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Segunda parte. La chica que rompe el cristal » Day

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DAY

El montacargas sube varios pisos hasta que se detiene con un chirrido de la cadena. Dos soldados me sacan a rastras y me conducen por un corredor que me resulta familiar. Me van a meter de nuevo en la celda, al menos de momento. Por primera vez desde que me desperté en la camilla, me doy cuenta de que estoy agotado. Dejo caer la cabeza contra el pecho; el médico debe de haberme inyectado algún sedante para que no me moviera durante la operación. Veo borroso a los lados, como si estuviera corriendo muy deprisa y el paisaje se difuminara.

Los soldados se detienen en mitad del pasillo, bastante lejos de mi celda. Levanto la vista, sorprendido: nos encontramos frente a una de las estancias en las que me fijé antes, las que tienen la puerta de cristal. Deben de ser las salas de interrogatorio. Muy bien. Así que quieren sacarme más información antes de ejecutarme.

Se oye un zumbido y después una voz que proviene del auricular de uno de los militares. El soldado asiente.

—Hay que meterlo dentro —dice—. El capitán dice que vendrá pronto.

Me quedo esperando de pie. Pasan los minutos. Dos soldados montan guardia impertérritos a los lados de la puerta, y otros dos me sujetan los brazos aunque estoy esposado. Se supone que esta habitación está insonorizada, pero juraría que puedo oír un estruendo de disparos y gritos lejanos. El corazón me late desbocado: las tropas deben de estar disparando a la multitud de la plaza. ¿Estará muriendo gente por mi culpa?

Espero. Me pesan los párpados. Lo único que deseo es hacerme un ovillo en una esquina de la celda y dormir.

Por fin oigo pasos que se acercan. La puerta se abre y entra un hombre joven vestido de negro. El cabello oscuro le cubre los ojos. Tiene charreteras plateadas en los hombros. Los soldados se cuadran al verle y el hombre les ordena que descansen con un gesto.

Ahora lo reconozco: es el que mató a mi madre. June mencionó su nombre: Thomas. Debe de haberle enviado la comandante Jameson.

—Señor Wing —dice cruzándose de brazos—, es un placer conocerle oficialmente. Estaba empezando a creer que no se presentaría la oportunidad.

Me obligo a guardar silencio. Parece incomodarle estar en la misma habitación que yo. Por su expresión, diría que tiene algo personal contra mí.

—Mi comandante desea que le hagamos unas preguntas rutinarias antes de su ejecución. Puro protocolo… Intentaremos que el interrogatorio sea cordial, aunque me temo que hemos empezado con un mal pie.

Soy incapaz de contener la carcajada.

—¿En serio? ¡No me digas!

Thomas no replica, pero le veo tragar saliva y esforzarse por no alterar la expresión. Mete una mano bajo su capa, saca un mando a distancia y lo dirige hacia la pared. Aparece una proyección: un informe policial con fotos de un tipo que no conozco.

—Voy a enseñarle una serie de fotografías, señor Wing —dice Thomas—. Las personas que quiero mostrarle son sospechosos de colaboración con los Patriotas.

Los Patriotas han intentado reclutarme varias veces sin éxito: durante un tiempo, aparecieron mensajes crípticos en los muros de los callejones donde dormía. Algo más tarde, un hombre me abordó en la calle y me entregó una nota. Acabaron por hacerme llegar un paquete con algo de dinero y una carta en la que pedían que me uniera a su causa. Ignoré sus ofertas y, al cabo de unos meses, dejé de saber de ello.

—Nunca he trabajado con los Patriotas —contesto—. Si alguna vez decido matar a alguien, lo haré por mi cuenta y riesgo.

—Aunque no forme parte de sus filas, es posible que se hayan cruzado en su camino. Puede que desee colaborar con nosotros y ayudarnos a encontrarlos.

—Claro, cómo no. Tú mataste a mi madre; como podrás imaginar, tengo unas ganas terribles de ayudarte.

Thomas se las ingenia para pasar por alto mi comentario y señala la foto de la pared.

—¿Conoce a esta persona? —Niego con la cabeza.

—Primera vez que la veo.

Pulsa una tecla del mando y aparece otra foto.

—¿Y a esta?

—No. Otra foto.

—¿Qué me dice de esta?

—No.

Una más: otra cara desconocida en la pared.

—¿Qué me dice de esta chica?

—No la he visto en mi vida.

