Kim

Kim


Capítulo 15

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La larga mano amarilla se extendió para imponer silencio. Kim, obediente, metió los pies bajo el dobladillo de sus ropajes.

—¡Escúchame! ¡Traigo noticias! La búsqueda se ha terminado. Ahora viene la recompensa… Cuando estábamos en las montañas, viví de tu fuerza hasta que la rama joven se dobló y casi se rompe. Cuando salimos de las montañas, estaba preocupado por ti y por otros asuntos que guardé en mi corazón. La barca de mi alma no tenía dirección; no podía discernir la Causa de las Cosas. Así que te entregué a la virtuosa mujer. No comí. No bebí agua. Aun así, no veía el camino. Me presionaban para que comiera y gritaban ante mi puerta cerrada. Así que me trasladé a un hueco bajo un árbol. No tomé alimentos. No tomé agua. Me senté meditando dos días y dos noches, abstrayendo mi mente; inspirando y expirando como está prescrito… La segunda noche… así de grande fue mi recompensa… el alma sabia se separó del cuerpo ignorante y se liberó. Esto nunca antes lo había logrado, aunque había estado en el umbral. ¡Atiende porque es un suceso portentoso!

—Portentoso, sin duda. ¡Dos días y dos noches sin comida! ¿Dónde estaba la

sahiba? —se dijo Kim.

—Sí, mi alma se liberó y, planeando como un águila, vio que no había ningún lama Teshoo ni ninguna otra alma. Como una gota regresa al agua, así mi alma se aproximó a la Gran Alma que trasciende todas las cosas. En ese punto, exaltado en la contemplación, vi todo el Indostán, desde Ceilán en el mar hasta las montañas y mis rocas de colores en Such-zen; vi cada campamento y cada pueblo, hasta el último, donde hemos descansado. Los vi al mismo tiempo y en un lugar porque estaba dentro de mi alma. Por eso supe que el alma había pasado más allá de la ilusión del Tiempo y del Espacio de la Cosas. Por eso supe que era libre. Te vi echado en tu catre y te vi rodar por la colina bajo el idólatra, a un tiempo, en un lugar, en mi alma, que, como te digo, ha tocado la Gran Alma. Vi también el estúpido cuerpo del lama Teshoo yaciendo y el

hakim de Dacca arrodillado a su lado, gritando en su oreja. Luego mi alma se quedó completamente sola y no veía nada porque yo era todas las cosas, habiendo alcanzado la Gran Alma. Y medité miles y miles de años, libre de pasión, con plena conciencia de las Causas de las Cosas. Luego una voz gritó: «¿Qué le sucederá al chico si te mueres?» y por lástima hacia ti me sentí dividido entre esto y aquello y dije: «Regresaré con mi

chela, no sea que él pierda el camino». Después de esto mi alma, que es el alma del lama Teshoo, se retiró de la Gran Alma con resistencia, añoranza, náuseas y agonías que no se pueden describir. Como el huevo del pez, como el pez del agua, como el agua de una nube, como la nube del aire denso, así se separó, así saltó, así se alejó, así se desprendió el alma del lama Teshoo de la Gran Alma. Luego una voz gritó: «¡El río! ¡Presta atención al río!» y miré hacia abajo sobre el mundo entero, que era como lo había visto antes, de golpe y en un sitio, y vi con claridad el Río de la Flecha a mis pies. En ese momento mi alma fue entorpecida por algún mal del que no estaba completamente limpia, el cual se me puso en los brazos y se enroscó en mi cintura; pero lo aparté a un lado y me lancé en picado como un águila en su vuelo hacia el lugar del río. Empujé a un lado mundo tras mundo por ti. Vi el río debajo, el Río de la Flecha, y al descender sus aguas se cerraron sobre mí; y fíjate, estaba otra vez en el cuerpo del lama Teshoo, pero libre de pecado y el

hakim de Dacca sacó mi cabeza de las aguas del río. ¡Está aquí! ¡Está detrás de la fronda de mangos, aquí… exactamente aquí!

—¡Alá

kerim! ¡Oh, qué bien que el babu estaba cerca! ¿Te mojaste mucho?

—¿Por qué habría de importarme? Recuerdo que el

hakim estaba preocupado por el cuerpo del lama Teshoo. Le sacó del agua santa con sus manos y allí llegó después tu vendedor de caballos del norte con una camilla y hombres, pusieron encima el cuerpo y lo llevaron a casa de la

sahiba.

—¿Qué dijo la

sahiba?

—Estaba meditando en ese cuerpo y no lo oí. De esta forma la búsqueda se ha terminado. Por el mérito que he adquirido, el Río de la Flecha está aquí. Surgió a nuestros pies, como he dicho. Lo he encontrado. Hijo de mi alma, ¡he arrancado mi alma del umbral de la libertad para liberarte a ti de todo pecado… del mismo modo que yo soy libre y sin pecado! ¡Justa es la Rueda! ¡Nuestra liberación es segura! ¡Ven!

Cruzó sus manos en su regazo y sonrió como hace un hombre que ha ganado la salvación para sí mismo y para aquel al que quiere.

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