Laura

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Tercera Parte » 1

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Informe taquigráfico de las declaraciones hechas por Shelby J. Carpenter al teniente McPherson el 27 de agosto del año mil novecientos cuarenta y uno, a las 15.45.

Presentes: Shelby J. Carpenter, teniente McPherson, N. T. Salsbury.

SEÑOR CARPENTER: Yo, Shelby John Carpenter, juro hacer una declaración veraz respecto a los hechos relacionados con la muerte de Diana Redfern. Algunas de mis actuales declaraciones serán contradictorias con las hechas anteriormente, pero…

SEÑOR SALSBURY: Debe tener en cuenta, teniente McPherson, que cualquier contradicción entre estas declaraciones y las anteriormente hechas por mi cliente se debe al hecho de que él juzgaba hallarse en la obligación moral de proteger a otra persona.

TENIENTE MCPHERSON: Hemos prometido inmunidad a su cliente.

SEÑOR CARPENTER: Como usted ya sabe, la señorita Hunt deseaba tomarse unos días de descanso antes de la boda. Había trabajado muchísimo en una campaña de propaganda para los cosméticos Lady Lilith y no me pareció mal retrasar la boda hasta que ella se repusiera del esfuerzo. Había protestado muchas veces por este exceso de trabajo, ya que creo que las mujeres son bastante nerviosas y delicadas. Tanta actividad, unida a sus deberes sociales y obligaciones personales, tenía una gran influencia sobre los nervios de Laura. Por ese motivo siempre procuré comprender y ajustarme a sus caprichos.

»Aquel viernes por la mañana, hace precisamente ocho días, entré en su despacho para consultarle acerca de un modelo de anuncio que había escrito el día anterior. Aun cuando yo había entrado en la agencia varios años después de que ella trabajase allí como una de las principales redactoras, Laura respetaba mucho mi opinión. Confiábamos el uno en el otro mucho más de lo que cualquiera se hubiese podido figurar. Era una cosa natural para ella venir a pedirme ayuda para plantear y presentar una campaña de propaganda, como lo era para mí pedirle su parecer acerca de la redacción de un anuncio. Como yo tenía que ocuparme del asunto Lady Lilith le pedí consejo. Ella estaba entusiasmadísima con mi primer renglón que decía, por lo que recuerdo: «¿Es su cara un rostro más en medio de una multitud? ¿O bien, es el rostro radiante y magnético que admiran los hombres y envidian las mujeres?». Ella fue quien sugirió la palabra «magnético».

TENIENTE MCPHERSON: Vamos a los hechos. Luego podrá explicarnos el negocio de la publicidad.

SEÑOR CARPENTER: Mi intención era hacerle comprender cuál era nuestra amistad.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Le dijo ella que iba a almorzar con Diana Redfern?

SEÑOR CARPENTER: Habíamos convenido en no discutir sobre ese punto.

TENIENTE MCPHERSON: ¿El almuerzo?

SEÑOR CARPENTER: Diana Redfern. Yo le pregunté a Laura si quería almorzar conmigo, pero me dijo que tenía que hacer varias cosas. Naturalmente, no le hice preguntas. Salí con algunos empleados de la oficina y más tarde el jefe, señor Rose, nos acompañó a tomar café. Cerca de las dos y cuarto volvimos a la oficina donde trabajé con ahínco hasta las tres y media. A esa hora sonó el teléfono. Era Diana.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Le dijo que iba a almorzar con Laura?

