Titulo de prueba

Titulo de prueba


-Ahora le toca preguntar al doctor -dijo don Henry-. Yo me reservo por ahora.

-Mi curiosidad es principalmente profesional -dijo el doctor Lloyd-. Quisiera saber el informe médico que se presentó en la encuesta oficial, es decir, si nuestra anfitriona lo recuerda o lo sabe.

-Creo que lo recuerdo, más o menos -replicó la señora Bantry-. Dijeron que la muerte fue debida a envenenamiento por digitalina. ¿Lo digo bien?

El doctor Lloyd asintió.

-El principio activo de la dedalera, la digitalina, actúa sobre el corazón. Por cierto, que es una droga muy valiosa para ciertas afecciones cardíacas. Es un caso muy curioso. Nunca hubiera pensado que tomar una infusión de hojas de dedalera pudiera resultar fatal. Se han exagerado mucho los daños producidos por comer hojas venenosas y bayas. Muy pocas personas comprenden que el principio vital o alcaloide ha de ser extraído con mucho cuidado y elaboración.

-La señora McArthur envió el otro día unos bulbos especiales a la señora Toomie -explicó la señorita Marple-. La cocinera los tomó por cebollas y, al comerlos, toda la familia se puso enferma.

-Pero no murió nadie -dijo convencido el doctor Lloyd

-No, no se murió nadie -admitió la señorita Marple.

-Una amiga mía murió envenenada por alimentos en mal estado -dijo Jane Helier.

-Debemos continuar con nuestro crimen -intervino don Henry.

-¿Crimen? -exclamó Jane sobresaltada-. Creía que se trataba de un accidente.

-Si fuera un accidente -respondió don Henry en tono amable-, no creo que la señora Bantry nos hubiera contado esta historia. No, por lo que deduzco, fue accidente sólo en apariencia, detrás se escondía algo más siniestro. Recuerdo un caso: varios invitados a una fiesta charlaban después de cenar. Las paredes estaban adornadas con toda clase de armas antiguas. Bromeando, uno de los reunidos cogió una vieja pistola y apuntó a otro simulando disparar. La pistola estaba cargada, se disparó y mató al otro hombre. Tuvimos que averiguar primero quién había preparado secretamente la pistola y, segundo, quién había dirigido la conversación para obtener el resultado final, pues el hombre que había disparado el arma era completamente inocente.

"Me parece que en este caso se nos presenta el mismo problema. Esas hojas de dedalera fueron mezcladas deliberadamente con las de salvia sabiendo cuál sería el resultado. Puesto que descartamos a la cocinera... la descartamos, ¿verdad...?, la pregunta es: '¿Quién cogió las hojas y las llevó a la cocina?'."

-Eso es fácil de responder -dijo la señora Bantry-. Por lo menos la última parte de la pregunta. Fue la propia Sylvia quien las llevó a la cocina. Formaba parte de sus ocupaciones diarias recoger la ensalada, las hierbas, los manojos de zanahorias, todas esas cosas que los jardineros nunca escogen bien. No les gusta coger nada tierno, esperan hasta que maduran demasiado. Sylvia y la señora Carpenter solían ir a buscarlas ellas mismas, y había una mata de dedalera entre las de salvia en una esquina y por ello la equivocación era bastante natural.

-Pero ¿las cogió la propia Sylvia?

-Eso nadie lo sabe, se dio por supuesto.

-Las suposiciones son siempre muy peligrosas -comentó don Henry.

-Pero sé que no fue la señora Carpenter -replicó la señora Bantry-, porque dio la casualidad de que estuvo toda la mañana paseando conmigo por la terraza. Salimos después de desayunar. Hacía un día extraordinariamente cálido y espléndido para estar tan a principios de primavera. Sylvia bajó sola al jardín, pero más tarde la vi paseando del brazo de Maud Wye.

-De modo que eran grandes amigas, ¿verdad? -preguntó la señorita Marple.

-Sí -contestó la señora Bantry y pareció querer añadir algo más, pero no lo hizo.

-¿Llevaba muchos días en la casa? -quiso saber la señorita Marple.

-Unos quince días -dijo la señora Bantry con voz preocupada.

-¿No le gustaba la señorita Wye? -insinuó don Henry.

-Sí, eso es lo malo, que sí.

La preocupación de su voz se trocó en disgusto.

-Usted nos oculta algo, señora Bantry -dijo don Henry en tono acusador.

