Julia

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NOTAS SOBRE LOS PERSONAJES

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NOTAS SOBRE LOS PERSONAJES

Decio Claudio Albino

Me alegra decir que es un personaje ficticio, como su hermano Sulpicio. Por supuesto, hubo un prefecto de Londinium por aquel entonces. Las excavaciones arqueológicas han descubierto edificios, públicos y privados, donde vivía y desarrollaba sus funciones. Dichos inmuebles se hallaron cerca de la ribera oriental del Walbrook, en la actual Cannon Street Station. Las edificaciones incluían una magnífica fuente con un estanque de casi 40 metros de longitud y un atrio de más de 25 m y un gran número de estancias, todas ellas muy espaciosas.

La tribu atacoto

Esta crudelísima tribu existió y, por si fuese poco, es cierto que practicaban el canibalismo. La mayor parte de la información nos llega a través de informes militares romanos que durante un tiempo se consideraron como una simple maniobra propagandística del imperio. Hasta que fueron cotejados con fuentes tan fiables como san Jerónimo, quien los describe como un pueblo de maleantes aficionados a comer carne humana, que apareció en la Galia a finales del siglo IV d.C.

Ausonio

Es un personaje histórico entrañable... y un poeta mediocre. Me sentí particularmente emocionado con su historia cuando supe que un hijo suyo, llamado también Ausonio, murió siendo niño y el apesadumbrado padre lo mandó enterrar en la misma tumba que su bisabuelo para que no estuviese solo, según sus propias palabras. Ésa es la historia a la que hago referencia en la novela. Ausonio escribió una gran variedad de poemas acerca de los tipos de peces que se pueden pescar en el río Mosela. Se declaraba cristiano, pero no parece que fuese practicante. Tenía un tío, Contemtus, enterrado en Richborough, tal y como le había dicho a Julia durante la cena. Tras los eventos narrados en esta novela, Ausonio vivió un retiro feliz en Burdeos, entre sus viñedos, el nido de su vejez, como le gustaba llamarlos. Allí escribió una buena cantidad de poesía de mediana calidad y sus memorias, las cuales poseen cierto encanto. Las mejores traducciones al inglés de su poesía se encuentran en la obra Medieval Latin Lyrics, la soberbia antología de Helen Waddell9. En el capítulo 21 de la citada obra, se halla el poema Fields of sorrow (Campos de tristeza) que cito en el último capítulo de la novela. Helen Waddell opina que en esa breve composición, Ausonio refleja el crepúsculo de la Europa occidental.

Branoc

Tan sólo el nombre es real, pues es un nombre celta bastante común. Lo tomé de una excelente marca de cerveza, Branoc Ale, que sólo se sirve en uno de los mejores pubs de Inglaterra: The Fountainhead, en Banscombe, Devon. Puedo asegurar que he pasado muchas tardes disfrutando de la agradable compañía de Branoc.

Constante

Este personaje sí es real, así como su afición a los rubios efebos germanos, su absoluta incompetencia militar, su absurda campaña en Caledonia y su ignominioso final. La información acerca de él y su período, la he obtenido de Amiano Marcelino, uno de los historiadores más rigurosos e imparciales de la época. Para una mejor aproximación al emperador Constante y a Constancio, su hermano mayor, un hombre más eficaz en la política, o más despiadado, recomiendo la obra de Edward Gibbon: Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano.

Constancio

El emperador Constancio II continuó en el poder varios años después de lo narrado en la novela, viviendo en un estado de creciente paranoia hasta su muerte, acaecida en el año 361 d.C. Su carácter, dice Gibbon, estaba formado por una mezcla de orgullo, debilidad, superstición y crueldad. El historiador lo descalifica con uno de sus típicos desaires: «El último superviviente de los hijos de Constantino podría ser recordado como un claro ejemplo del dicho: heredó todos los defectos de su padre, pero ninguna de sus virtudes».

Hakon

No sabemos nada de él, a excepción de su nombre y de que vivió en las pantanosas orillas del Lea, en el actual East End londinense. Los estudios etimológicos nos señalan que el tal Hakon vivió con su familia en una isla de la zona, un lugar llamado «Hakon's ea» (ea significa «isla» en danés antiguo). Hoy en día se conoce el lugar como «Hackney».

