Laura

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TERCERA PARTE » I · El doctor Bearn

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I

EL DOCTOR BEARN

Quince días después, Laura preguntó a su amiga Bazarof:

—¿Se marchó nuestro amigo, el ruso?

—No; tiene algunas cosas que hacer aquí.

Laura estaba, por aquel tiempo, muy entretenida con los amores del doctor Bearn y Mercedes. Mercedes aseguraba que no eran partidaria de cambiar de vida.

—Ya me han pasado cosas bastante desagradables —decía.

—El casarse no creo que sea desagradable siempre —le replicó Laura en broma.

—Quiero vivir para mi hijo y no quiero que me reprochen el haberlo tenido. La verdad, me parece muy bien tener un hijo y no tener marido, porque así no necesito ocuparme más que del chico.

—A ver si tú vas a decir como las mujeres comunistas o anarquistas en una manifestación de Madrid.

—¿Qué decían?

—Hijos, sí. Maridos, no.

—Ya que no tengo marido, ¿por qué no? Hay que acomodarse a las circunstancias.

Luego aseguró que no pensaba absolutamente nada en Luis.

—¿Es verdad?

—Verdad completa. Se dice que las mujeres somos volubles. Yo no lo soy. Estaba pensando siempre en Luis. Viene un bárbaro y me hace un hijo; pues ya no pienso más en él ni en nadie.

Mercedes estaba colocada en un almacén, como había deseado, y el verano iba a ir a Deauville.

El doctor Bearn quería casarse con ella. Adoptaría el hijo, al cual daría su apellido. Así se lo dijo a Laura repetidas veces. Luego añadió:

—Tengo el plan de marcharme a los Estados Unidos. Allí hay un compañero que ha puesto una clínica y que me invita a reunirme con él y hasta me llama con urgencia.

Anteriormente había retrasado el viaje porque no tenía necesidades y en Bayona vivía con su familia con gran comodidad, pero prefería marcharse ya casado.

Mercedes no se decidía y ponía reparos al proyecto de su matrimonio. ¿No le reprocharía Bearn después lo ocurrido? Si tenían otros hijos, ¿no despreciaría a su morrosko, al hijo de la violación? El doctor aseguraba que no, que estuviera tranquila.

Después de discutir el médico con Mercedes preguntó su opinión a Laura.

—Mercedes es una mujer que está muy bien —le dijo Laura—, y cuidado que yo antes no la podía ver ni en pintura; pero tiene un carácter muy noble y muy digno. No quiere tomar una decisión rápida. Considera, y es verdad, que ella no ha cometido ninguna falta. Ha sido el Destino que le ha hecho madre y quiere poder querer a su hijo, como otra madre cualquiera, y ver qué camino puede seguir en la vida.

El médico defendía el matrimonio como la solución mejor para Mercedes.

Esta le dijo al médico:

—Venga usted al principio del otoño, si es que yo no voy a Bidart, y entonces nos explicaremos y me decidiré.

El ruso Golowin, durante la primavera propuso a Laura y a Kitty Bazarof el pasar unos días a orilla del lago de Lucerna, donde tenía una Casa alquilada. Si aceptaban, él les mandaría un billete de ida y vuelta a cada una y un amigo suyo se encargaría de proporcionarles un pasaporte.

Kitty explicó a Laura que Golowin era hombre rico, generoso y amable; tenía una niña de nueve a diez años, un poco enfermiza, caprichosa y nerviosa, y quizá quería llevarlas a ellas para ver si su niña simpatizaba con alguna de las dos y entonces él pensaba proponer, a la elegida, si quería ser institutriz de la niña.

—Ya veremos si insiste —dijo Laura— o se olvida.

Por entonces Silvia, la marquesa, volvió a escribir a Laura hablándole de su hermano.

Luis tuvo la pretensión de entrar en España en el ejército blanco, pero le negaron la entrada y se marchaba de nuevo a Argelia.

Según Silvia, Luis, como muy egoísta y desconfiado, al saber lo ocurrido a Mercedes, había dicho: «Sí, esos son los pretextos de la mujeres, siempre pasa lo mismo. Las fuerzan, ellas no quieren.»

Laura se lo contó a Mercedes, que se echó a reír.

—¡Pero qué idiota es ese hombre! —dijo Laura—. Y él se casa. Yo voy a reñir con toda la familia.

—Déjalo, ¡qué importa!

—Es demasiada necedad.

Laura contó también al doctor Bearn la opinión de su hermano acerca de Mercedes y el doctor se encogió de hombros.

—¿Mercedes y usted son buenas amigas? —le preguntó a Laura.

—Sí, pienso que sí. Yo, al menos, le deseo la mayor felicidad a Mercedes con todo mi corazón.

—A ella le pasa lo mismo con usted.

—Sí, es cierto. Antes, la verdad, no nos queríamos y nos mirábamos desdeñosamente; pero luego hemos cambiado.

—Ella también la quiere a usted mucho. Yo desearía que usted le aconseje bien, que le impida hacer alguna tontería por querer mostrarse demasiado independiente.

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