Joy

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1975 » Capítulo 89. Julio 18, viernes

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Julio 18, viernes

Once de la mañana.

Despacho del comandante López.

Una hora y media antes, Mauricio, el hábil y escurridizo Mauricio, ha conseguido burlar la enorme trampa que se le tendiera. ¡En mala hora! La inapreciable información que habría podido brindar el jefe del grupo de saboteadores, se ha perdido para siempre.

¿Y quién lo va a coger ahora? ¿Quién podrá atrapar algo tan etéreo como una voz? ¿Cómo atrapar un mero nombre, un nombre falso? Mauricio es viento, Mauricio es nada.

Aunque los hombres del SCC prepararon la cacería gigantesca con bastante escepticismo, en el momento en que se produjo la llamada, todos se llenaron de esperanza. Minutos después, al comprobar que la presa se les escurriera de entre las manos, maldita sea, coño’e su madre, se sintieron invadidos por un rabioso desconsuelo.

Al escuchar la grabación por tercera vez, el comandante López, que se mantuviera en silencio, profirió su sentencia: «¡Este hombre no es cubano!».

López fue uno de los cuadros más destacados de la Inteligencia cubana en los primeros años de la Revolución. Sin ninguna formación técnica en materia de espionaje, a base de sagacidad e inspiración, prestó servicios invalorables durante los años calientes del 60 al 63.

Ya desde su época de combatiente en la clandestinidad habanera, se destacó por su aguda perspicacia en la lucha cotidiana contra la tiranía. Los dirigentes del Movimiento 26 de Julio sabían desde entonces que cuando la Revolución triunfara, la Inteligencia cubana tendría en López una verdadera muralla. Y así fue.

A un valor personal probado, unía una vastísima cultura general. Era doctor en Filosofía y Letras y poseía una imaginación fecunda pero sosegada. Su parquedad resultaba, a veces, demasiado cáustica, casi agresiva. Nadie hubiera supuesto que fuese un hombre de letras. Parecía hecho a la medida para las tareas de contrainteligencia. Reunía en su insólita personalidad la imaginación especulativa de los humanistas y la disciplina a rajatablas de los militares profesionales. Esa insólita combinación había sido la clave de sus éxitos en los trabajos del SCC.

En el 63 pasó unos meses en la Unión Soviética, donde recibiera un curso de alto nivel técnico, que a juicio de sus instructores asimiló por encima de toda medida previsible. Desde entonces, se abrió camino por sí solo, y logró organizar un servicio eficiente, con un personal muy capacitado, que en doce años se acreditara resonantes éxitos.

A veces participaba en breves encuentros internacionales con sus colegas del campo socialista, a quienes, en más de una ocasión sorprendiera con inesperados aportes. Era un hombre todavía joven en el gremio, como decían ellos.

López tenía treinta y dos años al triunfo de la Revolución, y su primer curso de seguridad lo recibió con treinta y seis. A los cuarenta y ocho era el más joven de los directores de la contrainteligencia civil, en el campo socialista.

Alba sentía una franca admiración por el comandante López. Lo deslumbraba, sobre todo, su vasta cultura general, la naturalidad con que se paseaba, en sus raros momentos de locuacidad, por los más disímiles campos de la cultura, a los que Alba, como biólogo muy requerido por sus empeños, no había podido dedicar suficiente tiempo.

Sí. Aquella severa parquedad desaparecía a veces del rostro de López, que se iluminaba para exponer de manera diáfana hechos históricos, conceptos sociológicos, filosóficos, literarios, y, en general, de cualquier rama de las ciencias sociales.

Consciente de su responsabilidad, asumida en el 63, hasta el año 70 asistió a diversos cursos universitarios para ponerse a tono con el nivel científico que requería su cargo. Oyente anónimo, que jamás pronunciara una palabra en las clases, aquel «veterano», como lo llamaba la muchachada, se empapó de los conceptos fundamentales de la biología, de los más intrincados laberintos de la física teórica, e hizo gran parte de la carrera práctica de Ingeniería Electrónica.

