Lily

Lily


Capítulo 27

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Dodie se sumó a la reunión.

—Yo también voy. Todo esto es culpa mía.

—Tú no estabas jugando póquer con el peor tramposo de toda la ciudad.

—Sí estaba jugando, y encima borracha como una cuba. Lily me salvó el pellejo.

Zac miró a Dodie con hostilidad.

—Entonces ven tú también. Las dos, a mi oficina, ¡ya!

Zac aún tenía el corazón desbocado. No se había repuesto de la impresión que le había causado entrar en la cantina y ver a Lily en medio de una partida de póquer, con casi veinte mil dólares sobre la mesa. Solo recordarlo le daba vértigo. La gente se hacía matar por mucho menos dinero.

Ni siquiera sabía que su dulce Lily supiera jugar al póquer.

¿Qué estaba haciendo Lily allí? ¿Por qué cada vez que él se ausentaba o simplemente volvía la espalda su mujer terminaba metida en un lío? Aquella mujer iba a conseguir que tuviera canas antes de cumplir los treinta años. Si antes había tenido alguna duda, ahora todas habían desaparecido. Tenía que alejarla por completo e inmediatamente del local.

Aunque eso significara vender el local.

Esa idea lo había perseguido a lo largo de todo el camino de regreso desde Virginia City, donde había fracasado en su propósito de localizar al maldito Windy Dumbarton.

Cerró la puerta de su oficina. Luego dirigió su mirada hacia Dodie.

—Bueno, quiero oír la historia desde el principio. Supongo que tú fuiste la que le enseñó a jugar al póquer.

—Yo le pedí que lo hiciera —dijo Lily.

—¿Cuándo?

Fue Dodie quien respondió.

—Durante todas esas mañanas y tardes que se pasó sentada aquí esperando a que tú te despertaras. Jugaba horas enteras.

—Quería averiguar qué era lo que resultaba tan fascinante —dijo Lily—, lo que era capaz de manteneros a ti y a tantos otros pegados a la mesa a lo largo de toda una noche. —La chica se acarició el cuello, que notaba muy rígido—. No entiendo cómo eres capaz de jugar hasta la madrugada una noche tras otra. Yo estoy tan cansada que apenas puedo mantener la cabeza erguida.

—Eso es porque son más de las cuatro de la mañana y has estado levantada durante todo el día. Pero nos estamos alejando del tema que me interesa. ¿Qué estabas haciendo aquí?

—Vine a verte. Decidí que era hora de que habláramos.

—¿Y por qué no pudimos hacerlo cualquiera de las veces que traté de verte?

—Porque no estaba preparada.

—¿Y ahora sí estás preparada?

—Sí.

Dodie carraspeó antes de interrumpirles.

—Creo que es hora de que os deje solos.

—No. Omitiremos esa parte de la conversación por el momento —dijo Zac—. Háblame de la partida.

Dodie se explicó.

—Dejé que Chet Lee me arrastrara a una apuesta demasiado fuerte para mí, y además, como ya te he dicho, había bebido. Cuando Lily llegó, me quedé dormida.

—Por lo general tienes más sentido común. Sabes muy bien que Chet te mata si no le pagas.

—No era capaz de pensar, no tenía la cabeza clara.

—Dodie tenía una mano realmente buena —terció Lily—. Esa fue la razón por la que ocupé su lugar. No podía dejar que perdiera.

—Pero ¿por qué seguiste jugando después de esa mano?

—Quería recuperar el dinero de Dodie. Además, tú me dijiste que había que estudiar a la gente, buscar las pequeñas señales que los delatan. Y lo hice y me resultaba fácil saber cuándo tenían una buena mano.

Dodie miró a la joven que la había salvado de la ruina.

—Tuvo la buena idea de que el reparto fuera rotatorio y de cambiar varias veces los mazos para que Chet no los pudiera marcar.

Zac seguía sin comprender lo ocurrido.

—Pero ¿por qué seguiste jugando? Podrías haber perdido mucho dinero.

—No estaba perdiendo. Estaba ganando. Fue divertido. Me gustó ser capaz de ganar a esos hombres, demostrar que no soy una mujercita estúpida. Además, Chet Lee me puso furiosa. Quería quitarle a Dodie y a todo el mundo todo el dinero que pudiera.

