King

King


Capítulo 1

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Era obvio que el hombre que se paseaba de un lado a otro fuera de mi puerta estaba desesperado. También era obvio, al menos para mí, que era el agente inmobiliario que me había estado acosando durante semanas para que le vendiera la tienda a su cliente. Para empezar, llevaba traje una cálida tarde de verano, completo con chaqueta y corbata. Por otro lado, no se quitó la chaqueta y la corbata, a pesar del sudor que hacía que su frente brillara y su cuello estuviera manchado. Considerando que yo había ignorado todas sus cartas y mensajes telefónicos, debería haber esperado esta reunión.

Quizás solo debería volver a meterme en el coche y esperar a que él se marchara. Demasiado tarde: se giró y me vio.

–¿Señorita Prescott?– Sacó un pañuelo doblado y se limpió la húmeda frente. –Mi nombre es Peter Fiorenti, de Fiorenti y Clowes.

Me preguntaba si habría oído mi gruñido porque su sonrisa llena de dientes vaciló un poco. O quizás era simplemente demasiado difícil continuar con la farsa bajo este calor.

–Usted es la señorita Prescott, ¿verdad? ¿La señorita Stephanie Prescott? La he reconocido por su foto–. Extendió la mano y renovó su sonrisa aún con más fuerza.

–¿Mi foto?– ¿Cómo demonios había conseguido una foto mía? ¿Y por qué?

–Sí. Es algo que hacemos en Fiorenti y Clowes. Son solo negocios.

–¿Eh?– Debo haber sonado estúpida, pero me sentía estúpida en ese momento. No entendía lo que estaba diciendo.

Bajó la mano y se limpió la palma en sus pantalones. –Resulta más fácil hacer negocios con la gente si sabemos qué aspecto tienen. Ya sabe como es.

No tenía ni puta idea. Pero claro, yo era bibliotecaria, no empresaria. De repente desearía haber dado al menos un curso de empresariales en la universidad, entre mis clases de literatura e historia. Quizás habría sido útil para mantener alejados a agentes inmobiliarios aduladores.

–Mire, señor Fiorenti –dije, mirando la puerta de la tienda que había heredado de mi abuelo hacía un mes. Ojalá pudiera pasar junto a este imbécil y entrar, y entonces estaría bien. –No nos hagamos perder el tiempo. No quiero vender. No voy a vender. Ni siquiera estoy considerando vender. Ahora, si me disculpa...

–Vamos, Stephanie. ¿Puedo llamarla Stephanie?

Entrecerré los ojos cuando él bloqueó mi camino hacia la puerta. Gilipollas. Volvió a mostrar esa sonrisa falsa y mis entrañas se retorcieron.

–Mi cliente le ha ofrecido una suma muy generosa por la propiedad–. Sacudió la cabeza hacia el escaparate, todo cerrado. –Extremadamente generosa, si me pregunta. Muy por encima de lo que le aconsejé que ofreciera.

–Y como ya dije en mi primera respuesta, por favor dele las gracias por la oferta, pero no estoy interesada.

Él suspiró y sacudió la cabeza como si no pudiera creer que yo estuviera rechazando todo ese dinero. –Muy bien. Él me ha aconsejado añadir otro cincuenta por ciento, a pesar de mis...

–No, gracias. Ahora, si no le importa, tengo muy poco tiempo antes de tener que volver al trabajo.

Se pasó la lengua por sus labios secos y agrietados. –Vamos, Stephanie, ambos sabemos que es su tarde libre.

Di un paso atrás, chocándome contra una farola. Le miré con la boca abierta y deseé tener un arma más larga que mis llaves. –¿Qu... qué?

Él se rio y levantó las manos, rindiéndose. –Mi cliente investiga muy concienzudamente. Por eso es que tiene tanto éxito. Eso y que es tan despiadado como suena.

–No me importa lo despiadado que sea–. Pasé a su alrededor, manteniéndole en mi línea de visión, pero él vio lo que estaba intentando hacer y bloqueó la puerta. –No voy a vender –le dije con los dientes apretados. –Ahora, por favor, quítese de mi camino.

Él volvió a suspirar y murmuró algo por lo bajo que no pude oír bien. –Di tu precio.

–No tengo precio. No voy a vender.

–Vamos, Stephanie, trabajas en una biblioteca. Sé que tu sueldo no es muy...

