Joy

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1975 » Capítulo 23. Junio 3, martes

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Junio 3, martes

¿Los compañeros querían tomar un café? ¿No preferían un jugo de naranja?

En la Estación Nacional de Virología de los Cítricos siempre había cómo preparar un jugo de naranjas. Si no era allí, ¿dónde, verdad? El compañero mayor prefería un café. ¿Y el capitán? Carlos también prefería un café. Todos querían café, Petronila. No, gracias, Bernardo había dejado de fumar hacía unos días. Alejandro sí: era un murciélago. Bueno, que Alejandro prosiguiera hablando del virus de la Tristeza.

Hacía algunas décadas la Tristeza había devastado las plantaciones citrícolas del Brasil y allí se estudió por primera vez. Luego, propagado el virus a otras regiones del mundo, en todas arrasó con las plantaciones de agrios…

Que Alejandro dijera cuáles habían sido los países afectados, por favor. Bueno, América del Sur, México, los Estados Unidos, la América toda; luego España, norte de África, Cercano Oriente, Indonesia, Australia, Sudáfrica… ¡Vaya! Se había paseado por el mundo. Pero, entonces, ingeniero, ¿cómo se explicaba que muchos de esos países siguieran siendo fuertes productores de cítricos? Bueno, mayor, porque se habían recuperado, pero al cabo de muchos años y después de haber cambiado los viejos patrones por otros resistentes a la Tristeza… Que Alejandro explicara lo de los patrones, por favor. Muy bien: se le llamaba patrón al árbol sobre el cual se hacía el injerto. Si se quería sembrar mandarinas, por ejemplo, no se criaba directamente una planta de mandarina, sino un patrón, una planta de otro cítrico, probada y resistente a las enfermedades del cultivo, capaz de sortear las dificultades del primer año y medio de vida. Sobre esas plántulas, en unos quince meses, se injertaban las yemas de mandarina, y al desarrollarse, el árbol adulto resultaba un mandarino, aunque el patrón hubiese sido de otro cítrico. Existían variedades que constituían buenos patrones para unas enfermedades y malos para otras. Cuando la Tristeza hizo sus estragos, en la década del 30, el patrón más generalizado en el área tropical y la subtropical era el naranjo agrio que, sin embargo, resultó impotente ante la Tristeza. ¿Los compañeros entendían? Sí, sí, ahora ambos comprendían por qué todos esos países debieron cambiar sus patrones. Bueno, ¿y cuál era la situación de Cuba, ingeniero? Pues, en Cuba… el noventa y nueve por ciento de las plantaciones seguían montadas sobre patrones de naranjo agrio. ¡Conchó! Eso quería decir… Sí, mayor, quería decir que si la Tristeza penetraba en Cuba sin que nadie se diera cuenta, y lograba propagarse durante un par de meses, se podría prever que en pocos años no quedaría ni un cítrico en pie en el país. Pero… pero, ¿cómo era posible que se hubieran expuesto a sabiendas a un peligro tal? Lo que ocurría, mayor, era que el patrón de naranjo agrio era excelente contra todas las demás enfermedades tropicales… ¡Pero no contra la peor! No, capitán, no: la Tristeza no era la peor. Ahí estaba, por ejemplo, el llamado Young Tree Decline, que afectaba incluso a países muy desarrollados, como los Estados Unidos y que nadie sabía exactamente en qué consistía. Existían muchas enfermedades peligrosas, y no solo virales, sino también fungosas, bacteriológicas, y el naranjo agrio era una garantía contra todas ellas. Además, compañeros… Un momento, que Alejandro le permitiera a Bernardo explicar a los compañeros, que las autoridades sanitarias cubanas respetaban mucho a la Tristeza pero no le tenían tanto miedo. Mientras hubiera vigilancia, cuidado, no había por qué temblar ante la Tristeza. ¿Acaso la fiebre porcina no se liquidó en un mes, en Cuba? El mayor debía saber que en muchos países la fiebre porcina era endémica, nunca la habían podido erradicar. No era lo mismo un país socialista, con una gran planificación, donde cuando se decía a matar puercos, pues a matar puercos, y cuando se decía a tumbar árboles, pues a tumbar árboles, y así en todo. Claro, claro, el mayor sabía que en países con otros regímenes de tenencia de la tierra y con una legislación protectora de la propiedad raíz no se podían aplicar medidas sanitarias tajantes, pero, bueno, volviendo al tema, una vez detectada la Tristeza, ¿qué medios había para combatirla? Muchos medios: cuarentenas violentas de las zonas afectadas, anticonceptivos… ¿Cómo anticonceptivos? Sí. A los treinta millones de árboles que había en el país se les podía aplicar productos retardadores