Zac sintió que se le partía el corazón. Había esperado demasiado tiempo. Ahora Lily no solo sabía jugar al póquer, sino que le gustaba. Otro desastre del que él, y solo él, era el responsable.

Se pasaba tanto tiempo jugando, insistiendo en que estaba bien jugar constantemente, que Lily acabó creyendo que eso también estaba bien para la esposa de un jugador. La pobre no tenía la más mínima idea de lo que eso podía significar para ella.

—Estaba jugando la última mano cuando llegaste.

—Podrías haberlo perdido todo.

—Lo sé. No sabes lo agradecida que me siento de que hayas llegado tan oportunamente.

—¿Qué habrías hecho si yo no hubiese llegado en ese momento?

—Ganarle.

—¿Y si ese tramposo hubiera intentado atacarte?

—Habría pedido ayuda a los demás.

—Y se la habrían dado —dijo Dodie—. Todos la adoran.

Fue la gota que colmó el vaso. Zac preferiría morirse a permitir que su esposa se convirtiera en la musa de un montón de jugadores. Y ciertamente no iba a permitir que se pelearan por defenderla. Zac casi podía oír lo que diría Rose.

—Está bien, Dodie. Puedes volver al salón, pero quiero hablar contigo antes de que te vayas.

Zac tenía que llegar al fondo de las causas de ese súbito retorno de su amiga a la bebida. Lo preocupaba más de lo que quería admitir.

—Si es acerca de la bebida…

—Lo es, pero hay algo más. Ahora déjanos solos. Lily y yo tenemos mucho de que hablar.

—No vayas a gritarle.

—Probablemente le grite, pero no le voy a hacer daño, si eso es lo que te preocupa.

—Nunca he temido que le hagas daño físico; pero si tienes que gritar a alguien, que sea a mí. Lo que ella hizo esta noche lo hizo por mí. Yo soy la que debe asumir la responsabilidad.

—No te preocupes. Esto no tiene nada que ver con la partida de póquer.

Cuando la otra mujer salió, Lily tomó la palabra.

—Sí tiene que ver con el póquer, y con las demás cosas que tú me has estado prohibiendo.

—Quizá tengas razón, pero todo es culpa mía. Desde el principio debí darme cuenta de que no te podía dejar sola. Fue una estupidez por mi parte. O mejor dicho, fue un acto de puro egoísmo. Yo solo estaba pensando en lo que fuera más cómodo para mí, en lo que perturbara menos mi rutina. Nunca se me ocurrió pensar en ti y en lo que te convenía, ni una sola vez.

—En realidad, pensaste en mí todo el tiempo, porque no hice más que causarte preocupaciones.

—Sí, me preocupaba, pero después de que pasaran las cosas. Nunca antes. Si me hubiese portado como un marido decente, nada de esto habría ocurrido. Pero yo no estaba tratando de portarme como un marido. Solo estaba tratando de que las cosas siguieran tal como estaban. Pero ahora me doy cuenta de que eso es imposible.

—¿Qué quieres decir?

—No pongas esa cara de susto. No es nada terrible. Me he dado cuenta de que estar casados implica mucho más que tratar de engendrar un hijo.

—Lo que dices empieza a sonarme bien.

Zac sonrió. A él también le gustaba. No había podido dejar de pensar en eso desde que la chica se marchó a vivir con Bella.

Además, se sentía raro, rígido, dolorido, por la tensión acumulada durante aquel periodo de abstinencia sexual, que le parecía eterno. En ese mismo instante estaba haciendo un enorme esfuerzo para mantener sus manos lejos de Lily. Pero sabía que, a pesar de lo agradable que era, el sexo no arreglaría lo que no estaba funcionando entre ellos.

Lily parecía ahora tan frágil, tan asustada, tan sola… Zac atravesó la oficina y le agarró las manos.

—A mí también me gusta este cambio de mi manera de pensar, y no tengo intención de rectificar. Pero eso no es todo, hay más…

—¿A qué te refieres?

—Bueno, lo primero que tengo que hacer es sacarte de esta cantina.

—No quiero irme al hotel. Preferiría quedarme con Bella.

—No estoy hablando de ir al hotel ni a la pensión de Bella. Estoy hablando de una casa para nosotros. Un hogar.

