Legacy

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Capítulo XXIX

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CAPÍTULO XXIX

Un signo de los cokyrianos

LOS DÍAS después, unos fuertes golpes en la puerta de mi dormitorio me despertaron por la mañana.

—¡Alera, lo tienen! —Tadark estaba excitado, y estaba claro que le agradaba ser quien diera la noticia.

—¿Quién tiene a quién? —pregunté yo, gritando.

—London y Destari… ¡Capturaron a los cokyrianos anoche! ¡Y tienen a lord Narian!

—Y él, ¿está bien? —pregunté, completamente despierta—. ¿London y Destari están bien?

—London y Destari están cansados, pero no han sido heridos —respondió Tadark en tono alegre, como si él hubiera participado personalmente en la exitosa misión—. Y a lord Narian lo han llevado a sus aposentos. Sé que han llamado al médico real, pero creo que ha sido sólo como precaución. No he oído que hubiera sufrido herida alguna.

—Gracias —contesté, y en mi tono de voz también había un poco de la misma alegría—. Saldré dentro de poco rato y quiero ir a ver a Narian. —Quería asegurarme por mí misma de que no había sufrido ningún daño.

Sahdienne entró en mi dormitorio y me ayudó a vestirme. Sin desayunar, salí de mis aposentos. Con Tadark detrás de mí, me dirigí hacia la habitación de invitados del tercer piso que Narian ocupaba. Llegué ante su puerta, que se encontraba al otro lado del pasillo de la habitación en que lo habían tenido prisionero, y llamé. Esperé a que London abriera la puerta. Él y Destari se encontraban en la habitación, pero ninguno de ellos pareció sorprendido de verme. Me acerqué a la cama, donde Narian se encontraba tumbado, vestido con su camisa y su pantalón, y cubierto con una manta de lana. Sus botas estaban en el suelo y el jubón y la chaqueta colgaban de los pies de la cama. Tenía el rostro más delgado, pero, por todo lo demás, parecía estar durmiendo tranquilamente. Quise alargar la mano y tocarle la cara, pero sabía que un gesto como ése delataría la verdadera naturaleza de mis sentimientos hacia él.

—Lo han drogado, pero el médico dice que durmiendo se le pasará —explicó London, que se puso a mi lado—. Es demasiado importante para Cokyria para que le hagan ningún daño. —Hizo una pausa y, luego, anunció en tono seco—: Me daría pena cualquier cokyriano que permitiera que Narian sufriera algún daño.

—Háblame de su rescate —le pedí, interesada en ello ahora que veía que Narian estaba a salvo.

—Todo fue según lo esperado. Los cokyrianos cayeron en nuestra emboscada cuando saltaron el muro; tenemos tres prisioneros en las mazmorras. —London frunció el ceño y luego continuó—: Pero hubo uno que escapó, y eso significa que la Gran Sacerdotisa y el Gran Señor ya saben que su intento de recuperar a Narian ha fracasado. —Miró a Destari, que se encontraba de pie junto a la cama—. Me preocupa cuál pueda ser su reacción.

Mientras los dos hombres continuaban hablando, la puerta se abrió y entró Cannan. El capitán cruzó la habitación hacia donde estaban los dos capitanes segundos.

—¿Cómo está? —preguntó mirando a Narian, y London repitió la información que me había dado a mí. Entonces apartó un poco a los dos guardias de elite de la cama y preguntó—: ¿Cuál creéis que será el siguiente movimiento del enemigo?

—Creo que tomarán represalias pronto…, y con saña —dijo London en tono amargo—. Tenemos que traer a todos los que viven fuera hacia el interior de los muros de la ciudad para protegerlos, inmediatamente.

El capitán permaneció sumido en sus pensamientos un momento; luego abandonó la habitación sin decir una palabra. London y Destari lo siguieron.

—Si Narian se despierta, avísanos —le dijo London a Tadark, que había permanecido un poco apartado, al pasar por su lado.