En el 70 consideró que ya tenía una buena preparación básica, y fue entonces cuando se puso a estudiar en serio, con la avidez de los grandes autodidactas.

Aquel viernes en que se reunieran para escuchar la cinta de la conversación entre Mauricio y Sepúlveda, Alba volvió a sorprenderse de la erudición de López. «¡Era una caja de sorpresas el comandante!».

—¡Oiga bien! —dijo López, y manipuló él mismo la grabadora—: Oiga cómo pronuncia esas eses, cuando dice «están» y cuando dice «las prácticas». Tengo la seguridad de que ese hombre no es nativo del Caribe.

—¿Y cree que sea hispanohablante nativo? —aventuró Alba.

—Eso sí. Desde luego. Y me atrevería a decir… ¡Oiga eso! —exclamó el comandante de pronto.

Con extraordinaria nitidez, el aparato repitió una de las frases de Mauricio: «¿Entonces todo marcha perfecto?».

—¿Usted percibe cómo sube el tono de la penúltima sílaba? —preguntó López—. Oiga otra vez la sílaba «fec», en la palabra perfecto.

«Estaba claro: a ningún cubano ni a nadie del Caribe se le ocurriría formular una pregunta en ese tono», pensó Alba.

—Entre nosotros —explicó el comandante y apagó un momento la grabadora—, el intervalo musical que marcan las dos sílabas finales en una cadencia interrogativa de este tipo, es mucho más breve, y a veces hasta se produce una anticadencia del tipo…

López comprendió que Alba no iba a poder seguirle aquel razonamiento y como no quería teorizar en balde, prefirió hacerle comprender con ejemplos.

Para sorpresa de Alba, el comandante López se puso a imitar de manera impecable, la forma en que harían la misma pregunta en La Habana, en Santiago de Cuba, en Madrid, en México, en Buenos Aires. En verdad que el comandante era una caja de sorpresas. Aquella imitación tan perfecta del argentino y del mexicano estuvo a punto de provocarle risa y debió esforzarse para evitarlo.

—Por la inflexión tonal, tenga la seguridad de que no es del Caribe, ni español ni mexicano —pontificó el comandante.

—¿Habría que pensar entonces en un sudamericano? —preguntó Alba interesado. Una tenue chispita de esperanza comenzaba a encenderse en su ánimo.

—Sí: eso es lo que yo creo. De todas maneras —añadió luego de un instante de introversión—, vamos a conseguir ahora mismo una entrevista con la dirección del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias…

La chispita comenzó a dilatarse en el ánimo del mayor Alba.

—… y también con los lingüistas de la Escuela de Letras —agregó López.

Llamó a su secretario por el intercomunicador y le pidió que consiguiera las entrevistas, si era posible para esa misma tarde.

—Como le decía —prosiguió el comandante—, la inflexión de la interrogación es, a mi juicio, sudamericana; pero esa forma tan marcada de pronunciar las eses, me induciría a descartar el Cono Sur.

«Es cierto», pensó Alba. «Ni rioplatenses ni chilenos marcan esas eses».

—En expresiones como «están», «las prácticas», la gente del sur también aspira las eses, como nosotros. Yo me inclinaría a pensar —añadió López— en un ecuatoriano, peruano, colombiano, boliviano; en fin, en un nativo de un país andino.

—¿Y mexicano, comandante? —preguntó Alba.

—No, no: de ninguna manera. Ya le dije que el tono de la interrogación es típicamente sudamericano. Los mexicanos pronuncian las eses, pero no entonan así las preguntas.

Un cuarto de hora después, el intercomunicador dejó oír la voz del secretario de López.

—Dígame teniente —dijo el comandante, oprimiendo el botón.

—El director de la Sección de Lingüística propone una cita a las cuatro, en la sede del Instituto.

El comandante miró a Alba, que le hizo un gesto de asentimiento.

—Dígale que a las cuatro estará allí el mayor Fernando Alba.

