King

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Capítulo 4

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–Suéltame, Kyle –gruñí en voz baja. No tenía miedo, posiblemente porque tenía a Emma conmigo, o quizás porque había otras personas cerca esperando un taxi, o quizás porque había bebido suficiente champán como para darme valor.

–No hasta que prometas volver a casa conmigo.

–¡Suéltala! –saltó Emma, sacando su teléfono. –O llamo a la policía.

Él la ignoró. –Ven a casa conmigo, nena. No seas así. Te echo de menos. Te quiero. Tú sabes que también me quieres. Arreglaremos las cosas y...

Liberé mi brazo de un tirón. –Eres un mierda, Kyle, y no quiero tener nada que ver contigo. Vete.

Dos hombres vestidos de traje se acercaron a nosotros. –¿Va todo bien por aquí? –preguntó uno de ellos mientras el otro hacía crujir sus nudillos. ¿Quién habría pensado que hombres de mediana edad vestidos con traje formal podían ser tan amenazadores?

Kyle levantó las manos. –Vale, no queremos otro accidente como el de la última vez–. Sus fríos ojos se clavaron en los míos. –¿Verdad, nena?

Un taxi se acercó y uno de los caballeros abrió la puerta y me metió dentro. Emma me siguió. –Gracias –les dije mientras nos alejábamos.

Lo último que vi de Kyle fue como se escabullía entre las sombras con los puños metidos en los bolsillos de sus vaqueros.

–Muy bien, chica –dijo Emma, dándome un codazo. –Has estado increíble.

–Apenas–. Ahora que todo había terminado, yo había empezado a temblar. Pues vaya con mi valentía. –Gracias, Em. Siento que te hayas visto implicada.

–No te disculpes–. Ella me abrazó. –Simplemente me alegro de que estés a salvo. ¿Pero cuánto tiempo vas a darle antes de denunciarlo a la policía?

–No sabe donde vivo. Estaré bien.

–Pero sabe donde trabajas. Ten cuidado, vale. No te conviertas en una estadística más de esta locura.

Le devolví el abrazo y le prometí no hacerlo.

El fin de semana se pasó volando, principalmente porque encontré un gran libro y me sumergí en sus páginas. Era tan bueno que me olvidé de Kyle durante unas cuantas horas, y no pensé mucho en mi cita con Matt. Solo cuando dejé de leer se colaron en mi mente los pensamientos sobre él, y los nervios también. ¿En qué había estado pensando para aceptar tener una cita con él? Debí haber bebido más champán del que debía. Él iba a convencerme como fuera a vender la tienda, de eso estaba segura. Así es como los empresarios implacables como él actúan, y él era uno de los más implacables que existían. Tenía que serlo para haber construido el imperio de King Hardware desde una sola tienda a casi cien en unos pocos años.

Para cuando llegó el domingo por la tarde, yo empezaba a esperar que se hubiera olvidado o que hubiera cambiado de idea. No había contactado conmigo con los detalles de la cita. Yo no le había dado mi número, pero estaba bastante segura de que ya lo sabría gracias a su muy concienzudo investigador. Ahí estaba otra razón para no salir con él. Sabía demasiado sobre mí teniendo en cuenta que nos acabábamos de conocer.

Para mi sorpresa, llamó más tarde el domingo por la noche. –Hola –dijo, sin molestarse de anunciarse. No es que hiciera falta. Conocía esa voz. Tenía la misma cualidad que un chocolate rico y decadente, y tenía el poder de convertirme en un charco. –Siento no haber llamado antes.

–No estaba esperando que lo hiciera–. Me senté con mis piernas debajo de mí, para disgusto de Harry. Me fulminó con la mirada y luego se recolocó sobre mi regazo.

–Sé que es una excusa barata, pero he estado yendo de aeropuerto en aeropuerto la mayor parte del fin de semana.

–Oh, sí, yo también. Estoy tan harta de los aeropuertos. Y cuando no estoy volando estoy hablando con mi gerente. Ya sabe como va todo eso.

Él se rio. –Esta vez sé que se está burlando de mí.

–No me atrevería.

–Es usted más valiente de lo que cree, Stephanie. Y debería añadir que mucho más intimidante.

–¿Intimidante? ¡Tengo la mitad de su tamaño!