Cuando me encontré a solas con Tadark y con Narian, ordené a mi guardaespaldas que me trajera una silla al lado de la cama. Me senté por segunda vez esa semana a esperar a que el hombre a quien amaba se despertara.

Finalmente, el hambre pudo conmigo y mandé a Tadark a buscar un poco de sopa y de pan. A pesar de que Narian no se había movido, su respiración era profunda y regular, y finalmente me sentí libre para demostrar mi afecto hacia él. Tenía la cabeza girada hacia el otro lado. Le aparté unos cuantos mechones dorados de la frente, anhelando volver a ver sus profundos ojos azules. Mientras observaba su expresión serena, me asaltó la curiosidad por la «marca de la luna sangrante» a la que London se había referido. Me levanté de la silla para poder ver mejor y le aparté el cabello de la oreja y del cuello. Tuve que reprimir una exclamación cuando vi la marca de nacimiento. Aunque no era especialmente grande, era espantosa, pues tenía la forma de una luna creciente mal cortada; una línea irregular de color rojo que partía de la parte inferior de la luna se parecía mucho a la sangre. Era como si se hubiera cortado una luna llena con una daga mal afilada y hubiera provocado que ese cuerpo celestial sangrara. Volví a cubrirle el cuello con el cabello, como si de alguna manera quisiera esconder la prueba de que él estaba destinado a cumplir la leyenda.

Los viejos miedos habían vuelto a aparecer en mí, así que me levanté y di vueltas por la habitación mientras me fijaba en el escaso mobiliario. La cama se encontraba contra la pared, al lado de una fría ventana que daba al jardín, antes hermoso, pero que ahora resultaba lóbrego y yermo a causa del invierno. Había un par de sillones acolchados delante de la chimenea, donde crepitaban unos troncos de leña, y una pequeña mesa atestada de libros. La espada de Narian y la funda estaban colgadas de uno de los postes a la cabeza de la cama, y sus dagas estaban en un banco, cerca de la chimenea.

Miré los libros que había encima de la mesa, asombrada por su variedad. Había un volumen de historia de Hytanica, otro sobre el uso de hierbas medicinales y dos libros sobre armas. También había un texto de filosofía, un volumen sobre cetrería y un libro de poesía, cosa que me agradó. Levanté el libro de poemas y volví a mi sillón. Estuve hojeándolo hasta que Tadark regresó con una bandeja de comida. Comí con ansia y cuando dejé a un lado la bandeja con intención de volver a sumirme en el libro, Tadark se aclaró la garganta.

—Podríamos jugar al ajedrez —sugirió—. He visto un tablero en la estantería.

Puesto que Narian parecía profundamente dormido, accedí, pues pensé que así aliviaría el aburrimiento. Tadark colocó la mesita y una silla donde me encontraba y preparó el tablero. Al cabo de una hora, mientras estábamos absortos en la competición, la voz ronca de Narian me sobresaltó.

—¿Quién gana?

—¡Narian! —Me giré y lo miré sin disimular una sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?

Él se puso una mano en la cabeza y cerró los ojos un momento.

—Me duele la cabeza y tengo sed, pero, aparte de eso, estoy bien.

—Iré a buscar comida y bebida —me dijo Tadark poniéndose en pie—. Y comunicaré al capitán y a los demás que se ha despertado.

En cuanto Tadark hubo salido, Narian frunció el ceño con expresión confundida.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —preguntó.

—Cannan te lo explicará todo cuando llegue —contesté de buen humor.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Cinco días.

Él asintió con la cabeza y luego hizo una mueca, como si ese movimiento le hubiera dolido.

—Descansa —le aconsejé, y él se tumbó y cerró los ojos.

Al mirarlo, de repente me sentí incómoda, pues deseé abrazarlo, pero sabía que una muestra de afecto como ésa resultaría inapropiada, pues estábamos solos y él estaba en la cama. A mi pesar, deseé que Tadark regresara pronto.

