Laura

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PRIMERA PARTE » IX · Navidad melancólica

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IX

NAVIDAD MELANCÓLICA

Efectivamente, al cabo de quince días, Mercedes se presentó en Etchebiague con su maleta en la mano, con un aire decidido de muchacha pobre.

Doña Paz la recibió muy cariñosamente.

—¿Qué habéis hecho? —le preguntó Laura.

—Mi madre ha vendido unos pendientes, sortijas y un collar a un joyero de Bayona por quince mil francos y me ha dado tres mil. Naturalmente, las joyas valen más. Se han quedado todavía con algunas otras en casa.

Traía noticias de su hermano, el mayor de los dos. Al llegar a Tarancón, camino de Valencia, le separaron de su padre y de su hermano pequeño. Allí encontró un compañero suya de la Universidad de Madrid, como alférez, al frente de unos soldados rojos. Este le invitó a quedarse con ellos y le nombraron sargento. Entre estos militares rojos se aseguraba que no se tenían noticias de la guarnición de Madrid; unos oficiales habían muerto en el cuartel de la Montaña y otros se hallaban presos. De Luis no se sabía nada. Su hermano estaba contento y hablaba del triunfo seguro de los republicanos.

Mercedes se instaló en un cuartito del molino de Etchebiague. No molestaba, no se la notaba apenas. Lo hacía todo ella y no pedía la menor cosa a la Pascuala. Laura la veía siempre seria y sombría. Quería esta tratarla con más confianza y así entraba con frecuencia en su cuarto.

Un día la encontró con la cabeza entre las manos y llorando con aire desesperado.

—¿Pero qué te pasa? Dime la verdad.

Mercedes miró con cierta desconfianza la puerta abierta y Laura, creyendo que tenía miedo de que la oyesen, la cerró con llave.

Mercedes dijo en pocas palabras que aquella noche en que la llevaron al centro anarquista, uno de los jefes, después de hacerla beber, la había forzado.

Tenía un recuerdo vivo de aquella noche terrible. Ahora creía que estaba embarazada.

—No sé qué hacer —terminó diciendo.

—Quédate aquí —le dijo Laura—, mejor sitio que este, más retirado, ninguno.

—¿Y tu madre?

—Mi madre no se enterará al principio. Luego, aunque se entere, no se pondrá contra ti. Ya lo verás.

—¿Y tú?

—¡Yo, cómo me voy a poner contra ti, criatura! ¿Cómo puedes creer un disparate de esa clase? Yo creo que lo mejor que puedes hacer es decir a tu madre y a tu hermana que te vas a España, al lado blanco, para que no se les ocurra venir aquí. ¿No tenéis algún pariente en el lado blanco?

—Sí, en Galicia tenemos parientes.

—Pues nada, le dices a tu madre que te vas a España y que te embarcas en Burdeos.

Mercedes contempló a Laura y le preguntó:

—¿Y tú qué piensas?

—¿De qué?

—De mi estado.

—Ya veremos si estás embarazada o no.

—Yo casi estoy segura.

—¿Pues qué me quieres preguntar?

—Te quiero preguntar lo que tengo que hacer. Yo he discurrido muchas cosas y, entre ellas, he pensado si provocar el aborto… pero luego he dicho: «No, me parece una cobardía y una miseria. Hay que seguir adelante… si viene el chico, con el chico».

—Yo haría lo mismo que tú.

Mercedes abrazó a Laura y quedó más tranquila y calmada. Laura comprendió que su hermano Luis tenía razón al decir que Mercedes valía mucho. Era una mujer de sentimientos firmes y aunque en aquel instante hubiese cierto trastorno en su cabeza, sabía tener una actitud natural y digna.

Aquella noche de dolor, de embriaguez y de sensualidad en Madrid, había producido a Mercedes una enorme confusión. Mercedes quedó sin duda ella misma sorprendida al ver que sus sentimientos no eran de la joven elegante y bien educada, sino los de una mujer primitiva a quien el fauno brutal sorprende en el bosque y la violenta.

Quizá para Mercedes era la revelación del amor físico que sin duda ella no había considerado tan importante. Después del hecho veía que este había sido para ella trascendental porque había cambiado todas sus ideas sobre la vida.

—¡Y qué cosa más rara somos las mujeres! —le confesó a Laura—. A ese hombre yo no le odio. La idea de tener un hijo suyo en las entrañas me hace pensar en él. A veces se tiene una inclinación perversa como si dentro llevara uno el peor enemigo y se piensa: «¡Ojalá me salga esto mal!». Probablemente debe ser para sentirse interesante.

—Esas son tonterías a las que no hay que hacer caso.

—Pero tú habrás estudiado esas cuestiones en la Facultad de Medicina.

—Sí, pero estudiar no es saberlas.

—¿Así que no se sabe nada de eso?

—Nada o casi nada.

—También me choca que ahora tu hermano me sea indiferente, y antes le tenía cariño. En cambio a ti te adoro en silencio, como se diría en cualquier folletín.

Laura se echó a reír.

