Legacy

Legacy


Capítulo IV

Página 7 de 39

CAPÍTULO IV

Una traición en marcha

AUNQUE durante el interrogatorio no se había conseguido extraer ninguna información a Nantilam, en los siguientes días pasaron muchas cosas. Cannan había organizado un registro por todo el reino en busca de otros cokyrianos que hubieran podido estar ayudando a nuestra prisionera en sus desconocidos propósitos; también había establecido medidas de seguridad extraordinarias en palacio. Ningún miembro de la familia real debía quedarse sin vigilancia en ningún momento, bajo ningún concepto, lo cual significaba que London estaba de servicio veinticuatro horas al día. Además, Dake, por indicación de Cannan, había colocado guardias en cada esquina y las áreas que ya estaban vigiladas fueron reforzadas, de tal forma que era imposible estar a solas en ningún momento.

Cuando el frenesí de actividad empezó a bajar, mi padre intentó hablar conmigo varias veces, sin duda sobre mi elección de esposo y de los motivos por los que debía elegir a Steldor. Aunque confiaba en que él nunca me obligara a casarme con el terco y arrogante hijo de Cannan, también sabía que no comprendería mi resistencia a ese matrimonio. La mayoría de las personas estaban de acuerdo con la opinión que mi padre tenía de Steldor; de hecho, personalmente me molestaba ver la adoración que muchos le profesaban: parecía que todos los hombres quisieran parecerse a él y que todas las mujeres deseasen estar entre sus brazos. Las jovencitas eran las peores, pues no dejaban de hinchar su ya desmesurado ego con todos los cumplidos que le dedicaban. Desde su punto de vista, él tenía posición y riqueza, además de una apariencia muy deseable, y no parecía molestarles el hecho de que jugara con ellas para divertirse. Pero yo no necesitaba ni posición ni riqueza, y no tenía ningún interés en que me utilizaran como diversión.

Al final, mi padre consiguió hablar conmigo sobre el asunto de mi futuro matrimonio: esa tarde me encontraba tumbada en el sofá de mi salón cuando oí que llamaban a la puerta.

—¿Voy a abrir, o vais a fingir que no estáis aquí? —preguntó London, que se encontraba tranquilamente apoyado en la pared del fondo de la habitación.

—Puedes ir a ver quién es, si deseas hacerlo —contesté encogiéndome de hombros.

Intenté ignorar el último comentario que había hecho. Era cierto que yo utilizaba esa estratagema a veces, cuando intentaba evitar a alguien, y London sabía que no tenía ganas de tener una conversación con el Rey. En cualquier caso, se dirigió hacia la puerta. Mi padre se presentó ante mí antes de que tuviera tiempo de prepararme mentalmente.

—Alera —dijo en tono alegre—. ¡Con todo lo que ha estado pasando, es como si nos hubiéramos estando eludiendo mutuamente! —Se rió con satisfacción ante ese supuesto chiste—. Me alegro de que tengamos un poco de tiempo para charlar.

—¿Deseáis que salga fuera? —preguntó London desde la puerta.

—No, no. No es necesario. Solamente será un momento. Además, probablemente incumplirías alguna norma de tu capitán si lo hicieras. ¡No quiero ser responsable de que tengas problemas con Cannan!

London cerró la puerta y se apoyó en la pared con los brazos cruzados, como era habitual en él. Mi padre se sentó a mi lado en el sofá y yo me incorporé.

—Tal como decía, Alera, es fantástico que podamos pasar un poco de tiempo juntos, por fin. Quería hablar contigo la noche de tu cumpleaños, pero las cosas se pusieron un tanto caóticas. Doy gracias a los Cielos de que Cannan tenga una mente despejada. ¡Si no hubiera sido por él, no sé en qué clase de lío nos encontraríamos ahora!

La actitud de London mostraba una irritación poco común tras oír que mi padre atribuía a Cannan el logro de encargarse de la intrusa. De todas formas, refrenó la lengua.

