venir a cuento y su rostro se iluminó con una sonrisa de anuncio que compartió con todo aquel que cruzó la mirada con nosotros. Me sentía dentro de una de esas películas en las que los focos del baile de fin de curso apuntan al protagonista y todo el mundo se gira para cuchichear. Y no me gustó lo más mínimo.

El lugar estaba irreconocible, tan despejado, sin sillas ni bandejas de comida; con los profesores saludando distendidamente a sus ex alumnos y el techo engalanado con un enorme cartel dándonos la bienvenida y guirnaldas del color del escudo del colegio. Un ramalazo de nostalgia me produjo un nudo en la garganta que me hizo suspirar.

Dejamos nuestras cazadoras y abrigos apilados sobre una silla y alguien me acercó un vaso para brindar, pero antes de que pudiera darle un trago, Sebas me detuvo y lo regó con un chorro de ginebra. Fui a decirle que no quería, pero ya era tarde. Elena, por el contrario, le quitó a su novio de las manos el alcohol y se sirvió ella misma un buen lingotazo antes de esconder la botella debajo del montón de ropa. En el extremo opuesto del comedor vi a Leo saludando a sus antiguos compañeros. Esperaba que para él no estuviera siendo todo tan extraño como para mí. David se acercó por mi espalda y me dijo al oído:

—Así que ahora son tus mejores amigos, ¿eh? Compartiendo alcohol y todo.

Yo me volví y me reí.

—Ya ves, además me conocen como nadie: ¡con lo que me gusta la ginebra! —exclamé sarcástico—. ¿Es que no te acuerdas de todo lo que compartí con ellos? Los insultos, las collejas, esos maravillosos momentos en los que me desaparecían los deberes o el estuche…

David hizo como que se quitaba una lágrima de la comisura del ojo ante semejantes memorias y asintió con dramatismo.

—Qué hermosos recuerdos.

—Qué

hermosos recuerdos, sin duda —ratifiqué antes de echarnos a reír. Cada vez tenía más claro que no quería estar allí con esa gente que me había detestado toda la vida y que ahora, por mi nuevo estatus, intentaba recuperar el tiempo perdido y olvidar lo mal que me lo había hecho pasar.

Fui a proponerles a David y a Oli que nos marcháramos en los siguientes veinte minutos cuando unos gritos me pusieron en alerta. En el tiempo que tardaba en darme la vuelta, un grupo de chicos y chicas de otros cursos se abalanzaron sobre nuestra mesa con los ojos clavados en mí.

—Perdona, ¿podemos hacernos una foto contigo? —preguntó el primero que llegó a mi lado. Mientras todas las Whopper excepto Elena se apartaban con gesto de desagrado, Oli y David formaron un frente común delante de mí. A unos metros, Sergio también se puso tenso.

—¿Os importa si venís dentro de un rato, que acabamos de llegar? —preguntó mi amiga exhibiendo una sonrisa radiante.

—Solo es una foto —le espetó una chica que reconocí de un curso por encima del nuestro—. Seguro que a él no le importa, ¿a que no, Aarón?

«¿A que no, Aarón?» Era eso a lo que no lograba acostumbrarme por mucho que lo intentara. A que la gente supiera mi nombre. Aarón esto, Aarón lo otro… A la mayoría no recordaba haberles dirigido la palabra ni una sola vez en los quince años que había estado en el colegio, y ahora de pronto era como si hubiera compartido con todos ellos un montón de experiencias vitales.

—No importa, Oli. No te preocupes. —Cuanto antes acabáramos con eso, mejor, pensé. Y ese fue mi error.

En cuanto mis amigos se apartaron, yo quedé sepultado por una marea de chicos y chicas que no se conformaban con un autógrafo, sino que querían que les pusiera dedicatorias en la ropa y hasta en los brazos. Las fotos se sucedían sin orden ni concierto, mientras firmaba, mientras me preparaba para posar, mientras posaba… Fotos con una persona, con dos, con tres, ahora con el grupo entero, ahora conmigo a solas…

La gente me hablaba, me felicitaba, me pedía que cantara algo, que les grabara un vídeo; me preguntaba si me acordaba de ellos, de una vez que me senté a su lado en la función de final de curso, en el comedor o en el autobús escolar; unos eran amigos de mi hermano Leo, otras tenían hermanos que iban a la clase de Esther o de Ali; pronto dejé de atender a lo que me decían y me limité a preguntarme por qué no era capaz de pedir que me dejaran tranquilo y se fueran a tomar viento. Tan acostumbrado estaba a que lo hicieran otros por mí, que había olvidado cómo hacerlo. Además, temía enfurecer a toda esa gente y que las consecuencias fueran incluso peores.