–¿Su cliente también averiguó eso? –solté.

Él se rio. –Todo el mundo sabe que los bibliotecarios no ganan mucho. El dinero que mi cliente está ofreciendo por esta pintoresca tiendecita y el apartamento de arriba es más que generoso.

Sus labios se curvaron ligeramente hasta formar una mueca de desprecio cuando dijo “pintoresca”. Sospeché que era porque mi tienda, junto con las otras cuatro en la pequeña manzana de la parte más antigua de Roxburg, no era gran cosa. Una vez, cuando yo era niña y solía venir a la librería de mi abuelo después de clase, podría haberse llamado pintoresca, o bonita, o encantadora. Pero el negocio había sufrido durante los últimos veinte años, especialmente en las anticuadas calles comerciales. Los mega centros comerciales y los gigantes de las ventas online habían matado Old Town Libros, la tienda que había heredado de mi abuelo, así como las otras tiendas a cada lado. La puerta roja se había descolorido hasta ser de un naranja oxidado, y era difícil leer el letrero pintado encima de ella. Los bordes deshilachados de los toldos de fuera de la Tetería de la señora Mopp ondeaban por la brisa, alejando a pájaros y clientes con el sonido, y el señor Jones no se podía permitir reparar el escaparate de su tienda de regalos después de que unos vándalos lo rompieran la semana anterior. De todos modos, al día siguiente él la había vendido. Fue después de que hablara con él sobre ello cuando supe que los otros cuatro edificios de la manzana habían sido vendidos. Yo era la única que había rechazado la oferta. Resultó que todos ellos se los habían vendido a un hombre conocido como Matthew King, y todos por generosas cantidades. Cantidades que nadie había podido rechazar, a pesar de sus deseos de quedarse. Con los negocios padeciendo una lenta y tortuosa muerte, ninguno sintió que podía rechazar la oferta de Matthew King.

Excepto yo.

Y ya me estaba cansando de tener que lidiar con las cartas y llamadas telefónicas del agente inmobiliario, y ahora con sus visitas. Solo quería entrar, tomarte una taza de café, y sentarme con los pies en alto y leer un libro. Desgraciadamente el señor Fiorenti estaba en mi camino.

Me cuadré delante de él y me coloqué mi propia sonrisa falsa. Pensando que había conseguido halagarme bien, Peter Fiorenti me devolvió una alegre sonrisa. –Peter... ¿puedo llamarle Peter? ¿Haría algo por mí, por favor?

–Por supuesto, Stephanie. Todo lo que quiera–. Él se llevó la mano al pecho, encima del corazón. Canalla. –Estoy a su disposición.

–Gracias. Está siendo muy dulce.

Su rostro se enrojeció, pero yo no estaba seguro de si estaba ruborizado o si el calor estaba siendo demasiado. Rompió la sonrisa para pasarse la lengua por los labios antes de volver a sonreír.

–Peter, por favor, dígale al señor King que puede coger su oferta y metérsela por donde la espalda pierde su nombre. Ahora me gustaría llegar a mi puerta. ¡Muévase!

Todos los pliegues y la carne de su rostro colgó como un globo desinflado. Volvió a chuparse los labios. –Me... me temo que no puedo hacer eso.

–Puede o gritaré.

–Quiero decir que no puedo decirle al señor King lo que me ha dicho. Me despediría y contrataría a otro agente.

–No me importa–. Me acerqué más hacia la puerta, pero él también se movió para que yo no pudiera llegar a la cerradura.

–Usted me gusta, Stephanie–. Volvió a sonreír, pero no fue ni falsa ni lisonjera. Era nerviosa. Al hombre le preocupaba perder su comisión. –Usted tiene agallas.

–También tengo un espray de pimienta en el bolso y voy a usarlo si no me deja en paz–. Metí la mano en mi bolso y él levantó las manos.

Se alejó de la puerta y yo metí la llave en la cerradura, con cuidado de no darle la espalda.

–Tiene que vender–. Su gemido de pánico le salió con voz aguda.

–No.

–¿Va a quedarse este sitio para siempre?– Se rio con sorna. –Ni siquiera lo abre a los clientes. No le hace ganar dinero y nunca lo hará. Apuesto a que todos esos libros están cogiendo moho ahí, solo cogiendo polvo.

