Lenin

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LA LUCHA POR EL PARTIDO » 13. El choque de 1905

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Los meses que van de noviembre de 1906 a enero de 1907 son dedicados casi enteramente a esa campaña política. Lenin escribe simultáneamente en su periódico que se publica en Vyborg y en un semanario bolchevique camuflado, publicado en San Petersburgo. Al mismo tiempo redacta folletos que son editados y difundidos por una editorial montada por Krassin y cuya existencia legal tolera la policía de la capital sin que se sepa muy bien por qué. Mantiene con San Petersburgo un enlace estrecho e ininterrumpido. Han puesto a su disposición un correo especial que todas las mañanas se traslada a Kuokalla para tomar sus órdenes y llevarle los periódicos rusos. Ese correo, un obrero bolchevique que abandonó su fábrica para entregarse totalmente a sus deberes de militante, contó más tarde sus impresiones de la primera entrevista con el patrón:

«Al llegar a Kuokalla me presento en la dirección indicada. Nadejda Konstantinovna me recibe en la antesala. Me anuncia. Aparece Vladimir Ilich. Llevaba una camisa rusa sin cinturón. Se veía que acababa de levantarse de su mesa de trabajo. Pasamos a una pequeña pieza que servía de comedor. En una mesita estaba servido el desayuno: pan blanco y negro, queso de Holanda, mantequilla. La cafetera estaba colocada sobre un samovar. Estaba allí una muchacha finlandesa que se ocupaba de la cocina. Nos sentamos todos a la mesa... Vladimir Ilich comía asombrosamente poco; hablaba sobre todo. Después de beber el café se levantó. «Tendrá que esperarme un poco, camarada S. —me dijo—. Tengo que terminar mi artículo.»

El camarada S. estaba encantado y muy orgulloso de la misión que le había correspondido. Cuando le interrogaban sobre lo que hacía, contestaba en tono misterioso: «Ahora soy edecán de un general.» Pero por nada del mundo consentía dar el nombre de éste. El «general» le tomó cariño, le prestaba folletos marxistas y lo llevaba a algunas reuniones. Un día, al regresar de una asamblea en la que un sabio socialdemócrata se había puesto a explicar al auditorio las teorías del filósofo alemán Wilhelm Ostwald, el camarada S. preguntó a Lenin: «Dígame, Vladimir Ilich, ¿qué es exactamente esa filosofía de Ostwald? El camarada Rojkov la ha explicado muy extensamente, pero yo no he comprendido nada.» «No es más que un galimatías —declaró Lenin—, y no vale la pena atiborrarse el cerebro. No hay más que una sola filosofía para el proletariado.

El marxismo.»

Por fin, el 30 de abril comenzó en Londres, en la Iglesia de la Fraternidad, la misma a la que antaño había llevado Lenin a Trotski a escuchar un sermón socialista, el Congreso del partido, el quinto. Trescientos treinta y seis delegados estaban presentes en representación, además de las «alas» derecha e izquierda, de los tres grandes partidos nacionales recientemente admitidos. Los bolcheviques rusos eran 105, contra 97 mencheviques. Contando los votos polacos y letones que tenía conseguidos, Lenin tenía la mayoría asegurada. La mesa directiva, integrada por cinco miembros, se componía de un bolchevique (Lenin), un menchevique (Dan), un polaco, un letón y un bundista, lo que ofrecía un indicio bastante exacto de la relación de fuerzas: tres contra dos.

Trotski, que acababa de salir de la cárcel, estaba presente. Quería reclutar a ciertos elementos revoltosos de los bundistas y de los polaco-letones para formar una especie de centro que pudiera convertirse en árbitro del Congreso. No lo logró. Hubo justas oratorias entre él y Lenin que parecen haber impresionado profundamente a los asistentes. Lenin se impuso claramente. El «delegado» de la agencia extranjera del departamento de la policía, un pretendido doctor «diplomado de la Universidad de Berlín», el camarada Jitomirski, que militaba, a su manera, en las filas del partido socialdemócrata ruso desde 1902, lo comprueba en su informe. Revela, además, sentir gran admiración por Lenin. «Es el orador más brillante del Congreso —escribe—. Ha adoptado el punto de vista revolucionario más extremista, habla con una fogosidad extraordinaria y entusiasma hasta a sus adversarios. Ha destrozado magistralmente todos los argumentos y todas las justificaciones de los mencheviques y ha pulverizado a Trotski y a su centro.»

El Congreso terminó con la victoria de Lenin: la resolución adoptada incitaba al partido a sostener una lucha implacable contra todos los moderados en general y contra los constitucional-demócratas, a denunciar todas sus tentativas para ponerse al frente del movimiento campesino. En cuanto a los llamados partidos de «izquierda» (socialistas-revolucionarios, laboristas, populistas, etc.) se consideraba posible una entente para organizar un asalto simultáneo contra el zarismo y contra la burguesía liberal. Fue nombrado un nuevo Comité central, de mayoría bolchevique. «Por primera vez —cuenta Stalin— ví a Lenin en posición de vencedor. Recuerdo la insistencia con que pedía a los delegados: en primer lugar, no nos entusiasmemos, nada de fanfarronerías; en segundo lugar, consolidemos la victoria; en tercer lugar, trabajemos para aniquilar definitivamente al adversario, ya que por el momento ha sido batido, pero no todavía abatido.»

