Legacy

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Capítulo XXIV

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CAPÍTULO XXIV

La exhibición

DE REGRESO al palco real, la tristeza que me producía separarme de London se mezclaba ahora con cierta confusión. Destari, que me sujetaba por el brazo, me acompañó hasta que vimos a los guardias apostados alrededor de la entrada; entonces me coloqué delante de él para subir los escalones. Volví a tomar asiento al lado de Miranna procurando aparentar normalidad: cogí el chal de piel que había dejado encima de la silla y me cubrí el regazo con ella.

Mi hermana me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Estás bien, Alera? ¡Estás pálida como un fantasma!

—Estoy bien —la tranquilicé, pero ella se inclinó hacia delante y me acabó de cubrir las piernas con la capa, preocupada de que me hubiera enfermado repentinamente.

Me mantuve en silencio, y ella volvió a hablar con Temerson. Inspiré profundamente para tranquilizarme.

Intenté justificar cualquier actitud de Narian, pero un examen minucioso ponía cualquier excusa en entredicho. No podía creer lo que London me había contado para completar ese puzle sin resolver que era Narian.

Me di cuenta de que tenía la vista clavada en una grieta que había en el suelo, y levanté inmediatamente la cabeza. Entonces vi que Cannan me estaba observando. Conseguí esbozar una sonrisa artificial y me obligué a mirar al campo del torneo. En ese momento, un joven vestido de carmesí y blanco cayó del escenario después de recibir un fuerte golpe de su oponente; los reyes de Gourhan se lamentaron por la derrota. La multitud congregada en la ladera estalló en gritos y aplausos para apoyar al ganador, que llevaba los colores de Emotana.

—¿Quién ha ganado? —preguntó Miranna interrumpiendo su conversación con Temerson para ver qué sucedía—. ¡Oh, yo estaba de su parte!

Estaba segura de que Miranna no sabía nada de nada de ninguno de los competidores y de que había elegido a ése en concreto porque era más atractivo que el otro. Fueran cuales fueran sus motivos, ahora aplaudía con entusiasmo. Puesto que la realeza de Emotana no había asistido al torneo, pronto se dio cuenta de que estaba aplaudiendo sola, y su entusiasmo se desvaneció.

Lanek anunció el nombre del ganador para que todo el mundo lo oyera, y el luchador se inclinó con una reverencia desde el escenario. Cuando la multitud se tranquilizó, el hombre bajó del estrado cojeando por alguna herida recibida en la lucha, mientras se llevaban a su desafortunado contrincante a la tienda del médico, que se encontraba a cierta distancia del campo de batalla.

Las trompetas volvieron a sonar para llamar la atención hacia Lanek, que acababa de subir al escenario para hacerse más visible ante la multitud. Steldor y Narian subieron los escalones que se encontraban a ambos lados de la plataforma, pues había llegado el momento de la exhibición. Los dos llevaban pantalón negro, camisa blanca, botas altas y una coraza de piel que los protegía un poco. Una armadura más pesada les hubiera dificultado los movimientos y, además, puesto que la exhibición era una simulación de lucha, había poco riesgo de hacerse daño. Cada uno de los luchadores llevaba una larga espada en la mano derecha: la de Steldor era una espada de empuñadura de piel atada con alambre y un rubí en el pomo; la espada de Narian también tenía una empuñadura de piel atada con alambre, pero no tenía ningún adorno y la hoja era más delgada y más ligera. Además, ambos llevaban dagas en los cinturones.

Observé a Narian, pero no pude detectar ninguna muestra de intranquilidad en su actitud. Deseé fervientemente que se mostrara más precavido ante su oponente, pues, a pesar de que sabía que Steldor no le haría daño al joven de forma consciente, tenía la ligera sospecha de que en el fondo corría peligro. Narian era considerablemente menos corpulento que Steldor, y yo no podía confiar en las verdaderas intenciones de mi pretendiente.

—Y ahora, el momento culminante del torneo de este año, la muy anunciada exhibición de lucha entre lord Steldor, hijo de Cannan, el capitán de la guardia, y lord Narian, hijo del barón Koranis —anunció Lanek.

