Lexie

Lexie


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En un segundo, la vida puede cambiarte para siempre.

En un momento, estás celebrando porque tienes una excelente propuesta profesional y al otro, estás en la cama de un hospital, expuesta a la pesquisa de una doctora, buscando rastros de semen y huellas que identifiquen al degenerado que abusó de ti.

              ¿Cuál fue su motivo? No lo sé, pero de lo que sí estoy segura es de cómo me siento; como un cristal que se fragmentó en trocitos y estoy segura que nada podrá recomponer nunca.  

—Lexie, mi amor. Háblame. —insiste mi madre pero no puedo hacerlo. La escucho, la veo, pero no siento nada, ni siquiera dolor. Estoy muerta o cerca de estarlo.

—Lo mejor es que le pongamos un sedante para que descanse. —dice el médico.

Ojalá se pase de dosis y no despierte jamás.

—Cariño, estaré fuera con Maison y Less. Te amo. —susurra y me besa la frente.

¿Cómo puede amarme? ¿Cómo después de esto?

Despierto en medio de la oscuridad y grito tan fuerte que me zumban los oídos. Siento como si estuviera quemándome en carne viva y no hay agua que apague este infierno.

La luz se enciende y veo la silueta de mi padre frente a mí. Su rostro grita dolor, impotencia… tristeza.

—Cuqui, estoy aquí. 

—Quiero a mamá. Vete.

No sé qué me pasa, no sé porqué lo alejo, pero, en este momento, no quiero que esté aquí.

—Mi amor —murmura derrotado— No me alejes, Lexie. No me excluyas, mi pequeña.

—Quiero a mamá. —repito sin mirarlo.

—Está bien, preciosa.

—¡NO ME DIGAS PRECIOSA. ¡NUNCA MÁS! —le grito y pierdo el control. Golpeo mis muslos con los puños cerrados y él se derrumba. Sus ojos se bañan en lágrimas y me siento tan culpable por hacerle esto. Soy como una plaga inmunda en un pastizal que contamina todo.

—Papá —murmuro cuando logro salir de la crisis— dame tiempo. ¿Si?

—Perdóname. Perdóname por no llegar a tiempo. Perdóname por no cuidarte como prometí. Nunca, jamás dudes de mi amor, Lexie. 

—Lo sé. —mascullo.

Mi padre sale de la habitación y me tumbo en la cama, fijando la mirada al techo. Me pierdo en su color blanco y comienzo a soñar que nada de esto pasó.

Less aparece en el umbral de la puerta y camina temblorosa hasta mí.

—¿Dónde está mamá?

—¡Oh mi Dios, Lexie! Todo es mi culpa, debí ser yo, no tú. —murmura llorando en mi pecho. A ella es la única que le permito tocarme, porque ella lo comprende, porque ella sabe cuán vacía me siento.

—No vuelvas a repetir algo así ¿Me escuchas? Nunca digas  eso de nuevo. —le exijo. Ninguna debió pasar por esto pero prefiero haber sido yo y no ella.

—¿Dónde está mamá? ¿Por qué no viene?

—Ella… se complicó con el embarazo y Hanson nació hace una hora.

—¿Están bien? Dime que lo están. Le pregunto y comienzo a desconectar el suero de mi brazo para levantarme.

—Lo están, Lexie. Los dos están bien. —dice bajando la cabeza.

—No llores, chispita. Hanson hizo de este día uno mejor. —le digo y tuerzo los labios a un lado con una sonrisa.

Si tengo que fingir que estoy bien para que ellos sean felices, lo haré. Aunque mi alma esté tratando de reunir los pedazos esparcidos dentro, fingiré que nada pasó.

La policía me interroga a la mañana siguiente y les doy los detalles que recuerdo del maldito hombre, que son pocas. No tengo un rostro para describir pero reconocería esa voz sin mucho esfuerzo si la escuchara de nuevo.

Me levanto dolorida de la cama y hago un esfuerzo para sonreír. Less me acompaña al baño y me ayuda a ponerme un vestido floreado largo que me cubre los pies; fue el que le pedí.

Mi hermana sofoca un grito con la mano cuando me ve desnuda; debo ser un espanto de piel rota y muchos cardenales. 

—Se ve peor de lo que parece, chispita. —murmuro sin enfrentar mis ojos al espejo que está detrás de ella.