Narian continuaba tumbado, y me pregunté si no se habría vuelto a dormir. Sin que él hubiera vuelto a decir nada más, la puerta se abrió. Cannan entró en la habitación seguido por London, Destari y Tadark, que traía pan, cocido y cerveza negra. Narian abrió los ojos e hizo un intento de sentarse, pero se quedó inmóvil en cuanto vio a los tres hombres que se acercaban a él.

—¡Vi que os clavaban un dardo envenenado! ¿Cómo es posible que estéis vivo?

—Parecéis decepcionado —replicó London con ironía mientras los tres se colocaban al lado de la cama de Narian.

Respondí impulsivamente a la pregunta, pues conocía la tensión que existía entre los dos hombres y no quería que la conversación subiera de tono:

—Creemos que gran parte del veneno se quedó en el jubón de London, y que no entró el veneno suficiente en su cuerpo para matarlo, aunque estuvo incapacitado durante varias horas y nos dio un buen susto. —Suspiré profundamente, pues me di cuenta de que empezaba a tartamudear y de que no podía parar—. London y Destari son los responsables de que hayas vuelto sano y salvo. Ellos…

—Son asuntos militares —me cortó Cannan con seriedad, y yo me quedé con la palabra en la boca.

Dirigiéndose a Narian, preguntó:

—Bueno, ¿qué recuerdas?

Narian bajó despacio las piernas de la cama y se volvió a sujetar la cabeza. Aceptó la comida y la bebida que le ofrecía Tadark y tomó un largo trago de cerveza antes de hablar.

—Como sabéis, me secuestraron durante la celebración de Nochebuena. Me desvanecí poco después de ver que le clavaban el dardo a London. Entonces perdí la noción del tiempo. Mis captores pusieron droga en mi bebida para hacerme perder el conocimiento y, aunque intenté no beber mucha cantidad, ellos me podían drogar de otras formas si era necesario. Pero estuve bastante despierto para darme cuenta de que cambiábamos de lugar con frecuencia, normalmente durante la noche.

Comió un poco del cocido y tomó otro largo trago de cerveza antes de continuar con su historia:

—Mis captores eran cuatro en total, dos hombres y dos mujeres. Pude oír retazos de sus conversaciones. Tenían problemas para sacarme de la ciudad. También me enteré de que habían sabido donde me encontraba desde el torneo, pero que la Gran Sacerdotisa quería darme una oportunidad de regresar a Cokyria por voluntad propia.

Frunció el ceño, como intentando recordar algo más, pero suspiró, frustrado.

—Eso es todo lo que recuerdo. Bueno, me gustaría saber cómo he llegado hasta aquí.

—Pusimos una trampa, y cuando los cokyrianos intentaron sacarte por encima del muro, London y Destari y los demás que están bajo su mando te rescataron —le dijo Cannan—. Ahora tenemos a tres de tus captores bajo nuestra custodia. El otro escapó y, sin duda, ha regresado a Cokyria.

Narian se quedó inmóvil con un trozo de pan en la mano.

—Las gentes de los pueblos están en peligro —advirtió—. Cokyria no dudará en atacar ahora que su intento de sacarme de aquí ha fallado.

—London piensa lo mismo —repuso Cannan—. Pero ¿no harán ningún intento por recuperar a los prisioneros? Un ataque podría provocar su ejecución.

—Han fracasado en su misión y, por tanto, se espera que hayan perdido la vida —declaró Narian en tono lúgubre.

Cannan reflexionó un momento antes de continuar.

—En previsión de un posible ataque, he empezado a trasladar a quienes ya estaban preparados al interior de la ciudad. Se están preparando unos alojamientos provisionales en las iglesias. También se construirán refugios para dar cabida a una gran cantidad de personas.

—Tienen que estar dentro de la ciudad antes del anochecer, esté todo preparado o no —declaró London.

Cannan lo fulminó con la mirada, pero no respondió, pues sus órdenes eran inviolables fuera cual fuera la opinión de London. Estuve segura de que lo había dejado claro ya en un par de ocasiones.