Koranis se puso tenso al oír cómo anunciaban a Narian, pero no dijo nada. ¿Era porque no quería que se utilizara el nombre de Narian en lugar del de Kyenn? ¿O era porque ya no deseaba que fuera su hijo?

—Lord Steldor empleará sus armas hytanicanas —continuó Lanek—, y lord Narian utilizará las armas de Cokyria.

Un murmullo de excitación recorrió la multitud al oír el nombre del reino en que Narian se había criado, pero pronto las bromas volvieron a imponerse en la ladera y en las plataformas. Cumplida su función, Lanek bajó los escalones y dejó el espacio libre a los luchadores.

Steldor y Narian inclinaron la cabeza el uno ante el otro, cada uno en un extremo del escenario. Luego avanzaron con las espadas preparadas. Cuando se encontraron en el centro de la plataforma cruzaron las espadas y empezaron a realizar algunos de los movimientos de lucha más simples, que fueron más y más rápidos a medida que aumentaba el ritmo de la lucha.

Me sentí más aliviada al ver que la lucha seguía una rutina, y esperaba que continuara de esa manera, a pesar de que la multitud se removía con incomodidad, esperando algo más. Al cabo de un rato, y como respuesta al descontento del público, Steldor se apartó de Narian y lanzó la espada al suelo con una sonrisa insolente. Narian también dio un paso atrás, pero no hizo ningún gesto para cambiar de arma.

Steldor desenfundó las dos dagas que llevaba en el cinturón y las giró. Entonces bajó las manos y avanzó hacia su contrincante. Sin detenerse y sin apartar la mirada, levantó las armas, las cruzó y se lanzó contra el pecho de Narian. Éste reaccionó más deprisa de lo que hubiera parecido posible: tiró su espada al suelo y agarró las muñecas de Steldor de tal forma que las hojas quedaron peligrosamente encima de sus hombros. Steldor se inclinó hacia Narian y le susurró algo; luego lo tiró al suelo de un empujón. Sentí que me embargaba el miedo.

Steldor dio dos pasos hacia atrás y esperó con las manos a ambos lados del cuerpo mientras apoyaba el peso del cuerpo en una pierna y en otra sucesivamente. Miré a mi alrededor para ver cómo reaccionaban mis acompañantes en el palco real: todo el mundo parecía completamente concentrado en la lucha.

Narian se puso en pie con gesto decidido y con los ojos clavados en Steldor. Desenfundó sus dagas, que se arqueaban por encima de los nudillos de las manos, y avanzó con agilidad. De repente, apoyándose sobre la pierna izquierda, le dio una fuerte patada a Steldor en el pecho. Steldor trastabilló hacia atrás un poco y asintió con la cabeza, como satisfecho por esa respuesta.

Los luchadores daban vueltas el uno frente al otro ante la expectante mirada del público. Steldor mostraba una actitud arrogante y amenazadora; Narian estaba más agachado y sus movimientos eran felinos. Me mordí el labio inferior, a pesar de que era posible que ese cambio de estilo en la lucha hubiera sido planificado para satisfacer a la multitud.

En el momento en que los dos hombres completaban un círculo, Narian bajó un poco el hombro y Steldor aprovechó la oportunidad. Volvió a girar la daga y, acercándose rápidamente a su oponente, se lanzó a golpearlo en la sien con la empuñadura. Narian giró la cabeza para esquivar el pleno impacto del golpe y saltó hacia la derecha dándole una cuchillada a Steldor por encima de la rodilla. Steldor, sangrando, se apartó. Narian se puso en pie, también sangrando por la sien.

El público se había quedado en completo silencio; ya nadie estaba seguro de que lo que veía fuera sólo una demostración.

—Diría que esos dos se están dejando llevar un poco —dijo mi padre con una carcajada despreocupada.

No podía comprender su tono alegre. El golpe de Steldor no había sido nada comedido, y Narian había tenido intención de herirle. Miré a Cannan, que estaba de pie y observaba el escenario con las mandíbulas apretadas y los brazos cruzados sobre el pecho. Faramay tenía una expresión ansiosa y miraba a su esposo, consciente de que algo no iba bien.

