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Segunda parte. La chica que rompe el cristal » June

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JUNE

Esa misma noche me arreglo de mala gana. Debo asistir a un baile del brazo de Thomas. La fiesta se ha organizado para celebrar la captura de un peligroso criminal y para recompensarnos por haberlo apresado. Al llegar, todos los soldados se desviven por abrir las puertas y dejarme paso con galantería. Muchos me dirigen un saludo militar. Cuando paso al lado de la gente, se quedan callados y me sonríen, y mi nombre parece estar en boca de todos. «Esa es la chica Iparis». «Parece demasiado joven». «Solo tiene quince años, amigo mío». «Hasta el mismísimo Elector está impresionado». Algunos comentarios están teñidos de envidia. «No ha sido para tanto…». «En realidad, todo mérito es de la comandante Jameson». «No es más que una niña».

Pero digan lo que digan, todos hablan de mí.

Intento sentirme orgullosa. Mientras Thomas y yo recorremos el salón lleno de mesas puestas para el banquete y adornadas con candelabros, le digo que apresar a Day ha cubierto el enorme vacío que la muerte de Metias dejó en mi vida. Pero en el fondo, no me lo creo. Todo parece falso, fuera de lugar; me da la impresión de que este lugar es una alucinación que se romperá en pedazos si la toco.

Me siento mal, como si hubiera hecho una cosa terrible al traicionar a un chico que confiaba en mí.

—Me alegro de que estés mejor —dice Thomas—. Al menos, Day ha servido para algo bueno.

Su cabello está cuidadosamente peinado hacia atrás, y su pulcro uniforme de capitán hace que parezca más alto. Posa una mano enguantada en mi antebrazo. Si lo hubiera hecho antes de asesinar a la madre de Day, le habría sonreído, pero ahora su contacto me provoca escalofríos. Aparto el brazo con suavidad.

Day solo ha servido para que me ponga un vestido elegante. Me gustaría decirlo en alto, pero me callo y aliso la falda aunque no está arrugada. Thomas y la comandante Jameson insistieron en que me arreglara mucho. No quisieron decirme por qué, y la comandante hizo un gesto desdeñoso con la mano cuando insistí en preguntarlo.

—Por una vez en tu vida, Iparis, haz lo que se te dice sin discutir.

Luego añadió algo sobre una sorpresa, una aparición inesperada de alguien muy querido por mí. Durante un momento absurdo, me vino a la mente mi hermano. Pensé que alguien le había devuelto la vida de alguna forma y que aparecería en la fiesta.

Dejo que Thomas me conduzca entre la multitud de generales y altos cargos.

Acabé por elegir un corsé de color zafiro con una hilera de pequeños diamantes en el escote. Uno de mis hombros está cubierto de encaje y el otro se oculta bajo una capa de seda. Me he dejado la melena suelta, aunque me molesta bastante —normalmente me aparto el pelo de la cara con una cola de caballo—. Thomas me mira de vez en cuando y se sonroja ligeramente. No entiendo por qué, la verdad; he llevado vestidos más bonitos que este, que me resulta demasiado moderno, asimétrico. Con lo que me costó, un niño de los barrios bajos habría comido bien durante varios meses.

—La comandante me ha informado de que sentenciarán a Day mañana por la mañana —observa Thomas después de saludar a un capitán del sector Emerald.

Aparto la mirada; no sé por qué, prefiero que Thomas no vea mi reacción. Parece haberse olvidado ya de la madre de Day, como si hubieran pasado veinte años desde su muerte. Finalmente, hago un esfuerzo por ser educada y me vuelvo hacia Thomas.

—¿Tan pronto?

—Cuanto antes mejor, ¿no? —la repentina aspereza de su tono me sobresalta—. Y pensar que estuviste obligada a permanecer tanto tiempo junto a él… Me asombra que no te matara mientras dormías. Yo… —Thomas me mira, y deja la frase inacabada.

Mi mente vuelve al momento en que besé a Day, a la calidez de sus labios, a sus manos vendando mi herida. Desde que lo capturamos he intentado solucionar este rompecabezas una y otra vez. El Day que mató a mi hermano es un criminal despiadado, pero ¿quién es el Day que conocí en las calles? ¿Quién es ese chico que arriesgó su vida por una chica a la que no conocía? ¿Quién es ese Day que parece destrozado por la muerte de su madre? Cuando interrogué a su hermano John, que se parece a él como una gota de agua a otra, no me pareció mala persona. Ofreció su vida a cambio de la de Day; quiso darme todo el dinero que tenía ahorrado para que dejara a Eden en libertad. ¿Cómo puede haberse criado en esa familia un criminal despiadado?