—Supongo que habréis hecho que los prisioneros se cambien de ropa. ¿Habéis confiscado todos sus objetos personales? ¿Botas, cinturones, joyas? —Las preguntas de Narian pusieron fin a la silenciosa batalla entre London y su capitán y atrajeron la atención de Cannan.

—Ésas fueron mis órdenes, pero comprobaré que se hayan cumplido con exactitud. Como medida de precaución, también he puesto un guardia fuera de tu puerta; estará vigilando las veinticuatro horas, y te asignaré un guardaespaldas cuando estés bien y puedas moverte por palacio.

Narian asintió con la cabeza, pero no dijo nada más.

—Ahora debes comer y descansar. El Rey te visitará más tarde. —Dirigiendo su mirada hacia mí, dijo—: Destari volverá a ser vuestro guardaespaldas. Debéis marcharos y dejar que Narian se recupere.

Hizo un gesto a Tadark y a London, que todavía parecía enojado, para que lo acompañaran, y los tres hombres salieron juntos de la habitación.

Puesto que Cannan no me había dejado alternativa, me despedí de Narian y regresé a mis aposentos con Destari. Entré en mi dormitorio y abrí las puertas del balcón para salir al aire frío de la noche. Observé la actividad que había al otro lado de los muros de nuestro patio, pues la ciudad se preparaba para acoger a toda la población de Hytanica. Al otro lado de las puertas de la ciudad, los habitantes de los pueblos llenaban las carreteras mientras se dirigían a ritmo constante hacia la seguridad de la ciudad. Temblando, volví a entrar en mi dormitorio y cerré las puertas del balcón.

Más tarde, ese mismo día, vino a verme mi padre.

—Voy a hacerle una visita a Narian y he pensado que quizá quieras acompañarme —me dijo, y me dio un beso en la mejilla.

—Sí, me gustaría —contesté, tal vez con demasiado entusiasmo, y vi que su rostro se ensombrecía.

—Me he enterado de que ha habido… muestras de afecto… entre vosotros dos —dijo, y esperó mi confirmación.

Me sorprendió que sacara ese tema, y estuve segura de que la expresión de mi rostro era una confirmación suficiente.

—Doy por sentado que este afecto se basa en una simple amistad. Él es demasiado joven… e inexperto… para que lo podamos considerar un pretendiente para ti.

Había elegido las palabras con cuidado, pero sabía que detrás de ellas se escondía una reserva hacia Narian. Asentí con la cabeza, pues no confiaba en que mi voz no me delatara y me sentí absolutamente perdida sobre cómo podría hacerle cambiar de opinión acerca del joven.

—Muy bien, entonces —dijo, ofreciéndome el brazo, y supe que daba por zanjada la cuestión—. ¿Vamos?

Al salir de la habitación, mi padre despidió a Destari para que pudiera ocuparse de otras tareas.

Estuvimos con Narian durante media hora, aunque yo dije poca cosa, pues no estaba segura de poder disimular la verdadera naturaleza de mis sentimientos. El Rey, al contrario, se encontraba de muy buen ánimo, a pesar de la amenaza de Cokyria, que pendía sobre nuestras cabezas; seguramente se debía a las victorias que representaban la recuperación de London y el regreso de Narian.

Cuando mi padre se preparaba para marcharse me invitó a tomar el té con él, lo cual era una forma sutil de recordarme que no era apropiado que me quedara en el dormitorio de Narian sin una carabina. Bajamos por la escalera de caracol y nos dirigimos hacia la parte delantera del palacio. Pero nuestro agradable paseo por los pasillos del primer piso se vio interrumpido por el golpe de una puerta y por unas voces enojadas. El ruido nos condujo hacia la entrada principal; allí encontramos a London y a Cannan, el uno frente al otro en actitud beligerante; era evidente que acababan de salir del despacho del capitán.

—¡Si no haces que todo el mundo entre en la ciudad antes de esta noche, tendrás que recoger sus cuerpos por la mañana! —London estaba tenso y tenía los puños apretados a ambos lados del cuerpo.