—Me gustaría hablar contigo sobre la elección de tu esposo —continuó mi padre, que me miró con ojos cálidos y afectuosos—. Me encantó saber que lord Steldor disfrutó mucho la velada que pasó contigo. Dime, ¿hay algún otro hombre que haya llamado tu atención?

A pesar de que, bajo mi punto de vista, casi cualquier hombre era mejor que Steldor, no se me ocurría ninguno que pudiera merecer una seria consideración por parte de mi padre. Era evidente que Steldor era su heredero, lo habían criado para ser el sucesor del Rey.

—Me temo que no, padre.

—No voy a ocultarte mis pensamientos —repuso él con aire de satisfacción—. Me alegro de que Steldor sea el único joven a considerar, y me anima mucho ver que él ha demostrado interés por ti.

Reprimí una mueca al darme cuenta de que mi padre estaba más preocupado por la opinión que Steldor pudiera tener de mí que por mi propia opinión de Steldor.

—Lord Steldor es… una persona notable. Pero no creo que él sea el hombre con quien deba casarme.

—¿Qué quieres decir, Alera? —preguntó mi padre, verdaderamente sorprendido.

—Sólo quiero decir… —Buscaba una respuesta lógica, pues sabía que la verdad no sería motivo suficiente para mi padre—. Para mí Steldor es sólo un amigo. Quizá sería mejor que se casara con Mira.

—Oh, no seas ridícula —se burló—. Si se casara con Miranna, no sería rey.

—Pero ella es más adecuada para su… personalidad.

—Y él es el más adecuado para subir al trono. —La frustración de mi padre se iba haciendo evidente en los movimientos de sus manos—. Y la capacidad de reinar será el principal requisito en que se basará esta decisión.

—Lo comprendo, padre. —Asentí con tristeza, mirando al suelo.

Llevó su mano hasta mi barbilla para levantarme la cabeza y mirarme a la cara. Inmediatamente su expresión se suavizó.

—Pasar de amigo a esposo no es un cambio tan grande; insisto en que tengas en consideración a Steldor.

—Sí, padre —murmuré, pues había decidido que en esa ocasión era mejor no contradecir sus deseos.

—¡Muy bien! —exclamó dando una palmada y recuperando su humor alegre—. Entonces le informaré de que te muestras receptiva a sus avances.

Antes de que tuviera tiempo de protestar, mi padre se puso en pie y fue hasta la puerta.

—No —susurré. Sentía que el color se había retirado de mis mejillas—. ¿Qué he hecho?

En ese momento vi una mueca en los labios de London y me puse en pie de un salto.

—No te atrevas a reír —dije, indignada.

—No iba a hacerlo —repuso London, aunque la sonrisa no había desaparecido de sus ojos.

Me sentía tensa, así que ordené a Sahdienne que me preparara un baño. La cámara de baño tenía una palangana encima de un estrado y un armario empotrado en una de las paredes laterales. Pero lo que la hacía única era la gran bañera que se hundía en el suelo de azulejos. El agua llegaba a través de unas cañerías que corrían por el interior de las paredes desde uno de los pozos que suministraban el palacio y se calentaba gracias a la doble chimenea que caldeaba mi habitación y la sala.

Mientras me bañaba y me preparaba para ir a la cama, London esperó, un tanto incómodo, en la sala. Hasta las recientes órdenes de Cannan, sus funciones como guardaespaldas no incluían permanecer en mis aposentos mientras yo realizaba esas tareas tan personales. Cuando estuve lista para retirarme a descansar, despedí a Sahdienne y abrí un poco la puerta de mi dormitorio para desearle buenas noches.