Recuerdo a Day atado a la silla, con los rasgos retorcidos en una mueca de dolor, y la imagen hace que me sienta enfadada y confusa. Podría haberlo matado ayer. Podría haber cargado la pistola y haber acabado con todo esto. Pero la descargué antes de entrar.

—Toda esa escoria callejera es igual —dice Thomas, repitiendo mis palabras de ayer—. ¿Sabías que el hermano pequeño de Day, el que está enfermo intentó escupir a la comandante Jameson? Trató de contagiarla de ese virus mutado que le ha hecho enfermar.

La verdad es que no he pensado demasiado en el hermano menor de Day.

—Dime una cosa —me detengo para mirar a Thomas a los ojos—. ¿Por qué le interesa tanto a la República ese niño? ¿Por qué lo han llevado al laboratorio?

—No estoy seguro —responde en voz más baja—. Creo que es información confidencial. Lo único que sé es que han venido a verle varios generales desde el frente.

Frunzo el ceño.

—¿Han venido solo a verle a él?

—Bueno, parece que acudieron a una reunión de no sé qué, pero aprovecharon para pasarse por el hospital de la intendencia.

—¿Qué interés puede tener el alto mando del frente en el hermano de Day? —Thomas se encoge de hombros.

—Si tenemos que saberlo, ya nos lo contarán.

En ese momento pasa a nuestro lado un hombre alto con una cicatriz que le va de la oreja a la barbilla. Chian. Nos mira con expresión afable y me pone una mano en el hombro.

—¡Agente Iparis! Esta es tu noche. ¡Eres la estrella! Querida, te aseguro que las altas esferas no hacen más que hablar de tu magnífica actuación. Especialmente tu comandante; alardea de ti como si fueras su hija. Felicidades por tu ascenso y por la recompensa… Con doscientos mil billetes podrás comprarte muchos vestidos tan elegantes como este, ¿verdad?

Consigo asentir de forma educada.

—Es usted muy amable, señor.

Chian me sonríe, con las facciones retorcidas por la cicatriz, y luego da una palmada con sus manos enguantadas. Su uniforme carga con tantas condecoraciones, insignias y medallas que, si lo lanzaran al agua, se hundiría al instante. Una de las medallas es de color púrpura y oro; eso significa que es un héroe de guerra, aunque me cuesta mucho creer que haya arriesgado la vida para salvar a sus compañeros. También significa que ha sido mutilado en su hazaña (sus manos parecen intactas, así que debe de llevar una prótesis en la pierna. El sutil ángulo con el que se inclina sugiere que favorece más la izquierda que la derecha).

—Sígame, agente Iparis. Y también usted, capitán —ordena—. Hay alguien que desea conocerlos.

Debe de ser la persona que mencionó la comandante Jameson. Thomas me lanza una mirada cómplice.

Chian nos hace atravesar la sala del banquete y la pista de baile hasta llegar a una gruesa cortina azul que aísla el fondo de la estancia. A los lados penden dos banderas de la República, y cuando nos acercamos me doy cuenta de que el tejido de la cortina está salpicado de pequeñas banderas en relieve.

Nuestro guía abre la cortina y la cierra cuando entramos.

Hay doce sillas de terciopelo colocadas en círculo, y en cada una se sienta un oficial con uniforme de gala negro y charreteras doradas. Todos sujetan copas de cristal. Reconozco a varios: algunos son generales del frente. AI vernos, uno de ellos se incorpora y se acerca a nosotros seguido por un joven oficial. En cuanto lo hace, el resto del grupo se levanta e inclina la cabeza.

El oficial de más edad es alto, con las sienes canosas y una mandíbula que parece tallada a cincel. Su tez es pálida, enfermiza. En el ojo derecho lleva un monóculo con montura de oro. Chian se cuadra; Thomas me suelta el brazo y, cuando lo miro, veo que ha adoptado la misma postura. El hombre hace un aspaviento y todo el mundo parece relajarse. Y de pronto, le reconozco. En persona es muy distinto a sus retratos y a las imágenes que salen en las pantallas gigantes, donde su piel bronceada aparece libre de arrugas. Miro alrededor y advierto que entre los oficiales hay varios guardaespaldas.

