Kiki

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Lunes

 

—¡Por fin sale algo bien! Ven, tengo que hablar contigo a solas.

Era casi las diez de la mañana del lunes y estaban en la calle, frente a las puertas de la comisaría.

—Rai… —empezó a decir Kiki, pero él no la dejó continuar.

—No sabes cómo me jodió irme de tu casa, pero ha valido la pena, he descubierto…

Soltó un bufido al ver que no la escuchaba. Estaba cansada, le dolía la cabeza y estaba deseando volver a la cama. Llevaba en pie desde las seis y media de la mañana, hora a la que la había llamado su jefe para decirle que estaba de camino. Odiaba de por sí el primer día de la semana, pero ese estaba siendo un horror desde primera hora. A pesar de ello, su mirada se paseó insaciable por el cuerpo de Rai. Vestía unos vaqueros —con muchos lavados a sus espaldas— y una camiseta básica con cuello de pico, en gris oscuro y que resaltaba su piel morena y sus ojos, que, aquella mañana, aún se asemejaban más a las aguas cristalinas de Cayo Coco donde Vicky soñaba bañarse algún día y ver los flamencos.

—Rai… —volvió a insistir, interrumpiéndolo. Al final le cogió la cara con ambas manos e hizo que lo mirara—. Ya no hay robo.

—¿Cómo? —preguntó, desconcertado.

—Acabo de retirar la denuncia. Lo siento, tengo prisa; ellos te lo cuentan.

—No tan rápido —La tomó del codo y se alejaron de la puerta hacia un lateral, pegados a la pared—. Cuéntamelo todo.

—Mi jefe no quiere seguir adelante con la denuncia.

Popov había llegado a las siete y cinco aquella misma mañana al aeropuerto en un jet privado, un detalle de otro de sus amiguitos, y con él traía dos nuevas piezas para la exposición. La había llamado pidiendo que se reuniera con él en el museo. Las dos nuevas joyas eran una tiara formada por diamantes y rubíes inspirada en los 'kokoshnik', los tradicionales tocados rusos, y un broche en forma de libélula con el cuerpo de diamante amarillo. Para Victoria, eran dos piezas con demasiado valor teniendo en cuenta que los acababan de robar; además no veía que fueran joyas para hacer réplicas para la subasta. Eso había generado ya una discusión, la otra fue cuando la mandó a ella a ir a comisaría y “hacer todo lo posible para que cierren el caso y no metan las narices en el Fondo”.

—Sigo sin entender, creí… —Pero no terminó de hablar porque ella volvió a interrumpirlo.

—Es como el resto de la noche del sábado: yo no era la novia ni hubo despedida, tú no eras el estríper y mira por donde, tampoco hubo robo. —Hizo amago de irse, pero él la retuvo cogiéndola por la cintura, y con confianza dejó la mano allí—. De verdad que tengo prisa, Popov me espera para volver a Moscú. Rai, olvídalo.

—Ni se te ocurra —repuso empujándola con las caderas contra la pared y la chispa de electricidad salvaje prendió de nuevo entre los dos.

A pesar de las ojeras y de la cara de mala leche, Rai la encontró aún más deseable. Llevaba la misma ropa que el sábado cuando hizo la presentación, la falda lápiz color verde esmeralda y el top de encaje en color marfil; se había recogido el pelo en una trenza ladeada, no había tenido suficiente humor ni ganas para peinarse y optó por lo más fácil.

—¿El qué? —le provocó Victoria, dejando salir aquel deje de soberbia.

—Negarlo—respondió, lacónico—. Puede que los dos nos hayamos mentido, pero sabes tan bien como yo que eso es un detalle y el más mínimo de la noche.

—¡Solo fue una noche de sexo! Tú buscabas información. Yo, pasarlo bien.

Rai la agarró de las muñecas y las apretó contra el muro.

—No te equivoques, de nada sirve esa excusa barata de negarlo todo. Tú lo sabes, yo lo sé —dijo bajando la cabeza y quedando a un aliento de sus labios—. No solo te abriste de piernas…

—Basta —lo interrumpió Kiki jadeando e intentando apartarse sin éxito.

Se cabreó con ella misma al no ser capaz de controlar aquellas ganas de besarlo. Quería irse, quería volver a controlar su vida.

—¿Qué es lo que realmente te molesta? ¿Saber que ayer no había corazas y enseñaste todas las muñecas que hay dentro de ti?

—¿Qué dices?

—¡Eres como una puñetera matrioska! —rugió y la soltó de las manos—. Victoria, la soberbia. Vicky, la sensible y divertida que dejas salir cuando hablas por ejemplo de tu madre, y Kiki, la sensual y salvaje. Pero sabes, todas y cada una de ellas, cuanto más las conozco, más me gustan. Me tienes loco.

Rai buscó su boca y la besó con ansia. Sus manos volvieron a buscarse y sus dedos se aferraron anudándose entre ellos, como no podían hacer otras partes de sus cuerpos. Se devoraron con la habilidad de quien ha compartido más de un beso, los labios de Rai succionaban los femeninos robando el poco carmín que quedaba en ellos, y las lenguas bailaban al ritmo de los gemidos que se les escapaban.

—Es… Rai… me voy —Bajó la cabeza, su voz temblaba entre una mezcla de rabia y deseo contenido.

—Espera, por favor… —Le puso el pulgar bajo la barbilla y la alzó, sus ojos se encontraron, aquellas miradas eran demasiado transparentes y hablaban de verdades que no estaban dispuestos a asumir, sobre todo ella.

—Siempre recordaré la noche de mi despedida de soltera. —Le dio un beso en la mejilla y lo empujó. Rai se resistió a apartase, pero al final, se resignó y la dejó ir.

—¿Tengo que buscar tu número de teléfono escrito en alguna esquina? —gritó. Kiki se dio la vuelta y le sonrió.

—Puede. —Le guiñó un ojo y se fue.

 

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