SEÑOR CARPENTER: La pobre muchacha estaba completamente enloquecida. Usted no la conocía, señor McPherson, pero Diana era una de las criaturas más femeninas que he conocido. Se parecía a mi propia madre, aunque ella era una muchacha de linaje y educación muy distintos. Diana siempre sentía la necesidad de recurrir a un hombre cuando algo la angustiaba. Desgraciadamente, fui yo el hombre de su elección. Las mujeres (supongo que no le importará que diga esto, McPherson, pero estoy procurando ser lo más franco posible) se me han pegado más de una vez, sin que yo las haya alentado. Diana Redfern no creció entre gente bien educada, como la misma señorita Hunt ha dicho. Lo que nosotros consideramos como simples buenos modales ella lo tomó como prueba de… ¿lo llamaremos amor? Sus emociones eran salvajes e indisciplinadas. Aunque sabía que yo estaba comprometido con Laura Hunt, declaró hallarse locamente enamorada de mí. He de advertir que muchas veces me puso en aprietos con sus declaraciones. Quizá haya conocido usted a muchachas así, señor McPherson; mujeres que aman con tal vehemencia que para ellas no existe más que su pasión y el hombre en quien esa pasión se centra.

TENIENTE MCPHERSON: Pero usted no la desalentó completamente, ¿no es cierto?

SEÑOR SALSBURY: Esa pregunta no viene al caso. No tiene que contestarla, señor Carpenter.

SEÑOR CARPENTER: Yo procuré no ser cruel con ella. Diana era joven y muy sensible.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Le dijo algo del almuerzo con Laura?

SEÑOR CARPENTER: Me dijo que estaba desesperada. Al principio creí que sus temores no eran más que puro histerismo. «No te pongas dramática», le dije, pero su voz me pareció tan salvaje y asustada que me conmovió. Sabía que era impulsiva y valiente. Temí que pudiera…, usted sabe lo que quiero decir, McPherson. Así pues, le dije que la llevaría a cenar, como una especie de despedida, ya comprende usted. Pensaba hacerla entrar en razón. Convinimos en encontrarnos en el restaurante Montagnino.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Montagnino?

SEÑOR CARPENTER: Si. Me di cuenta de que la moral de Diana necesitaba un estimulante, y como la señorita Hunt había dicho muchas veces que Montagnino era su restaurante preferido, Diana lo consideraba como un lugar encantador. Usted no tiene ni idea del cariño infantil que Diana sentía por Laura.

SEÑOR CARPENTER: ¿Le dijo usted algo a Laura de esa cena?

SEÑOR CARPENTER: De habérselo dicho la hubiera entristecido, y ella ya tenía bastante pena por haberse portado tan mal con Diana. Pensé decírselo más adelante. Además ella cenaría con Waldo Lydecker… o por lo menos así lo creía yo.

TENIENTE MCPHERSON: Cuando fue usted con la señorita Hunt a beber combinados al bar Tropical, ¿de qué hablaron?

SEÑOR CARPENTER: ¿De qué hablamos? Pues… bien… de nuestros proyectos, desde luego. Ella parecía algo distraída e indiferente, pero lo achaqué a su temperamento nervioso. Por eso le pedí que descansase bien y no se preocupase de nada. Laura es una mujer muy inteligente, pero sucede que cuando sus emociones la vencen se vuelve casi histérica. Le ataca una especie de complejo de culpabilidad y a veces dice que nosotros, la gente inocente como nosotros, somos responsables de los horrores y desgracias que se leen en los periódicos. Esto, junto a una especie de actitud cínica con respecto a su trabajo, le comunica una inestabilidad emocional que yo pensé puede ayudarle a corregir. Por eso le rogué que no leyese los periódicos ni escuchase la radio durante su semana de descanso. Fue extraordinariamente sumisa y buena al obedecer. Cuando nos separamos me permitió besarla, pero noté poco calor en su actitud. Le di al chófer del taxi la dirección de Waldo Lydecker, porque no me dijo que hubiese cambiado de opinión. Luego volví al hotel, me cambié de ropa y fui al restaurante Montagnino. Debo decirle que me desilusionó el lugar.

TENIENTE MCPHERSON: ¿No lo conocía?

SEÑOR CARPENTER: Waldo Lydecker siempre iba allí con Laura. Nosotros lo conocíamos por referencias.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Le dijo Diana que había almorzado con Laura y que ésta vio la pitillera de oro?