—Tú debes de ser la agente Iparis —sus labios se curvan ante mi expresión atónita, pero su sonrisa apenas desprende calidez. Me estrecha la mano con un apretón firme y rápido—. Estos caballeros me han contado maravillas de ti. Afirman que eres un prodigio y, lo más importante, que has puesto entre rejas a uno de los criminales más fastidiosos de la República… A la vista de esto, pensé que sería adecuado felicitarte en persona. Si tuviéramos más jóvenes con tanto sentido patriótico y la mente tan despierta como tú, habríamos vencido a las Colonias hace mucho tiempo, ¿no les parece? —hace una pausa para contemplar a los demás, que murmuran su asentimiento—. Te felicito, querida.

Inclino la cabeza.

—Es un honor conocerle, Elector. Estoy encantada de hacer todo lo que pueda por nuestro país —me sorprende lo calmada que suena mi voz.

El Elector llama con un gesto al oficial joven que permanece tras él.

—Este es mi hijo Anden. Dado que hoy cumple veinte años, me pareció adecuado traerlo a esta magnífica celebración.

Me giro hacia él. Se parece mucho a su padre. Es alto (alrededor de un metro noventa), y su pelo rizado y oscuro le otorga un aspecto majestuoso. Al igual que Day, parece tener algo de sangre asiática, aunque sus ojos son verdes. Me doy cuenta de que su expresión denota una cierta inseguridad. Lleva puestos unos guantes Condor de piloto, blancos y rematados con hilo dorado, de modo que ya ha completado su instrucción de vuelo. Es diestro. Los gemelos de oro que cierran las mangas de su uniforme muestran el escudo de Colorado, así que debió de nacer allí. Usa un chaleco escarlata con doble hilera de botones; a diferencia del Elector, que no porta insignias distintivas en su uniforme, Anden muestra que pertenece a las fuerzas aéreas.

Me sonríe y entonces me doy cuenta de que llevo demasiado rato examinándolo. Luego me dedica una perfecta reverencia y me toma la mano, pero en lugar de estrecharla como ha hecho su padre, se la lleva a la boca y la besa. Me siento avergonzada ante el brinco que pega mi corazón.

—Agente Iparis… —dice con los ojos fijos en mí.

—Es un placer —contesto; no sé qué más puedo decir.

—Mi hijo se presentará al cargo de Elector al final de la primavera —el Elector sonríe en dirección a Anden y este le responde con una reverencia—. Emocionante, ¿no te parece?

—Le deseo mucha suerte en las elecciones, entonces, aunque estoy segura de que no va a necesitarla.

—Gracias, querida —ríe el Elector—. Eso es todo. Y ahora, por favor, disfruta de esta noche. Espero que tengamos la oportunidad de volver a vernos —se da media vuelta y Anden le sigue—. Pueden retirarse —ordena mientras se aleja.

Chian nos escolta hasta el salón de baile. Cuando la cortina azul se cierra a mi espalda, consigo volver a respirar.

* * * *

01:00

Sector Ruby

Temperatura interior: 22 °C

Cuando la fiesta termina, Thomas me acompaña a mi apartamento. Se queda unos instantes ante la puerta, callado.

—Gracias —le digo por romper el silencio—. Ha sido divertido.

—Sí —asiente él—. Nunca había visto a la comandante Jameson tan orgullosa de uno de sus soldados. Eres la chica de oro de la República.

De pronto se queda callado. Parece triste y, no sé por qué, me siento responsable.

—¿Te encuentras bien?

—¿Eh? Ah, sí. Estoy perfectamente —se pasa la mano por el pelo y un grumo de gomina se le pega al guante—. No sabía que iría el hijo del Elector…

En sus ojos brilla algo extraño. ¿Ira? ¿Celos? Le ensombrece el rostro hasta el punto de hacerle parecer feo por un instante.

Me encojo de hombros.

—Lo importante es que hemos conocido al Elector. Increíble, ¿verdad? Yo diría que esta noche ha sido todo un éxito. Me alegro de que la comandante Jameson y tú me convencieran de ponerme un vestido bonito.

Thomas me escruta con expresión seria.

—June… Quería preguntarte algo —titubea—. Cuando estuviste con Day en el sector Lake…, ¿te besó?