Zac vio cómo los ojos de Lily se iluminaron. Qué imbécil había sido por no comprenderla antes. Todas las mujeres que quieren un hogar. Los únicos que pueden pensar que las casas son una carga son los hombres. Para las mujeres, las casas son tan esenciales como la ropa que usan.

—¿Dónde está? ¿Puedo verla?

Zac no pudo contener una sonrisa, casi conmovida. Su chiquilla era adorable cuando se entusiasmaba. Se olvidaba de todo, de que él estaba enfadado con ella, de su horrible matrimonio, de lo ocurrido en el puerto, y la inocencia brillaba como una única estrella en el cielo. En ocasiones así era cuando Zac deseaba poder brindarle el amor incondicional que ella tanto anhelaba. Pero no era capaz de llegar a tanto y no tenía sentido martirizarse por eso. Al menos la amaba lo suficiente como para hacer los cambios necesarios para que Lily fuera feliz.

Y él también.

El apuesto tahúr se había acostumbrado a tenerla cerca. Ella nunca lo aburría. A su lado, ningún día era igual al otro. Ella armaba muchos líos, es cierto, pero, para sorpresa de Zac, a él no le importaba. Y ahora que había tomado una decisión sobre lo que tenía que hacer, sentía que eso tampoco importaba. Al principio había sido muy difícil de aceptar, pero ahora se sentía aliviado al ver lo rápido que se había hecho a la idea.

Zac la besó delicadamente en la nariz.

—Todavía no he escogido ninguna casa. Pensé que te gustaría hacerlo a ti. Podrías pedirle a Fern que te muestre algunas. Me imagino que a estas alturas esa asombrosa mujer ya habrá visto la mitad de las casas de San Francisco.

El entusiasmo de Lily disminuyó de repente.

—¿Y tú no vas a ayudarme a decidir?

—Tengo miles de cosas que hacer aquí. Además, la elección de casa es trabajo de la mujer. Yo no sabría qué mirar, pero Fern sin duda lo sabe. Madison la hace mudarse cada pocos años. Solo te pido que te asegures de que haya mucha agua caliente en el baño.

Zac se sorprendió al ver que la alegría desaparecía completamente del rostro de su mujer.

—No quiero una casa si tú pretendes quedarte aquí.

—No, no me voy a quedar aquí. —Zac se sintió aliviado al ver cuál era la fuente de las preocupaciones de Lily—. Vamos a vivir en el mismo lugar, tú y yo, todo el tiempo.

La chica se relajó a ojos vistas.

—¿Cuándo puedo empezar a buscar?

Zac se rio. No podía entender por qué no había hecho aquello mucho antes.

—Mañana, si quieres, pero hay algo más sobre lo que quiero que hablemos. —Zac la agarró de las manos y la llevó hasta el sofá. Luego se sentaron—. Quiero que nos casemos otra vez.

—¿Cómo?

Lily parecía asombrada. Zac esperaba esa reacción, pues se trataba de una extraña solicitud. Y para colmo de complicaciones, Zac no podía decirle la verdadera razón para celebrar ese segundo matrimonio.

—Quiero que nos casemos en una iglesia.

—¿Por qué? Tuvimos una ceremonia de matrimonio perfectamente aceptable en la taberna.

—Lo sé, pero me siento avergonzado por eso. Si no hubiese estado tan furioso, lo habría hecho todo de forma diferente.

—Supongo que todos debimos comportarnos de otra forma.

—Tal vez, pero no hay razón para que no lo arreglemos. Puedes tener una gran boda en la iglesia, con un vestido blanco y muchas damas de honor. Toda mi familia querrá estar presente. No van a creer que me he casado hasta que lo vean con sus propios ojos. Y tú querrás invitar a tu familia.

Lily sintió que se le partía el corazón.

—Ellos no vendrán.

—Nunca lo sabrás a ciencia cierta si no se lo preguntas. En todo caso, quiero para nosotros la mayor boda que se haya visto en la ciudad.

Lily todavía tenía dudas.

—Puedes pedirle a Fern que te ayude a planearla. Ella no tiene hijas, no suele hablar con otras mujeres de estos asuntos, así que estoy seguro de que le encantará hacerlo.

—Pero me sentiré como una estúpida…

—Podemos invitar a toda la gente de la cantina.

—No, no lo harías.

