Legacy

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Capítulo VIII

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CAPÍTULO VIII

Té y charla

LOS DÍAS que siguieron a la partida de London fueron jornadas de tristeza y arrepentimiento. Deseé ser capaz de escapar de ese dolor, pero sus comentarios acerca de mi autocompasión continuaban resonándome en los oídos. Continué realizando las actividades cotidianas: bordando, escribiendo, recibiendo lecciones de música, visitando la capilla para la oración de la tarde, leyendo por la noche, pero lo hacía sin energía y sin entusiasmo. Cannan había levantado algunas de las restricciones que nos había impuesto a Miranna y a mí, y podíamos volver a salir de palacio acompañadas por nuestros guardaespaldas, pero no tenía ningún deseo de hacerlo.

Era imposible sustituir a London. Por mucho que intentara llenar mi tiempo haciendo cosas, me sentía como si hubiera perdido algo en mi vida.

Deseaba tener a alguien con quien poder hablar, pero, a pesar de que Tadark y Destari estaban siempre a mi lado, ninguno de ellos era adecuado para ello. Era probable que Destari sintiera algo parecido, pues era un buen amigo de London, pero era reservado y estoico, y yo no lo conocía lo suficiente para hablar abiertamente con él. Y Tadark no podía dejar de comentar que nunca había confiado del todo en London, que siempre le había parecido que había algo siniestro en él, algo que no cuadraba. Resultaba irónico que la persona con quien de verdad yo quería hablar sobre eso fuera, de hecho, el propio London.

Dos semanas después de la partida de London, mi madre me obligó a retomar mi vida cotidiana y a salir con mis amigos y mis conocidos. Desde siempre, ella había organizado reuniones sociales en el palacio para grupos de entre veinte y treinta jóvenes mujeres hytanicanas de noble cuna; y ahora había organizado una reunión para el 19 de junio. El objetivo de estos encuentros era que continuáramos practicando las normas de etiqueta y nuestra habilidad social. A veces las reuniones consistían en un picnic, otras en un encuentro para tomar el té y una vez al año se hacía una fiesta. Tanto si mi madre y las otras mujeres mayores que la ayudaban a evaluar nuestras habilidades sociales lo sabían o no, ésa era una fiesta del cotilleo.

En esa ocasión se trataba de una reunión para tomar el té, y coincidía con el cumpleaños de Miranna, que cumplía dieciséis años. Puesto que ésa no era una edad que tuviera un significado especial en el reino, no se iba a anunciar con una celebración en palacio, tal como se había hecho cuando yo cumplí diecisiete años. De todas formas, mi madre decidió aprovechar una de sus reuniones para introducir un pequeño tributo a su hija más joven.

En la tarde señalada, salí al patio éste con mi madre y Miranna, y acompañadas por los guardias de elite que protegían a la Reina. El patio este tenía sus propias características, distintas tanto del patio central como del patio oeste. Si el patio oeste era relativamente virgen, con sus manzanos silvestres y sus cerezos que crecían entre matorrales llenos de flores que se extendían libremente, el patio este era más majestuoso y se utilizaba a menudo para actos sociales. La zona del centro estaba pavimentada con piedras de distintos colores que formaban círculos concéntricos alrededor de una fuente con dos gradas. Los robles y los olmos daban sombra y las flores crecían en abundancia en dirección a los muros exteriores. Ese día el aire arrastraba un denso perfume y el agua de la fuente brillaba bajo la luz del sol al caer.

Encima del suelo pavimentado había cinco mesas cubiertas con manteles de lino y cinco cubiertos. Las jóvenes invitadas ya se habían encontrado y parloteaban entre ellas como pájaros de exóticas plumas. Cuatro mujeres mayores se encontraban también presentes, a fin de que en cada mesa hubiera una mujer adulta que nos supervisara y se asegurara de que nuestros modales fueran impecables. La encantadora lady Hauna, madre del mejor amigo de Steldor, Galen, se encontraba con sus recatadas hijas de diecisiete años, Niani y Nadeja; la prudente lady Edorra había acompañado a su vivaracha hija, Kalem, también de diecisiete años; la en exceso correcta lady Kadia había acudido con su nerviosa hija Noralee, de dieciséis años, y la efervescente Semari había asistido con la sobria baronesa Alantonya.

Miranna y yo nos abrimos paso entre las invitadas con nuestra madre, saludándolas a medida que nos encontrábamos. Cuando, por fin, mi madre llegó a su mesa y se colocó detrás de su silla, todas las mujeres se dirigieron hacia sus mesas, y cumplieron el protocolo adecuado de permanecer de pie hasta que la Reina se sentara.

