Joy

Joy


1975 » Capítulo 72. Julio 9, miércoles

Página 76 de 100

72

Julio 9, miércoles

—… pero si sus cálculos fallan, las consecuencias pueden ser terribles —objetó Alejandro, con una expresión de intensa alarma.

—Y si hacemos lo que usted propone —replicó Alba y blandió un índice conminatorio—, el enemigo sabrá ipso facto que estamos sobre aviso. Eso téngalo por seguro, Alejandro. ¿Usted no comprende que debemos valernos de esta coyuntura para coger a todo el grupo? Si ahora, cuando conocemos el plan, dejamos que se replieguen, ¿quién podría prever sus movidas siguientes?

—Pero entonces, Renato —terció Bernardo Cabral—, ¿por qué arrestamos al hombre del vivero de Guane?

—Porque ellos nos lo vendieron, y si no lo arrestábamos, iba a resultar sospechoso. El enemigo estaba seguro de que Elpidio no les iba a comprometer en nada, como en efecto ocurrió.

Alba preconizaba no coger a nadie más hasta no tener bajo control de Seguridad a la totalidad de la red. ¿Bernardo comprendía?

—Pero, ¿y si comenzaban a lanzar el virus, Renato?

—¿Cómo iban a lanzar el virus, Bernardo, si los tenían controlados?

—¿Y si el virus lo lanzan otros y no los mismos de Isla de Pinos? —preguntó Alejandro.

—Eso no tendría ningún sentido —replicó el mayor—. Los que detectamos ayer, son los que lanzarán el virus. Eso es lo lógico, Alejandro.

—Aquí, lo único lógico, Renato, es no correr ningún riesgo; porque si nos equivocamos lo paga el país.

Alejandro de Sanctis, como responsable nacional de Virología de los Cítricos, proponía una movilización masiva de la población, a través de los CDR, la CTC, la UJC, para arrancar los brotes tiernos de todos los árboles del país y reducir así el peligro.

—Pero, ¿usted no comprende, Alejandro, que eso sería proclamar a los cuatro vientos lo que estamos haciendo?

El virólogo hizo un gesto de impaciencia y le dirigió una mirada torva.

Si aquella gente comenzaba a regar el virus, mayor, e infectaba Jagüey e Isla de Pinos sin que ellos lo advirtieran…

¡Eso no era posible, Alejandro!

¿Cómo que no era posible? Si los dejaban actuar durante una semana, mayor, nada más que durante una semana, luego sería demasiado tarde para erradicar la enfermedad, máxime cuando era desconocida en Cuba.

—Pero es que nunca conseguirán introducirla, Alejandro, porque ya sabemos quiénes son y están bajo control.

¿Y si los que lanzaban el virus eran otros, mayor? ¿Y si otros estaban, incluso en ese mismo momento, lanzando ya el virus? ¿Qué decía de eso el mayor?

Pues le repetía que eso no ocurriría, Alejandro.

Sí, Renato, podía ocurrir.

De ninguna manera.

Usted es demasiado confiado.

El mayor le aseguraba que no había ese peligro.

¡Y el virólogo insistía en que sí!

Y Bernardo, que calma, señores, que no se pusieran así, que debían discutir sin perder la serenidad.

—Está bien, mayor. Usted es el que manda; pero yo voy a pasar un informe a mi organismo para dejar bien sentado mi desacuerdo con eso.

¡Aquello era una irresponsabilidad del mayor!

Y el mayor encolerizado:

—¡Usted podrá decir en su organismo lo que le dé la gana, pero cuídese muy bien de los términos que emplea!

—¡Calma, caballero, calma!

¡Porque Alba no le iba a permitir…!

Y al virólogo no le importaba que Alba se pusiera serio, porque él no era el único que tenía deberes y responsabilidades y Alejandro debía pronunciarse, porque veía a las claras que el plan del mayor expondría el trabajo de diez años a un riesgo inmenso, y todo por querer jugar con una sola carta.

—Y usted, sin ningún conocimiento de seguridad, ¿pretende dirigir un plan de contrainteligencia?

—Yo no sabré nada de contrainteligencia y el cará, pero voy a echar el resto para impedir que se cometa ese disparate que usted propone.

—¡Barbaridad y disparate es lo que usted está diciendo! —gritó el mayor, y se puso de pie con un movimiento felino—. Además —añadió, en un evidente esfuerzo por serenarse—, le recuerdo que este plan ha sido aprobado a los más altos niveles.

—Está bien —respondió el virólogo, y se volvió con brusquedad hacia la puerta—. Entonces yo no tengo aquí nada más que hacer. ¡Buenas tardes!

Ese mismo día, Alejandro de Sanctis presentó su informe a la dirección del INRA, y por la noche se le hizo saber que se le agradecía su celo y su preocupación por el caso, pero se le rogaba que se dispusiera a viajar hacia Panamá el sábado siguiente, donde participaría, durante quince días, en una delegación para asesoramiento técnico sobre cuestiones agrícolas.

Ir a la siguiente página

Report Page