Me senté en el borde de la silla, me agarré a los reposabrazos y volví a dirigir mi atención a la lucha, rezando en silencio por la seguridad de Narian. Steldor había sido el vencedor de todas las luchas de los torneos desde que había cumplido dieciocho años, y era conocido como el mejor luchador de todo el valle del río Recorah. La cuestión no era quién resultaría victorioso en esa lucha, sino en qué estado quedaría Narian.

Cansados de jugar al gato y al ratón, los dos hombres se lanzaron repentinamente el uno contra el otro. Al chocar, Steldor quiso clavarle el puñal derecho a Narian, pero éste lo desvió al tiempo que sujetaba la mano izquierda de su rival. Después de haber apartado de sí las dos dagas, Narian bajó con fuerza el brazo derecho y acuchilló la coraza de piel de arriba abajo y casi la abrió por completo. Steldor cruzó los brazos sobre el pecho, para protegerse, y Narian lo enganchó con la daga por el hombro y lo obligó a darse la vuelta. Steldor, mientras giraba, extendió el brazo derecho y acuchilló a Narian en el hombro.

Los dos contrincantes se separaron. Faramay reprimió una exclamación al ver que las armas de ambos estaban manchadas de sangre. Los dos contrincantes tenían la camisa llena de manchas oscuras.

Miré a un lado y vi a Koranis y Alantonya, sentados el uno al lado del otro. La mujer parecía apenada; él, satisfecho. Mi padre observaba el escenario con el ceño fruncido y sin dejar de juguetear con el anillo, por fin inquieto por lo que veía. El resto de los visitantes mostraban una expresión confusa y preocupada a partes iguales. A mi lado, Miranna se había llevado las manos a las mejillas, a punto de taparse los ojos con ellas, y Temerson le había puesto una mano en la espalda para tranquilizarla. Mi madre, Faramay y los padres de Temerson se mostraban horrorizados. Solamente la actitud y la expresión de Cannan habían permanecido inalteradas.

Steldor recuperó el equilibrio, giró la daga de la mano izquierda de tal forma que los dos cuchillos sobresalieran, se lanzó contra Narian y pasó las dagas por debajo de los brazos de su oponente. Entonces presionó la base de los puños contra la espalda de Narian, entre los dos omóplatos, y lo obligó a bajar hasta que los brazos le quedaron alzados. Inmediatamente, levantó la rodilla para darle un violento golpe en la barbilla.

Steldor empujó a Narian al suelo y se apartó. Narian se apoyó en las dagas y consiguió quedar con los pies en el suelo, pero bajó la cabeza con expresión de dolor. Steldor, completamente orgulloso, dio un paso atrás y lo miró con gesto altivo.

—Quédate en el suelo, Narian —murmuró Cannan—. No te levantes.

El joven, desorientado, inspiró profundamente. Pasó las piernas por entre las de Steldor y le obligó a abrirlas a la misma distancia que sus hombros. Entonces se puso en pie de un salto y, de un gesto, cortó las tiras que sujetaban la coraza de piel de Steldor. La coraza cayó al suelo con un golpe sordo. Entonces oí unas fuertes pisadas en el palco real y supe que Cannan había decidido que había llegado el momento de poner fin a la pelea.

Steldor se apoyó en la pierna izquierda, giró sobre sí mismo y le propinó con el pie derecho una fuerte patada a Narian en el pecho. Éste volvió a caer al suelo, pero, aprovechando el ímpetu de la caída, rodó sobre la espalda primero hacia atrás y luego hacia delante hasta quedar agachado y con los pies en el suelo. Steldor, con el peso del cuerpo equilibrado entre ambas piernas, la daga derecha levantada y la izquierda bajada, esperó el siguiente movimiento de su contrincante. Ahora su expresión de arrogancia se había visto sustituida por una de intensa concentración en la lucha.