Me quedo helada. El micrófono: por eso lo sabe. Debió de encenderse mientras nos besábamos, o puede que no lo apagara bien antes. Me enfrento a su mirada.

—Sí —respondo sin inmutarme.

Por sus ojos vuelve a pasar la expresión de antes.

—¿Por qué?

—Puede que me encontrara atractiva, pero lo más probable es que estuviera borracho de vino barato. Lo aguanté porque no quería poner en peligro la misión, después de haber llegado tan lejos.

Nos quedamos callados un momento y después, antes de que pueda protestar, me agarra la barbilla con una mano enguantada y se inclina para besarme en los labios.

Trato de apartarme antes de que lo haga, pero me sujeta la nuca con la otra mano. Me sorprende la sensación de repulsa que me provoca; no veo más que a un hombre con las manos manchadas de sangre.

Thomas me mira largamente antes de soltarme. Cuando retrocede, veo el disgusto en sus ojos.

—Buenas noches, señorita Iparis.

Se marcha a toda prisa antes de que pueda contestarle. Trago saliva; no pueden sancionarme por esto —al fin y al cabo, solo estaba interpretando a un personaje para cumplir una misión—, pero no hace falta ser un genio para notar lo enfadado que está Thomas. Me pregunto si se lo dirá a alguien y, si fuera así, con qué fin.

Cuando lo pierdo de vista, abro la puerta y entro despacio en casa.

Ollie me saluda con entusiasmo; le acaricio y le dejo salir a la terraza. Me quito el vestido y me meto en la ducha. Al salir, me pongo una camiseta negra y unos pantalones cortos.

Intento dormir, pero no puedo. Hoy han pasado demasiadas cosas. El interrogatorio de Day, la sorpresa de conocer al Elector Primo y a su hijo, el beso de Thomas… Me viene a la mente la noche en que murió Metias, pero cuando trato de rememorar la escena, lo que veo es la cara de la madre de Day. Me froto los ojos; los párpados me pesan por el cansancio. Aunque doy vueltas y más vueltas a la información que tengo para procesarla y resolver el rompecabezas, no saco nada en limpio. Intento organizar mentalmente los datos en pequeños compartimentos etiquetados con claridad. Pero esta noche no les encuentro sentido y estoy demasiado agotada para esforzarme.

Siento el apartamento vacío, ajeno. Casi diría que echo de menos las calles de Lake. Contemplo la habitación y acabo fijando la vista en el pequeño cofre que hay bajo el escritorio: contiene los doscientos mil billetes que me han dado por la captura de Day. Sé que debería guardarlo en un sitio más seguro, pero me siento incapaz de tocarlo.

Al cabo de un rato me levanto de la cama, lleno un vaso de agua y me siento con él delante del ordenador. Si no voy a dormir, bien puedo seguir investigando las pruebas y los antecedentes de Day. Rozo la superficie de cristal con el dedo, bebo un sorbo de agua e introduzco mi código de acceso para entrar en internet. Los archivos que me envió la comandante Jameson contienen decenas de documentos escaneados, fotos y artículos de periódico. Cada vez que veo este tipo de cosas, oigo la voz de Metias:

«Hace años, nuestra tecnología estaba más avanzada. Hablo de antes de las inundaciones, antes de que se perdieran millones de datos». Lo recuerdo haciendo una mueca burlona y guiñándome un ojo. «Así que no es tan mala idea escribir un diario a mano, ¿no te parece?».

Paso de largo la información que ya he leído y comienzo con los documentos nuevos. Me voy fijando en los detalles.

NOMBRE OFICIAL: Daniel Altan Wing

EDAD/SEXO: 15/H

Archivo: fallecido a los 10 años (dato revocado)

ALTURA: 1,85 m

PESO: 66 kg

TIPO SANGUÍNEO: 0

PELO: rubio, largo, FFFAD1

OJOS: azules, 3A8EDB

PIEL: E2B279

ETNIA DOMINANTE: asiática (Mongolia)

Interesante. Un alto porcentaje de su sangre proviene de un país que, según todos mis profesores, ha desaparecido hace mucho.

ETNIA SECUNCADARIA: caucásica

SECTOR: Lake

PADRE: Taylor Arslan Wing, fallecido

MADRE: Grace Wing, fallecida

Me detengo un momento en la última línea y vuelvo a ver a la mujer desplomada en la calle sobre un charco de sangre. Me la quito de la cabeza rápidamente.