Me costaba conciliar el sueño, pues no dejaba de pensar en qué pasaría al día siguiente, porque la cokyriana iba a ser llevada de nuevo ante mi padre y el capitán, y yo estaba decidida a estar presente. Justo cuando empezaba a quedarme dormida recordé, de repente, una cosa del anterior interrogatorio. Me puse de pie y corrí hasta la sala, donde London se encontraba reclinado en el sofá. Él se puso en pie de inmediato. Me sentía sobresaltada, en estado de alarma. London escudriñó la habitación con su experta mirada en busca de enemigos y, luego, dirigió sus ojos hacia mí.

—¿Por qué no estáis en la cama? —preguntó, irritado por haber sido molestado sin motivo.

—¿Cómo lo sabías?

Me miró, desconcertado.

—¿Cómo sabía qué?

—¿Cómo sabías que ella es la Gran Sacerdotisa y que se llama Nantilam?

El rostro de London se ensombreció al comprender a qué venía mi pregunta.

—Me equivoqué —dijo bruscamente—. Fue una suposición, y te lo comuniqué de forma muy imprudente. Y ahora, ¿podemos tener un poco de tranquilidad o queréis que os lea un cuento antes de dormir?

Levanté la vista hacia el techo, exasperada. El sarcasmo de London era una clara demostración de que no estaba de humor para hablar, así que me retiré a mi dormitorio y me sumí en un sueño inquieto. Me desperté cuando todavía era de noche y, después de dar vueltas y vueltas en la cama, me levanté para ir a buscar un poco de agua. Me serví un vaso de la jarra que tenía en la mesita de noche y bebí un sorbo. Sabía que sería incapaz de volver a dormir a no ser que caminara un poco y meditara las cosas. Pero también sabía que no podría esquivar a London, y que él no accedería a ir a dar un paseo.

Decidí intentarlo. Quizás el Guardia de Elite estuviera dormido y mis pasos no lo despertaran. Abrí despacio la puerta de mi dormitorio y entré de puntillas en el salón. Estaba a punto de salir al pasillo, asombrada ante la suerte que tenía, cuando eché un vistazo al sofá en que dormía London. No estaba allí.

Me acerqué al sofá, creyendo que me fallaba la vista a causa de la oscuridad, pero no había ni rastro de él.

—¿London? —llamé, sabiendo que, si estaba cerca, me respondería.

En la sala sólo había silencio. Abrí la puerta y saqué la cabeza al pasillo en penumbra, pero no lo veía.

De repente, sin deseos ya de ir a pasear, decidí meterme en la cama. Me preocupaba pensar dónde habría podido ir London. ¿Por qué me habría dejado desprotegida, contraviniendo las órdenes que tenía? ¿Es que habría habido algún problema que lo hubiera obligado a salir corriendo en mitad de la noche? Permanecí en silencio durante horas, o eso me pareció. Finalmente caí en un sueño agitado en el que se entremezclaron terribles imágenes de lo que le había podido suceder a mi guardaespaldas.

A la mañana siguiente me desperté y fui directamente a la cámara de baño sin comprobar si London estaba en la sala por miedo a no encontrarlo allí. Me vestí con ayuda de Sahdienne y decidí ponerme la diadema de plata y diamantes para presentar un aire de autoridad durante el segundo interrogatorio.

Cuando Sahdienne se hubo marchado, me dirigí al salón y, con gran alivio, vi que London se encontraba esperando al lado de la puerta con su pose característica, con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados sobre el pecho. Nos miramos un momento antes de que ninguno de los dos dijera una palabra.

—¿Qué? —preguntó con una sonrisita—. ¿Me he puesto la camisa al revés o algo?

—¡No! —Repuse con brusquedad, dándome cuenta de que me había quedado mirándolo durante un larguísimo rato—. Sólo me preguntaba dónde estabas esta noche.

La sonrisa de London desapareció.

—No sé de qué estás hablando —dijo, cambiando de postura, como si estuviera incómodo.

—Me levanté por la noche y no estabas aquí.

—No he ido a ninguna parte. Quizás haya salido al pasillo un momento, pero aparte de eso, he estado aquí toda la noche. Tal vez lo hayáis soñado.

