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La juventud de Lenin » Capítulo XV. Las etapas del desarrollo

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CAPÍTULO XV

LAS ETAPAS DEL DESARROLLO

Reconstruyamos las etapas más importantes de la biografía del joven Lenin poniendo como fondo el desarrollo del país. Una comarca perdida a orillas del Volga. La generación de los esclavistas y de los esclavos de ayer, todavía con vida. La ofensiva de la Narodnaia Volia. El atolladero político de los años ‘80. En la familia patriarcal y unida de un funcionario crece Vladimir, se educa, forma su inteligencia, sin desasosiegos ni trastornos. La voz de la crítica despierta en él sólo en las postrimerías de sus estudios del gimnasio, después de la muerte del padre, y se dirige al principio contra las autoridades escolares y la Iglesia. La inesperada muerte del hermano mayor le abre los ojos sobre las cuestiones de política. Su participación en una manifestación estudiantil es la primera respuesta a la ejecución de Alejandro. La tentación de vengar al hermano mayor adoptando el mismo método que éste, debió agudizarse singularmente por esos días. Pero sobreviene el período más sombrío, 1888, durante el cual es imposible hasta pensar en el terrorismo. La reacción no sólo salva a Vladimir físicamente; también lo empuja por el camino del estudio profundo de la teoría.

Los años de aprendizaje revolucionario: Vladimir comienza en Kazán la lectura de El Capital. La asimilación de la teoría marxista del valor no significa para él una ruptura con la tradición de la Narodnaia Volia: también Alejandro era partidario de Marx. Primero en Kazán, luego en Samara, Vladimir se pone en contacto con revolucionarios de la generación precedente, principalmente de la Narodnaia Volia, en calidad de alumno atento, a decir verdad, predispuesto a la crítica y a las verificaciones, pero no como adversario. Si a pesar de su mentalidad revolucionaria, suficientemente puesta de manifiesto, tanto por la elección de sus relaciones como por la dirección de sus intereses intelectuales, no adhirió, por esos años, a ningún grupo político, esto demuestra, sin margen de error, que aún no tenía credo político, ni siquiera el de un joven, sino únicamente que lo buscaba. Sin embargo, sus búsquedas arrancaban de la tradición de la Narodnaia Volia, que dejó una huella sensible en su evolución ulterior. Ya militante marxista, Vladimir mantuvo durante varios años una actitud de simpatía hacia el terrorismo individual, que lo distinguía netamente de los demás jóvenes socialdemócratas y constituía una indudable marca del período en que las ideas marxistas se amalgamaban en su conciencia con sus simpatías por la Narodnaia Volia.

Desde la primavera de 1890 hasta el otoño de 1891, la atención de Vladimir es casi enteramente acaparada por la preparación de los exámenes. El arduo estudio de las ciencias jurídicas se agregó, en cierto modo desde afuera, al proceso de elaboración de su concepción del mundo. Naturalmente, no hubo una interrupción total. En las horas de recreo, Vladimir leía a los clásicos marxistas, se reunía con sus amigos, intercambiaba ideas. E incluso en el dominio de la escolástica jurídica verificaba y confirmaba por el método de los contrarios, sus ideas materialistas. Pero este trabajo crítico se efectuaba, asimismo, sólo en los momentos libres. Las cuestiones y las dudas no resueltas debían ser diferidas hasta que llegaran horas de mayor libertad. Vladimir no se apresuraba a definirse. He aquí una confirmación indirecta pero interesante: a principios de 1891, los dos «jacobinos» de Samara no perdían aún las esperanzas de atraer a Ulianov a sus filas, y, por consiguiente, no lo consideraban como una figura política definida.

A fines de 1891, Vladimir recibió su diploma y, de este modo, se enfrenta a un dilema. La tribuna judicial no podía menos que seducirle. Según su hermana, pensaba seriamente, en este período, en ejercer la abogacía, «que podría procurarle más tarde medios de vida». Sin embargo, la renovación política del país y asimismo el curso de su propia evolución lo enfrentaban con otras tareas que lo reclamaban por entero. Las vacilaciones no duraron mucho tiempo. La profesión de abogado debió dar lugar a la política y se transformó en un camuflaje temporario para ésta.