-Sí, hace un momento también yo he querido preguntarle algo -dijo la señorita Marple-, pero he preferido callar.

-¿El qué?

-Cuando usted dijo que esa joven pareja se había prometido y que por eso resultaba tan triste. Su voz no me sonó del todo convencida cuando lo dijo, no sé si me comprende.

-Qué temible es usted -replicó la señora Bantry-. Parece que siempre sabe las cosas. Sí, pensaba en algo, pero en realidad no sé si debo decirlo o no.

-Tiene que decirlo, déjese de escrúpulos de una vez -intervino don Henry.

-Bien, pues era sólo esto -continuó la señora Bantry-. Una noche, precisamente la anterior a la tragedia, salí a la terraza antes de cenar. La ventana del salón estaba abierta y por casualidad vi a Jerry Lorimer y a Maud Wye. Él... bueno, la estaba besando. Claro que yo ignoraba si se trataba de un flirteo sin importancia, o si... bueno, quiero decir que nunca se sabe. Yo sabía que a don Ambrose nunca le había gustado Jerry Lorimer, tal vez porque sabía que era de ese estilo. Pero de una cosa estoy segura: esa chica, Maud Wye, estaba realmente interesada por él. Sólo había que ver cómo lo miraba cuando no se creía observada. Y, además, hacían mejor pareja que él y Sylvia.

-Voy a hacerle rápidamente una pregunta antes de que se me adelante la señorita Marple -dijo don Henry-. Quiero saber si, después de la tragedia, Jerry Lorimer se casó con Maud Wye.

-Sí -dijo la señora Bantry-, seis meses después.

-¡Oh! Scherezade, Scherezade -dijo don Henry-. ¡Y pensar en cómo nos presentó su historia al principio! Nos dio los huesos pelados y hay que ver la carne que vamos encontrando ahora en ellos.

-No hable usted así, no sea tan macabro -dijo la señora Bantry-. Y no emplee la palabra carne. Los vegetarianos siempre lo hacen. Dicen "yo nunca como carne" de un modo que le quitan a uno las ganas de comerse la chuleta que tiene delante. El señor Curie era vegetariano y solía desayunar una especie de mejunje parecido al salvado. Los ancianos encorvados que llevan barba suelen tener muchas manías y llevan ropa interior muy particular.

-¿Qué sabes tú de la ropa interior que llevaba el señor Curie? -preguntó su marido.

-Nada -replicó la señora Bantry muy digna-. Sólo lo imagino.

-Voy a rectificar mi declaración -dijo don Henry-. Debo reconocer que los personajes de este drama son muy interesantes. Empiezo a conocerlos a todos. ¿Verdad, señorita Marple?

-La naturaleza humana es siempre interesante, don Henry. Y es curioso ver cómo cierto tipo de personas tiende a actuar siempre del mismo modo.

-Dos mujeres y un hombre -dijo don Henry-. El eterno triángulo. ¿Es ésa la base de nuestro problema? Yo creo que sí.

El doctor Lloyd se aclaró la garganta.

-He estado pensando -empezó con bastante dificultad-. ¿Dice usted, señora Bantry, que usted también se sintió indispuesta?

-¡Por supuesto! ¡Y Arthur! ¡Y todos! -Eso es, todos -dijo el médico-. ¿Comprenden lo que quiero decir? En la historia que don Henry acaba de contarnos, un hombre disparó contra otro, pero no contra todos los que se encontraban reunidos en la habitación.


-No comprendo -replicó Jane-. ¿Quién disparó contra quién?

-Lo que quiero decir es que quienquiera que planease el crimen lo hizo de un modo muy particular. O bien con una fe ciega en la casualidad o con un desprecio absoluto de la vida humana. Apenas puedo creer que exista un hombre capaz de envenenar deliberadamente a ocho personas con el objeto de suprimir a una de ellas.

-Ya veo por dónde va -dijo don Henry pensativo-. Confieso que debiera haber pensado en esto.

-¿Y no pudo haberse envenenado él también? -preguntó Jane.

-¿Faltó alguien a la mesa aquella noche? -quiso saber la señorita Marple.

La señora Bantry meneó la cabeza.

-Excepto el señor Lorimer, supongo, querida. Él no vivía en la casa, ¿no es cierto?

-No, pero aquella noche cenaba con nosotros -respondió la señora Bantry.

-¡Oh! -exclamó la señorita Marple-. Eso cambia mucho las cosas.

Y agregó frunciendo el entrecejo y como para sus adentros:

-He sido una tonta.