SEÑOR CARPENTER: Sí, me lo dijo, y lo sentí muchísimo.

TENIENTE MCPHERSON: Supongo que ustedes buscarían alguna excusa para explicar…

SEÑOR CARPENTER: Yo decidí contarle a mi prometida la verdad.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Antes o después de la boda?

SEÑOR SALSBURY: No es preciso que conteste a esa pregunta, señor Carpenter.

SEÑOR CARPENTER: Parece que usted cree, señor McPherson, que había clandestinidad en mis relaciones con Diana.

TENIENTE MCPHERSON: No hay más que dos maneras de explicar el que ella tuviese su pitillera. O bien ella la robó o usted se la regaló.

SEÑOR CARPENTER: Admito que todo parece muy ruin, pero si usted conociera las circunstancias que determinaron ese… ese… ese gesto, estoy seguro que comprendería.

TENIENTE MCPHERSON: Supongo que Diana estaba desesperada.

SEÑOR CARPENTER: No me agrada su tono de voz, McPherson. No corresponde a la situación lo que usted piensa.

TENIENTE MCPHERSON: Lo que pienso es que usted tenía que ser un gran partido para Diana. Mayor que para Laura. Pero si quiere que piense otra cosa, puede pensar en otros motivos que pudieron inducirle a regalarle esa pitillera de oro.

SEÑOR SALSBURY: Éstos son detalles personales que no vienen al caso, señor McPherson.

SEÑOR CARPENTER: Gracias, señor Salsbury.

TENIENTE MCPHERSON: Está bien, continúe.

SEÑOR CARPENTER: Salimos del restaurante cerca de las diez. Supuse que para entonces Diana ya se habría calmado, pero estaba más nerviosa e intranquila que antes. Parecía ser presa de indiscutible espanto, como si temiese alguna violencia. Aunque ella no pudo decirme lo que le pasaba, comprendí que su nerviosismo no era completamente infundado. No podía dejarla sola hallándose así, de manera que le prometí acompañarla un ratito.

TENIENTE MCPHERSON: ¿En el apartamento de Laura?

SEÑOR CARPENTER: Confieso que no me agradó la idea, pero no me era posible discutírsela en lugar público. Como ella no podía venir a mi habitación, en un hotel para hombres solos, y a los visitantes masculinos no se les permitía subir a las habitaciones de su pensión, me pareció lo más práctico irnos al apartamento.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Dónde estaba ella cuando usted fue a comprar la botella de whisky?

SEÑOR CARPENTER: ¿Debo explicar eso?

TENIENTE MCPHERSON: Es mejor.

SEÑOR CARPENTER: Diana estaba muy deprimida. Necesitaba un estimulante. Nos pareció mal bebernos el whisky de la señorita Hunt, y por eso entré en casa de Mosconi…

TENIENTE MCPHERSON: Dejando fuera a Diana, porque Mosconi sabía que usted era el novio de Laura.

SEÑOR CARPENTER: No fue por eso. Diana tuvo que ir a la farmacia…

SEÑOR SALSBURY: Luego fueron directamente al apartamento de Laura, ¿no es cierto?

TENIENTE MCPHERSON: Donde Diana se cambió de ropa, poniéndose la bata de Laura.

SEÑOR CARPENTER: Hacía una noche muy calurosa, como usted recordará.

TENIENTE MCPHERSON: En el dormitorio no dejaría de correr un poquito de aire…

SEÑOR CARPENTER: Charlamos durante tres horas. Luego sonó el timbre y…

TENIENTE MCPHERSON: Díganos exactamente lo que pasó. No omita nada.

SEÑOR CARPENTER: Ambos nos quedamos estupefactos. Diana se asustó. Pero yo, conociendo a la señorita Hunt como la conozco, aprendí a no sorprenderme de nada. Cuando sus amigos están preocupados por sus casamientos, asuntos amorosos o de trabajo, nunca consideran que pueden molestarla con sus problemas. Le dije a Diana que fuese a la puerta y les explicase que ella ocupaba el apartamento mientras Laura estaba fuera.