Lucio

Este personaje es totalmente ficticio, aunque es cierto que hubo un cuestor en Londinium. Algunos detalles de su vida son reales; el templo de Mitra, por ejemplo, estaba situado en la ribera occidental del arroyo Walbrook, tal como he descrito en la novela, justo donde hoy se alza el Bucklesbury House, el célebre centro financiero. Durante las revueltas de los cristianos narradas en el capítulo 7, cuento que Sicilio enterró los bustos tallados en piedra de Serapis y Mitra. En efecto, durante las excavaciones arqueológicas realizadas en 1954, se encontraron los bustos de dichos dioses, y todos los indicios apuntan a que fueron enterrados a toda prisa con el fin de ocultarlos; sin duda se temía por la integridad de las figuras. Esto ocurrió hacia el siglo IV d.C. Estas estatuas pueden ser admiradas en las salas del Museo de Londres, mientras una reconstrucción del contorno del templo ha sido realizada en Queen Victoria Street, la calle de la reina Victoria.

Marco

Es un personaje ficticio cuyo nombre he tomado prestado —algunos lectores a buen seguro lo habrán reconocido— de los fabulosos relatos infantiles pertenecientes a la autora Rosemary Sutcliffe, concretamente Eagle of Ninth o El noveno de los águilas. Aquila significa «águila» en latín. Los libros de Rosemary Sutclifffe están recomendados sólo para niños y adultos con buen criterio. Conste que con el préstamo del nombre pretendo rendir un tributo, no realizar un plagio.

Flavio Martino

Es un personaje real y, además, el protagonista de la historia más trágica, aunque su esposa, Calpurnia, nunca existió. Amiano describe el trato dispensado por Paulo Catena a Martino como «... especialmente atroz, sello personal e indeleble, por otro lado, del gobierno del emperador Constancio. Martino, gobernador de Britannia, era un hombre seriamente preocupado por las injusticias cometidas contra inocentes por parte de Paulo Catena. Rogó en repetidas ocasiones por la puesta en libertad de aquellos contra los que no se tuviesen pruebas fehacientes de su culpabilidad, pero sus intentos fueron en vano y, casi desesperado, amenazó con retirarse de la provincia... Paulo, sabiendo que la conducta del gobernador era un auténtico escollo para lograr sus propósitos... lo atacó... Martino, alarmado por las amenazas y sabiendo que su vida corría grave peligro, desenvainó su espada y atacó a Paulo. A pesar de tener sobrada fuerza para matarlo, no consiguió inflingirle una herida mortal y se suicidó atravesándose con su propia arma. Y de esta indecorosa manera, el más justo entre los hombres abandonó su vida...». Indiscutiblemente, fue el primer mártir, el primer hombre que murió en las islas Británicas defendiendo por defender, si no la democracia o los derechos humanos, al menos la causa de la ley y la justicia. Como señala Peter Salway en su obra Oxford History of Roman Empire: «Su nombre merece ser recordado».

Paulo Catena, la Cadena

Me temo que éste fue demasiado real. Amiano Marcelino escribe de él: «De su corte [esto es de Constancio], el miembro más concupiscente era Paulo, su consejero, nativo de Hispania. Un hombre que mantenía sus anhelos ocultos tras unos modales esmerados y el más perspicaz de los hombres para conseguir poner en peligro las vidas ajenas. Él, habiendo sido destinado a Britannia para arrestar a varios oficiales sospechosos de haber favorecido la conspiración de Magnencio, y sabiendo que nadie podría discutir su autoridad, se excedió licenciosamente en sus prerrogativas. Se apoderó de los bienes de muchas personas y jalonó su carrera con asesinatos horrorosos. Cargó de cadenas a hombres que habían nacido libres, aplastándolos bajo el peso de los grilletes, mientras lanzaba sobre ellos todo tipo de acusaciones haciéndolas pasar por ciertas».

El mismo autor lo cita, esta vez en Oriente, durante el año 359 de nuestra era: «Habilidoso con todo tipo de crueldad y enriquecido a base de torturar y ejecutar personas, al igual que los dueños de los gladiadores lo hacen en el teatro. Nada le estaba vedado, ni tan siquiera el hurto, e inventaba todo tipo de maquinaciones para destruir a personas inocentes». Catena recibió el final que merecía. En la novela, tras una furibunda mirada de Julia, el siniestro personaje creyó quedarse sin respiración y así debió morir. Fue arrestado en el año 361, bajo el mandato del emperador Juliano el Apóstata, acusado de extorsión y corrupción. Amiano nos cuenta: «Sólo había un destino que mereciese Apodemo... y también Paulo, el consejero apodado "la cadena". Estos hombres de quienes no se puede hablar sin sentir un profundo horror, fueron condenados a ser enterrados vivos».

Sapor II de Persia

«No sólo debemos admirar su buena fortuna, sino también su genio militar», escribe Gibbon. En efecto, Sapor II fue uno de los más aclamados jefes militares de su época y sus campañas duraron mucho tiempo después de lo narrado en esta novela, incluso volvió a poner sitio a la ciudad de Nibisi en el año 360. El rey persa continuó haciendo la guerra a Roma sin descanso hasta el año 380, año en que murió a la edad de setenta años. Poco después de su muerte, las dos potencias firmaron un tratado de paz donde se intercambiaron regalos tales como gemas preciosas, sedas y elefantes de la India.