Mercedes dijo:

—Cuando tenga el chico pienso dar a mi vida un rumbo diferente.

Laura pensó que la antigua novia de su hermano era muy distinta de las dos mujeres de su familia, su madre y Adela. Esta, en Biarritz, hacía la eterna maniobra de andar entre gente de alguna posición para ver si cazaba al novio rico, sin comprender que como las demás mujeres hacían igual, la caza no era fácil.

Adela tenía un novio dentista joven que se había escapado de Madrid y estaba trabajando con uno de Bayona. El joven era, al parecer, muy decidido, muy emprendedor y muy conquistador.

Mercedes quería que sus tres mil francos se emplearan en Etchebiague.

—No, no se los des en seguida a mi madre —le dijo Laura—, porque se los gastará. Mi madre, como la tuya, cree que eso del dinero es una cuestión de categoría social, no de tenerlo o de no tenerlo. Así que tú vas pagando tus gastos y no adelantes nada.

Doña Paz tenía mucho más entusiasmo por Mercedes que por su hija. Laura mostraba un intelectualismo, un deseo de análisis y de crítica y al mismo tiempo una debilidad sentimental que a su madre no le gustaba.

Cuando Laura contó a doña Paz lo pasado a Mercedes en Madrid, doña Paz sintió por la forastera una estimación y un cariño extraordinarios. A la Pascuala, la criada, le pasó lo mismo y juraron guardar el secreto y no decir nada del terrible lance.

Al llegar la hija de Ansorena de Bayona, Laura pensó que era difícil ocultarle que había una persona nueva en el molino y le dijo a Mercedes que no habría más remedio que contarle algo de ella.

—¿Qué clase de mujer es? —preguntó Mercedes.

—Es una mujer enérgica y que está muy bien.

—Entonces dile la verdad.

Laura contó lo sucedido a Mercedes en Madrid y la hija del indiano aseguró que todo lo que se necesitara lo pondría ella. Llamaría a su médico, traería una enfermera.

Así el hijo del crimen y de la violencia iba a ser recibido como el hijo de un matrimonio rico.

Laura fue varias veces en la temporada a ver a la madre y a la hermana de Mercedes.

Andaban con un aristócrata viejo y ya las malas lenguas decían, unas, que se entendía con la madre, y otras, con la hija. En Biarritz a las dos señoras y al aristócrata, que galopaban sin duda para adelgazar, les llamaban el trío de la bencina. Las dos mujeres se mostraban muy hostiles con Mercedes.

«Se ha querido marchar —dijo la madre—; allá ella; no escribe, no nos importa nada.» Uno de los amigos comunes le dijo a Laura: «Son dos mujeres que tienen alma de coristas o de figurantas y aún quizá de hembras de prostíbulo. La madre y la hija hablan de los jóvenes con una delectación que sorprende: quién, tiene los dientes blancos, otro, los labios carnosos, las orejas pequeñas. Si desprecian a alguno es porque va mal vestido o porque tiene aire frío y distraído. Interiormente, y aunque no lo confiesen, encuentran la inmoralidad muy atractiva siempre que vaya envuelta en dinero, y la mujer que tiene un amante guapo y el mozo que recuesta a todas las casadas que encuentra, aunque sea amigo de los maridos, les parece muy bien».

Sin duda, Mercedes, mientras hacía su vida de deportista, no lo llegó a notar. No se ocupaba para nada entonces de su madre y de su hermana, pero después, en la miseria, las vio cómo eran y quizá por ello las abandonó.

La Adela —según el amigo— seguía una política un poco turbia; coqueteaba con el aristócrata y no abandonaba al dentista. Este, que era un petulante y un cínico, había dicho a uno de sus amigos: «La Adela me ha comunicado por teléfono que se casa con ese aristócrata viejo, y después me ha dicho: “Oye, me voy a casar, luego nos veremos con más libertad”. Yo la he preguntado: “¿Y tu marido no se escamará?” “No, ¡ca! Estos son predestinados”».

Laura se quedó asombrada; naturalmente, no contó lo que le dijeron a Mercedes.

La Navidad en Etchebiague fue melancólica.

El comedor del antiguo molino tenía mucho carácter. Era oscuro, muy ahumado, con un papel ennegrecido, chimenea grande de mármol, armario de madera para la vajilla y cuadros viejos vulgares con paisajes amanerados del siglo XVIII, pero con su encanto. En medio, una mesa ancha y tosca de nogal; el suelo de castaño, con clavos brillantes y a los lados de la chimenea dos sillones de cuero muy cómodos.

El día de Nochebuena se hizo un gran fuego. Pasaron doña Paz, Laura, Mercedes y la Pascuala hablando de Madrid y de sus conocidos. ¿Qué harían allí? ¿Tendrían para comer?

Todas marcharon con tristeza a la cama y al mismo tiempo con cierta animación del hablar y de hacer cábalas.

Transcurrida la primera época en que Mercedes se mostró intranquila, estaba ya resignada esperando el tiempo de dar a luz.

Había llegado poco a poco a esperar este suceso con un fondo de alegría y de esperanza.

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