El servicio del té se realizó de manera muy formal y organizada. Se sirvieron galletas y pasteles con la bebida caliente. Se suponía que debíamos sentarnos con la espalda recta y los brazos a los lados del cuerpo, sin inclinarnos sobre los platos ni poner los codos encima de la mesa. Las damas debían dar pequeños bocados y comer despacio, y no podían ni hablar ni beber con la boca llena. Además solamente había unos cuantos temas adecuados para la delicada sensibilidad de una dama; además, dado el nivel de observación al que estábamos sometidas, no hablamos hasta que no fue necesario.

La verdadera conversación empezó cuando terminamos la formalidad del té. Una vez liberadas de nuestras mesas, enormemente aliviadas si habíamos sobrevivido sin recibir ninguna reprimenda, hablamos y hablamos entre nosotras, chismorreando libremente mientras las mujeres adultas hablaban entre ellas.

Yo estaba con un grupo de diez conocidas entre las que se contaban las hermanas gemelas de Galen y la prima de Steldor, Dahnath. Todas ellas se morían por hablar de los últimos sucesos conmigo. Los temas más importantes de ese día eran, por supuesto, el descubrimiento del traidor en el palacio y el análisis de los jóvenes del reino que podrían ser un buen esposo para mí.

—Decidnos, Alera —empezó Reveina, una morena audaz y seria que tendía a ser la líder de nuestro grupo—: ¿cómo descubrieron al traidor? Corren rumores de que fuisteis vos quien lo descubrió y lo entregó al capitán de la guardia.

Me quedé sin saber qué decir. Había sido la información que yo había dado lo que había provocado la expulsión de London, pero, por lo menos yo, no lo consideraba un traidor. Puesto que eso parecía demasiado complicado de explicar, respondí a la pregunta con la mayor sencillez de que fui capaz.

—Observé ciertas actividades que eran relevantes para la investigación. Supongo que tuve un pequeño papel en la decisión de expulsar a London.

—¡Era vuestro guardaespaldas! —exclamó Noralee, de pelo rubio, en tono escandalizado; todo le parecía casi siempre escandaloso—. ¿No os habéis parado a pensar en las veces en que habéis estado a solas en su compañía, sin saber que él era una amenaza para la familia real?

Sentí un fuerte deseo de defender a London, pero, al mismo tiempo, quería que esa conversación terminara.

—Nunca me sentí en peligro con él —dije con firmeza—. Y no se ha demostrado que haya traicionado a la familia real. Fue expulsado por negligencia en el cumplimiento del deber.

—¿Creéis que él ayudó a la prisionera cokyriana a escapar? —Reveina decidió ignorar mi explicación acerca de la expulsión de London. Sus ojos oscuros relampagueaban por la emoción de la intriga.

—No sé qué creer —dije, con sinceridad.

Justo en ese momento, Miranna y Semari se unieron a nuestro grupo y centraron la atención de las demás, así que tuve la esperanza de que el mal trago hubiera pasado y que las chicas continuaran felicitando a mi hermana por su cumpleaños. Pero, por desgracia, eso les recordó mi reciente celebración de cumpleaños y empezaron a hablar de los jóvenes que reunían los requisitos para convertirse en rey y de sus cualidades. Después de que doce de ellos fueran analizados y descartados, Reveina dijo en voz alta lo que todo el mundo estaba pensando.

—Todos sabemos que sólo hay un candidato de verdad. Pero no queremos cedéroslo.

En medio de un estallido de risitas, oí que unas cuantas voces decían:

—Lord Steldor.

También hubo varios suspiros, pues las chicas deseaban estar en su compañía. Pero Dahnath, una belleza de pelo caoba, levantó los ojos al cielo con expresión de cansancio ante la constante adoración de que su primo era objeto. Era la hija del hermano más joven de Cannan, Baelic, y tenía un carácter amable y reflexivo. No se dejaba arrebatar con facilidad por el encanto de Steldor.

—Es divino —dijo Reveina, expresando la opinión colectiva.

Para mi consternación, incluso las hermanas de Galen, que eran rubias como su madre aunque tenían los ojos de un color marrón claro y la sonrisa despreocupada de su hermano, asentían con entusiasmo.

—Sois tan afortunada de que él sea uno de los candidatos…, y también de haber atraído su atención. Él podría casarse con quien quisiera, ya lo sabéis.

—Y la forma en que os mira —añadió Kalem, una joven de radiante piel color de alabastro y que estaba obsesionada con los chicos—. Espero que, algún día, un joven me mire de esa manera.

Todo el mundo volvió a asentir con la cabeza. Esta afirmación me pareció tonta, pues siempre había pensado que lo que Steldor deseaba era llegar al trono y que no estaba interesado en mí.