Un febril trabajo jurídico de año y medio dejó muy atrás la primera etapa del aprendizaje revolucionario y tornó su pensamiento más independiente respecto del pasado reciente, dominado por la marca de Alejandro: así se crearon las condiciones necesarias para una audaz liquidación del período transitorio. El invierno del año del hambre debía ser el momento de establecer un balance definitivo. La progresión gradual del desarrollo espiritual no excluyó los saltos bruscos, desde el momento en que éstos fueron preparados por acumulaciones anteriores en la conciencia.

La formación de la personalidad revolucionaria de Vladimir por una parte reflejaba y por otra adelantaba un viraje en las simpatías teóricas de la intelligentsia provinciana de izquierda. Los grupos de la juventud de Samara comenzaron a interesarse vivamente por la doctrina marxista a partir de 1891, o sea justamente durante la catástrofe del hambre. Se vio entonces a un buen número de cazadores correr en persecución del primer tomo de El Capital\ pero la mayoría, según Semenov, fracasaban en el intento desde el primer capítulo. Conversaron sobre los secretos de la dialéctica. En el jardín municipal, a orillas del Volga, sentados en un banco al que llamaban «marxista», discutían ardorosamente sobre la tríada hegeliana[88].

La intelligentsia de la generación de más edad, en Samara, entró en efervescencia. Sus dos grupos, el moderado y el radical, que habían convivido pacíficamente en la esfera de las ideas recibidas y pagado un tributo de estimación a Marx —a quien por otra parte no conocían—, consideraron a los primeros socialdemócratas rusos como el producto de un nefasto malentendido. Los más sinceros en su indignación eran los viejos deportados, que introducían a orillas del Volga sus opiniones tradicionales, perfectamente conservadas bajo el riguroso clima siberiano.

La fisura política se convirtió fácilmente en una brecha irreparable. Vladimir ya no ahorró los sarcasmos a propósito de los lloriqueos populistas: los marxistas, al parecer, «no quieren al mujik», «ellos se regocijan con la mina de la aldea», etcétera. Pronto aprendió a despreciar la sustitución del análisis de la realidad por lecciones de moral y salmos sentimentales. Las lágrimas literarias, sin aportarle nada al mujik, nublaban los ojos de la intelligentsia y le impedían divisar la ruta que se abría ante ella. Los conflictos cada vez más inexorables con los populistas y los militantes de la cultura escindieron poco a poco a la intelligentsia radicalizada de Samara en dos campos beligerantes y dieron un tono violento a las relaciones personales. No es asombroso que sean los últimos dieciocho meses, durante los cuales Vladimir salió a la luz, los que matizaran los recuerdos de los contemporáneos sobre el período de Samara en su conjunto. El joven Lenin, tal como llegara en mayo de 1889 a Alakaievka, en calidad de futuro propietario rural y tal como partiera de Samara en el otoño de 1893 es así siempre presentado como un único e idéntico revolucionario marxista: se excluye de su vida lo que constituía su elemento esencial: el movimiento.

P. Lepechinsky, aproximándose esta vez a la realidad, escribe sobre la preparación de Lenin en Samara: «Hay razones para creer que ya en 1891 había trazado las líneas generales de su concepción marxista del mundo». «En las cuestiones de economía política e historia —confirma Vodovosov—, asombraban la solidez y variedad de sus conocimientos, especialmente en un hombre de su edad. Leía corrientemente en alemán, francés e inglés, ya conocía bien El Capital y la copiosa literatura marxista (alemana)… Se declaraba marxista convencido…». Este bagaje probablemente hubiera bastado a una docena de individuos; pero el joven, severo consigo mismo, se juzgaba insuficientemente preparado para el trabajo revolucionario y no sin razón: en la cadena que une la doctrina con la acción le faltaban algunos eslabones importantes. Los hechos hablan por sí mismos: si Vladimir se hubiese creído completamente armado en 1891 no hubiera podido permanecer todavía dos años enteros en Samara.

La hermana mayor afirma, es cierto, que Vladimir fue retenido en la familia por el cuidado de su madre, que luego de la muerte de Olga había reconquistado a sus hijos con su valor y su ternura. Pero, evidentemente, esta explicación no basta. Olga murió en mayo de 1891; Vladimir no se apartó de su familia hasta agosto de 1893, más de dos años después. Por atención para con su madre podía diferir las obligaciones revolucionarias algunas semanas o algunos meses, en tanto que la nueva herida permaneciese aún demasiado abierta, pero no durante dos años. En sus relaciones personales, sin exceptuar a la madre, no tenía un sentimentalismo pasivo. Su vida en Samara no dedicaba prácticamente nada a la familia. Si Vladimir tuvo la suficiente constancia como para quedarse tanto tiempo apartado de la gran arena es únicamente porque sus años de aprendizaje no estaban todavía concluidos.