Más caras que no reconozco. Thomas va pasando las imágenes sin pestañear. Menudo idiota: no es más que una marioneta del Estado. Le miro fijamente, deseando con todas mis fuerzas no estar encadenado para poder darle una paliza. Más fotos. Más caras nuevas. Thomas no pone en duda ni una sola de mis contestaciones. De hecho, parece deseoso de largarse de la habitación y alejarse de mí.

Y entonces reconozco a alguien. La imagen borrosa muestra a una chica con el cabello largo, mucho más largo que la media melena que recuerdo. Todavía no tiene el tatuaje de la planta trepadora.

Vaya. Resulta que Kaede es una Patriota.

No me atrevo a decir nada; no quiero que note que la he reconocido.

—Mira —suelto—, si supiera quiénes son, ¿de verdad crees que te lo diría? —Thomas se esfuerza por mantener la compostura.

—Bien. Esto es todo, señor Wing.

—Venga ya, esto no es todo. Estás deseando darme un puñetazo, ¿a que sí? Vamos. Hazlo. Te desafío.

Los ojos le brillan de furia, pero se contiene.

—Mis órdenes eran hacerle unas preguntas —responde, tenso—. No haré nada más. Hemos acabado.

—¿Por qué? ¿Es que me tienes miedo, o qué? ¿El valor solo te ha llegado para dispararle a mi madre?

Thomas estrecha los ojos y termina por encogerse de hombros.

—No era más que basura. Ahora hay una menos a la que controlar. —Aprieto los puños y le escupo directamente en la cara.

Esto parece obligarle a reaccionar, y me da un puñetazo con la izquierda que me hace ver borroso por un momento.

—Te crees que eres alguien, ¿verdad? —me espeta—. Te sientes especial porque has hecho algunas gamberradas y has jugado a practicar la caridad con la peor chusma de los barrios bajos. Muy bien. Te voy a contar un secreto: yo también provengo de un sector pobre. Pero yo he seguido las normas; me he abierto camino con esfuerzo y me he ganado el respeto de mi país. Ustedes, la escoria callejera, se dedican a quejarse mientras culpan al Estado de su mala suerte. Son un montón de vagos malolientes; son basura.

Me propina otro puñetazo que me lanza la cabeza hacia atrás. Noto el sabor de la sangre en la boca; me tiembla todo el cuerpo por el dolor. Thomas me agarra del cuello y me acerca a él. Mis esposas tintinean.

—La señorita Iparis me contó lo que le hiciste cuando estaba de misión en las calles —masculla—. ¿Cómo te atreves a obligar a alguien de su rango…?

Ah. Ahí está. Eso es lo que le molesta de verdad. Así que sabe lo del beso… No puedo evitar sonreír, aunque me duele toda la cara.

—Ajá, de modo que te fastidia. He visto cómo la mirabas. Estás colado por ella, ¿verdad? ¿También intentas «abrirte camino» hasta ella, imbécil? Siento muchísimo reventarte la historieta que te has montado, pero yo no la obligué a hacer absolutamente nada.

La cara de Thomas ha tomado un color escarlata rabioso de pura furia.

—La señorita Iparis está deseando presenciar su ejecución, señor Wing. Eso puedo garantizarlo.

Me echo a reír.

—Eres mal perdedor, ¿eh? Mira, voy a hacer que te sientas un poco mejor: te voy a contar cómo fue. Oírlo es casi tan bueno como vivirlo, ¿no?

Thomas me aprieta el cuello. Le tiemblan las manos.

—Si yo fuera tú, iría con más cuidado. Tal vez se te haya olvidado que tenemos a tus hermanos. Los dos están a merced de la República… Cuida lo que dices si no quieres ver sus cadáveres tirados junto al de tu madre.

Me propina otro puñetazo y después me hunde la rodilla en el estómago. Me quedo sin aire. Pienso en Eden y en John y me obligo a tranquilizarme, a no prestar atención al dolor. Sé fuerte. No permitas que te afecte.

Me golpea dos veces más; la fatiga le hace respirar con dificultad. Haciendo un enorme esfuerzo, baja los brazos y suspira.

—Eso es todo, señor Wing —murmura—. Le veré el día de su ejecución.

El dolor me impide contestar, así que me limito a sostener la mirada. Sus ojos muestran una expresión extraña, como si se sintiera enfadado y decepcionado consigo mismo porque he conseguido sacarlo de sus casillas.

Se da media vuelta y abandona la habitación sin decir ni una palabra más.

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