Cannan se abría paso entre la multitud, que, excitada, entorpecía su avance. Narian también percibió la irrupción entre el público, y bajó las dagas. Al principio pensé que iba a entregar la batalla a Steldor antes de que el capitán interviniera, pero inmediatamente vi que corría hacia su oponente. Levantó los brazos de Steldor y, con una agilidad sorprendente, utilizó el muslo de su rival a modo de escalón para subir y darle un rodillazo con la otra pierna en la barbilla. Steldor echó la cabeza hacia atrás y cayó al suelo; al caer, perdió las dagas, mientras Narian saltaba de nuevo al suelo.

Faramay se había cubierto la boca con una expresión de horror y el palco se llenó de murmullos ante el giro que había dado el combate. El ambiente era tenso, parecía difícil respirar en él, y rogué que Cannan interviniera pronto.

Por un momento, Steldor no se movió, asombrado de encontrarse tumbado de espaldas, en el suelo. Luego, con una incontrolable rabia, tensó todos los músculos del cuerpo, levantó los brazos, apoyó los puños en el suelo y se puso en pie con expresión amenazante.

Avanzó hacia Narian y lanzó un fuerte puñetazo dirigido a la mandíbula de su oponente, pero éste le agarró el brazo y se lo empujó hacia arriba para impedir el golpe. Entonces pasó una pierna alrededor de la de Steldor, le hizo perder el equilibrio aprovechando el impulso del golpe y derribó a su contrincante por segunda vez. Sujetó el brazo derecho de Steldor contra el suelo con la mano izquierda y apretó la rodilla contra su pecho: su contrincante parecía desvalido ante el golpe final. Mientras Cannan traspasaba la última hilera de público y subía corriendo al escenario, Narian levantó el puño y lanzó un puñetazo contra la tráquea de Steldor, puñetazo que le hubiera quitado la vida a su oponente si Cannan no lo hubiera sujetado en el último instante.

Narian bajó lentamente la mano y se puso en pie. Miró al capitán a los ojos: su expresión era tan despiadada que llegué a sentir un escalofrío. Miró a su alrededor y pareció recordar que se encontraba en una exhibición. Entonces observó desapasionadamente a su contrincante, que, derrotado, se estaba apoyando en los codos para incorporarse, y le ofreció la mano para ayudarlo. Steldor lo fulminó con la mirada, pero aceptó la ayuda a regañadientes. Mientras se ponía en pie, oí los primeros aplausos. Poco a poco, la ovación fue aumentando hasta que toda la multitud empezó a gritar de júbilo.

Steldor y Narian saludaron al público y bajaron de la plataforma en direcciones opuestas, intentando disimular las heridas. Steldor, cojeando ligeramente, se alejó después de dirigir una rápida mirada a su padre. Cannan miró hacia el palco real como intentando tomar una decisión y, luego, lo siguió. Por primera vez en mi vida había visto al capitán de la guardia pálido y conmocionado.

En ese momento oí un gemido. A mi derecha, vi a Faramay de pie, apoyada en la barandilla del palco, completamente pálida. Justo cuando mi madre se giraba para ofrecerle ayuda, se desvaneció y cayó al suelo. Tanda y Alantonya fueron en su ayuda y le abanicaron el rostro mientras mi madre enviaba a un guardia a buscar agua.

Aproveché esa inesperada distracción y salí del palco sin decir una palabra a nadie. La cabeza me daba vueltas. ¿Qué era lo que acababa de presenciar? ¿Steldor, el mejor luchador del valle del río Recorah, había sido derrotado por un chico de dieciséis años?

Las extrañas armas de Narian me habían asustado, pero eso no era nada comparado con las emociones que sentía. Me sentía frustrada y furiosa conmigo misma por mi inocencia: había confiado mucho en Narian y me había encontrado a su merced muchas veces. Ahora, al pensar en el peligro en que me había puesto a mí misma, me sentía tan traumatizada que hubiera podido acompañar a Faramay en su desmayo.

Me apresuré por la pendiente, por entre la multitud, con la capa colgando a mis espaldas. Mi frustración crecía y la gente me impedía el paso.

—¡Alera! —gritó Destari detrás de mí.

No reduje la velocidad, pero él me alcanzó de todas formas.