En lo sucesivo, al lado de las obras fundamentales de Marx y de Engels y de las publicaciones de la socialdemocracia alemana ocupan cada vez más lugar en su escritorio las compilaciones rusas de estadística. Comienza sus primeros trabajos personales para dilucidar la realidad rusa. Entre los objetos de su estudio, el materialismo histórico y la teoría marxista del valor se convierten ahora para Vladimir en instrumentos de orientación política. Estudia a Rusia como escenario de lucha, y observa el reparto en el país de las principales fuerzas combatientes.

Disponemos, para determinar la etapa más importante en la evolución de Vladimir Ulianov, de un testimonio absolutamente inapreciable, sobre el cual, sin embargo, los biógrafos oficiales, porque está en contradicción con la leyenda, cierran habitualmente los ojos. En una hoja de encuesta del partido, en 1921, el mismo Lenin ha indicado como fecha de su iniciación en la actividad revolucionaria: «1892-93. Samara. Círculos ilegales de la socialdemocracia». De esta fecha dada por un testigo irreprochable por su exactitud, resultan dos conclusiones: Vladimir no participaba en el trabajo político de los círculos de la Narodnaia Volia, de otro modo hubiera indicado este período en la hoja de encuesta; Vladimir no se hizo definitivamente socialdemócrata hasta 1892, de otro modo hubiera emprendido antes la propaganda socialdemócrata. Las objeciones y las dudas encuentran así su solución definitiva. Por imparcialidad, indicaremos que uno de los investigadores soviéticos, colocado por sus funciones a la cabeza de la historiografía de mausoleo —nos referimos a Adorasky[89], el actual director del Instituto Marx-Engels-Lenin— llega, en la cuestión que nos interesa, a una conclusión casi idéntica a la nuestra: «Durante los últimos años en Samara, 1892-93 —escribe con toda la circunspección indispensable—, Lenin era ya marxista, aunque algunos vestigios del espíritu de la Narodnaia Volia subsistiesen todavía en él (una opinión particular sobre el terrorismo)». Ahora podemos decir definitivamente adiós a la divertida leyenda según la cual Vladimir, «repentinamente», condenó el terrorismo en mayo de 1887, el día en que se enteró de la noticia de la ejecución de Alejandro.

Las etapas arriba indicadas de la formación política del joven Lenin encuentran una confirmación quizás un poco inesperada, pero muy viva, en su biografía de jugador de ajedrez. Durante el invierno de 1889-90, Vladimir, según relata su hermano menor, «se consagraba más que nunca al ajedrez». Estudiante expulsado al que no se admitía en ninguna de las universidades, revolucionario en potencia, sin programa ni dirección, buscaba en el ajedrez una salida a la pujante inquietud de sus fuerzas interiores. El período siguiente, de un año y medio, fue ocupado por la preparación de los exámenes y el ajedrez pasó a segundo plano. Recuperó un puesto sobresaliente cuando, después de haber obtenido su diploma, Vladimir vacilaba sobre la elección de su profesión y se ocupaba poco de los asuntos judiciales, pero por el contrario había encontrado en su tutor a un contrincante de primera categoría. Un año y medio más o menos de preparación y el joven marxista se sintió ya armado para la lucha. A partir de 1893, Vladimir Ilich juega cada vez más raramente al ajedrez. Se puede confiar sin temor en los testimonios de Dimitri sobre este punto: él mismo, ardiente aficionado, seguía con mirada atenta la pasión de su hermano por ese juego.

En Kazán, en busca de un auditorio, Vladimir intentó hacer partícipe de las primeras ideas extraídas de la lectura de Marx a su hermana mayor. La tentativa no tuvo continuidad y Ana pronto perdió el rastro de los estudios científicos de su hermano. Ignoramos cuando se procuró el primer tomo de El Capital. De cualquier modo, no fue durante su breve estadía en Kazán. Posteriormente, provocaba asombro la capacidad de Lenin para leer velozmente, captando al vuelo lo esencial. Pero él había desarrollado esta cualidad, sabiendo, cuando era necesario, leer muy lentamente. Empezando en cada nuevo terreno por construir sólidos cimientos, trabajaba como un concienzudo albañil. Conservó hasta el final de su vida la capacidad de releer varias veces un libro o un capítulo indispensable y significativo. Sólo apreciaba verdaderamente los libros que era necesario volver a leer.