Algunas veces no se trataba de dinero. Pero no le dije eso. La gente como Fiorenti, y también como King, no lo entendían. Abrí la puerta de un empujón y me deslicé por el hueco. –Dígale a su cliente que es un cobarde por enviar a otra persona a hacer el trabajo sucio. Y dígale que no es el único que investiga a sus adversarios empresariales. Yo también lo hago. A conciencia. Y él no me gusta.

Cerré la puerta, agradecida porque las persianas estuvieran bajadas y no pudiera ver a Fiorenti, y que él no pudiera verme. Tras un momento de silencio, sus pasos se alejaron. Se había ido, gracias a Dios.

Encendí las luces y el aire acondicionado, dejé mi bolso sobre el mostrador, y me dirigí a la cocina de atrás. Mientras esperaba a que la cafetera se calentara, me pregunté por qué le había dicho esas últimas palabras a Fiorenti. Yo no investigaba a nadie. La señora Mopp había sido la primera en decirme que el nombre de Matthew King había estado en su contrato de venta, y los demás habían confirmado que también habían vendido a King. Todos nosotros éramos dueños de los edificios en posesión directa. O solíamos serlo. Ahora yo era la única que quedaba.

Me hice un café y volví a la parte principal de la tienda. El olor de los libros me aliviaba un poco. Terroso, así es como yo llamaba a ese aroma. La gente como Fiorenti, sin alma ni imaginación, lo llamaban mohoso y polvoriento, pero era más que eso. Era mágico. Es como la tienda había olido siempre, incluso cuando yo era una niña, y encajaba con el lugar.

Una mezcla de libros viejos y nuevos abarrotaba las estanterías, desde los ventanales delanteros hasta la parte trasera, donde pasillos estrechos significaban que dos personas mirando los libros tenían que escurrirse detrás del otro con disculpas. Los libros estaban abarrotados en las estanterías, algunos incluso tumbados horizontalmente encima de los otros. Había libros apilados en las esquinas en el suelo, sobre mesas en montones que amenazaban con desplomarse ante el más mínimo toque, y ocupando sillas, lo cual molestaba a mi gato, Harry.

Él eligió ese momento para entrar desde atrás. Debe haber bajado las escaleras desde mi apartamento, donde le gustaba dormir en mi cama cuando yo estaba en el trabajo. Bostezó, se estiró, luego se dejó caer en el suelo y me observó mientras yo me sentaba en el sillón de cuero bajo la corriente de aire frío que salía del aire acondicionado. Normalmente cogía un libro para leer, pero hoy no. La visita de Fiorenti me había desquiciado. No podía dejar de pensar en ello.

¿Qué haría Matthew King cuando descubriera que yo había rechazado su última oferta? Después de todo, obviamente quería todos los cinco edificios en nuestra manzana por una razón, y al no venderle el mío probablemente estaba poniéndole trabas a sus planes. Old Town Libros estaba situada justo en medio de los cinco, así que si él quería derribar muros y crear un único gran espacio, estaba jodido.

Los maderos del suelo de arriba crujieron. Harry levantó la cabeza y levantó la mirada. Mi corazón latía como loco mientras me esforzaba por oír.

Pero no había más ruidos, ni pasos, ni voces. Quizás solo era el edificio quejándose del calor. Quizás no era mi ex colándose allí arriba, esperando a que yo subiera y...

Tragué saliva y alejé cualquier imagen de ese imbécil de mi cabeza. Me había librado de él. Hacía un mes yo había salido del apartamento que habíamos compartido y me vine a vivir aquí después de que me llegara mi herencia. Aunque él sabía que yo había heredado un edificio de mi abuelo, no sabía donde. Yo estaba a salvo.

Pero no podía relajarme. Dejé mi taza y cogí el bate de béisbol que guardaba detrás del mostrador. Con cuidado de no pisar en el cuarto escalón, que crujía, subí las escaleras con el bate levantado. Miré por la puerta dentro de mi diminuto salón, luego entré de puntillas cuando vi que todo estaba despejado. Comprobé debajo de la cama, en los armarios, y detrás de las puertas. Vacío.