TENIENTE MCPHERSON: Usted se quedó en el dormitorio, ¿eh?

SEÑOR CARPENTER: Suponga que alguno de los amigos de Laura me hubiese encontrado allí. Era mejor evitar líos, ¿no le parece?

TENIENTE MCPHERSON: Continúe.

SEÑOR CARPENTER: El timbre volvió a sonar. Oí el ruido de las chinelas de Diana al pisar los espacios de suelo desnudo entre las alfombras. Luego hubo un momento de silencio y el disparo. Figúrese cómo me quedé. Cuando acudí ya se había cerrado la puerta y ella estaba tendida en el suelo. La habitación estaba oscura. Tan sólo pude percibir la vaguedad de una forma clara; su vestido de seda. Le pregunté si se había hecho daño. No me contestó. Entonces me agaché para tocarle el corazón.

TENIENTE MCPHERSON: Siga.

SEÑOR CARPENTER: Es horrible hablar de esto…

TENIENTE MCPHERSON: ¿Qué hizo entonces?

SEÑOR CARPENTER: Mi primera intención fue llamar a la policía.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Por qué no lo hizo?

SEÑOR CARPENTER: Al levantar el teléfono me paralizó una idea. Dejé caer la mano. Permanecí inmóvil. Recuerde, McPherson, yo amaba entrañablemente a Laura.

TENIENTE MCPHERSON: Pero no fue Laura la persona muerta.

SEÑOR CARPENTER: Debía cierta lealtad a la señorita Hunt. Me sentía algo responsable por lo ocurrido. En aquel instante me pareció ver la causa de los terrores de Diana desde aquel despliegue de malas maneras del miércoles por la tarde. En cuanto até cabos vi que tenía un deber que cumplir en aquella tragedia. Por muy difícil que fuera dominarme tenía que permanecer ajeno a todo. Mi presencia en el apartamento hubiera sido no solamente muy embarazosa, sino que indudablemente arrojaría sospechas sobre la persona que debo proteger. Ahora veo cuán estúpido fui al obrar de acuerdo con ese impulso, pero hay casos en que algo más hondo que las emociones racionales mueve al hombre.

TENIENTE MCPHERSON: ¿No se le ocurrió que al ocultar la verdad ponía trabas a la ley?

SEÑOR CARPENTER: Yo solamente vi una cosa; que tenía que salvar a una persona cuya vida me era más querida que la mía propia.

TENIENTE MCPHERSON: Cuando el sábado por la mañana fue la policía al hotel Framingham a decirle que Laura había muerto, pareció usted sinceramente afectado.

SEÑOR CARPENTER: Admito que no estaba preparado para aquella interpretación.

TENIENTE MCPHERSON: Pero usted tenía su coartada lista. Fuera quien fuera la muerta, el caso es que usted se aferró a su historia.

SEÑOR CARPENTER: De estar yo metido en el asunto hubieran sospechado de otra persona y eso era precisamente lo que quería evitar. Pero usted debe comprender que mi dolor era sincero, tanto por Diana como por la otra persona. Creo que no he dormido dos horas seguidas desde que pasó todo esto. A mí no me gusta mentir. Me siento más feliz cuando puedo ser completamente franco conmigo mismo y con los demás.

TENIENTE MCPHERSON: Usted sabía que Laura no estaba muerta, y sin embargo, no trató de ponerse en contacto con ella. ¿Por qué?

SEÑOR CARPENTER: ¿Acaso no era mejor dejarla tranquila? Sabía que si ella me necesitaba me llamaría, segura de contar con mi apoyo hasta el fin.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Por qué se trasladó usted a casa de la tía de Laura?