Nadie, desgraciadamente, ha contado cómo siguió Lenin la escuela de Marx. Se han conservado tan sólo algunas impresiones superficiales y aun muy incompletas. «Pasaba días enteros —escribe Iasneva— estudiando a Marx, redactando resúmenes, copiando extractos, tomando notas. Era entonces difícil distraerlo de este trabajo». Sus resúmenes de El Capital no se han conservado. Sólo basándose en sus cuadernos de estudios de los años posteriores puede uno reconstruir el trabajo del joven atleta sobre Marx. Ya en el colegio secundario, Vladimir empezaba invariablemente sus composiciones con un plan acabado, para desarrollarlo enseguida con argumentos y citas. En este procedimiento de creación se expresaba una cualidad que Ferdinand Lasalle ha denominado correctamente la fuerza física del pensamiento. En el estudio, si no se trata de una repetición mecánica, hay también un acto creador, pero del tipo inverso. Hacer el resumen del libro de otro es poner al desnudo el esqueleto lógico, despojándolo de las pruebas, ilustraciones y digresiones. Vladimir avanzaba por el difícil camino con tensión apasionada y regocijante, resumiendo cada capítulo leído, a veces una sola página, meditando y verificando la estructura lógica, las transiciones dialécticas, los términos. Al internalizar el resultado, se asimilaba el método. Ascendía los peldaños del sistema de otro como si lo edificase de nuevo. Todo iba a alojarse sólidamente en este cerebro maravillosamente dispuesto bajo la potente cúpula del cráneo. Lenin no se apartó nunca más, en todo el curso de su vida, de la terminología político-económica rusa que había asimilado o elaborado en el período de Samara. Y no sólo por obstinación —aunque la terquedad intelectual fue una de sus características esenciales— sino porque desde sus años juveniles había efectuado una elección severamente calculada, meditando cada término en todos sus aspectos, hasta que éste se insertaba en su conciencia abarcando todo un ciclo de conceptos. Los dos primeros tomos de El Capital fueron los manuales fundamentales de Vladimir en Alakaievka y en Samara; el tercer tomo no había aparecido aún: el viejo Engels estaba entonces poniendo en orden el borrador de Marx. Vladimir había estudiado tan bien El Capital, que sabía, todas las veces que recurría a este libro, descubrir en él nuevas ideas. Desde el período de Samara había aprendido, según una expresión que se le ocurrió más tarde, a «consultar» con Marx.

Ante los libros del maestro, la impertinencia y la burla abandonaban a este espíritu sediento de saber que era capaz en grado sumo de emocionarse de gratitud. Seguir el desarrollo del pensamiento de Marx, experimentar su presión irresistible, descubrir, bajo las frases incidentales o las notas, las galerías laterales de las deducciones, convencerse cada vez más de la justeza y de la profundidad del sarcasmo e inclinarse con reconocimiento ante un genio despiadado consigo mismo: esto llegó a ser para Vladimir no sólo una necesidad sino también un placer. Marx no tuvo mejor lector, más atento y fiel, ni mejor discípulo, más perspicaz y agradecido.

«El marxismo no era en él una convicción, era una religión», escribe Vodovosov: «En él… se percibía ese grado de convicción que… es incompatible con el conocimiento realmente científico». No hay otra sociología científica que aquella que deja intacto al filisteo el derecho de vacilar. A decir verdad, Ulianov, confiesa Vodovosov, «se interesaba mucho en las objeciones efectuadas contra el marxismo, las estudiaba y reflexionaba sobre ellas», pero todo esto «no en busca de la verdad» sino para descubrir tan sólo en las objeciones un error «de cuya existencia estaba de antemano persuadido». Hay, en esta caracterización, algo de cierto: Ulianov había tomado posesión del marxismo como de una deducción que procedía de la evolución anterior del pensamiento humano; no quería, habiendo alcanzado el grado superior, descender al inferior; defendía con indomable energía lo que había meditado y verificaba cotidianamente; y consideraba con desconfianza preconcebida las tentativas de ignorantes jactanciosos y de mediocres eruditos por reemplazar el marxismo con otra teoría más cómoda.

