Legend

Legend


Primera parte. El chico que camina en la luz » June

Página 24 de 46

JUNE

No hace falta que diga más para que Day se incorpore de golpe. La sirena del furgón médico se desplaza directamente hacia el cruce de Figueroa con Watson, como me aseguró Thomas.

—¿Qué dices? —pregunta Day, todavía aturdido; no lo ha asimilado—. ¿Cómo que van a por mi familia? ¿Y tú cómo lo sabes?

—No hagas preguntas. No tienes tiempo que perder.

Por un instante, titubeo: sus ojos muestran tal expresión de terror, parece tan vulnerable, que no me siento capaz de mentirle. Me aferró a la ira que sentí anoche y reúno fuerzas para hacerlo.

—Es verdad que te seguí ayer hasta la zona en cuarentena, y por el camino vi a unos policías que hacían la patrulla. Me escondí y oí que hablaban de evacuar una casa que tiene pintada una equis con tres rayas. Solo trato de ayudarte. Pero date prisa: tienes que ir ahora mismo.

La debilidad de Day es su familia, y yo me aprovecho de ello. No vacila, no se para a analizar lo que he dicho; ni siquiera se plantea por qué no se lo conté en cuanto lo supe. Antes de que acabe de hablar, se incorpora de un salto, localiza la dirección de la que viene la sirena y sale disparado del callejón. Me sorprende sentir una punzada de culpa. Day confía en mí; confía de verdad, como un estúpido, sin sombra de duda. Creo que nunca he conocido a nadie que creyera en mí de esa forma ciega, con esa facilidad. Puede que ni siquiera Metias.

Tess le observa marcharse, cada vez más asustada.

—¡Vamos! ¡Tenemos que seguirlo! —grita tirándome de una mano—. ¡Necesita nuestra ayuda!

—No —replico en tono tajante—. Iré yo. Tú ocúltate y no te muevas. Vendremos a buscarte después.

Me marcho sin darle tiempo a protestar. Cuando vuelvo la cabeza la veo de pie en el callejón, con los ojos clavados en el punto en el que yo me encontraba hace un momento. Me vuelvo a girar: es mejor que se quede fuera de todo esto. Si está ahí cuando arrestemos a Day, ¿qué podría pasarle?

Hago un chasquido con la lengua para conectar el micrófono. Durante unos segundos suena un rumor de interferencias.

—¿Me oye, señorita Iparis? —dice Thomas al fin—. ¿Qué está pasando? ¿Dónde se encuentra?

—Day se dirige a la esquina de Figueroa con Watson. Voy tras él. —Thomas toma aire.

—De acuerdo. Nosotros ya hemos cubierto el terreno. Nos veremos en breve.

—Aguarden mis órdenes. No quiero que haya heridos… —la estática corta la comunicación.

Bajo a la carrera por la calle, notando cómo me palpita la herida. Day no puede estar muy lejos; apenas me saca medio minuto de ventaja. Tomo la misma dirección que siguió ayer por la noche: al sur, hacia Union Station. Al poco, atisbo su vieja gorra entre la multitud.

Concentro toda mi rabia, mi miedo y mi ansiedad en su nuca. Tengo que esforzarme por mantener una distancia prudencial para que no sepa que le piso los talones. Una parte de mí recuerda la forma en que me salvó de la pelea de skiz, el cuidado con el que me curó la herida, el tacto delicado de sus manos… Quiero gritarle; quiero odiarle por haberme engañado así. ¡Idiota!

Es un milagro que haya esquivado al gobierno durante tanto tiempo; pero ahora, su familia está en peligro y no puede esconderse. No puedo compadecerme de un criminal, me recuerdo con dureza. No es más que una cuenta que saldar.

Ir a la siguiente página

Report Page