—Lexie, sé que lo que yo sentí no se compara con lo que tú viviste pero tienes que saber que siempre, siempre, te amaré sin importar lo dolida, triste y desesperanzada que estés. Eres mi otra mitad. —musita y me echo en sus brazos a desahogar el llanto que vengo acumulando desde ayer.

Pasé dos días en el hospital, hasta que al fin me dieron el alta. Todos vamos de camino a casa, inclusive el pequeño Hanson, quien no requirió incubadora, por suerte.

Papá conduce el auto y Less lo acompaña delante; mamá, el bebé y yo, vamos detrás.

—¿Quieres cargarlo?

—Mejor no, mamá. Se ve que está a gusto contigo. —le digo con mi perfecta cara de aquí no ha pasado nada.

Él viene a ser esa calma después de la tormenta; con él podrán ver la luz que llega tras el amanecer de una noche oscura y triste. 

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Es un bonito lugar, con una linda vista de la costa de Miami. Me gusta el sofá negro de cuero y la decoración vanguardista por la que optó la doctora Jensen, mi psicóloga desde hace cinco semanas.

—Lexie ¿Pudiste mirarte al espejo esta mañana?

—No lo intenté.

—¿Por qué?

—Porque no necesito hacerlo, para eso tengo a Less.

—No has cooperado en nada de lo que te he pedido. ¿Cómo quieres superar esto si no lo haces?

—¿Superarlo? ¿EN DÓNDE COMPRASTE TU LICENCIA? —le grito y me levanto de su estúpido sofá.

—Lexie, es difícil. Lo sé. Pero debes intentarlo al menos.

—¿Lo sabes? ¿Sabes lo que se siente que abusen de ti? ¿Qué desgarren tu piel por el simple hecho que a un degenerado le provocó? ¿Qué tus sueños se derrumben? ¿Qué no puedas abrazar a tu padre porque comparte el mismo sexo que el maldito que te violó?

No digas que lo sabes.

No lo sabes.

 

 

 

 

Capítulo 2

 

COVENT GARDEN–LONDRES

2 AÑOS DESPUÉS

 

 

 

Doy varios giros, apoyándome en la pierna izquierda, y trabajando con la derecha el estirado y recogido en cada vuelta; ejecutando un perfecto Fouetté en Tournant[6].

Llevo varias horas ensayando para la presentación de invierno del Royal Opera House de Covent Garden y los pies me están matando, pero me gusta; el dolor físico me recuerda que sigo viva, que aquel hombre no me destruyó por completo.

Finalizo con un fondu,[7] con el brazo derecho extendido al aire y el mentón elevado, mirando hacia los ojos negros, severos... intensos de Damián, mi maestro de Ballet.

—Eso estuvo mucho mejor pero aún falta, Lexie. —murmura.

Viniendo de él, es un gran halago.

Asiento y me voy a los vestidores para cambiarme de ropa. Soy bailarina de la compañía de Ballet Real desde hace casi dos años y me he esforzado mucho para lograr obtener el papel principal de la obra. Debería estar muy feliz por ello. Debería.

—¿Lo disfrutas, verdad? —me habla Thifany, una de mis compañeras de baile. Es pelirroja y tiene unos impactantes ojos verdes; es hermosísima y una excelente bailarina pero es una perra.

—¿De qué hablas? —murmuro mientras me meto en unos pantalones de tubo en tono turquesa.

—Convertirte en la nueva consentida de Damián. —habla mientras se coloca brillo labial en su boca venenosa.

—No me hagas reír, Thifany. Él no quiere a nadie; es un despiadado sin corazón. —replico.

Me pongo una jersey blanca, luego mis botas de invierno marrones, y salgo de los vestidores. No pienso perder mi tiempo con conversaciones sin sentido. 

El invierno está en pleno apogeo y tomé mis previsiones con una chaqueta de cuero corte imperio; me encanta usarla y en Miami no podía darle rienda suelta a mi estilismo.

Cierro la cremallera de mi chaqueta, me pongo unos guantes a juego y salgo fuera del estudio de ballet, ubicado en Floral Street, a tres cuadras del pequeño loft que alquilé, y muy cerca del Teatro, donde será la presentación.

—Lexie, espera. —grita Paul desde la entrada, mi pareja de baile en Romeo y Julieta.