—Claro que sí. Esas chicas forman parte de mi familia en grado igual que los demás.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

—Completamente seguro. Lo he estado pensando desde hace varios días. Incluso desde hace más tiempo.

—¿De verdad quieres casarte conmigo delante de toda esa gente?

—Desde luego. ¿Qué hombre no querría hacerlo?

—Pero siempre te estoy metiendo en líos.

—Y siempre salimos de ellos. Tú y yo, juntos.

—¿De verdad estás hablando en serio… acerca de estar juntos?

—Sí.

—¿Para siempre?

—Por supuesto.

—¿Estás seguro de que no lo vas a lamentar?

—Seguro.

Y no lo lamentaba. Eso, al menos, era verdad.

—Ahora será mejor que te vayas a la cama. Me sorprende que todavía tengas los ojos abiertos.

—Tengo que volver a casa de Bella.

—Pero estás exhausta.

—Es verdad. Dijiste que estaríamos juntos y creo que deberíamos comenzar ya mismo.

Zac sonrió, pero no se permitió ningún comentario. Si Lily adivinaba lo mucho que él deseaba acostarse con ella, tal vez pensara que esa era la única razón para hacer todos aquellos cambios. Y no lo era, aunque desde luego no iba a rechazar una noche de placer como la que se avecinaba…

Lily yacía despierta en la cama mucho después de que terminaran de hacer el amor. Zac no la amaba. La había abrazado con fuerza y la había besado con ardor, había sido tierno y dulce, apasionado y cariñoso, pero en ningún momento le había dicho que la amaba, ni una sola vez. Nunca se había mostrado tan desinhibido y extrovertido como esa noche, de modo que si alguna vez sus verdaderos sentimientos pudieron escapar a su estricta vigilancia, había sido esa noche.

Pero no lo hicieron, porque no había nada que tuviera que escapar a su vigilancia.

La pobre mujer no lo entendía. Zac estaba haciendo todo lo que había que hacer y sin embargo… ¿Cómo era posible que no la amara? Y si la amaba, ¿por qué no se lo decía?

Siempre llegaba a la misma conclusión. Independientemente de lo fuertes que fueran los sentimientos de Zac hacia ella, no eran lo bastante fuertes. Aquel hombre iba a ser su marido de verdad, le iba a comprar una casa, sería el padre de sus hijos, se haría responsable de todas las necesidades de Lily, pero la verdad era que ella no había sido capaz de llegar al verdadero fondo de sus emociones. Lily sabía que Zac no era insensible, no podía serlo. No había más que ver la forma tan apasionada como se tomaba la vida. ¿Por qué no podía sentir una pasión desbordada por ella? ¿Por qué no podía compartir de verdad con ella su ser y no solo sus posesiones?

Se preguntó si Zac podría amar a alguien de una manera realmente profunda. Tal vez nunca había aprendido a amar porque los demás lo habían hecho todo al revés. Ella misma nunca le había dado tiempo para que buscase en lo profundo de su ser. En realidad, casi lo había obligado a casarse, aunque sabía que no la amaba. Le gustaba, sí, pero no sentía auténtico amor por ella.

Lily solía pensar que tenía suerte de que Zac hubiese aceptado lo ocurrido con tan buen talante y tanta paciencia. Pero ahora sabía que no debería haberse casado con él hasta que la amara tanto que no pudiera pensar en otra cosa. El matrimonio, al final, había llegado antes que el amor. Tal vez Zac pensara que así debía ser.

La hermosa virginiana había comenzado a preguntarse si sería posible que alguien la amara de la manera en que ella quería ser amada. Tal vez estaba buscando una clase de amor que no existía. Ahora que lo pensaba, no sabía si alguna vez llegaría a conocerlo. Sus padres ciertamente no experimentaban esa clase de sentimiento.

Suspiró decepcionada. ¿Cómo era posible que las cosas pudieran estar tan bien y tan mal al mismo tiempo?

Sería tan fácil darse por vencida y aceptar lo que le ofrecían… No era poco, sino mucho más de lo que encontraba la mayoría de la gente. Lily se sintió ingrata. Ciertamente no podía ir a buscar una casa y comenzar a planear una boda y luego cambiar de opinión. Tenía que tomar una decisión definitiva y tenía que hacerlo pronto.

Pero primero tenía que aclarar si estaba o no estaba embarazada.

