Katrina

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KATRINA » Capítulo XXV

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Y otra vez se puso a reír ruidosamente.

Su mujer, volviéndose, le contempló con inquietud. El sol crepuscular le daba de lleno; la sombra de su cuerpo se proyectaba en el mar. Mostrando los hombros caídos, rígido el cuello, señalaba con un dedo vacilante sus pobres piernas flacas y curvadas, que temblaban como las hojas de un álamo. Una rara mueca deformaba su rostro.

Cuanto más le contemplaba, más aumentaba la zozobra de Katrina; hasta que al fin, vencida por el horror, Johan acabó apareciéndosele como un muerto, como un espectro que la mirara riendo, siempre riendo, con su rostro hundido y cadavérico…

—¡Basta, Johan, basta! —le gritó con aspereza.

Pero él no se movió; siguió, con sus piernas vacilantes, en pie junto a la roca, sin cesar de reír.

—¡Cállate ya, Johan! ¡Basta ya! —le ordenó Katrina, golpeando el suelo con el pie.

Johan, al fin, saltó de la roca y se acercó a ella. En cuanto le vió a su lado, fuera de aquel reflejo rojizo y a la luz natural, Katrina exhaló un suspiro de alivio. Le parecía tener de nuevo junto a sí a un hombre de carne y hueso.

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