Lo espero en la acera y él se acerca trotando hasta aquí.

—Sé que no acostumbras a salir de fiesta y que estás concentrada en los ensayos pero, me preguntaba, ¿Quisieras ir conmigo mañana al cumpleaños de Itzel? Es cerca de Mercer Street y no nos tomará más de un par de horas. —pregunta animado.

Él me cae bien, es el único latino en la compañía y, desde que llegué  aquí, ha sido muy amistoso y sobretodo respetuoso. Admiro eso en un hombre. Pero no, gracias. 

—Lo siento, ya tengo una cita ese día. —me excuso y él asiente sin insistir. 

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Me descalzo los pies, sentada en mi cama, y me tumbo boca arriba con las manos en el estómago; estoy tan agotada. La presentación está a escasos días y no he podido descansar más de cuatro horas seguidas en una semana. No me quejo, llevo años trabajando por un papel como este.

Miro la hora en mi móvil y marca las ocho de la noche. En casa son las tres de la tarde así que tengo que esperar tres horas más para hablar con Less. Siempre me llama a las once, hora de Londres.

Miro a un lado y me traslado a mi habitación en Miami; Intenté recrear los mismos aspectos decorando todo con blanco, aunque las vistas desde aquí no incluyen la orilla de la playa, sino edificios con paredes de ladrillos, unos más altos que otros.

En comparación con mi pequeña habitación, este piso es enorme. Tiene una linda cocina con gabinetes empotrados y una encimera de mármol con cuatro sillas altas, muy modernas. Todo en color blanco, por supuesto.

Lo que más me gusta, es que tiene dos grandes ventanales por donde se cuela la luz del sol en las mañanas, iluminando el amplio espacio que dejé libre para practicar mis pasos de ballet.

Le envío un mensaje a mamá diciéndole que ya estoy en casa y que le dé a papá un beso de mi parte; ha estado enfermo estos últimos días y tuvieron que cancelar su vuelo a Londres. Es una lástima, tenía tantas ganas de verlos; han pasado seis meses desde la última vez.

Reposo el móvil sobre mi pecho y me quedo ahí, acostada en la cama, como si las horas no trascurriesen. Desde aquel veinte de septiembre, para mí el tiempo es relativo; a veces vuela, y en otras se detiene, como esa noche.

A pesar de los meses de terapia, al cerrar los ojos, todo se recrea en mi mente como una película de terror. Trato de esperar que el cansancio extremo me trastoque antes de intentar dormir, pero eso a veces tampoco funciona.

Ver la mirada de tristeza en los ojos claros de mi padre me terminó de partir el alma. Me alejé de él, dejé de ser su dulce nena y me convertí en esto, en alguien que no puede mirarse al espejo sin ver devastación detrás. En alguien que le impidió  abrazarme  por miedo a llenar su alma de la oscuridad que se instaló en cada parte de mí aquella noche. 

Construí un muro de autoprotección y terminé encerrada dentro sin puertas ni ventanas.

Papá: Hola, cariño. Hayley me dijo que me mandas un beso; yo te envío miles de regreso. Te amo, mi Cuqui. Nunca lo olvides.

Me llevo las manos al pecho y lloro con amargura; deseando tenerlo en frente para decirle que yo también lo amo, que me perdone por impedirle que me abrazara aquella noche para consolarme. 

El móvil comienza a sonar con la estrofa final masquearade[8] y sé de inmediato que es Less. Aún faltan para las once. ¿Será que algo va mal?

—Cuqui ¿Estás bien? —habla justo al activar la video llamada.

—Sí ¿Por qué lo preguntas?

—¿De verdad me vas a mentir? Siento lo que sientes ¿Recuerdas?

—Solo estoy agotada y triste porque no vendrán, es todo. ¿Cómo ves a papá?

—Tumbado en la cama. Sabes cómo son los hombres de dramáticos. No es la gran cosa. 

—¿No es la gran cosa? Estás mintiendo, Less. Sé cuando lo haces. Dime la verdad o compraré un boleto directo a Miami.

—Si te lo digo ¿Me prometes quedarte en Londres?

—¡LESS!

—Lexie… papá sufrió un infarto. 

—¡Oh mi Dios! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Cuándo pasó? ¿Está bien?