En el terreno de la tecnología o de la medicina, la rutina, el diletantismo y las hechicerías son, con justicia, despreciados. En el terreno de la sociología se los presenta a cada instante como las manifestaciones de la libertad del espíritu científico. Aquél para quien la teoría no es sino un entretenimiento del espíritu pasa fácilmente de una revelación a otra, o, más a menudo todavía, se satisface con una migaja de cada revelación. Infinitamente más exigente, más severo y más equilibrado es aquél para quien la teoría es una guía para la acción. Un escéptico de salón puede burlarse impunemente de la medicina. El cirujano no puede vivir en la atmósfera de las incertidumbres científicas. Cuanta más necesidad tiene el revolucionario del apoyo de la teoría para la acción, más intransigente es en salvaguardarla. Vladimir Ulianov despreciaba el diletantismo y aborrecía a los curanderos. En el marxismo, él apreciaba, por encima de todo, la autoridad disciplinada del método.

En 1893, aparecieron los últimos libros de V. Voronsov (V. V.) y de N. Danielson (Nikolaï-on). Los dos economistas populistas demostraban, con una obstinación digna de envidia, la imposibilidad del desarrollo burgués de Rusia justamente en la época en que el capitalismo ruso se aprestaba a tomar vuelo de modo particularmente tumultuoso. No es probable que los marchitos populistas de entonces hayan leído las tardías revelaciones de sus teóricos con tanta atención como el joven marxista de Samara. Ulianov no necesitaba conocer a los adversarios sólo para refutaciones literarias. Buscaba, ante todo, una certidumbre íntima para la lucha. Es cierto que estudiaba la realidad con espíritu polémico, dirigiendo ahora todas sus deducciones contra el populismo que se sobrevivía a sí mismo; pero a nadie le fue nunca tan ajena la polémica pura como al futuro autor de veintisiete tomos de escritos polémicos. Necesitaba conocer la vida tal como es.

Cuanto más de cerca abordaba Vladimir los problemas de la revolución rusa y más aprendía de la lectura de Plejanov, lo imbuía una estima tanto mayor hacia el trabajo crítico efectuado por éste. Los recientes falsificadores de la historia del bolchevismo hablan de una «generación espontánea del marxismo en el pueblo ruso, fuera de una influencia directa del grupo de la emigración y de Plejanov» (Presniakov) —habría que agregar: y del mismo Marx, el emigrado por excelencia— y hacen de Lenin el fundador de este «marxismo» doméstico, verdaderamente ruso, del cual debía proceder posteriormente la teoría y la práctica del «socialismo en un solo país».

La doctrina de la generación espontánea del marxismo, como «reflejo» directo del desarrollo capitalista de Rusia, es de por sí una execrable caricatura del marxismo. Los procesos económicos no se reflejan en la conciencia «pura» que habría conservado toda su ignorancia natural, sino en la conciencia histórica, enriquecida con todas las conquistas del pasado humano. La lucha de clases de la sociedad capitalista pudo conducir al marxismo, a mediados del siglo XIX, únicamente gracias al hecho de que había encontrado completamente elaborado un método dialéctico como culminación de la filosofía clásica alemana, de la economía política inglesa de Adam Smith y de David Ricardo, de las doctrinas revolucionarias y socialistas francesas, edificadas a partir la Gran Revolución. El carácter internacional del marxismo reside por consiguiente en las fuentes mismas de su nacimiento. El acrecentamiento del poderío de los kulaks en las orillas del Volga y el desarrollo de la metalurgia en los Urales eran absolutamente insuficientes para permitir alcanzar, con total independencia, el mismo resultado científico. No por casualidad el Grupo de la Emancipación del Trabajo nació en el extranjero: el marxismo ruso vio la luz no como un producto automático del capitalismo ruso, al mismo tiempo que el azúcar de remolacha o de la tela de algodón que destiñe (para los cuales, por otra parte, hubo también que importar las máquinas), sino como una combinación compleja de toda la experiencia de la lucha revolucionaria rusa con la teoría del socialismo científico nacida en Occidente. Sobre los cimientos construidos por Plejanov se educó la generación marxista de los años ‘90.