—¿Dónde vais? —preguntó con enojo, colocándose delante de mí y sujetándome por el hombro para obligarme a parar.

—Tengo que verlo —dije, intentando soltarme de mi guardaespaldas en vano.

—¿A lord Narian? —Su voz tenía un tono de incredulidad.

—¡Sí!

Tras decidir que era inútil discutir conmigo, me cogió del brazo y se abrió paso por entre el público, que sí se apartaba ante la presencia poderosa de Destari. Los dos atravesamos el corto trecho de campo donde los participantes se habían preparado para la competición.

Mientras avanzábamos entre las tiendas, vimos a los médicos que atendían a los luchadores, pero allí no estaban ni Narian ni Steldor. Mi guardaespaldas preguntó a uno de los médicos para averiguar el paradero de Narian. Finalmente, nos indicaron que fuéramos a la tienda de atención médica, donde le estaban curando las heridas. Al llegar, Destari anunció mi llegada.

Al entrar vi que Narian estaba sentado en un banco de madera. Tenía el pelo empapado por el sudor y se había quitado parcialmente la camisa para que pudieran limpiarle la herida del hombro, cosérsela y vendársela. Al vernos, se puso en pie lentamente, apartó la mano del médico y volvió a colocarse la camisa en su sitio.

El médico me dedicó una reverencia y salió. Le indiqué a Destari que hiciera lo mismo.

—Si me necesitáis, estaré fuera —susurró con una expresión de desconfianza antes de salir de la tienda.

Ahora me encontraba a solas con Narian. Nos miramos el uno al otro hasta que fui capaz de hablar.

—¿Quién sois? —Avanzando hacia él, le exigí una explicación.

Narian no respondió, pero me observó igual que un halcón observa a su presa. Sentí que mi frustración aumentaba, pero insistí.

—¿Sois el que la leyenda anuncia? ¿Estáis aquí para destruir Hytanica?

Aunque él acostumbraba a esconder sus emociones, me di cuenta de que lo había sobresaltado. A pesar de todo, me dio una respuesta directa.

—No vine aquí por tal motivo, aunque es la leyenda la que me ha conducido hasta aquí.

Me sentí exasperada.

—¡Entonces, por favor, decidme por qué habéis venido, si no es para cumplir vuestro destino!

Mi hostilidad lo obligó a ofrecerme una explicación, y Narian habló con convicción.

—No supe nada de la leyenda ni de que tenía sangre hytanicana hasta hace seis meses, al oír una discusión que no debería haber oído. Vine aquí sólo para descubrir cuál es mi herencia y, quizás, encontrar a mi familia, pero eso es todo. No vine aquí para hacerle daño a nadie.

El corazón empezó a latirme más despacio mientras lo escuchaba y sentí una oleada de compasión al pensar que ese joven que tenía la misma edad que mi hermana, pero que, en todo lo demás, era muchísimo mayor.

—¿Vuestro plan es volver a Cokyria? —pregunté, notando que el enojo desaparecía y que lo sustituía un mal presentimiento.

—No —repuso él, negando con la cabeza—. Hay algo que me retiene aquí. —Me miró directamente a los ojos con una clara expresión de anhelo. Luego terminó en tono decidido—: Alera, si alguna vez me encuentro de nuevo en Cokyria, será difícil rechazar al Gran Señor.

Sentí un profundo temblor en todo el cuerpo al comprender la situación en la que se encontraba y ante quién tendría que responder.

—¿El Gran Señor? —murmuré, casi incapaz de hablar.

Narian apartó la mirada un momento, como si quisiera ordenar sus pensamientos.

—El Gran Señor era y es mi maestro. Él es quien me entrenó, y él es a quien sirvo.

Sentí náuseas; tuve que emplear todas mis fuerzas para no derrumbarme. La descripción que London hizo del Gran Señor se me apareció claramente en la mente: «Es un señor de la guerra, fiero, maligno y terrorífico. Dicen que tiene el poder de hacer magia negra… Dicen que puede matarte o hacerte algo peor sólo con un gesto de la mano». Recordé el estado en que se encontraba London después de escapar de las garras del tirano. Narian se había enfrentado al Gran Señor cada día desde que tenía seis años, aprendió sus métodos y habilidades y, sin duda, sus prejuicios y creencias.