de la fructificación para impedir que emitieran brotes tiernos. ¿Y qué se ganaba con eso? Que Alejandro disculpara por favor la ignorancia citrícola de Carlos. Lo que pasaba, capitán, era que los insectos transmisores del virus… ¿Los vectores? Sí, los vectores llevaban el virus alojado en sus órganos bucales… ¿De qué se alimentaban exactamente, ingeniero? De la savia de los árboles, mayor, de la savia. Pero sus órganos bucales no eran suficientemente fuertes como para perforar las hojas adultas y solo podían alimentarse en los brotes tiernos. ¿El mayor comprendía? Claro, claro: privándolos de brotes tiernos morían por falta de alimento… Sí, sobre todo durante las tres grandes brotaciones: en marzo, julio y fines de diciembre. Ya, ya, ¿y qué otros medios de lucha podía haber? Podían hacerse también grandes aplicaciones de insecticidas, un gran trabajo de microscopía electrónica, desmonte de zonas afectadas, en algunos casos pasar buldósers. Un momento, por favor, que Alejandro repitiera lo último para que el mayor pudiera anotarlo. Bien, bien, pero, ¿y si el enemigo introducía ocho o diez mil vectores que fueran ya portadores del virus?, ¿al cabo de cuánto tiempo, Sanidad Vegetal o Virología, podrían detectar la presencia del virus en el país? Por la rutina normal, quizá en un mes, pero estando sobre aviso, en un par de días; pero que el mayor disculpara a Alejandro, él no creía que el enemigo usara un método tan chapucero. Que Alejandro se explicara, por favor. Si él, si Alejandro tuviera que organizar el sabotaje, primero trataría de propagar el vector en grandes cantidades, y hacerlo poco a poco, tratando de no llamar la atención. Solo cuando hubiera una buena propagación del vector introduciría el virus. ¿Y cómo lo introduciría? Existiendo ya el vector, lo más eficaz sería introducir yemas contaminadas en los viveros. Bueno, pero antes de pasar a eso, que Alejandro y Bernardo explicaran la relación entre el pulgón del melocotón y el virus de la Tristeza. Bueno, mayor, objetivamente… no existía ninguna relación. ¿Cómo? ¿Entonces, aquello de la Tristeza eran nada más que conjeturas de Alejandro y Bernardo? En efecto, compañeros: puras conjeturas. Lo que pasaba era que en Sanidad Vegetal habían estudiado aquel pulgón y no era exactamente igual al de Cuba: tenía antenas de siete artejos, alas demasiado membranosas, en fin, una serie de características morfológicas que hacían pensar en una mutación. ¡Vaya, vaya! Concretamente, compañeros, Alejandro y Bernardo creían que el enemigo había creado un vector, desconocido hasta entonces como portador de la Tristeza. ¿Así era la cosa? Que Carlos le pasara los fósforos al mayor, por favor, ¿y no sería mucha molestia pedir otro café? Por supuesto que no. Que Alejandro prosiguiera. El enemigo sabía muy bien, compañeros, que en Cuba jamás podría introducir el vector natural de la Tristeza. ¿Cuál era ese vector, por favor? El nombre científico era Toxoptera citricidus (Kirkaldy)… Que Alejandro se lo anotara en un papelito. ¿Y por qué creían ellos que el enemigo no utilizaría el vector natural? Muy sencillo: porque esa toxóptera figuraba en primer lugar en la lista de los enemigos públicos de la citricultura cubana, y era archiconocido, sobre todo para la gente de Virología. ¡Vaya, que la habrían detectado a los tres días de introducida al país! Habría aparecido de inmediato en los chequeos de rutina. No, no, no, el enemigo no era tonto, mayor, y sabía que con ese vector no podría hacer mucho daño en Cuba. Ya se habían estrellado más de una vez contra la organización de la Sanidad Vegetal cubana y aprendieron a no subestimarla. Alejandro y Bernardo creían que el enemigo hizo quizá un trabajo genético que habría inducido alguna mutación en un insecto común en Cuba, relativamente inofensivo; y aunque comenzara a multiplicarse no alarmaría a las autoridades sanitarias. Aquella mutación podría capacitar a los insectos para vivir en los cítricos y transmitir la Tristeza, aunque, desde luego, no con la eficacia del vector natural. El plan del enemigo podría consistir en lograr primero una buena propagación del vector para luego introducir el virus. ¿El mayor y el capitán comprendían ahora por qué al imperialismo no podía interesarle introducir vectores virulentos, insectos cargados de virus? Sí, sí, ellos empezaban a comprender. ¡Estaba del carajo aquello! Además, mayor, al enemigo no podía interesarle afectar cien mil árboles, ni un millón, a expensas del lío internacional que se buscarían cuando Cuba denunciara el caso. A ellos les interesaban los