—Lexie. Él está bien, te lo juro. No queríamos que te angustiaras por ello.

—Ponlo al teléfono. ¡AHORA!

—No puede, tiene una especie de aparato. Le están haciendo un estudio de holter o algo así y le prohibieron los teléfonos. 

—Dile que lo amo y que estaré mañana en casa.

—No, Lexie. Haz tu presentación. Gánate esos aplausos, lo mereces. Papá me matará si se entera que te lo dije.

—Igual estarás muerta cuando llegue allá. —cuelgo la llamada y busco mi portátil en la encimera de la cocina para comprar un boleto a primera hora a Miami.

¿Cómo se les ocurre ocultarme algo así?

El móvil vuelve a sonar pero esta vez con la tonadilla de mamá. Corro a  la cama a buscarlo y respondo con la voz agitada.

—¿Le pasó algo a papá? 

—No cariño, él está más duro que un roble. Less me dijo que quieres regresar pero no quiero que eches a un lado todo el empeño que le estás poniendo a tu sueño. Te costó mucho hacerlo realidad y no permitiré que nada lo vuelva a truncar.

—Mamá es que… sé que es mi culpa. Todo lo que le pasa es por mí. Yo… le rompí el corazón. —balbuceo conteniendo el llanto.

—Lexie, no digas eso. Él lo entiende.

—No, mamá. Él no puede entender algo que ni yo misma entiendo. Él solo me pidió un abrazo, uno solo, y no pude… me fui de Miami y le rompí el corazón.

—No amor, lo que le rompe el corazón es saber que te lastimaron, que no pudo defenderte. Tú padre quiere cargar con todas las culpas siempre y un solo corazón no puede resistir tantas penas.

—Nunca había necesitado tanto un abrazo de él como esta noche, mamá. Me hace tanta falta.

—Y tú a mí, cuqui.

—¡Papi!

—Maison, el doctor dijo…

—A la mierda el doctor, mi bebé me necesita. Activa la videollamada. —sonrío y me seco las lágrimas para que no me vea triste. Quiero que cuando lo haga, su corazón se llene de felicidad.

—Mi amor ¿Estás bien?

—Papi. Prométeme que seguirás ahí cuando vuelva a casa. Prométeme que nunca me dejarás.

—Mi  amor, te prometo que este corazón seguirá latiendo mientras tu sonrisa ilumine mis días. Depende de ti, Lexie. ¿Puedes regalarme una hermosa sonrisa?

—Todas las que quieras. Dibujaré miles si con eso sigues conmigo. Te amo.

—Y yo ti mi pequeñita. Ningún estúpido infarto me alejará de ti.

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Dan dos toques a la puerta temprano en la mañana y levanto la cabeza de la almohada. No sé en qué momento me quedé dormida pero creo que es la primera vez, en estos últimos dos años, que duermo más de cinco horas seguidas.

Camino, envuelta con la frazada, y grito ¿QUIÉN? sin abrir la puerta. 

—Tu pequeño cascanueces. —responde una voz masculina. Es el tonto de Mark.

—¿Acaso te despertaste hoy con la hora de España?

—Lexie ¿Me vas abrir algún día?

—No. Seguiré durmiendo.

—Traje comida.

Desbloqueo la puerta y dejo entrar al vecino del piso de abajo, el causante de mis constantes idas al gimnasio.

—Ahora si hablamos el mismo idioma. Espérame en la cocina.

Corro a buscar ropa limpia y me meto en el baño para vestirme. Es la desventaja de vivir en un loft, no hay mucha privacidad que se diga.

Salgo poco después, usando unos vaqueros, una camiseta gris y mis Converse. Mark ya ha dispuesto el desayuno en la encimera y me uno al banquete.

—Tú, castaño con rizos rebeldes, acabarás por arruinar mi carrera profesional con toda esta comida pero, el verdadero problema aquí es que no sé si comenzar por el beicon tostado, los huevos, las salchichas o el maravilloso late de Starbucks.

»Me has metido en un lío.

—¡Estás tan loca! —dice sacudiendo la cabeza a los lados.

Conocí a Mark el treinta de octubre, el día que llegué a la ciudad. Él es un artista plástico, muy bueno la verdad. Adoro sus pinturas abstractas; hasta he colgado un par en mi saloncito de ensayo, ambas en blanco y negro.