—Pues ha sido un sueño muy realista. —Me mordí el labio, inquieta—. ¿Por qué me mientes, London?

—¡No os miento! —exclamó, cortante, y se apartó de la pared mirándome con ojos encendidos—. ¿Me estáis acusando de abandonar mi puesto?

—No, por supuesto que no —dije, desconcertada por su enojo.

Abandonar su puesto significaba ignorar todo aquello que él defendía, todos los juramentos que había prestado como soldado de Hytanica y miembro de la Guardia de Elite del Rey. Significaba perder su carrera, quizás incluso su vida.

—No quería decir eso. Lo siento, si te he ofendido. Sólo ha sido… curiosidad.

—Si todavía quieres estar presente en ese interrogatorio, será mejor que nos vayamos. —Su actitud era brusca y su voz vibraba con indignación.

Caminamos en silencio hasta la escalera de caracol. Sentía una opresión en el pecho por la vergüenza, no debería haberle hablado de esa forma; me preocupaba, además, la manera en que él había reaccionado, aunque sabía que me perdonaría, como hacía siempre. Mientras bajábamos por la escalera hasta el primer piso oímos unas voces enojadas en el pasillo. Entonces vimos a mi padre, al capitán y a cuatro guardias de la elite.

—¿Cómo es eso posible? —El tono de voz de mi padre era de desesperación, y no dejaba de juguetear con el anillo real que llevaba en el dedo.

—Debe de haberse escapado durante la noche. Cuando Kade ha ido a buscarla esta mañana, ya no estaba. —El tono de voz de Cannan era casi tranquilo, pero tenía la frente surcada de arrugas.

—¿Hay algún problema? —preguntó London, y los demás se dieron cuenta de nuestra presencia.

Mi padre habló antes de que Cannan pudiera decir nada.

—Parece que nuestra prisionera se ha escapado esta noche.

—¿Se ha registrado la zona? Quizá todavía se encuentre en las inmediaciones del palacio.

—Sí, hemos registrado el palacio y los alrededores sin conseguir nada —contestó Cannan, resentido por la costumbre que tenía London de obviar su autoridad—. He ordenado que registren toda la ciudad y he alertado a las patrullas de las fronteras, pero, de momento, no hemos encontrado ni rastro de ella.

—¿Cómo es posible que haya escapado? —pregunté, incapaz de refrenarme, aunque sabía que no era yo quien debía hacer preguntas.

Cannan me miró con seriedad, pero respondió:

—Todavía tenemos que aclararlo. Según Kade, su celda estaba cerrada, tal como debía estar, pero ella no estaba dentro.

—¡Esto no tiene ningún sentido! —exclamó mi padre gesticulando de tal forma que todos dimos un paso atrás—. ¡Es imposible escapar de nuestras mazmorras, con o sin la vigilancia de los guardias!

—Le he dicho a Kade que traiga a todos los guardias que se encontraban vigilando las mazmorras esta noche para que los podamos interrogar —contestó Cannan—. A no ser que como aseguran las leyendas, los cokyrianos sean tan listos e ingeniosos, esos hombres no nos darán la respuesta.

—¡Es culpa del traidor! —gritó uno de los guardias de elite que acompañaban al capitán y al Rey.

—¡Tadark! —lo reprendió Cannan—. ¡Es suficiente!

—Hay un traidor entre nosotros, eso seguro —repitió Tadark con aire desafiante—. La prisionera no hubiera podido escapar sin ayuda, y solamente alguien que ya estuviera dentro del palacio ha podido entrar en las mazmorras.

Entonces Tadark se dirigió a mi padre con gesto dramático:

—Sólo pido que vuestro sueño sea ligero, alteza, y que permanezcáis alerta incluso en presencia de vuestros guardias de mayor confianza.

—¡Ya basta! —gritó Cannan en un tono tan duro que inmediatamente sentí pena de que Steldor hubiera tenido que soportar la ira que contenía esa única palabra.