-Confieso que sus palabras me han desconcertado, Lloyd -dijo don Henry-. ¿Cómo asegurarse de que la muchacha y sólo ella tomase la dosis fatal?

-No era posible -replicó el doctor-. Eso nos plantea otra cuestión. Supongamos que la joven no fuera la víctima pretendida.

-¿Qué?

-En todos los casos de envenenamiento por vía oral el resultado es muy incierto. Varias personas se sirven del mismo plato, ¿y qué ocurre? Una o dos enferman ligeramente, otras dos, digamos, de gravedad, y otra fallece. Así es como ocurre siempre, no es posible tener plena seguridad. Pero hay casos en los que puede intervenir otro factor. La digitalina es una droga que afecta directamente al corazón, y como les he dicho se receta en ciertos casos. Ahora bien, en la casa había una persona que sufría del corazón. Supongamos que fuese la víctima escogida. Lo que no sería fatal para el resto, lo iba a ser para él, o eso es lo que pudo suponer el asesino. Que todo resultara distinto es sólo una prueba de lo que acabo de decirles: la incertidumbre y relatividad de los efectos de las drogas en los seres humanos.

-¿Cree usted que la víctima tenía que haber sido don Ambrose? -preguntó don Henry.

-Sí, sí, y la muerte de la joven fue un error.

-¿Quién heredó su dinero después de su muerte? -preguntó Jane.

-Una pregunta muy sensata, señorita Helier. Una de las primeras que hacía siempre en mi antigua profesión -dijo don Henry.

-Don Ambrose tenía un hijo -replicó lentamente la señora Bantry-. Se había peleado con él durante muchos años anteriormente. Creo que era muy rebelde. No obstante, no estaba en manos de don Ambrose poder desheredarlo ya que Clodderham Court pasaba de padres a hijos. Martin Bercy heredó el título y la hacienda. Sin embargo, don Ambrose tenía bastantes propiedades más que podía dejar a quien quisiera y que dejó a su pupila Sylvia. Sé que don Ambrose falleció al cabo de medio año de haber sucedido lo que les estoy contando y no se tomó la molestia de hacer nuevo testamento después de la muerte de Sylvia. Creo que el dinero pasó a la Corona, o tal vez a su hijo como pariente más cercano, no lo recuerdo exactamente.

-De modo que los únicos que podían realmente beneficiarse de la muerte de don Ambrose eran un hijo que no estaba allí y la muchacha que falleció -resumió don Henry, pensativo-. No resulta muy prometedor.

-¿La otra mujer no heredó nada? -preguntó Jane-. Ésa que la señora Bantry califica de "gata".

-En el testamento no constaba su nombre -dijo la señora Bantry.

-Señorita Marple, no nos escucha usted -le dijo don Henry-, parece estar muy lejos.

-Estaba pensando en el anciano señor Badger, el farmacéutico -contestó la aludida-. Tenía un ama de llaves muy joven, lo suficiente no sólo para ser su hija, sino para ser su nieta. No dijo una palabra a nadie, y su familia y un montón de sobrinos abrigaban la esperanza de heredarlo. Y cuando falleció, ¿quieren ustedes creerlo?, llevaba dos años casado con ella en secreto. Claro que el señor Badger era farmacéutico y también un hombre muy rudo y vulgar, y don Ambrose Bercy un caballero muy fino, según dice la señora Bantry, pero en conjunto la naturaleza humana es la misma en todas partes.

Hubo una pausa, durante la cual don Henry miró fijamente a la señorita Marple, quien no apartó sus ojos azules e inteligentes hasta que Jane Helier rompió el silencio con una pregunta.

-¿La señora Carpenter era bien parecida? -preguntó.

-Sí, pero sencilla, nada llamativa.

-Tenía una voz muy agradable -dijo el coronel Bantry.

-Ronroneante, así es como yo la llamo -intervino la señora Bantry-. ¡Ronroneante!

-A ti también van a llamarte "gata" cualquier día de estos, Dolly.

-Me gusta serlo en mi casa -replicó ella-. De todas formas, ya sabes que no me gustan mucho las mujeres. Sólo los hombres y las flores.

-Un gusto excelente -exclamó don Henry-. Especialmente por haber nombrado a los hombres en primer lugar.

-Eso fue por delicadeza -respondió la señora Bantry-. Bueno, ¿qué me dicen de mi problemita? Me parece que he jugado limpio, Arthur. ¿No crees que he jugado muy limpio?

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