Laura

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SEGUNDA PARTE » XV · Las aventuras de Luis Monroy

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XV

LAS AVENTURAS DE LUIS MONROY

Durante el invierno Laura tuvo noticias de su hermano. Llegado a Francia, vivió en Etchebiague. Silvia le escribió una carta larga, contándole las aventuras de Luis.

Su historia, al parecer, había sido bastante accidentada.

El día de la revuelta, al ir al cuartel de la Montaña, vestido de paisano, le hicieron prisionero y lo llevaron a la cárcel Modelo. Pasó mucho tiempo allí, suponiendo que de un día a otro le llegaría el fusilamiento. No sabían quién era y lo pusieron de pinche en la cocina.

Un día estaba haciendo el rancho, y un tipo con aire de policía preguntó:

—¿Hay aquí un oficial que se llama Luis Monroy?

—No; aquí no. Yo al menos no lo conozco.

Le trasladaron a una cárcel de Alcalá. Se hacía llamar como un ordenanza de su padre, que tendría entonces cincuenta años, Segundo Martínez. Se dejaba las barbas, usaba anteojos negros y estaba absolutamente desconocido.

Como sabía conducir le pusieron de chófer en un camión que iba y venía de Madrid a Alcalá. Algunos días conducía solo y tenía que hacer la carga y descarga, otros llevaba un muchacho como grifo que tenía la condición extraña de dormirse cuando empezaba a marchar el auto y a funcionar el motor.

Un día, al pasar por la calle de Ferraz, por delante de su casa, había gente en los alrededores y tuvo que pararse. En el portal próximo vio que sacaban al dueño de la casa vecina, a don Cenón Garrido, y lo llevaban sin duda para fusilarlo. Recordó con espanto el pronóstico de la tertulia de Silvia. Cierto que a don Cenón no lo arrastraban, pero no le faltaba mucho. A Luis no le conoció nadie.

Oyó decir en la calle que el señor Garrido se había refugiado en una Embajada; después le habían dicho que estaban robando su finca y la preocupación de propietario superó a su miedo y por la mañana fue a verla y el portero avisó a una patrulla de milicianos que le había prendido y le llevaba a fusilar.

El caso le dio a Luis ganas de escaparse a la carrera. Una mañana después cargó su camión en un depósito del paseo de las Delicias. El chico, medio simple o mal alimentado, al cuarto de hora estaba completamente dormido.

Llegaron tarde a Alcalá. El almacén donde había que descargar fuera del pueblo estaba cerrado. El chico se fue a buscar un sitio donde poder dormir. A Luis se le ocurrió continuar con su camión por la carretera. Cerca de Torija encontró a un grupo de milicianos:

—¡Alto! —le dijeron echándose el fusil a la cara.

Se paró.

—¿A dónde vas, camarada?

—Voy a Guadalajara con el carbón y se me ha hecho tarde.

—¿Sabes el santo y seña?

—Yo no sé nada.

—Bueno. Pues sigue adelante.

Antes de llegar a Guadalajara dejó el camión en la carretera y se echó a dormir algunas horas. Cuando se despertó estaba empezando a amanecer. Se encontró con unos milicianos de un pueblo próximo. Le detuvieron y decidieron quedarse con el carbón. Los milicianos se repartieron los sacos, llevaron a Luis a un cuartelillo y le inscribieron entre los suyos con el nombre que dio: Juan López García.

Al cabo de algunos días le agregaron a una partida que iba a ocupar un pueblo.

Anduvieron a tiros con unos grupos de fascistas y se acercaron a la Mancha. Lo que Luis quería era alejarse de Madrid y marchar donde nadie le conociera.

En el pueblo de la Mancha estuvo en la casa de un cosechero rico y la hija de la casa se llegó a interesar por él. De la Mancha fue a Andalucía, de donde contaba cosas horribles. Había visto personas a las que iban a fusilar con un collar de ojos de personas al cuello. Como en todas las guerras españolas, el sadismo aparecía más en el sur que en el Norte. En el Norte era más la brutalidad simple: el fusilamiento y el incendio.

Herido en la pierna, Luis volvió al pueblo de la Mancha y se casó con la hija del cosechero.

Había quedado un poco cojo.

La familia de su mujer tenía amistades en Alicante y fueron allí. La documentación de Luis no era muy clara y no podía presentarse en ninguna oficina con garantías de no ser detenido. Como era hombre de voluntad, decidió escapar. El único procedimiento que encontró fue el salir un día a nado y abordar a un barco a la salida del puerto. Se preparó durante un mes, yendo a la playa y poniéndose a nadar cada vez más lejos.

Su mujer tomó pasaje para ella y para él en un paquebote que iba a Argelia y el día de la partida en que ella esperaba en el barco, Luis llegó a la escalerilla, casi desmayado de cansancio, subió a la cubierta y se tendió en el suelo. Le llevaron a un camastro y le abrigaron con mantas. El barco se dirigió a Orán. Pasó en esta ciudad el matrimonio unos meses y después fueron los dos a Marsella y de Marsella a Bayona.

«Tu hermano Luis —concluía diciendo Silvia en su carta—, ha tomado un aire de viejo y de raído. Se le nota en su cara, como en su moral, lo que antes no se le notaba tanto. Se ve en sus facciones el egoísmo y el espíritu mezquino. Su mujer es una aldeana con aire de tosca y voluntariosa y creo que tú no podrías entenderte con ella.»

Silvia nunca había tenido simpatía por Luis. Entre ellos había pasado algo y se odiaban. Añadió que Luis había hecho gestiones para entrar en España en el lado blanco, pero sus gestiones habían sido infructuosas.

—Yo, la verdad, no me casaría con él aunque quedara viuda —dijo de pronto Mercedes a Laura.

—¿Y por qué?

—Primero porque él no querría, después porque yo no lo querría tampoco. Eso ha pasado para mí ya para siempre.

—¡Pobre Luis! Parece que todos os ponéis en contra de él. Yo no digo que no tenga defectos, pero ahora, sin duda, no se le perdona nada.

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