Por suerte, llegó Sergio en ese instante y organizó la fila como mejor pudo, aunque al rato yo ya tenía las pupilas fundidas y la sonrisa gastada. Mientras mi guardaespaldas alejaba a quienes ya habían recibido mi autógrafo, advertí que, sin darme cuenta, habían pasado ya cerca de cuarenta minutos. Todos los chicos de mi clase, excepto Oli y David, se mantenían al margen, observando la escena con diferentes caras de desagrado.

El último grupo de chicas se despidió de mí con dos besos y yo me levanté de la mesa de firmas improvisada con dolor en la mano. Me masajeé la muñeca y me volví hacia mis amigos.

—¿Ya podemos ir a bailar? —preguntó David. Cuando asentí, añadió—: Genial, porque no quiero desaprovechar esta canción.

Y con esas palabras, agarró de la mano a Oli y la arrastró hacia el centro del comedor, donde la gente ya se movía animadamente.

Yo también fui a seguirles cuando Elena me asaltó por la espalda y se puso a bailar detrás de mí, pegando su cuerpo al mío. De manera instintiva, me volví para buscar a Sebas, pero no había rastro de él.

—¡Vamos! —exclamó ella, y terminé de corroborar que ya iba bastante ebria—. Me encanta este temazo.

Le hice un gesto a Sergio para que supiera adónde iba y salí a la pista de baile con la Whopper, que enseguida comenzó a restregarse contra mi cuerpo como un gato cariñoso y sin soltar el vaso. Con las manos se levantaba el pelo y lo dejaba caer en cascada, agitando la cabeza y las caderas.

La gente nos miraba sin disimulo y hasta nos hicieron un hueco en mitad de la pista. Yo, mientras tanto, me limitaba a seguir el ritmo con los pies, rígido como el mármol, olvidando todo lo que había aprendido de Bruno Savadetti e intentando no tocar nada que no debiera.

Acabó la canción y comenzó «La Macarena», y también terminó. Y cuando ya creía que tendría que bailar el «Gangnam Style» delante de todos los ex alumnos, Elena me agarró del brazo y se balanceó peligrosamente hacia delante.

—¡Uau, uau! —exclamé—, ¿estás bien?

Ella fue a decir que sí, pero sintió una arcada y se convulsionó en mis brazos.

—Mierda… —mascullé. Miré a mi alrededor en busca de algún amigo, mío o suyo, pero no vi a nadie—. Vamos a tomar el aire, anda.

Dicho esto, la agarré y la saqué de allí. Al pasar junto a Sergio, advertí que a él también le habían pringado otros profesores para ayudar a un par de chicas que, a saber por qué, se estaban tirando de los pelos entre gritos.

Llevé casi a rastras a Elena hasta el cuarto de baño. En el de chicas oí muchas voces, así que preferí meterme en el de tíos, que parecía vacío, para no dejarla sola y que terminara en el suelo. Además, si alguien la encontraba así, no creo que dijera nada.

La acerqué a uno de los lavabos y abrí el grifo para echarle agua por la cara y la nuca.

—Estoy bien, estoy bien… —mascullaba con el maquillaje corriéndole en chorretones.

Agarré un trozo de papel para limpiarle la cara, pero cuando estaba apartándole el rímel de la mejilla, nuestras miradas se cruzaron, y aunque yo no sentí nada más que lástima, ella debió de creer que estábamos compartiendo un momento muy especial, pues no dudó en acercar sus labios a los míos.

El movimiento fue tan precipitado que ni siquiera pude esquivarla: Elena se agarró con ambos brazos a mi cuello y chocó sus labios contra los míos en un golpe seco. Yo, que no había cerrado ni los ojos, intenté separarme de ella mientras me sujetaba al lavabo para no acabar en el suelo con ella.

Fue entonces cuando mis ojos se cruzaron con los de Sebas… y los de tres amigos suyos, que nos miraban boquiabiertos desde la puerta. Entonces sí que hice un esfuerzo mayúsculo por separarme de Elena e intentar explicarme. Ella, por fin, me liberó y se volvió para encontrarse con la mirada colérica de su novio.

—¡Sebas! —exclamó, parpadeando a cámara lenta. Después esbozó una sonrisa maligna y dijo—: Bueno, ya lo sabes. Te dejo. Por Serafin.

Y fue a girarse para volver a besarme, pero yo la aparté sin ninguna delicadeza y avancé dos pasos hacia Sebas para tratar de que comprendiera que yo no tenía nada que ver con eso. Hasta cometí el error de abrir los brazos para parecer aún más sincero. Solo me dio tiempo a decir:

—Tío, te juro que esto no es… —antes de sentir cómo mi nariz reventaba contra su puño.

Ir a la siguiente página

Report Page