Para apreciar el aporte histórico de Lenin no hay verdaderamente necesidad de presentar las cosas como si desde sus años juveniles hubiera tenido que limpiar, con su propio arado, una tierra virgen. «Casi no existían obras de conjunto —escribe Elisarova, después de Kamenev y otros—: él tenía que estudiar las obras de primera mano y construir sobre ella sus deducciones». Nada podría ofender más a la alta conciencia científica de Lenin que decir que él no tuvo en cuenta los trabajos de sus antecesores y de sus maestros. No es verdad que al comienzo de los años ‘90 el marxismo ruso no poseyera obras de conjunto. Las publicaciones del Grupo de la Emancipación del Trabajo constituían ya una enciclopedia abreviada de la nueva tendencia. Luego de seis años de lucha brillante y heroica contra los prejuicios de la intelligentsia rusa, Plejanov proclamó, en 1889, en el Congreso Internacional Socialista de París: «El movimiento revolucionario ruso no puede triunfar sino como movimiento obrero revolucionario. No hay ni puede haber para nosotros otra salida». Estas palabras contenían la más importante visión general de toda la época precedente y es sobre esta generalización de un «emigrado» que Vladimir Ulianov se educaba a orillas del Volga.

Vodovosov dice en sus memorias: «Lenin hablaba de Plejanov con profunda simpatía, principalmente respecto del libro Nuestras diferencias». La simpatía debía expresarse muy vivamente para que Vodovosov haya conservado recuerdos de ella durante más de treinta años. La fuerza principal de Nuestras diferencias reside en el hecho que las cuestiones de la política revolucionaria están tratadas en ese libro en ligazón indisoluble con la concepción materialista de la historia y con el análisis del desarrollo económico de Rusia Las primeras manifestaciones de Ulianov en Samara contra los populistas se asocian, de este modo, íntimamente con su calurosa apreciación sobre el trabajo del fundador de la socialdemocracia rusa. Después de lo que le debía a Marx y a Engels, Vladimir reconocía, ante todo, a Plejanov.

A fines de 1922, Lenin escribía incidentalmente sobre el comienzo de la década del ’90: «El marxismo ruso como tendencia, comenzó a ampliarse yendo al encuentro de la tendencia socialdemócrata proclamada mucho antes en la Europa occidental por el Grupo de la Emancipación del Trabajo». En estas líneas, que resumen la historia del desarrollo de toda una generación, se halla incluida una parte de la autobiografía del mismo Lenin: habiendo empezado por la tendencia marxista, como doctrina económica e histórica, se convirtió, por influencia de las ideas del Grupo de la Emancipación del Trabajo —que sobrepasaba en mucho el nivel alcanzado por la intelligentsia rusa—, en socialdemócrata.

Sólo los pobres de espíritu pueden imaginarse que exaltan a Lenin atribuyendo al padre que le dio la naturaleza, al consejero de Estado Ulianov, opiniones revolucionarias de las que nunca estuvo imbuido y disminuyendo a la vez el papel del emigrado Plejanov, en quien el mismo Lenin veía a su padre espiritual.

En Kazan, en Samara, en Alakaievka, Vladimir se sentía, ante todo, discípulo. Pero así como los grandes artistas ya desde su juventud revelan la independencia de su pincel, aun en las copias de los cuadros de los viejos maestros, Vladimir Ulianov aportaba a su aprendizaje una facultad de investigación y de iniciativa tan rigurosa que es difícil delimitar en él lo que había asimilado de otro y lo que elaboraba por sí mismo. Durante el último año preparatorio en Samara esta línea de demarcación se borra definitivamente: el aprendiz se convierte en un investigador.

La controversia con los populistas llevó, naturalmente, a plantear el problema de la evaluación de los procesos concretos: ¿continuaba o no desarrollándose el capitalismo en Rusia? Los diagramas que representaban chimeneas de fábrica y obreros industriales adquirieron una significación tendenciosa, lo mismo que aquellos que mostraban la segregación en la clase campesina. Para determinar la dinámica del proceso, era necesario comparar las cifras actuales con las anteriores. De este modo, la estadística económica se transformó en la ciencia de las ciencias. En las columnas de cifras se escondía la clave de los destinos misteriosos de Rusia, de su intelligentsia y de su revolución. El censo de los caballos al que periódicamente procedía la administración militar estaba llamado a responder a esta cuestión: ¿Quién era más fuerte, Marx o la comuna rusa?