HERMANOS:

John Suren Wing, 19/H; Eden Bataar Wing, 9/H

Después se suceden páginas y páginas de documentos que detallan los delitos cometidos por Day. Intento revisarlas tan rápido como puedo, pero no puedo evitar detenerme en la última.

VÍCTIMA MORTAL:

Capitán Metias Iparis

Cierro los ojos. Ollie gime a mis pies como si supiera lo que estoy leyendo y aprieta el hocico contra mi pierna. Le paso la mano por la cabeza en un gesto automático.

«Yo no maté a tu hermano». Eso fue lo que me dijo. «Tú, sin embargo, has asesinado a mi madre».

Me obligo a pasar a otro documento; de todos modos, me sé de memoria todos los detalles de ese último delito.

Algo me llama la atención y me enderezo, repentinamente alerta. La página que tengo ante los ojos muestra los resultados de la Prueba de Day. Es un papel escaneado con un enorme sello rojo en la parte inferior, muy distinto del azul brillante que estamparon en el mío.

DANIEL ALTAN WING PUNTUACION: 674/1500 SUSPENSO

Hay algo que me molesta en ese número. ¿Seiscientos setenta y cuatro? Jamás he sabido de nadie que sacara una puntuación tan baja. Conocí a un chico que suspendió, pero sacó casi mil puntos. La mayoría de los suspensos rondan los ochocientos y pico, nunca menos de ochocientos. Y normalmente esas notas no sorprenden a nadie, porque los niños que las sacan suelen mostrar déficits claros de atención o de capacidades. Pero… ¿seiscientos setenta y cuatro?

—Es demasiado listo para haber sacado eso —murmuro.

Miro la cifra una y otra vez por si estoy pasando algo por alto, pero el número sigue ahí. Es imposible. Day es una persona con capacidad para expresarse y razonar, y sabe leer y escribir. Debería haber pasado la parte oral de la Prueba. Además, tal vez sea la persona más ágil que he conocido nunca, así que tuvo que aprobar la parte física. Teniendo una puntuación alta en esas secciones, es imposible que sacara menos de ochocientos cincuenta. Habría suspendido igualmente, pero sería una puntuación más lógica que seiscientos setenta y cuatro. Además, para sacar ochocientos cincuenta tendría que haber dejado toda la parte escrita en blanco.

Me temo que la comandante Jameson no se sentiría muy satisfecha de mí si me viera en este momento, porque abro un motor de búsqueda y me cuelo en una dirección clasificada. Aunque los resultados finales de la Prueba son de acceso público, las Pruebas en sí jamás se revelan, ni siquiera a los investigadores policiales. Pero Metias era mi hermano, y ni él ni yo hemos tenido jamás problemas para colarnos en cualquier base de datos.

Cierro los ojos y recuerdo lo que me enseñó.

Hay que determinar el sistema operativo y obtener permisos de administrador. Para ello, se tiene que acceder al sistema de control remoto. «Localiza tu meta y protege tu dispositivo», me decía Metias.

Al cabo de una hora, encuentro un puerto abierto y consigo permisos de administrador. Se oye un pitido y aparece una única barra de búsqueda. Tecleo el nombre de Day sobre el cristal.

DANIEL ALTAN WING

Aparece la primera página de su Prueba, la que muestra la puntuación de 674/1500. Paso a la siguiente y ojeo las respuestas. Algunas son de opción múltiple, pero para responder a otras hace falta redactar. Avanzo más, y cuando llego a la página treinta y dos caigo en la cuenta de algo muy extraño.

No hay marcas de color rojo: todas y cada una de sus respuestas están sin tocar. Su Prueba está tan limpia como la mía.

Regreso a la primera página y empiezo a leer las preguntas y a contestarlas mentalmente. Me lleva una hora llegar hasta el final.

Todas mis respuestas coinciden las suyas.

Cuando llego al final del examen, veo la puntuación de la parte oral y la de las pruebas físicas. Las dos son impecables. Lo único llamativo es una palabra que hay escrita junto a la nota de la entrevista: ATENCIÓN.

Day no suspendió su Prueba. Ni de lejos. Lo cierto es que sacó la misma nota que yo: mil quinientos puntos. Ya no soy la única niña prodigio de la República con una puntuación perfecta.

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