Kalem rió al ver mi expresión y se apartó un grueso mechón de pelo negro de la cara.

—Oh, Alera, sois tan ingenua. ¡Él se derrite por vos igual que nosotras nos derretimos por él!

A pesar de que Steldor me desagradaba intensamente, esa observación me hizo sonreír con satisfacción. En ese momento, lady Edorra, la madre de Kalem, se acercó a nosotras y nos interrumpió, lo cual provocó varios suspiros de fastidio.

—La Reina se está preparando para marcharse —dijo, mirándonos con actitud rígida.

Puesto que no deseaba que continuaran examinando mi vida, miré a Miranna para decirle que debíamos marcharnos. Al poco rato, ella y yo fuimos en busca de mi madre. Al alcanzar la sala de guardia, a la derecha de la escalera principal, nuestros guardaespaldas se unieron a nosotras y Miranna me cogió la mano.

—¿Cómo estás, realmente? La ausencia de London debe de resultarte difícil.

—Sí, lo es. A cada momento espero oír un comentario sarcástico sobre cualquier cosa, pero lo único que encuentro es silencio. Él ha estado conmigo casi toda mi vida, y me siento perdida sin él. Supongo que confiaba en él para muchas cosas, al margen de que fuera el encargado de mi protección.

—Comprendo lo mal que te debes de sentir. Halias siempre ha sido mi guardaespaldas. Si él no estuviera conmigo, sentiría que he perdido parte de mi vida. Pero estoy segura de que te sentirás mejor con el tiempo. Y volverás a ver a London, algún día.

Halias era guardaespaldas personal de Miranna desde que ella nació. A él, a London y a Destari les gustaba mantenerse a distancia de sus protegidas para darles intimidad. Tadark, por el contrario, permanecía siempre demasiado cerca: en ese preciso momento, lo tenía pegado a la espalda. A Miranna también le habían asignado un segundo guardaespaldas, pero había tenido la suerte de que no fuera otro Tadark.

—Supongo que lo volveré a ver alguna vez. Pero es que no sé cómo sentirme ahora mismo. Su ausencia ha dejado un vacío enorme que nadie puede llenar. —El mero hecho de pronunciar esas palabras me hizo sentir el dolor de nuevo.

Tadark, que últimamente tenía muchas opiniones sobre London y las expresaba en todo momento en que tenía oportunidad, no pudo contenerse.

—¡London abandonó su puesto en mitad de la noche! ¡Yo nunca haría una cosa así! —exclamó, como si su ego hubiera sufrido un enorme insulto—. Siempre vi algo sospechoso en él. Me di cuenta la primera vez que lo vi, ¡de verdad!

—Tadark —dije, levemente irritada—. Lo que te voy a decir quizá no tenga mucho significado para ti, pues te lo he repetido hasta la saciedad, pero: cállate.

—¡London no era ni la mitad de buen guardaespaldas que yo! —insistió, como si intentara convencerse a sí mismo de que lo que decía era cierto.

—Basta, por favor —dije, esforzándome por hablar con educación.

Tadark me miró con expresión petulante, pero se apartó un poco y permaneció con los demás guardias. Miré hacia atrás y vi la mirada que Destari le dirigía.

—No sé si podré aguantarlo mucho tiempo más —le susurré a Miranna, y su expresión me dijo que me comprendía totalmente.

Mientras nos acercábamos a la escalera de caracol que se encontraba en la parte posterior de palacio, decidí que daría un paseo por el jardín. A pesar de que mi hermana hubiera salido conmigo, le aseguré que no era necesario que me acompañara, pues prefería estar sola. Y confiaba en que Destari controlaría a Tadark.

Los guardias de palacio que se encontraban de servicio me abrieron las puertas y salí a pasear por los caminitos del jardín, dejando que mi mente se calmara en medio de ese hermoso follaje: entre los olmos, robles, castaños y moreras que ofrecían una sombra refrescante; el peral, la lima y los naranjos que nos proveían de fruta; las abundantes lilas, violetas, tulipanes y rosas que llenaban el aire con su fragancia, y las plantas aromáticas que se utilizaban para cocinar y como remedios para las heridas y las enfermedades. Por supuesto, esa zona también era el hogar de multitud de pájaros; sus cantos, entre el rumor de las hojas, a menudo eran los únicos sonidos que había en ese maravilloso y pacífico lugar.

Al final de la tarde, mi humor había mejorado de forma significativa. A pesar de que continuaba echando de menos a London como a nadie antes, la belleza del jardín había calmado mi desconsuelo. Esa noche dormí bien por primera vez desde que lo habían expulsado del palacio.

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