–Sí, pero tiene una forma de fulminar a la gente con su mirada que los doblega. Y luego están esas armas que usted llevaba sujetas a sus pies el viernes por la noche.

Tardé un momento en darme cuenta de que se estaba refiriendo a mis zapatos de tacón. –Tuvo suerte de no bailar conmigo. Tengo dos pies izquierdos.

–No, no los tiene. Me gustó verla bailar–. El modo en que lo dijo hizo que mis entrañas dieran un vuelco y que me ardiera la piel.

Clavé mis dedos entre el pelaje de Harry, provocando su ronroneo más profundo y alto.

–Tiene un gato –dijo Matt. –Puedo oírle.

–¿Le gustan los gatos?

–No lo sé. Nunca he tenido uno.

–¿Un perro?

–No. Ninguna mascota de ninguna especie. A mis padres no les gustaban mucho los animales. Mi padre decía que simplemente era otra boca que alimentar.

–Oh. Lo siento.

–No lo sienta. Eso fue hace mucho tiempo. Quizás me plantee conseguirme una mascota. De todos modos, no es como si no hubiera vivido solo durante años.

–Podría no ser muy buena idea si usted viaja mucho.

–Cierto.

–Como sabe donde vivo, debería decirme donde vive usted.

Le oigo sonreír, aún cuando no estuvo acompañado de una risa. Me preguntaba si él también podría oír mi sonrisa a través de la línea. Recitó de un tirón la dirección de un apartamento en la mejor parte de la ciudad, donde todos los solteros ricos vivían, y luego me dio su número de teléfono.

–Lo ha escrito, ¿verdad? –preguntó.

–Quizás lo he memorizado.

–Aunque no dudo que su memoria sea excelente, me sentiría mejor si lo escribiera en alguna parte. De ese modo no tendrá excusa para no llamarme cada vez que quiera.

–¿Como cuando cambie de opinión y decida vender? –dije con un bufido. –Va a estar esperando mucho tiempo.

–No, Stephanie, no es por eso por lo que quiero que usted tenga mi número. Solo quiero que me llame cada vez que sienta que quiere hacerlo–. Él sonaba genuinamente herido y me mordí el labio, sintiéndome de nuevo como una bruja.

–Ya está en los contactos de mi móvil –le dije.

–Bien. Entonces cuénteme cómo terminó la noche de la recaudación de fondos. ¿Me perdí algo?

Por un momento pensé que debía haber averiguado lo de Kyle agarrándome en la acera y estaba intentando averiguar más detalles. Si ese fuera el caso, ¿por qué no lo preguntaba directamente? No, debía haber sido una simple pregunta inocua.

Nunca habría pensado que fuera posible, pero Matt y yo hablamos durante una hora por teléfono. Nos dimos hasta el más mínimo detalle sobre temas neutrales como la familia, los amigos, y el trabajo. No discutimos sobre el edificio o su padre. Todo fue muy normal. Seguro. Al final habíamos hecho planes para cenar en Georgio’s el miércoles por la noche.

Colgué, sintiéndome como si estuviera flotando en una nube.

Luego caí de golpe a la tierra cuando le eché un vistazo a un viejo artículo de periódico de unas semanas atrás y que había usado para cubrir con la arena para gatos de Harry. Resultó que la arena para gatos estaba encima de la cara de Matt King y de la mujer cogida a su brazo. Ella era tan hermosa como él, alta y morena con mejillas afiladas como cuchillas. Ella se veía increíble con su ajustado vestido blanco, su enorme busto apenas contenido dentro. Ella era el tipo de mujer con la que Matt King solía salir, no con bibliotecarias apocadas. Ellos eran una pareja perfecta.

Fue un claro recordatorio de que él no iba detrás de mí, sino de mi edificio. No había otra razón por la que él pasaría tanto tiempo hablando con alguien como yo. Y más me valía no olvidarlo.

Terminé de vaciar la bandeja de Harry justo encima de la cara de Matt y luego formé una bola con el periódico. Sentía un peso sobre el corazón, pero estaba decidida a no dejar que mis emociones se apoderaran de mí. Que le dieran por saco. Dos podían jugar al mismo juego. Yo iba a disfrutar de mi cena con un encantador, rico, y guapo hombre que estaba totalmente fuera de mi alcance, para luego volver a rechazar su oferta de comprar Old Town Libros. E iba a hacerlo con una sonrisa en la cara.