Zac estaba echado en la cama, con la mirada fija en el techo. Le satisfacía la forma en que habían salido las cosas. Solo la mentaba no haber podido hallar a Windy Dumbarton. Le disgustaba mucho que ese primer matrimonio no estuviese registrado. Era como un dedo acusador que continuamente le apuntara en secreto, una espada de Damocles. Un día alguien lo averiguaría y su vida se convertiría en un infierno.

Sin embargo, no lamentaba en absoluto la idea de repetir la ceremonia en una iglesia. Aquella lamentable boda medio furtiva era una de las muchas cosas que había hecho en la vida que ahora le avergonzaban. No quería repetir los mismos errores. Tenía la firme intención de ser más responsable en el futuro.

Sonrió en la oscuridad de la habitación. La idea de responsabilidad siempre le había parecido detestable. Hizo cuanto pudo para evitarla. Sin embargo, de la noche a la mañana se había convertido en responsable de una esposa y una taberna llena de mujeres. Eso no era lo que tenía en mente cuando emprendió su camino en la vida, y le sorprendía estar tan contento de ver que las cosas fueran así.

Miró a Lily, que yacía dormida junto a él. Era difícil entender por qué había marcado de forma tan tremenda su vida. No era la misma persona, aunque no creía que fuera esencialmente distinto. Seguramente otros pensaban que sí había cambiado. Pero eso no le importaba. Como decía Monty, al casarse, un hombre tenía que aprender a hacer muchas cosas de manera distinta a la que hasta entonces le parecía normal.

Monty estaba loco por Iris. Le gustaría sentir eso mismo por Lily. A veces se sorprendía al ver lo fuertes que eran sus sentimientos, pero siempre le parecía que se quedaban cortos en comparación con la pasión absoluta que veía en sus hermanos.

Tal vez simplemente no fuese capaz de sentir esa clase de amor. Su padre nunca había amado a nadie, solo a sí mismo. Entraba dentro de lo posible que uno de ellos terminara siendo como aquel maldito desgraciado que tuvieron por progenitor. Ojalá no hubiera salido a su padre. Debería haber sido Madison quien se pareciese a él, pues para eso era frío como un pez en todo, menos en lo referente a Fern. Si alguien decía una sola palabra que molestara a su esposa, era mejor que empezara a hacer testamento de inmediato.

Zac envidiaba a sus hermanos por ser capaces de amar así. Al principio, no quería amar profundamente. Luego, cuando lo intentó, no pudo. Suponía que amaba a Lily, pero no se trataba de ese sentimiento desbordado que quisiera ofrecerle. Estaba seguro de que el amor desmedido podía ser terriblemente incómodo a veces, pero cualquier cosa que convirtiera a Jeff en un ser humano debía tener algo de maravilloso.

Sabía que Lily lo amaba con todo su corazón y se sentía culpable por no poder corresponder a sus sentimientos de la misma manera. Ella merecía ser amada y adorada, sentir que al menos para una persona ella era la criatura más importante del universo.

Pero ¿qué estaba diciendo? ¡Sin duda Lily era la persona más importante del universo para él! Por tanto, al parecer, la amaba. No sentía que la tierra se moviera bajo sus pies ni que su corazón amenazara con pararse; solo estaba enormemente complacido y feliz. Se dijo que eso de ver rayos y centellas, levitar, estremecerse y todas esas cosas no estaban hechas para él. Nunca experimentaría la felicidad ni la agonía de una gran pasión. Desde luego, le decepcionaba, pero no tenía sentido llorar por lo que no se podía cambiar.

Tal vez no podía ofrecerle a Lily un fuego abrasador, pero le daría todo lo demás, muchas, muchísimas cosas, para que no tuviera tiempo de darse cuenta de que faltaba algo. Y, si tenía suerte, terminaría por aprender a amarla tanto como ella lo amaba a él.

Madison miró a Zac como si se hubiese vuelto, loco.

—¿Me estás pidiendo trabajo?

—Sí. Odio los ranchos, así que eso descarta a los gemelos y a George. No quiero tener nada que ver con los hoteles de Tyler, aunque Daisy fuera capaz de soportar mi presencia en la misma habitación durante más de cinco minutos, y no trabajaría con Jeff ni aunque mi vida dependiera de ello. Quedas tú. Me dije que como somos muy parecidos, lo más probable es que nos entendamos bien.