Vidalio

Es ficticio, aunque algunos lectores puedan distinguir en él algunas de las características de cierto novelista y ensayista contemporáneo de nacionalidad estadounidense cuyas opiniones acerca del cristianismo son asombrosamente parecidas a las de Vidalio, y su nombre también.

Y por último, que no la última... Julia

Es en parte real, y en parte ficticia. Ni siquiera conocemos su nombre. Los datos proporcionados por el hallazgo de su enterramiento son los siguientes: una mujer de poco más de veinte años de edad cuando murió; 1,58 m de estatura, aproximadamente, con los dientes y los huesos en perfecto estado. El hecho de que su estatura superase a la media femenina de la época, así como el boato de su sepulcro, indican que pertenecía a una clase social muy acomodada. Por sus dientes, sabemos que su infancia transcurrió en Hispania, la actual España. Durante la formación del esmalte dental, sus dientes absorbieron cierta clase de plomo del agua que bebía, que sólo se encuentra en España, el sur de Francia e Italia.

El ataúd, forrado de plomo y adornado con conchas de vieira, y su total ausencia de símbolos cristianos, indican que vivió y murió pagana. Las conchas eran un amuleto pagano que garantizaba un viaje seguro al Inframundo, que más tarde fue adoptado por los cristianos como símbolo de peregrinaje. Es probable que el plomo del ataúd procediese de las minas de Mendip y fuese transportado hasta Londres, Londinium para Julia, en forma de lingotes. El sarcófago está construido con piedra de Barnack, roca caliza extraída de las canteras de las Midlands orientales, y sólo el transporte hasta la capital debió costar una fuerte suma de dinero.

La mortaja era de carísima seda china, tejida en Siria, y de lana entretejida con hilo de oro. Su cabeza reposaba sobre un montón de hojas de laurel, posiblemente una corona, milagrosamente conservadas hasta nuestros días. Entre el sarcófago y el ataúd fueron depositadas una elaborada ampolla de cristal destinada a contener aceite cosmético y un larga varilla de azabache para extraerlo, un broche y un aro liso, de azabache también, destinados a sujetar los complicados peinados de las mujeres romanas. Estos objetos poseen ciertos poderes mágicos según determinadas creencias paganas. Los romanos creían que el azabache protegería al alma del difunto de los espíritus malignos en su último viaje.

El esqueleto no mostraba signo alguno de violencia, por lo tanto debemos suponer que murió de una enfermedad infecciosa como la tuberculosis, pues apenas deja rastro en los huesos. Su esqueleto, asimismo, nos indica que no tuvo hijos, lo cual hace presumir que no llegara a casarse. Los objetos funerarios hallados en su tumba pertenecen al siglo IV d.C., por eso tenemos la certeza de que vivió en esa época. Resumiendo los informes proporcionados por el Museo de Londres, se trata de la hija soltera de un rico ciudadano romano que vivió en Londinium alrededor del año 350 de nuestra era.

Pero estos son los detalles que hacen volar la imaginación: ¿Por qué no se casó? ¿Por qué murió en Londinium, si era oriunda de Hispania? ¿Cómo se vivía siendo miembro de una familia pagana, por acomodada que fuese, en una época donde la intolerancia crecía a pasos agigantados? Y así nació la historia de Julia...

Ahora, querido lector, usted ya ha leído la novela y, si yo he hecho bien mi trabajo, habrá disfrutado con ella. Por eso me tomo la libertad de indicarle que tanto si entra como si sale de Liverpool Street Station, al cruzar el pavimento, estará exactamente en el lugar donde la gente se colocó para ver pasar el cortejo fúnebre. Si pasea por Shoreditch High Street, más allá del antiguo cementerio romano, donde crecían los oscuros tejos; o se asoma a contemplar el Támesis, como hizo ella; o pasa junto a la torre de NastWest, el lugar donde ella llamó a la puerta, acompañada por Cennla, después de huir del malvado capitán; la próxima vez que cruce el puente de Southwark, o recorra Cannon Street Station, bajo la cual todavía fluye el arroyo Walbrook y la villa del cuestor se alzaba frente al palacio del prefecto; incluso si decide viajar y toma la M25, junto a Egham y Staines, al sur de Junction 13, donde tiempo atrás la calzada romana cruzaba el Támesis, y Julia comenzó su primer viaje un día estival rumbo al soleado Costwolds... Sea cuando fuere que usted pase por alguno de esos lugares, acuérdese de ella.

Porque ella también estuvo allí.

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