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EL INGRESO EN LA REVOLUCIÓN » 03. En busca de Carlos Marx

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¿Cómo podía justificarse en Ulianov esta actitud de irreductible hostilidad a una empresa que parecía inspirada en la más elemental humanidad? Se mostraba sencillamente consecuente y lógico, fiel a la idea fundamental de la doctrina marxista. Estimaba que toda esa actividad, que no era sino filantropía pura y simple, representaba sólo un paliativo destinado más a agravar el mal que a aliviarlo. Ayudar al régimen a vencer el terrible azote era contribuir a su consolidación, cuando precisamente esta catástrofe revelaba rotundamente la imprevisión del Gobierno zarista, su incapacidad, y favorecía la difusión de las ideas revolucionarias entre los campesinos. Por otra parte, un revolucionario que renuncia a su tarea de militante y que se pone a trabajar codo con codo con los opresores del pueblo, no hace más que debilitar las filas del ejército de la Revolución y aumentar el número de los servidores de la reacción. Esa tesis era tenazmente combatida por los populistas, quienes afirmaban que había que aprovechar precisamente las circunstancias para sentar plaza en los pueblos y demostrar a los habitantes del campo, que seguían mirándoles con cierta desconfianza, que en ellos tenían amigos fieles y devotos.

En los recuerdos de su futuro adversario, el laborista Vodovosov, se encuentra más de un eco de las discusiones que estallaban a este respecto entre Ulianov y los miembros de los círculos clandestinos de Samara. Pero se nota también que actuaba más bien aislado y que se mantenía al margen de las manifestaciones colectivas de su actividad. Entre esos dirigentes tenía algunos amigos, con los cuales mantenía estrechas relaciones. Los veía frecuentemente, conferenciaba extensamente con ellos sobre cuestiones de programa y de táctica que habían de formar el tema de los debates en las reuniones previstas, pero a las cuales no asistía generalmente.

Sería erróneo ver en ello una simple medida de prudencia dictada por el deseo de no comprometerse. Sentía sencillamente que él había superado ya con mucho ese ambiente provincial y que necesitaba un campo más amplio. Se ahogaba en Samara. Ana apuntó que su hermano «se aburría bastante y aspiraba a vivir en un centro más animado». En efecto, la capital le atrae ya irresistiblemente, y allí es donde espera que podrá dar rienda suelta a todas esas fuerzas, aún oscuras, pero insospechadamente impetuosa, que hierven en él. En las postrimerías del invierno toma una decisión: a partir del otoño próximo se irá a San Petersburgo a vivir una vida nueva y se llevará de Samara un recuerdo sombrío.

 

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