El aparato estadístico de los primeros trabajos de Plejanov no podía ser muy rico: la estadística de los zemstvos, de un valor único para el estudio de la economía agraria, sólo se desarrolló en el curso de los años ‘80; por otra parte, las publicaciones respectivas eran poco accesibles a un emigrado casi completamente aislado de Rusia por esos años. A pesar de todo, la dirección general del trabajo científico a realizar con los datos proporcionados por la estadística, fue indicada por Plejanov con perfecta justeza. Los primeros estadísticos de la nueva escuela siguieron en ese camino. El profesor norteamericano, de origen ruso, M. A. Gurvich publicó en 1886 y en 1892 dos ensayos sobre la aldea rusa que Vladimir Ulianov apreciaba en extremo y que servían para su formación. Jamás perdía una ocasión para señalar con reconocimiento los trabajos de sus predecesores.

Más o menos alrededor de los últimos dieciocho meses de la vida de Vladimir en Samara, las compilaciones estadísticas ocupaban un sitio de honor en su escritorio. Su gran obra sobre el desarrollo del capitalismo ruso no apareció hasta 1899. Pero fue precedida de un buen número de estudios preparatorios, de orden teórico y estadístico, cuya elaboración había comenzado ya en Samara. En el registro de la biblioteca de Samara, que por casualidad se ha conservado el del año 1893, puede verse que Vladimir no descuidó ni una publicación que tuviese conexión con su tema, ya se tratase de colecciones de la estadística oficial o bien de ensayos económicos de los populistas. Redactaba resúmenes de la mayoría de los libros y artículos, y daba charlas sobre los más importantes a sus camaradas más cercanos.

El primer trabajo literario de Vladimir Ulianov que ha llegado a nuestros días, fue escrito durante los últimos meses de su estadía en Samara y resume un libro recientemente aparecido de cierto Posnikov, antiguo funcionario gubernamental, sobre la economía campesina en el sur de Rusia. El artículo, dedicado a la ilustración estadística de la segregación que se operaba en el seno de la clase campesina y de la proletarización de sus capas más débiles —procesos ya singularmente avanzados en el sur—, revela que el joven autor poseía una notable destreza en el manejo de los datos estadísticos y que sabía descubrir, tras los detalles, el cuadro de conjunto. La revista legal a la que el trabajo —de tono prudente y conciso— estaba destinado, lo rechazó, sin duda a causa de su tendencia marxista, aunque el autor se hubiese abstenido de polemizar con el populismo. Una copia obsequiada al estudiante Mickiewic, le fue confiscada en un allanamiento y se conservó en los archivos de la gendarmería, donde fue descubierta en 1923 e impresa treinta años después de haber sido escrita. Con este artículo comienzan hoy las Obras completas de Lenin.

¿Se disponía ahora a convertirse en escritor, renunciando a la idea de hacer carrera como abogado? Es dudoso que el oficio de escritor se le haya manifestado como un objetivo en sí en la vida. Es verdad que él era un «doctrinario» convencido, es decir, que, desde sus años juveniles comprendía que así como es imposible observar sin telescopio los astros celestes, o las bacterias sin microscopio, también es necesario examinar la vida social a través de los lentes de la teoría. Pero sabía, en un orden diferente, examinar la teoría a través de los fragmentos de la realidad. Sabía observar, interrogar, escuchar, espiar la vida y a las personas. Y este trabajo complicado lo realizaba tan naturalmente como respiraba. Quizás, no del todo conscientemente todavía, se preparaba para convertirse no en un teórico ni en un escritor, sino en un jefe.

Desde los tiempos de Kazán, pasaba por la escuela de los revolucionarios de la generación precedente o de viejos deportados, vigilados por la policía. Entre ellos, había muchos de espíritu simple, que se habían detenido en su desarrollo y que razonaban con ingenuidad. Pero habían visto, oído y vivido lo que la nueva generación no conocía y esto los tornaba, en su tipo, representativos. La jacobina Iasneva, nueve años mayor que Vladimir, escribe: «Me asombraba, recuerdo, la atención y la seriedad con que escuchaba Vladimir Ilich los recuerdos ingenuos, a veces curiosos, de V. I. Witten», vieja militante de la Narodnaia Volia, esposa de Livanov. Otros, permaneciendo en la superficie, sólo distinguían las curiosidades, pero Vladimir separaba las cáscaras y recogía las almendras. Era como si hubiese sostenido simultáneamente dos conversaciones: una abiertamente, que no dependía sólo de él, sino también del interlocutor, y en la que entraba necesariamente mucho de superfluo; y la otra oculta, mucho más importante, de la que sólo él tenía la dirección. Y las pupilas de sus ojos achinados despedían chispas, reflejos de una y otra conversación.