—No decidí mi destino —continuó Narian con una expresión más cálida en el rostro, pues ver el horror reflejado en el mío pareció afligirlo—. No tienes que tener miedo de mí, Alera.

Solté una breve carcajada que no pudo ocultar cierto tono de desesperanza en lo que dije a continuación:

—¿No? Quizás ahora no tengas intención de hacerme ningún daño, pero si Cokyria te reclama, ¿qué sucederá?

Su expresión se volvió indescifrable. Exasperada, me di la vuelta para marcharme, pero él me cogió del brazo. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, me puso la otra mano en la cintura, me atrajo hacia él y sus vívidos ojos azules capturaron mi mirada. Con el corazón acelerado, sentí sus labios sobre los míos, con suavidad al principio y luego con mayor insistencia, y sucumbí a su abrazo. Sentí como si me derritiera entre sus brazos y le puse las manos en la espalda, abandonando todo sentido común. Al cabo de unos momentos, nuestros labios se separaron y él apoyó su frente en la mía. Luego se apartó un poco, pero mantuvo las manos sobre mis caderas.

—Nunca te haré daño —prometió.

Recuperé el sentido común y me aparté de él dando un traspié. Me di la vuelta y salí de la tienda, turbada por la pasión que había aparecido entre los dos.

Destari, al ver que salía precipitadamente, me miró con recelo, pero no dijo nada y me acompañó de vuelta al palco real, donde habían empezado a otorgar los premios a los ganadores. Debía ayudar a mi padre en la ceremonia, pero mi hermana había tomado mi lugar. Me acerqué al palco, preocupada de que pudiera estar enojado conmigo por haber eludido mi deber, pero él me dirigió una mirada de aprobación, pensando que había ido a ver cómo se encontraba Steldor. Subí las escaleras y me coloqué al lado de Miranna, que me miró con curiosidad, pero no pudo decir nada, pues estaba demasiado ocupada. Lanek anunciaba los nombres y las hazañas de los ganadores, y yo me uní a las felicitaciones. El Rey ofrecía bolsas de oro; Miranna y yo, unas figuritas muy elaboradas. Los ganadores de tiro con arco —entre los cuales se encontraba Galen, que era conocido por su habilidad con esa arma—, del lanzamiento de cuchillos y del lanzamiento de hachas recibieron unos halcones de ébano; los que habían triunfado en las carreras, unos caballos dorados; y los vencedores de los combates obtuvieron unas copas de oro.

Cuando se dio por finalizado el torneo, volví al palacio con mi familia. Miranna, que había notado mi estado de agitación, contuvo sus preguntas, cosa que le agradecí. Me disculpé para no asistir a la pequeña cena que mi padre siempre ofrecía a los ganadores. Dije que estaba cansada y me retiré a mis aposentos. Me sentía incapaz de fingir alegría.

Me preparé para irme a la cama e intenté dormir, pero tenía la cabeza llena de pensamientos terribles sobre Narian y acerca de la leyenda de la luna sangrante. Narian había sido criado por el Gran Señor para destruir mi tierra y todo aquello que yo amaba. Él afirmaba que no tenía intención de hacer ningún daño a Hytanica, pero ¿qué otra opción tenía? Igual que, como princesa, mi destino era convertirme en reina, su destino era cumplir la leyenda.

No obstante, mientras pensaba en todo lo que había aprendido, me puse dos dedos sobre los labios y recordé la presión de su beso.

Había sentido una felicidad extraordinaria entre sus brazos. ¿Cómo era posible que alguien que tuviera un destino tan horrible me despertara unos sentimientos tan tiernos? ¿Cómo era posible que deseara la compañía de una persona que estaba destinada a convertirse en mi enemigo?

No tenía respuesta para esas inquietantes preguntas. Intenté ahuyentar aquellos pensamientos dejándome arrastrar por el olvido que podía traerme el sueño, pero éste me vino despacio y, cuando lo hizo, no me ofreció ningún descanso.

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