Mi padre, molesto por aquella escena, se soltó de mi brazo y me hizo un gesto para que no lo siguiera. Inmediatamente se dirigió hacia ellos.

—Mis patrullas no han informado de que haya rastro alguno de los enemigos —dijo Cannan, fulminando a London con la mirada. Dio un paso hacia el enojoso guardia y se quedó a muy poca distancia de él—. Y tú no vas a volver a desafiar mi autoridad de esta forma.

—Entonces, ¿de qué forma debo desafiarla? —respondió London.

—Me mostrarás el respeto debido y te dirigirás a mí como «señor» o «capitán», si no quieres verte confinado a tus habitaciones.

Estaba claro que la paciencia de Cannan ante el evidente desprecio de London por la cadena de mando, así como por su tendencia a darle órdenes a su superior, se estaba acabando.

—Entonces me pondré al día con mis libros hasta la próxima vez que me necesites para afrontar una crisis. Pero cuando llegue ese momento, quizá no me encuentres dispuesto a…

London no terminó la frase, pues acababa de reparar en la presencia de mi padre. Le dirigió a su capitán una última mirada de desafío, se dio la vuelta y, tras cruzar la puerta principal, salió al patio central.

Mi padre y Cannan hablaron un momento, pero estaban demasiado lejos y no pude oír qué decían. El capitán miró hacia donde me encontraba, y yo me removí, incómoda, preguntándome si debía continuar esperando. Pero no tuve mucho tiempo para pensar en ese asunto, pues mi padre volvió enseguida a mi lado.

—Perdóname, querida, pero tendré que cancelar nuestro té. Hay asuntos más urgentes, me temo.

—No pasa nada —lo tranquilicé, y me di cuenta de que Cannan se había detenido ante la entrada principal y esperaba al Rey.

—¿Quieres que te pida un escolta?

—Gracias, padre, pero no es necesario, pues pienso volver a mis aposentos.

Le dirigí una sonrisa y acepté su brazo para que me acompañara por el pasillo hasta la escalera principal. Cuando dejé el brazo de mi padre y pasé al lado de Cannan, su expresión de preocupación me inquietó. El miedo empezó a hacer mella en mí al pensar en las oscuras predicciones de London.

A la mañana siguiente, temprano, me encontraba tomando el té ante la gran ventana de la sala dejando pasar el tiempo, pues la llovizna que caía sobre el follaje del patio no me dejaba hacer alguna cosa mejor. Tenía pensado visitar a Narian por la tarde, y había invitado a Miranna a que viniera conmigo, tanto por disfrutar de su compañía como para tener una carabina. A pesar de que Destari habría cumplido con esta última necesidad, tenía intención de hacerle esperar en el pasillo, pues sabía que Narian no hablaría con libertad en su presencia.

Mientras tomaba el té, volví a repasar mentalmente la discusión que había presenciado entre Cannan y London. Empezaba a pensar en preguntarle a Destari, que se encontraba de pie cerca de la chimenea, por el incidente, cuando London entró en la habitación.

—Nadie ha entrado en la ciudad esta mañana, ninguna patrulla ha informado a Cannan; ninguno de los habitantes de los pueblos ha acudido en busca de refugio, nadie. —Hablaba a su amigo en tono angustiado—. No creo que nadie haya sobrevivido esta noche.

Destari inclinó la cabeza en mi dirección, preguntándole en silencio si debían hablar en mi presencia. London asintió con la cabeza, demasiado distraído como para prestar mucha atención al tema.

—¿Sabes a cuántos trajeron al interior de la ciudad ayer? —preguntó Destari.

—Quizás a dos mil, pero cientos fueron abandonados a su suerte. Tengo intención de salir a caballo para ver la situación por mí mismo. —London empezaba a hablar en tono enojado.

—Cabalgaré contigo —dijo Destari automáticamente.

—No. Sospecho que será peligroso, y no hay necesidad de que nos pongamos en peligro los dos.

Sentí que el corazón me daba un vuelco, pero permanecí en silencio.

—Vendré a verte en cuanto regrese.