Quizás su anatomía delgada no deje suspirando a las mujeres a su paso pero Mark es muy lindo. Para cualquiera sería fácil enamorarse de sus ojos marrones, de su perfecta mandíbula triangular o de esos rulos castaños que caen libres en su rostro. 

—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —me pregunta al sentir mi mirada fija en él.

—No, solo estaba pensando en que ya es hora de que te vayas enamorando de alguien más. —le digo y sorbo una gran cantidad de café.

—Lexie… no vuelvas con eso. Sabes que mi corazón está ocupado por una castaña de ojos celestes… te quiero a ti.

—No deberías. No mereces a alguien como yo, Mark. —me bajo de la silla, con el café en las manos, y me alejo hasta el ventanal del apartamento.

—Eso no lo decides tú, Lexie. Te quiero  y nada lo puede cambiar. —susurra detrás de mí.

—No sabes de lo que hablas. Es mejor que te vayas. —le pido sin poder enfrentar sus ojos. Mark se acerca un poco más y pone su mano en el hombro. Cierro los ojos y me repito que es solo mi amigo, que no me hará daño, pero enseguida comienzo a temblar; tanto que el café se me resbala de las manos.

El líquido caliente me quema la piel, traspasando mis vaqueros,  pero no me muevo. No me quejo siquiera.

—Lo siento, Lexie. Es que…

—Déjame sola, por favor. —le pido y escucho el sonido de sus pasos alejándose hacia la salida.

He hablado cientos de veces de esto con mi terapeuta y no logro controlarlo. No puedo soportar que ningún hombre me toque fuera del escenario. Según ella, mi mente no asocia el ataque con el baile, pero que lo explique no significa que lo comprenda.

Lo que más me duele es que pueda bailar con cualquiera sin sentir pánico, pero no pueda abrazar a mi padre; al único hombre que jamás me haría daño.

«----»

El ensayo de hoy fue mucho más exhaustivo, exigente… agotador. No tengo ganas ni de caminar pero me obligo a hacerlo para no darle el gusto a Thifany de verme derrumbada en el suelo, aprovecharía cualquier gesto de debilidad en mi contra.

—Lexie, otro de tus admiradores dejó un enorme ramo de rosas. Hazte cargo. —demanda Damián pasando por mi lado.

Camino hasta la entrada del estudio de ballet y veo el dichoso ramo de rosas rojas sobre una mesita alta de madera que está en una esquina. Odio que me envíen flores. Solo son una sarta de millonarios aduladores que se creen amos y señores del mundo desde sus estúpidos Penthouse. Ya he tenido suficiente de sus florecitas.

Salgo del estudio y el cielo está oscuro; no me di cuenta que era tan tarde. Toco el bolsillo externo de mi chaqueta para asegurarme que mi arma de defensa personal esté en su lugar y doy un suspiro antes de comenzar a andar a mi apartamento.

Repaso en mi mente cada paso del baile mientras camino; lo uso como distracción. Solo faltan dos cuadras más y estaré a salvo en mi refugio. Al menos es un avance, antes no podía salir en la noche sin temblar. 

El anuncio luminoso del Starbucks me invita a entrar y no dudo en hacerlo; me he vuelto adicta a su café. Sacudo mi pie en el suelo mientras espero mi turno en la fila. Tengo de paciencia lo que Less de buen gusto en la moda.

—Vale la pena la espera. —susurra una voz detrás de mí. Ignoro su comentario y doy un paso al frente; es mi turno. Pido mi expreso y susurro bajito mi nombre, para que ningún entrometido lo escuche.

—Lexie. —dice el cajero mientras lo escribe.

¡Perfecto!

—Lindo nombre. —insiste en hablarme el sujeto detrás de mí.

Me giro, dispuesta a gritarle las veinte al estúpido que quiere arruinar mí noche con sus impertinencias, pero enmudezco al ver sus ojos azules fijos en mí.

¿Por qué me mira de esa forma tan… penetrante?

Paso de él, sin decirle nada, y salgo fuera de la cafetería con el corazón acelerado. Miro a los lados, sintiéndome desorientada, y tomo una bocanada de aire para tranquilizarme. Solo fueron unos segundos, pero me sentí vulnerable ante sus ojos. No entiendo porqué.

—Lexie, espera. —Es él de nuevo.