—Sí, señor —respondió Tadark, pero su gesto resentido indicaba que creía tener razón.

Puesto que ya no iba a haber ningún interrogatorio, volví a mis aposentos sintiendo el peso de esas nuevas preocupaciones y deseando poder compartirlas con alguien para aliviarme. ¿Cómo podía haber escapado nuestra prisionera? Mi padre había dicho que era casi imposible burlar la vigilancia de las mazmorras de palacio. ¿La habría ayudado alguien? Pero ¿con qué finalidad? Cuanto más lo pensaba, más confundida me sentía y, al final, sólo conseguí tener un tremendo dolor de cabeza.

Los días siguientes fueron frenéticos. Lo recuerdo todo mezclado. Cannan volvió a ordenar que se extremara la seguridad de palacio, y Kade había duplicado el número de guardias en cada puesto y en cada misión. Quizá lo más desconcertante fue que a mi hermana y a mí nos prohibieron abandonar el palacio, ni siquiera podíamos ir al jardín.

Cannan debió de haberse tomado a pecho las conjeturas de su joven teniente, porque ordenó que ningún miembro de la familia real se quedara en compañía de un único guardia. Eso significó que me asignaron un segundo guardaespaldas, y fue mala suerte que el hombre que me destinaron fuera Tadark.

Tadark imponía menos que London, y era, por lo menos, cinco centímetros más bajo que yo. Llevaba el pelo, marrón, bien cuidado y tenía los ojos del mismo color. Su rostro era aniñado, lo cual le daba un aire inocente, aunque yo sabía que debía de tener casi treinta años. A diferencia de London, vestía el uniforme de la Guardia de Elite, un jubón azul cruzado en el pecho, camisa blanca y pantalón negro, y se mostraba orgulloso de haber alcanzado esa posición. Llevaba la espada de la Guardia de Elite sobre la cadera derecha, por lo cual deduje que era zurdo.

En muchos sentidos, Tadark era lo opuesto de London. Era supersticioso y hablaba a menudo y durante mucho rato. London siempre intentaba pasar desapercibido, mientras que Tadark no paraba de decirme «¡cuidado!» o «¡no os acerquéis!». London, por supuesto, creía que la actitud de Tadark era cómica, pero yo no. Al final de la primera semana, tenía ganas de asesinar a aquel tipo. Empecé a especular sobre cómo había conseguido ser guardia de elite. En cuanto pudiera, se lo preguntaría a London.

Durante esa semana, la moral en palacio bajó y el mal humor se extendió entre los que trabajaban para la familia real, pues todo el mundo sospechaba que los demás podían ser los traidores. Solamente Cannan, Kade, los miembros importantes de la guardia y el Rey conocían los detalles completos de la investigación. Aunque seguramente eso era necesario para mantener la fiabilidad de la investigación, también es cierto que contribuyó a incrementar la tensión.

Me sentía frustrada por que London conocía cada vez más detalles de la situación, mientras que a mí me dejaban en una desesperante ignorancia. Aunque yo era miembro de la familia real, no tenía mayor capacidad de obtener información que los sirvientes de palacio, dado que, princesa o no princesa, no era más que una mujer y no debía involucrarme en asuntos militares. La situación no contribuía a aliviar mi ansiedad y me desagradaba sentirme prisionera en mi propia casa, especialmente porque, dada la posibilidad de que hubiera un traidor, el peligro dentro de la casa era igual que el que acechaba fuera de los muros del palacio.

Entonces, un día, a la semana siguiente, se me ocurrió una idea. Lo más probable era que Steldor, al ser comandante de tropa e hijo de capitán, tuviera mucha información relacionada con la huida de la mujer cokyriana. También era cierto que a él le gustaba escucharse hablar. A pesar de lo que me desagradaba, había llegado el momento de tener otra cita con él.

Ir a la siguiente página

Report Page