Cuando London se fue me sentí atenazada por el miedo y busqué refugio en mi dormitorio. Cada diez o quince minutos salía al frío del balcón para averiguar si había algún movimiento al otro lado de los muros de la ciudad, pero el paisaje permanecía extrañamente quieto y no había ninguna señal de humo proveniente de las chimeneas de las casas lejanas.

Cuando salí al balcón por enésima vez, vi que un jinete se aproximaba al galope. Salí corriendo de mis aposentos, y Destari se llevó un buen susto.

—¡Es London!

Él me cogió del brazo cuando giré para dirigirme al rellano de la escalera principal.

—Creo que no es asunto vuestro —me dijo con suavidad.

Me volví hacia él con indignación.

—Todo el mundo en Hytanica, incluida yo, tiene derecho a saber lo que está ocurriendo. No son sólo las vidas de los soldados lo que está en juego.

Me soltó, frustrado por no saber cómo contrarrestar mi respuesta, y los dos nos apresuramos por el pasillo.

—¡Cannan! —gritó London entrando en el palacio. Señaló a uno de los guardias que estaba apostado al lado de la puerta y le dijo con sequedad—: Ve a buscar a Cannan. ¡Ahora!

—Estoy aquí. —Oí el tono tranquilo y amenazante de Cannan y lo vi salir de su despacho.

Me detuve en el rellano, asombrada por el enfrentamiento que tenía lugar en el piso de abajo.

—¿Sabes si alguien ha entrado en la ciudad esta mañana? —preguntó London, enojado, mientras se acercaba a su superior—. ¡Bueno, creo que puedo decirte el motivo! ¡Están muertos, todos muertos! Los soldados, los habitantes de los pueblos, hombres, mujeres, niños…, incluso los animales. Todos han sido asesinados durante la noche. Y las orillas del río están tomadas por el enemigo. —Cannan tenía los oscuros ojos clavados en los de London, que concluyó en tono feroz—: Yo diría que eso sí es un signo de la presencia de los cokyrianos.

—No discutiremos esto aquí —dijo Cannan, luchando por controlarse—. Vendrás conmigo a informar al Rey.

—Me llevaré a unos hombres conmigo para traer los cuerpos y poder enterrarlos de forma honrosa ahora que todavía tenemos tiempo de hacerlo. Tú puedes ir a informar al Rey de cómo está funcionando tu estrategia.

London le dio la espalda al capitán, pero Cannan lo agarró por el cuello del jubón e hizo que se diera la vuelta.

—Tú vendrás conmigo —afirmó, ofendido por el tono acusador de London. Hizo una señal a los guardias de la puerta, que dieron un paso al frente, dejando claro cuál era la situación.

London no dijo nada, pero, despacio, se llevó las manos hasta sus cuchillos largos. Destari bajó corriendo las escaleras para acabar con ese enfrentamiento antes de que alguien sufriera alguna herida.

—London, lo que nuestro capitán pide tiene sentido —declaró, y se colocó al lado de su amigo y le puso una mano en el hombro. Luego se dirigió a Cannan—: Señor, quisiera llevarme a unos cuantos hombres para recoger los cuerpos de los caídos para que sean enterrados.

Transcurrió un largo y angustioso momento en que London y Cannan continuaron mirándose con desafío.

—Permiso concedido —dijo Cannan finalmente.

London apartó los ojos del capitán y dirigió la mirada hacia Destari; parte de la tensión se disipó cuando London asintió deliberadamente ante su amigo, aunque no ante Cannan. Luego pasó por delante de su capitán en dirección a la antesala que conducía a la sala del Trono. Cannan despidió a sus guardias y lo siguió.

Destari volvió a mi lado y me separó las manos de la barandilla con delicadeza; fue entonces cuando me di cuenta de la fuerza con que me había estado agarrando a ella.

—Permitidme que os acompañe a vuestros aposentos —me dijo, y me cogió del brazo para conducirme por el pasillo.

No opuse resistencia: estaba demasiado horrorizada por las noticias para que me importara adónde me llevaba.

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