Me senté en la cama y me pasé una mano sobre los ojos. Estaba temblando. Hace un mes, Kyle me había puesto un ojo morado. El moretón ya se había desvanecido, pero mis nervios estaban tan de punta como siempre. Estaba empezando a preocuparme que me hubiera dejado con un recordatorio permanente de su persona en forma de trauma mental.

Dios, como odiaba eso más que nada. Quería librarme de él. Total y completamente libre de ese cabrón y hasta del último rastro de él. Eso significaba sacarle de mi cabeza, sacudiéndome libre de las pesadillas y los recuerdos.

Ojalá supiera como hacerlo para poder continuar con mi vida. Estar aquí, rodeada de los familiares libros, era un comienzo. Un muy buen comienzo. De ninguna manera iba a vender.

Volví a bajar, donde Harry ni siquiera abrió un ojo para ver si yo estaba bien. Solo suspiró y metió la nariz en su pelaje, enroscando su cola sobre sus patas.

Volví a sentarme y cogí un libro. Media hora más tarde, estaba felizmente entre los brazos de mi amante ficticio, cuando una brusca llamada a la puerta me hizo dar un salto. Debía ser uno de los vecinos, o bien la señora Mopp para lamentar que no tenía clientes, o el señor Jones para decirme que ojalá no hubiera vendido. No sería un cliente para mí. El letrero de CERRADO en la puerta principal se encargaba de eso.

Abrí la mirilla y miré por el cristal. Solté una exclamación y mi corazón hizo un loco baile en mi pecho. Devolviéndome la mirada, como si supiera que había mirado, estaba el hombre más sexi que había visto fuera de las páginas de una revista. Llevaba una elegante camisa blanca y una corbata, pero la llevaba floja, con el botón de arriba desabrochado, como si no pudiera esperar a quitárselos en este cálido día. Había algo oscuro en él, y no eran solo sus ojos marrones, o su pelo negro y espesas pestañas. Era indefinible. Quizás era el ceño fruncido que llevaba, o la arruga que conectaba sus cejas, o la dureza de su mandíbula mientras esperaba con paciencia apenas escondida a que yo abriera la puerta.

Y lo hice. Tan pronto como el cálido flujo de aire golpeó mi rostro, lo lamenté. Sabía que este tipo debía ser Matthew King solo por la pura arrogancia de su postura. No necesitaba ver a Peter Fiorenti merodeando por detrás para saberlo con seguridad. Le echaba la culpa de la euforia a haber acabado de leer una escena donde el héroe de mi libro admitía que adoraba a la heroína, y que lo había hecho siempre. Él también llevaba una camisa blanca con el primer botón desabrochado, y era alto, moreno, y guapo.

Estúpidas hormonas y mis ficticias aventuras amorosas. Me hacían tener muchas esperanzas cada puta vez, enviándome corriendo de cabeza a meterme en problemas en lo que concernía a los hombres.

–¿Señorita Prescott? –preguntó con una rica voz masculina que era imposible ignorar.

Me aclaré la garganta. –Sí.

Su rápida mirada pasó por mi rostro, bajó por mi cuerpo, luego volvió a subir para mirarme a los ojos. Aunque la evaluación había sido breve, me alegraba seguir vistiendo mi ropa del trabajo que consistía en una falda negra y una blusa color limón pálido, y no un vestido veraniego o pantalones cortos. No podía imaginarme lo que pensaba de mí, y esperaba con todas mis fuerzas que no pudiera ver que yo pensaba que él era Sexi con S mayúscula. Yo no quería estar en desventaja para lo que viniera.

–Soy King –dijo simplemente.

–¿Rey de qué país?[1]

Debe haber oído ese chiste malo antes porque ni siquiera sonríe. O es eso, o no tiene sentido del humor. –Matt King de King Hardware.

Oh. Ese Matthew King. Había oído hablar de King Hardware, pero no había conectado al hombre que estaba intentando comprar mi edificio con su jefe. La cadena al por menor se había convertido rápidamente en la mayor mega ferretería del estado, después de sus humildes comienzos hacía unos años. Esa era la suma total de mi conocimiento del hombre o su compañía. Las herramientas no eran lo mío. Lo mío solo eran los libros.

–Si está aquí para convencerme de que venda, entonces la respuesta es no –dije. –Ya se lo he dicho al señor Fiorenti hace media hora. No he cambiado de idea desde entonces–. Fui a cerrar la puerta, pero él metió un pie dentro. Pensé brevemente en empujar con más fuerza, pero tenía la sensación de que no le lastimaría con esos bonitos zapatos de cuero.