A pesar de mis convicciones, yo iba oscilando entre pensar que Matt estaba representando un papel para conseguir mi edificio y esperar que yo realmente le gustara por lo que soy. Tuve un buen lío en mi cabeza hasta el miércoles. Hasta tal punto que tuve dificultades para decidir qué ponerme para la cena. ¿Algo sexi para poder restregárselo por la cara cuando le rechazara? ¿O algo aún más sexi para animarle a besarme?

Al final me decidí por unos pantalones blancos que ceñían mis caderas, y un top blanco y negro que revelaba mis hombros y algo de escote, pero no demasiado. Con el pelo recogido en una coleta alta y lisa, le recibí en la puerta cuando él llamó ligeramente.

Sus ojos se caldearon brevemente mientras su mirada recorría mi longitud. Luego sonrió. Me derretí ante esa visión. Maldita sea, era un hombre muy guapo.

–Hola –dijo él. –¿Preparada?

–Claro, solo deja que coja mi bolso. Pasa.

–Está bien. Esperaré aquí fuera.

–No, en serio, pasa. Harry no muerde.

–No tiene nada que ver con tu gato.

–¿No quieres inspeccionar el lugar que estás intentando comprar con tantas ganas?– Había pretendido que fuera un chiste, pero él no sonrió.

–Esperaré junto al coche–. Se dio media vuelta y se encaminó a zancadas hacia el coche deportivo negro que estaba aparcado en la acera. Se apoyó contra la puerta, cruzó los brazos sobre el pecho, y esperó.

Suspiré. Este no era un buen comienzo. Cogí mi bolso, le revolví el pelaje a Harry, y luego cerré la puerta con llave. Matt abrió la puerta por mí y, un momento después, íbamos acelerando por las calles de Roxburg. Su frialdad duró hasta que llegamos al restaurante y el mismísimo Georgio nos llevó hasta una mesa en la esquina. Estaba apartada, separada de la zona principal del restaurante, y la baja iluminación hacía que pareciera que estábamos solos.

–Este lugar es increíble –dije, absorbiendo la vista que me ofrecía la ventana de las luces de la ciudad y el puerto al fondo.

–Espera a probar la comida.

Georgio les dio la bienvenida a su establecimiento y saludó a Matt como si fuera un viejo amigo. Luego nos dio sus recomendaciones personales para cada plato. Con una inclinación de cabeza, nos dejó con nuestro sumiller para la velada y luego desapareció.

Matt sacudió la cabeza hacia el sumiller cuando fue a darle el menú de vinos, y luego se lo pensó mejor. –La señorita Prescott podría querer elegir.

El sumiller me dio el menú. –¿No te gusta el vino? –le pregunté a Matt.

–Me gusta el vino, pero como forma parte de mi plan ser menos controlador, pensé que te gustaría elegirlo.

–¿Es esto de nuevo influencia de Becky Kavanagh?

–Al cien por cien.

Sonreí. –Pero estuviste a punto de rechazar la lista de vinos. ¿Por qué? ¿Por qué si normalmente lo eliges?

–Normalmente elijo el mismo vino. No necesito el menú.

–Oh, entonces si hay un vino que te gusta, tomaremos ese.

–Quiero que tú elijas algo esta noche. Un cambio me vendrá bien–. Señaló el menú con la cabeza. –Sorpréndeme.

Reconocí la mayoría de las marcas, pero no todas, así que iba a ser algo así como una apuesta a ciegas. –¿Te parece bien que sea blanco?

–Perfecto.

En un restaurante como Georgio’s, el sumiller debería saber un par de cosas sobre vinos. –¿Nos recomienda el James Valley Pinot Gris o el Bramble Creek Chenin Blanc? –le pregunté.

–Ambos son excelentes elecciones, señora, pero el Pinot Gris es mi favorito–. Se lanzó a enumerar una larga lista de razones de por qué hasta que le interrumpí.

–Gracias. Tomaremos el Pinot Gris, por favor.

Él hizo una inclinación de cabeza, cogió el menú, y se marchó con rápidos y ligeros pasos.

–No le habría pedido su opinión si hubiera sabido que nos iba a dar una conferencia –dije.