Personalmente, Lenin se sentía completamente agotado por el esfuerzo realizado: en esas últimas semanas se había excedido física y moralmente. El reverendo A. Baker, que tuvo la curiosidad de asistir a una sesión del Congreso, celebrado en su iglesia, lo vio «con la cara pálida, los ojos apagados y las manos temblorosas». Krupskaia escribe: «Después del Congreso, Vladimir Ilich se sentía sumamente fatigado, estaba muy nervioso y no quería comer.» Le obligó a ir a descansar a una pequeña playa finlandesa donde uno de sus amigos poseía una casa. Lenin se dejó llevar. Parecía cansado, deprimido; se pasaba los días durmiendo debajo de un árbol. Los niños de la aldea vecina lo apodaron la marmota. Su mujer, que se apresuró a reunirse con él, logró reanimarlo, haciéndole dar largos paseos por los alrededores, a pie o en bicicleta, y proporcionándole la ocasión de encontrarse con amigos, con quienes jugaba a las cartas o al ajedrez. La señora Ulianov había venido de Moscú para pasar unas cuantas semanas a su lado. Al cabo de un mes, Lenin había recuperado todas sus fuerzas y estaba preparado de nuevo para la lucha. La situación política acababa de agravarse bruscamente: la segunda Duma había sido disuelta el 3 de junio. Había que prepararse para las elecciones de la tercera. ¿Qué actitud iba a adoptar el partido socialdemócrata? Repitiendo sus argumentos del año anterior, Lenin se pronunciaba también ahora contra el boicot. Pero ahora eran muchos los bolcheviques que se negaban a seguir a su jefe por ese camino, por estimar que nada se podía sacar de la misma suerte que las dos anteriores. El nuevo Comité central se había dividido: siete miembros votaron por el boicot y seis en contra. Se convocó una conferencia en Terioki para el 8 de julio. Se celebró en una posada. Pero Lenin apenas si tuvo tiempo para tomar la palabra: el dueño del establecimiento llegó e invitó a todo el mundo a salir, diciendo que no quería tener líos con la policía.

Afuera llueve a cántaros. No hay local. Deciden afrontar la lluvia e ir a continuar la sesión al bosque. Pero no pudieron aguantar mucho tiempo así; se separaron citándose para dentro de ocho días. Volvieron a reunirse el 14 de julio en una villa privada. Ningún incidente alteró ahora la sesión. Se escuchó el informe de Lenin, favorable a una participación en las elecciones: era necesario, estimaba, utilizar la tribuna legislativa para poder dirigirse al país en una época en que la prensa socialdemócrata está obligada a refugiarse de nuevo en la clandestinidad. Algunos «boicoteadores» trataron de defender su tesis. Pero la resolución propuesta por Lenin fue adoptada finalmente por 33 votos contra 30. También en esta ocasión asistió un policía a los debates y también aquí se reveló un ferviente admirador de Lenin. «En un discurso notable —escribe en su informe—, el orador demostró, con calor y con convicción, todo el acierto de su posición táctica.»

El 16 de julio, Lenin fue designado por el nuevo Comité central, en el que tenía la mayoría, para formar parte de la delegación rusa al séptimo Congreso de la Internacional que iba a celebrarse en Stuttgart el 5 de agosto.

El partido socialdemócrata ruso estaba representado por 37 delegados, de los cuales sólo diez recibieron voz deliberativa. El Congreso reunió un total de 884 delegados que representaban a veinticinco naciones. Lenin, invitado a formar parte de la mesa directiva, no apareció en la tribuna, acaparada por las grandes figuras del socialismo internacional, y no se destacó con intervenciones personales. Trató, con ayuda de Rosa Luxemburgo, que formaba parte de la delegación polaca, de convocar a una reunión particular a aquellos miembros del Congreso que, como marxistas revolucionarios, acababan de expresar su oposición a la táctica oportunista de sus jefes. Muy pocos delegados contestaron a su llamamiento y esa tentativa no dio resultado. Cuando el Congreso abordó la discusión de la resolución propuesta por Bebel sobre la actitud de los socialistas en caso de guerra, Lenin presentó, junto con Rosa Luxemburgo, una enmienda que especificaba que si estallaba la guerra el deber de los socialistas era no sólo tratar de detenerla, sino también de «utilizar la crisis creada por la guerra para acelerar la quiebra de todo el régimen capitalista». Rosa Luxemburgo fue quien tomó la palabra ante el Congreso para defender esa enmienda, que fue adoptada con gran disgusto de Bebel, el cual lamentó amargamente haber permitido que el Congreso concediera demasiados votos deliberativos «a países tan atrasados como Rusia».

El Congreso terminó el 10 de agosto y Lenin regresó a Kuokalla. Se quedó allí hasta finales de noviembre, escribiendo artículos, participando en las conferencias del partido y preparando la edición de una recopilación de sus escritos titulada En doce años. El libro, apenas publicado, fue prohibido por el Gobierno, quien mandó recoger todos los ejemplares. Se ordenó llevar a Lenin ante los tribunales. La policía rusa logró descubrir su asilo y varios gendarmes aparecieron en los alrededores de la villa. Se trasladó al balneario de Oglbu, pero tampoco allí se sentía seguro. Y, además, era imposible seguir publicando el periódico en Vyborg. La mano de Stolypin se dejaba sentir duramente, hasta en Finlandia. Se decidió que Lenin reanudaría la publicación del periódico en el extranjero. Bogdanov y otro miembro del Comité central, Dubrovinski, se reunirían con él en breve para secundarlo en esta tarea. En la noche, después de una caminata agotadora sobre un hielo que crujía bajo sus pies, Lenin cruzó la frontera sueca. Por segunda vez se abría ante él el camino del exilio.

 

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