–Entonces permítame la cortesía de intentar hacerla cambiar de idea –dijo él.

Le miré parpadeando, en parte en respuesta a esa profunda voz que vibraba por todo mi cuerpo, y en parte porque no podía creer su arrogancia. –No voy a cambiar de idea.

–Dígame su precio.

–No tengo precio, señor King. No estoy interesada en vender.

Volvió a mirarme, esta vez tomándose su tiempo mientras me medía de pies a cabeza. Calor me recorrió el cuerpo, cosquilleando en mi cuero cabelludo, y no tenía nada que ver con el aire veraniego y más que ver con este hombre y su intensa mirada. –Todo el mundo tiene un precio, señorita Prescott–. Se inclinó, no demasiado cerca, pero lo suficiente como para estar en mi espacio. No me alejé, ni tampoco quería hacerlo, para mi horror y vergüenza. Yo tenía debilidad por las caras bonitas, y este hombre era uno de los más guapos que había visto nunca. –Y soy muy bueno descubriendo cuál es el precio –murmuró. –Muy bueno.

Un lado de su boca se elevó, no en una sonrisa, pero era arrogante de todos modos. Oh sí, este era un auténtico gilipollas, y yo no iba a verme abducida por esa cara y esos ojos. No esta vez.

–No todo el mundo, señor King. Yo no. Retire su pie.

Él vaciló y luego hizo lo que le pedí. Fui a cerrar la puerta, pero me detuvo con las palabras: –¿Cuál es su historia?– Había una curiosidad genuina en la pregunta, como si estuviera interesado en mí, no en mi edificio. Si le dedicara ese tipo de atención a una mujer en una cita, ella se metería en la cama con él para el final de la noche.

–¿Qué quiere decir? –pregunté cuidadosamente.

–No ha abierto la tienda desde que la heredó. No ha dimitido de su posición en la biblioteca, y no ha colocado ningún anuncio solicitando empleados para trabajar aquí. Así que no parece que vaya a volver a abrir. Pero tampoco ha vendido nada de su mercancía. ¿Entonces por qué conserva este lugar? ¿Qué sentido tiene?

Le miré fijamente, consciente de que mi mandíbula se había abierto. Tenía un nudo en la garganta. Traté de tragarlo. –¿Cómo sabe todo eso?

–Quiero este edificio –dijo con una voz preñada de callada honestidad. –Sabe que lo quiero, y usted me está retrasando. Quiero saber por qué. Eso significa que necesito averiguar todo sobre usted para sacarle su secreto.

¿Qué cojones? Este tipo estaba acercándose demasiado a la locura como para gustarme. Mi mano apretó el picaporte. Ojalá hubiera pensado en coger el bate. –Si vuelve a venir aquí –gruñí, –llamaré a la policía. Ahora váyase y llévese a su hurón con usted–. Con una indicación de mi barbilla hacia Fiorenti, cerré la puerta de un empujón.

Pero no antes de ver sus ojos destellar, no de rabia, sino de pánico. En ese breve instante, él no se veía como un hombre sin nada de lo que preocuparse. Parecía un hombre que se encontrara en el mar y el bote salvavidas se estuviera alejando de él.

Quizás eso era un poco melodramático, pero seguro que era raro verle cambiar en un segundo de arrogante a preocupado.

Quizás estaba equivocada. ¿De qué tenía que preocuparse un tipo como él? Así que yo no iba a vender y él no podía continuar con sus planes. Él perdería algo de dinero, ¿pero qué importaba eso? Por el aspecto del caro coche deportivo aparcado fuera en la acera, podía permitirse apostar y perder de vez en cuando.

No pude quitarme a Matt King y esa mirada en sus ojos de la mente durante el resto del día y la mitad de la noche. Ojalá no me sintiera tan molesta con él, pero lo estaba. No estaba disgustada ni preocupada, solo... curiosa. Él me había picado la curiosidad.

Eso probablemente debería preocuparme más que nada. Después de Kyle, necesitaba evitar a los hombres intensos, arrogantes, y guapos a toda costa. Eran malos para mí y yo estaba decidida a no volver a caer en las redes de esos tipos y sus mierdas.

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