Matt sonrió. –A Oliver le gusta alardear de sus conocimientos cada vez que le resulta posible. Normalmente no le doy la oportunidad de hacerlo, así que probablemente pensó que aprovecharía al máximo esta oportunidad.

Me reí. –Pobre Oliver. Deberías permitirle al hombre un momento para brillar la próxima vez. A todo el mundo le gusta sentirse valorado.

Él asintió pensativamente y pareció abstraerse por un momento.

–¿Todo va bien? –pregunté.

Él parpadeó y volvió al presente conmigo. –Solo estaba pensando en un problema de personal que estoy teniendo en una de mis tiendas. Quizás me hayas dado una pista para solucionarlo. El gerente de la tienda necesita demostrar más que valora a sus empleados. Simplemente no sé cómo hacerlo.

–Cuéntamelo –dije. –Quizás podamos llegar a una solución.

–No quiero aburrirte.

–No es aburrido. Vale, las ferreterías son un poco aburridas, pero la parte personal no lo será. Así que háblame de ello. Solucionemos esto.

Me dio todos los detalles y juntos discutimos algunas posibles soluciones hasta que él decidió que una de ellas funcionaría mejor para esa tienda. La conversación cambió conforme pasaba la noche. Me contó como había estado decidido a levantar la compañía después de que su padre le pasara las riendas del negocio, y como Damon Kavanagh le había prestado el capital para la expansión inicial.

Hicimos una pausa solo cuando el camarero nos tendió los menús, y luego otra vez cuando nuestra comida llegó. La comida era deliciosa de verdad y pasaron varios minutos antes de que continuáramos la conversación mientras yo devoraba mi comida.

–Tú y Damon parecéis estar muy unidos –dije. –Hasta el punto de que su esposa te está dando consejos sobre como ser más sociable.

–Becky es algo así como una fuerza poderosa a la que tener en cuenta. Pero sí, Damon y yo nos conocemos desde hace mucho. Adam Lyon también, y algunos más. Hemos estado muy unidos desde nuestra época de estudiantes, y la mayoría de nosotros hemos permanecido siendo amigos íntimos. Somos como una segunda familia para los demás. Probablemente mejor que una familia porque nos ofrecemos apoyo sin los sermones.

–Es tarea de los padres sermonear a los hijos.

–Hay sermones, y luego hay gritos y un simple rechazo a dejar que tus hijos hagan nada por sí mismos. Mi padre era un tipo dominante, y si crees que yo soy malo, él era diez veces peor.

–No creo que seas demasiado malo. Al menos eres consciente de ello y estás intentando corregirte.

Él me dedicó una sonrisa plana. –Gracias.

–Pues háblame de tus padres–. Tan pronto como las palabras estuvieron fuera de mi boca, me arrepentí. Él ya sabía que yo pensaba que su padre estaba en la mafia. Debía pensar que yo estaba buscando conocer detalles.

Cogió su copa de vino y musitó: –Prefiero no hacerlo.

Asentí y continué comiendo en silencio.

–Lo siento –dijo. –Es solo que no me gusta hablar de mis padres. Papá no está y mi madre está... no está bien.

–Oh, siento oír eso.

Se encogió de hombros.

–Mi padre también está muerto –dije, esperando animarle un poco. –Ataque al corazón. Mamá vive en Nueva York, viviendo la vida con la que siempre soñó.

Él hizo una pausa con el tenedor a medio camino de su boca. –Aún a riesgo de volver a sonar siniestro, debería decirte que ya sé todo eso.

–Vaaale.

–Tus padres se divorciaron cuando eras pequeña, tenían la custodia compartida de su única hija, y tu abuelo materno te dejó la librería a ti, no a su hija.

–Mi vida en pocas palabras.

–Solo los datos y nada de la esencia. ¿Ves mucho a tu madre?

–No. Ella apenas viene a casa. No le gustan Roxburg y la librería tanto como a mí. El abuelo me dejó la tienda a mí porque mamá no aprecia los libros. Ella te la habría vendido después de la primera oferta.

Él masticó despacio, con la mirada fija en su plato. Cuando terminó, tomó un largo sorbo de vino como si necesitara tomar fuerzas, luego clavó esa enervante mirada en mí. –No lo lamento, Stephanie. Me alegra que seas tú con quien tengo que tratar.

Tragué saliva y me concentré en mi comida.