—Pero, joder, creí que la cantina era toda tu vida. La última vez que hablé contigo, dijiste que…

—Ya sé lo que dije, pero en ese momento no estaba casado. ¿Puedes imaginarte a una de tus estiradas matronas examinando a Lily en una exclusiva fiesta? y preguntando: «¿En qué trabaja tu esposo, querida?». La pobre tendría que decir: «Dirige un salón de juego en Barbary Coast».

Madison se rio entre dientes.

—Pagaría mil dólares por ver eso.

Zac se puso en guardia.

—No quiero que mi esposa sea el blanco de tus burlas ni de las de nadie. Ella tiene que tener un marido respetable, alguien de quien se pueda sentir orgullosa. —Tragó saliva y luego se lanzó de cabeza al agua—. Por eso voy a vender el salón y voy a dejar de jugar.

Madison se quedó observando a su hermano menor durante un buen rato. Luego se levantó, abrió un gabinete, sacó una botella de coñac y sirvió un poco en un vaso que le ofreció a Zac.

—Toma, bébete esto y luego repite lo que acabas de decir.

Zac sonrió e hizo un gesto con la mano para rechazar el vaso.

—Supongo que esto es un poco inesperado.

—Es una sorpresa monumental. ¿Ya se lo has contado a George?

—No. Estoy esperando, para hablarle de la boda y el trabajo al mismo tiempo.

—La boda, es verdad… Fern me contó que vas a celebrar la boda otra vez. ¿Estás seguro de que eso es conveniente?

—Sí. Si no hubiera sido un asno egoísta, todo esto se podría haber evitado, pero lo fui y… en fin, que sí es adecuado, sí.

Madison se tomó el coñac y luego se recostó en la silla.

—Te daré un trabajo. Siempre pensé que se te darían muy bien los negocios. Tienes el instinto y las cualidades que se necesitan. En todo caso, el mundo de los negocios se parece mucho al del juego, aunque es más respetable.

—Y en él se manejan mayores cantidades de dinero.

—Mucho más altas. —Madison se puso serio—. ¿Te das cuenta de que te voy a exigir mucho? No puedes esperar privilegios solo porque seas mi hermano.

—No quiero privilegios. Daré lo mejor de mí. Si fracaso, intentaré cualquier otra cosa por mi cuenta.

Madison sacudió la cabeza con incredulidad.

—De no haber estado sentado aquí mismo, jamás creería que pudiera haberse producido esta conversación. Tienes que traernos de visita a esa mujercita tuya. Tengo que ver a la dama que ha sido capaz de ponerte las cadenas. ¿Tiene noción de lo endemoniado que eres?

—Lo grande del asunto es que, por más que se lo digo yo y se lo dice todo el mundo, piensa que soy casi perfecto. Estuvo a punto de agredir a la esposa del predicador por criticarme.

—¿Y está bien de la cabeza?

Zac se rio.

—Está tan loca como Fern.

—Con que sea la mitad de buena que Fern, has encontrado más de lo que mereces.

—He encontrado mucho más de lo que merezco, sin duda.

El oscuro recibidor de Bella no era el escenario adecuado para recibir una noticia como la que acababan de darle a Lily.

Julie Peterson parecía muy confusa.

—No puedo entender por qué Ezequías quiere casarse conmigo, pero jura que quiere hacerlo.

—Estoy segura de que Ezequías sabe lo que hace. —En realidad, Lily pensaba que tal vez Ezequías estaba cambiando. Aunque estaba claro que se gustaron desde que se conocieron, sin duda había seguido pensando que Julie era una pecadora, una descarriada. El Ezequías que conoció en Salem nunca habría pedido matrimonio a una mujer dudosa.

—Pero él es un ministro de Dios y yo he trabajado en una cantina.

—A Ezequías no le importa eso. —Aunque su antiguo pretendiente se dejara influenciar por los demás de vez en cuando, Lily nunca había dudado de la pureza de su corazón.

—Pero a otra gente sí le va a importar. No podría resistir que alguien dijera cosas horribles sobre él por culpa mía. ¿Te imaginas lo que dirá la señora Thoragood?

—A él no le importará y a ti tampoco debe importarte.

—No puedo dejar de preocuparme. No me creo capaz de ser la esposa de un ministro de Dios.