SEÑOR CARPENTER: Como yo era casi un miembro de la familia, era mi deber, más o menos, ocuparme de los detalles desagradables. Debo decir que la señora Treadwell fue muy gentil en sugerir que los curiosos me molestarían en el hotel. Después de todo, yo estaba de luto.

TENIENTE MCPHERSON: Y usted permitió que Diana fuera enterrada, o incinerada, como Laura Hunt.

SEÑOR CARPENTER: No puede usted imaginarse cuánto sufrí durante esos terribles cuatro días…

TENIENTE MCPHERSON: La noche que volvió Laura, ella le telefoneó al Framingham, ¿no es cierto? Y usted había ordenado que no dijesen cuál era su nuevo número.

SEÑOR CARPENTER: Los reporteros me tenían mareado, señor McPherson. De todas maneras juzgué más prudente que ella no llamase a casa de su tía. Cuando me telefonearon el miércoles por la noche, o mejor dicho, el jueves por la mañana, adiviné en seguida que era Laura. No quiero parecer desagradecido con la señora Treadwell, pero sé que ella es muy curiosa, y como le hubiera podido dar un fuerte shock el oír la voz de una persona a cuyo funeral acababa de asistir, fui a una cabina pública a telefonear.

TENIENTE MCPHERSON: Repita la conversación tal como la recuerde.

SEÑOR CARPENTER: Ella me dijo: «¿Shelby?», y yo le dije: «Hola, querida». Ella me dijo: «¿Creíste que había muerto?». Yo le pregunté si estaba bien.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Le dijo usted que creía que estaba muerta?

SEÑOR CARPENTER: Le pregunté si estaba bien. Ella me dijo que sentía muchísimo lo de la pobre Diana y me preguntó si sabía quién hubiera podido desearle la muerte. Entonces comprendí que la señorita Hunt no iba a ser completamente franca conmigo. Yo tampoco podía hablarle francamente por teléfono. Sin embargo, como yo conocía un detalle que podía ser embarazoso, o directamente peligroso, decidí salvarla, si podía.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Cuál era ese detalle?

SEÑOR CARPENTER: Lo tiene usted encima de su escritorio, señor McPherson.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Usted sabía que Laura tenía escopeta?

SEÑOR CARPENTER: Yo mismo se la di porque se quedaba frecuentemente sola en su casita de campo. Esas iniciales son las de mi madre; Delilah Shelby Carpenter.

TENIENTE MCPHERSON: ¿Por eso le pidió prestado el coche a la señora Treadwell y fue hasta Wilton?

SEÑOR CARPENTER: Sí, señor. Pero al ver que su agente me seguía no me atreví a entrar en la casa. Me quedé un ratito en el jardín, muy emocionado, porque no podía dejar de recordar lo que esa casita y su jardín habían significado para nosotros. Cuando, al volver a la ciudad, le encontré a usted con la señora Treadwell no mentí del todo al decir que había hecho un viajecito sentimental. Luego usted me pidió que fuese al apartamento. Yo tenía que mostrarme sorprendido al encontrar viva a la señorita Hunt. Como usted pensaba estudiar mis reacciones, decidí prestarme a esa representación, creyendo que todavía me quedaba una esperanza de salvar la situación.

TENIENTE MCPHERSON: Pero después de que yo me marchara lo comentó usted todo con Laura. ¿Le dijo usted exactamente lo que pensaba de ella?

SEÑOR CARPENTER: La señorita Hunt no ha admitido nada.

SEÑOR SALSBURY: Señor McPherson, mi cliente hizo todo lo posible y hasta arriesgó su seguridad personal para proteger a otra persona. No está obligado a contestar ninguna pregunta que pueda inculpar a esa persona.

TENIENTE MCPHERSON: Está bien, comprendo. Me pondré en comunicación con usted si lo necesito, señor Carpenter. Pero no salga de la ciudad.

SEÑOR CARPENTER: Muchísimas gracias por su comprensión, señor McPherson.

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