–Tú no estás... muy contenta –dijo él.

–No, no lo estoy. Es solo que... no has mencionado rendirte. Todavía sigues planeando perseguir la propiedad.

–Pues sí–. Su rodilla tocó la mía por debajo de la mesa. Él no se alejó. Ni yo tampoco. –No me rindo fácilmente. Cuando quiero algo, voy tras ello hasta que lo consigo. Y siempre lo consigo, antes o después–. Su voz tronó, una indiscutible promesa en ella. Promesa, no amenaza.

Cogí mi copa y le miré a los ojos. Si yo quería jugar en su terreno de juego, necesitaba esforzarme por mejorar y no ser una cobarde. Pero yo necesitaba recordar que este hombre era implacable y esta noche bien podría ser parte de su plan para hacerme vender. –Y tú quieres mi edificio.

–Eso no es todo lo que quiero–. Su voz se había vuelto baja, pero aún así consiguió que retumbara a través del espacio entre nosotros y que enviara diminutos escalofríos por toda mi espalda.

Oh cielos. –¿Qué más quieres, Matt?

–¿No es obvio?

–Me gustaría oírtelo decir–. Cielo santo, estaba canalizando a una arpía. Y disfrutaba de cada segundo del modo que me hacía sentir: poderosa, deseable, y sexi.

Y me encantaba ver el calor acumularse en sus ojos y la traviesa curva de sus labios. –Te quiero a ti, Stephanie. Quiero hacerte el amor toda la noche. Quiero ver como se te eriza la piel y como se sonrojan tus mejillas. Quiero oírte susurrar mi nombre–. Cogió su copa pero no bebió de ella.

–Sí –me oí decir. –Yo también quiero eso.

Él exhaló despacio, como si hubiera estado conteniendo el aliento por demasiado tiempo. –Entonces saldremos de aquí tan pronto como hayas terminado.

Dejé mi tenedor y mi cuchillo cruzados sobre mi plato. –¿Dónde está Georgio?

Matt se rio y le pidió al camarero que fuera a buscar a Georgio.

Diez minutos más tarde íbamos conduciendo a través de las brillantes luces de la ciudad en silencio. Parte de mí estaba gritando que necesitábamos frenar, pero no el coche, sino nosotros. Yo. Esto iba demasiado deprisa, y ni siquiera estaba segura de que no fuera todo una mentira y que él solo quisiera conseguir mi edificio.

Pero a la otra parte de mí no le importaba. Yo era consciente de lo que él quería, de lo implacable que podía ser, y yo no iba a ceder, sin importar lo bueno que fuera el orgasmo. Yo era una mujer adulta y las mujeres adultas podían tener sexo sin compromiso si querían, y luego marcharse sin que hirieran sus sentimientos si resultaba que yo tenía razón.

Él aparcó en el aparcamiento subterráneo y subimos hasta su ático. Sí, el ático. Era todo lo que había imaginado que sería un ático. Espacioso con increíbles vistas a la bahía en una dirección y a la ciudad en la otra, limpio hasta el punto de la esterilidad, y aún así hogareño gracias a las coloridas obras de arte en las paredes.

Admiré todo eso hasta que Matt me cogió por los hombros y estampó su boca contra la mía. El urgente y feroz beso eliminó cualquier pensamiento sensato de mi cabeza. No había forma de que pudiera pensar por encima del golpeteo de la sangre bombeando por mis venas, o el latido de mi corazón contra mis costillas. Todo lo que sabía era que estaba entre los brazos de un hombre guapísimo que no conseguía saciarse de mí, si es que su concienzudo beso indicaba algo.

Me envolvió entre sus brazos y luego me cogió en volandas sin romper el beso. Me sostuvo contra su duro cuerpo para poder sentir cada movimiento de sus músculos, cada contorno de su cuerpo, cada latido de su corazón. Sonaba errático, laborioso, como el mío.

Acuné su cabeza y le presioné contra mí, no dejándole escapar, y le devolví el beso con toda la pasión acumulada dentro de mí. Mi ardiente piel estaba plagada de escalofríos, y cada parte de mí era consciente de cada parte de él.

Pero el beso no era suficiente. Yo quería más.

–Tómame –murmuré contra sus labios. –Muéstrame lo mucho que me deseas.

Le sentí sonreír. –Como ordenes.

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