Como si quisiera contradecir a Iasneva, Semenov relata que «Vladimir Dich era conocido de los Livanov, pero no frecuentaba sus reuniones y escuchaba con mucha atención lo que nosotros le contábamos de las quejas de los viejos». La aparente contradicción se explica por el hecho de que el relato de Semenov se refiere a un período ulterior, más o menos un año después. Vladimir visitó a los viejos mientras tuvo algo que aprender de ellos. Discutir sin objeto, rumiando siempre los mismos argumentos e irritándose, no era propio de su carácter. Habiendo comprendido que el capítulo de las relaciones personales estaba terminado, le puso punto final con firmeza Para actuar así hacía falta tener el dominio de sí mismo, mucho dominio; en verdad, no era esto lo que le faltaba a Vladimir. Pero aunque hubiese dejado de frecuentar a los Livanov, no se desinteresaba de lo que pasaba en el campo opuesto: la guerra exige exploradores de avanzada y Vladimir ya hacía la guerra a los populistas. Escuchaba con gran atención los relatos, más exactamente los informes de aquellos de sus partidarios que eran menos económicos con su tiempo. El joven de veintidós años nos muestra ya aquí, en la esfera de las relaciones personales, esos rasgos de sutileza en la maniobra que vuelven a encontrarse posteriormente en toda su vida política. No menos característico de la fisonomía espiritual del joven Lenin es su vasto campo de observación. Los intelectuales radicales, en su abrumadora mayoría, vivían la vida de los círculos, fuera de los cuales comenzaba un mundo extraño para ellos. Vladimir no tenía anteojeras. Sus intereses se distinguían por una extrema diversidad, conservando al mismo tiempo la facultad de la más alta concentración. Estudiaba la realidad allí donde la encontraba. Ahora sacaba su atención de los populistas para dirigirla hacia el pueblo. La provincia de Samara era totalmente campesina. Los Ulianov pasaron cinco veranos en Alakaievka. Vladimir no habría comenzado por la propaganda entre los campesinos aun si su situación de vigilado no lo hubiese paralizado en un rincón perdido de la estepa. Con tanta mayor atención, pues, observaba la aldea, verificando los cálculos de la teoría sobre la materia viva.

Sus relaciones personales con los mujiks, después de la breve experiencia de la explotación agrícola, fueron, a decir verdad, episódicas e insuficientes; pero él sabía encaminar la atención de sus amigos por el lado que necesitaba y utilizar las observaciones de los otros. Uno de sus íntimos, Skliarenko, era escribano en el juzgado de paz de Samoilov, que, hasta la instauración del cargo de jefes de zemstvos, estaba completamente sumergido en los procesos de los mujiks. Elisarov era oriundo de los campesinos de Samara y mantenía relaciones con la gente de su aldea. Someter a Skliarenko a un interrogatorio, hacer hablar al mismo juez, ir con su cuñado a Betusjevka, región natal de éste y conversar durante horas con un kulak astuto y presuntuoso, el hermano mayor de Elisarov: ¡qué inagotable manual de economía política y de psicología social! Vladimir atrapaba al vuelo una humorada, presionaba insidiosamente al narrador, escuchaba con inteligencia, fijaba sobre él sus ojos chispeantes, reía, a veces a carcajadas, como su padre, echando el cuerpo hacia atrás. El kulak se sentía halagado de conversar con una persona instruida, con un joven abogado, con el hijo de Su Excelencia, aunque no siempre supiese con claridad, admitámoslo, de qué se reía este jovial conversador mientras tomaba una taza de té bien caliente.

Evidentemente, Vladimir había heredado de su padre la facultad de alternar fácilmente con gentes de diversas categorías sociales, de diferentes niveles. Sin enojarse, sin violentarse, a menudo sin propósito preconcebido, sabía, en virtud de una irrefrenable curiosidad y de una intuición casi infalible, sacar de todo interlocutor eventual aquello que necesitaba. Por eso escuchaba tan alegremente donde otros se aburrían y nadie a su alrededor adivinaba que bajo su charla ligera se ocultaba un gran trabajo subconsciente: las impresiones eran recogidas y seleccionadas, los casilleros de la memoria se llenaban con un inestimable material de hechos, los pequeños hechos servían para verificar las grandes generalizaciones. Así desaparecían los tabiques entre los libros y la vida y Vladimir, ya por ese tiempo, comenzaba a servirse del marxismo como el carpintero se sirve de la sierra y del hacha.

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