Corro sobre la acera y no me detengo hasta llegar a mi edificio. Con manos temblorosas, saco las llaves del bolso y meto la correcta en el cerrojo. Los frenos de un auto chillan en la calle y me paralizo, como siempre me pasa cuando tengo mucho miedo; como aquella noche.

—No quiero hacerte daño, Lexie.

Vete. Vete, por favor. No me lastimes.

«Enfrenta tus miedos, Lexie. Cuando estés en una situación de riesgo, si tienes que gritar, grita; si tienes que correr, corre, pero haz algo».

Eso me dice siempre mi terapeuta y espero que dos años con ella hayan servido para algo.

Doy dos pasos al frente y me lleno de coraje para exigirle que dé marcha atrás, que se aleje de mí. Pero sus palabras borran cualquier vestigio de determinación.

—Eres tan preciosa. —dice al tiempo que se acerca a mi posición.

Mi labio inferior comienza a temblar y toda la ira contenida en mi alma se traslada a mi mano derecha. Saco el gas pimienta de mi bolsillo y lo rocío en su rostro con toda la intención.

El sujeto, de nombre desconocido, grita y se lleva las manos a los ojos. Es mi momento de huir y corro adentro. Subo los dos pisos en largas zancadas y me meto en mi apartamento. Paso los tres seguros de la puerta y me deslizo hasta al suelo con las manos en mi pecho, tratando de reducir los latidos acelerados de mi corazón.

Cierro los ojos y lo único que veo es a ese tipo, con la mirada fija en mí. Grabé su rostro en mi memoria como una fotografía. Me juré jamás olvidar uno, es vital para identificar a un agresor.

Mi móvil comienza a sonar con Final Masquerade[9] y lo respondo al instante.

—Lexie ¿Estás bien?

—Sí. — me levanto del suelo, sin soltar el móvil, y camino hasta la cama.

—Estás muy asustada ¿Qué te pasa?

—Un hombre me siguió, Less. Estaba aterrada pero le vacíe el gas pimienta en los ojos. —me siento en la cama con las piernas cruzadas, escuchando el bombardeo de preguntas que me lanza mi gemela.

—Estoy bien, chispita. Estoy dentro de mi apartamento pero ahora ese hombre sabe dónde vivo.

—¿Cómo era? ¿Pudiste detallarlo?

¿Qué si lo hice? Pudiera dibujarlo.

—Era muy alto, casi del tamaño de papá. Cabello castaño, ojos celestes, mandíbula cuadrada. Por su porte, imagino que tiene bastantes músculos y usaba un traje a la medida de Armani. Conducía un Porshe negro y me miraba como si quisiera desnudarme el alma.

—¡Oh mi Dios! Acabas de describir a un hombre de ensueño.  ¿Por qué lo atacaste?

—Te acabo de decir que me siguió.

—Lo sé pero ¿Te hizo daño? ¿Te tocó?

—No.

—¿Y entonces?

—Me dijo la palabra con “P”

—¿Perra?

—No, la otra “P”. La que no puedo escuchar.

—Cuqui… quizás solo quería alagarte. No es su culpa.

—Me importa un bledo. El tipo es uno de esos estúpidos con grandes números en sus cuentas. Un prepotente que solo buscará una cosa, llevarme a la cama.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—¡LESS!

—Lo siento… es que quiero que te enamores, que seas feliz… que vivas.

—Soy feliz, chispita. No necesito más que el amor de ustedes.

—Todos necesitamos esa otra clase de amor, Lexie.

—Espera ¿Por qué estamos hablando de amor? No, peor aún ¿Desde cuándo tú hablas de amor?

—Conocí a un hombre. Es… perfecto. Creo que lo amo. —balbucea.

—¿Cuándo pasó eso?

—Ayer. Lo conocí en un partido de fútbol y conectamos enseguida.

—Ya, ya. Es otro más del montón. —mascullo y presiono mi hombro contra mi rostro para sostener el móvil mientras  me quito las botas.

—¡No! Él es distinto. Es dulce pero varonil. Además, besa como un dios. Y esos músculos ¡Oh mi Dios! Mejor ni te digo porque comienzo a calentarme.

—No tienes remedio. Iré a darme una ducha y tú, pórtate bien con ese pobre hombre.

—Se llama Adam.

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