cuarenta millones de árboles que habría en Cuba para la década del 80. De modo que tanto Sanidad Vegetal como Virología sospechaban que el enemigo pretendía introducir la Tristeza… ¿Y no otra enfermedad? Contra el patrón del naranjo agrio, mayor, lo más eficaz era la Tristeza. Había otras enfermedades que también podían afectar, pero no en forma tan fulminante. Y los compañeros del INRA, en sus búsquedas del fin de semana precedente ¿no habían encontrado ninguna otra anormalidad? ¿Anormalidades? Sí, con relación a los insectos presentes. En realidad, no. No habían notado nada de particular. ¿Y en las rutinas de trabajo? Bueno, el mayor sabía que aquellos trabajos de rutina siempre arrojaban aumentos o descensos populacionales entre los insectos. A veces esas variaciones podían llamar la atención; pero, en general, se relacionaban con los trabajos de control biológico, con el uso de determinados insecticidas, etcétera. ¿No era así, Alejandro? Así era: en las últimas semanas, por ejemplo, en los cítricos se había observado un aumento considerable de la Toxoptera aurantii, que también era un áfido, y como tal, podía ser vector de virus. ¿Y ese aumento no era peligroso, ingeniero? En realidad, mayor, la Toxoptera aurantii no podía hacer gran daño sobre injertos de naranjo agrio. Había que controlarla, desde luego, sobre todo si aumentaba mucho, pero quizá ese aumento estuviera relacionado con algunas medidas de control biológico aplicadas para combatir otras plagas, y que indirectamente habían favorecido la reproducción de esa toxóptera. ¿Alejandro no tendría la amabilidad de hacerle al mayor un informe por escrito de esa situación? ¡Claro que sí! Con mucho gusto. Bien, bien. De modo que los compañeros tenían la seguridad de que el virus no había entrado aún. Bueno, mayor, seguridad era un término demasiado absoluto; pero casi se podía afirmar, que hasta setenta y dos horas antes, no había entrado. ¿Por qué setenta y dos horas, ingeniero? Setenta y dos horas era el tiempo que requerían los preparativos de las muestras para el microscopio electrónico. Claro, claro. Bien, que Alejandro explicara, entonces, de qué manera creía él que intentarían introducir el virus. Alejandro pensaba que el sabotaje debía de iniciarse en los viveros, durante la época de los injertos. Que se explicara con todo detalle, por favor. Sí, la cosa era relativamente sencilla. El virus no podía lanzarse desde un avión, ni espolvorearse con un aspersor, ni siquiera inyectarse en los árboles de manera mecánica. Había una serie de explicaciones al respecto, pero no valía la pena entrar en detalles. Sí, sí, que explicara solamente lo esencial. La forma más práctica de contaminar una plantación era la introducción de yemas enfermas, portadoras ya de una alta dosis de virulencia. Se las podría alojar clandestinamente en los viveros para que luego se injertaran en las plantas jóvenes, que una vez trasplantadas al campo, se convertirían en focos infecciosos. ¿Y cómo se podría saber si las yemas estaban infectadas? Había varios tipos de tests, pero lo más rápido era el examen con microscopio electrónico. Bien, ¿y cómo era eso del corte de yemas? Bueno, cuando se quería iniciar una plantación, lo primero que se hacía era montar un semillero. Eso se organizaba un año y medio o dos años antes de la fecha prevista para la siembra de los árboles en el campo. De aquel semillero nacían pequeñas plántulas, que a los siete u ocho meses de edad, se sacaban de los canteros y se depositaban en bolsas de polietileno. En el plan Dos de Diciembre, por ejemplo, de cerca de ocho mil hectáreas, se proyectaba realizar ese año la siembra de mil doscientas hectáreas de una nueva plantación de naranjos Washington Navel. En la plantación, los árboles se sembraban, en general, a distancia de ocho metros por cuatro, por lo que en mil doscientas hectáreas cabrían unos trescientos sesenta mil árboles, y por tanto, en el vivero, tenían que haber trescientas sesenta mil plántulas de naranjo agrio listas para recibir el injerto de las yemas de naranjos Washington Navel. ¿Estaba claro? Estaba. Esa era, además, la idea que Alba y Carlos tenían de la cosa. Ambos habían hecho trabajos productivos en viveros. Pero existían siempre detalles que ellos no conocían, como por ejemplo: ¿qué edad debía tener la plántula de naranjo agrio para poder recibir el injerto? Entre diez y doce meses, mayor, y además… Un momento, que Alejandro le permitiera anotar. Y otra cosa: ¿a qué edad de la plántula se la trasplantaba al campo, ya con su injerto? A los dieciocho o veinte