—No te preocupes. Ya aprenderás. Ezequías te ayudará, y Dios hará lo demás.

—No sé, no sé. ¿Te importaría que te preguntara algunas cosas? Tú ya sabes todo lo que hay que saber.

Lily casi se rio al pensar en la ironía de aquella situación. Ella, que sabía todo lo que había que saber para ser la esposa de un predicador, se había casado con un jugador.

Y Julie, que había encontrado refugio en una taberna, quería casarse con un ministro del Señor. Sin duda el destino les había gastado una buena broma a las dos.

—Haré lo que pueda para ayudarte. ¿Cuándo os casáis?

—No lo sé. Le dije a Ezequías que teníamos que esperar un año.

—¿Por qué quieres esperar tanto?

—Es un paso muy grande para los dos. Tengo que estar segura de que puedo hacerlo. Y para Ezequías tampoco va a ser fácil. Algunas congregaciones no me van a aceptar, estoy convencida.

—¿Por qué no iban a aceptarte? Lo único que van a ver es a una linda esposa joven y a su devoto marido.

—Ezequías dice que se quiere quedar en San Francisco. Quiere ayudar a mujeres jóvenes, tal como hace Zac.

—Creo que eso es maravilloso. Ahora, te sugiero que vayas a buscar a Ezequías y le digas que realmente no quieres esperar un año entero.

—¿Crees que no debo hacerlo?

—Creo que un mes será más que suficiente.

—Tienes que prometerme que vendrás a la boda. No puedo pensar en casarme y que tú no estés allí presente. Nada de esto habría ocurrido si tú no me hubieses rescatado de las garras de aquel hombre.

Mientras se despedían, Lily se consoló pensando que al menos había salido algo bueno de todas las tonterías que había hecho a lo largo de los últimos meses. Julie podía pensar en su boda con la certeza de que su marido la amaba.

Lily la envidió por eso.

Cada vez le cabían menos dudas de que estaba embarazada. Su periodo siempre llegaba con absoluta regularidad y nunca se demoraba más de uno o dos días. Pero ahora llevaba dos semanas de retraso.

Tendría que haber sido uno de los momentos más felices de su vida. Ella quería ser la esposa de Zac más que cualquier otra cosa en el mundo. Quería ser la madre de sus hijos. Sin embargo, cada día se pasaba horas enteras tratando de no llorar.

Estaba atrapada. Ya no se trataba de ella, de lo que quisiera o no quisiera hacer. Tenía que pensar en su hijo. Esa criatura necesitaría un padre. Ella no tenía derecho a negarle el privilegio de crecer junto a sus dos padres. Además, Lily sabía lo que Zac pensaba acerca de los niños sin padre.

No podía seguir indecisa. Ni siquiera podía considerar la posibilidad de abandonar a Zac. Tenía que quedarse. Tenía que ser su esposa. Y la ponía furiosa el hecho de que esa decisión le diera ganas de llorar. Estaba portándose como una estúpida. Zac era todo lo que una mujer podía desear en un marido: atractivo, rico, decidido a hacer todo lo necesario para complacerla. Lily se recordó por enésima vez que no podía culpar de su situación a nadie sino a ella misma. Sabía que Zac no la amaba cuando se casó con él.

Era una gran suerte que él ahora pareciera feliz y ansioso por ser su marido. Zac había cambiado toda su vida por ella. No era posible que tuviera dudas. Solo ella quería algo más.

Pues bien, ya era hora de que dejara de portarse como una chiquilla y afrontara la realidad de que era una joven muy afortunada. Con un noventa y nueve por ciento de relación casi perfecta, era una tontería pensar siquiera en rechazarlo todo por el uno por ciento que faltaba.

Lily se sentó a escribirle a Zac una carta en la que pensaba decirle que había estado portándose como una idiota durante las últimas semanas. Que estaba encantada de casarse con él en la boda más grande que se hubiese realizado en todo el país, si él quería. Que se sentía orgullosa de ser su esposa y deseaba que todo el mundo lo supiera.

Sabía que esa carta lo llevaría a buscarla enseguida, pensando que esa rendición era sospechosa. Pero Lily también sabía que tendría tiempo para controlar sus sentimientos y parecer la mujer más feliz del mundo.

Se lo debía a Zac…

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