meses. Entonces, ingeniero, las plántulas de los viveros, ¿eran siempre de naranjo agrio? En Cuba, sí. Ese era el patrón. Ahí estaba Petronila con el café del mayor. Gracias, Petronila. ¿Cómo? No, no: Alejandro no podía atenderlo en ese momento, que Nilda cogiera el recado y por la noche él lo llamaría. Entonces, mayor… que Petronila cerrara bien la puerta, por favor… la época ideal para el sabotaje, era la época de los injertos. ¿Cómo era eso, ingeniero? Que volvieran a situarse en el Dos de Diciembre, por favor. Muy bien. Para las trescientas sesenta mil plántulas de naranjo agrio que había en el vivero, habría que cortar setecientas mil yemas de naranjos Washington Navel, de una plantación adulta. Siempre el doble. ¿Y eso, cuándo se haría? Las plántulas del vivero del Dos de Diciembre… que le permitieran un momento a Alejandro consultar sus notas… sí, cumplían un año el 1ro. de septiembre, de modo que los injertos podrían iniciarse desde el 1ro. de julio. ¿Y el corte de yemas? Dos o tres días antes. ¿Cuántos injertos se podían hacer en un día? Una persona hábil podía hacer trescientos cincuenta diarios, ¿no era así, Alejandro? Sí, pero a las muchachitas de las secundarias se les pedían ciento veinte. De modo que en un mes se podrían injertar fácilmente las trescientas sesenta mil plántulas. Entonces, para julio, cuando comenzaran los injertos, ¿Virología comenzaría también los controles con el microscopio electrónico? Esos controles ya se habían iniciado, mayor. Por el momento, solo sobre los aparatos bucales de los pulgones. ¡Ah, qué bien! Se estaba trabajando en tres microscopios con más de mil muestras diarias, pero en julio comenzarían a observar ejemplares de yemas, y precisamente mayor, Alejandro quería consultar si no sería posible que el MININT les proporcionara personal para la vigilancia de los viveros, y en particular, de la brigada cortadora de yemas. ¿Cuántos miembros integraban esa brigada? Alejandro suponía que entre doce y quince obreros podrían dar abasto al plan de siembra, trabajando solo media jornada diaria. En una jornada de ocho horas, un brigadista cortaba entre ochocientos y mil esquejes, de cinco a seis mil yemas. Si el plan de injertos duraba un mes, el corte debía acompasarse para que las yemas no perdieran vitalidad. En resumen: en un mismo mes, que para este caso podía ser julio, se cortaban las yemas y se hacían los injertos… Y ese era el momento para hacer el sabotaje, ¿verdad? ¡Exactamente! Entonces, las yemas infectadas, que seguramente procederían del exterior, debían primero llegar al vivero, ¿era así o no? Así era. Bien, ¿y adónde se depositaban las yemas cortadas? En un bajareque, o en cualquier lugar sombreado. ¿Cuánto tiempo podían ser viables las yemas en esas condiciones? Recibiendo riego, una semana, sin problema. A bajas temperaturas, podían conservarse viables durante meses. ¿Y qué se hacía entonces con las yemas? Bueno, los esquejes, o ramitas cortadas de los naranjos adultos, se agrupaban en paqueticos, se amarraban con tela de saco y se amontonaban en lugar escogido, adonde el saboteador tendría que llegar necesariamente. ¿Y qué cantidad de yemas infectadas harían falta para asegurar la contaminación de trescientos sesenta mil árboles? Con cuatro o cinco árboles infectados por hectárea, al cabo de un año la plantación estaría perdida. Para esa época la enfermedad ya se habría propagado incluso a los brotes tiernos de los árboles adultos en las plantaciones vecinas. Valía decir que estarían amenazadas las plantaciones de Pinar del Río, ¿verdad, ingeniero? Bernardo diría, disculpándose por la interrupción, que si eso ocurría impunemente, sin que el INRA se diera cuenta, para el año 78 o 79, la producción de cítricos de Pinar del Río estaría perdida, y la que se vería amenazada sería la producción nacional. Cuando los áfidos virulentos comenzaran a dispersarse por la acción de los vientos, por el mismo tráfico humano, entre las ropas de los trabajadores, de los estudiantes, en los vehículos, si eso ocurría durante todo un año, se podría asegurar la ruina total de los cítricos cubanos para el 80. Bien, el mayor y el capitán pedían mil disculpas a los compañeros del INRA, pero tenían una reunión impostergable a las siete y ya eran las menos cuarto. ¿Los compañeros Alejandro y Bernardo aceptaban continuar la reunión a las nueve de la noche, en aquel mismo lugar? Por supuesto. ¡No faltaba más! Así todos podrían refrescarse un poco e ir a comer, pues nadie sabía a qué hora concluirían.

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