—Entendido, comandante. En cuanto a la directora de la Sección de Lingüística de la Escuela de Letras —se oyó por el intercomunicador—, no tiene teléfono. De inmediato enviaré a alguien a localizarla en la casa.

—Bien. Trate de que la cita sea para hoy mismo, a la hora que ella designe.

La jefa de la Cátedra de Lingüística de la Escuela de Letras fue localizada y se dispuso para asistir a la reunión de las cuatro en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias.

Después de oír la grabación por primera vez, ambos lingüistas expresaron su absoluta unanimidad: No es cubano, ni del Caribe. ¿Y entonces qué es? Volvieron a oír la grabación. Hispanohablante nativo, seguro, seguro. ¿Y qué más? Pues, vamos a ver… vamos a ver… sudamericano de la región andina. Y el mayor Alba, envalentonado: ¿Y mexicano por qué no? Por la inflexión, mayor, por el tono de la pregunta. Coño. ¡Qué bárbaro el comandante! Y la doctora Reyes: Se me ocurre que quien podría ayudarnos mucho es el licenciado Montoya, que ha vivido en varios lugares de Sudamérica. Y el director del Instituto: ¿El dialectólogo? Sí, sí, me parece magnífico, y hola, sí, del Instituto, y qué suerte que lo encuentro licenciado, y haría falta que viniera al Instituto, y muchísimas gracias, enseguida iremos por usted, y a la media hora el licenciado Montoya: ¡Peruano, peruanísimo, no me cabe la menor duda! Y oigan eso: «¡Qué correcto!». Eso es limeño de pura cepa. Limeño, muy limeño. Quiere decir: «¡Qué bien!». No lo he oído más que en Lima. Pero el hombre no es limeño. Eso sí que no. Ha vivido en Lima, pero no es limeño. Oigan cómo pronuncia las palabras «Víctor, perfecto, prácticas». A ver: ¿Qué oyen ustedes? Y el mayor metiendo su baza: Parecería que dijera VíStor, perfeSto, como si pronunciara una ese en vez de la ce, y hasta se lo escribe para sí mismo sobre la agenda. Vuelva a oír bien, mayor. Todos vuelven a oír. La grabación es magnífica. Se ha hecho con un aparato ultrasensible, especial para captar conversaciones telefónicas. Y la doctora: ¡Ya lo tengo! Está contentísima, la doctora, porque descubrió la cosa. Aspiración de las oclusivas sordas en posición implosiva. ¡Exactamente, doctora, exactamente! ¿Qué rayos será eso? ¿Y usted conoce, doctora, el trabajo del doctor Almagro sobre la aspiración de las oclusivas sordas? Sí, sí, sí, claro, todos lo conocen menos Alba. ¿Qué demonios será una oclusiva sorda? Muy fácil, mayor, muy fácil. El sonido de la K, que debe oírse en palabras como «Víctor, perfecto», etcétera, ante la T en este caso, se pronuncia como una aspiración, casi como una jota. Y el director: Aquí, en la hemeroteca del Instituto debe de estar el trabajo del doctor Almagro. ¿Usted recuerda dónde se editó, doctora? En una revista de la Universidad de San Marcos. Permítame un momento. ¿Hola? ¿Juanita está? Gracias. Las llaves de la hemeroteca, Juanita. ¿En cuál gaveta? Gracias, Juanita. No, no hace falta que venga. Y aquí tienen ustedes el trabajo: «La aspiración de las oclusivas sordas en posición implosiva, en Perú y Bolivia». El doctor Almagro colaboró en la elaboración de un mapa lingüístico organizado por la Universidad de San Marcos. «En el Perú el centro del fenómeno parece localizarse en Puno, donde ha llegado a invadir el dominio de la norma culta. Tiene un relativo desarrollo en Arequipa y Cuzco, pero cede en la región de Andahuaylas y comienza ya a desaparecer en las cercanías de Ayacucho. En oposición a lo que propugna el equipo de la Universidad de Columbia, dirigido por el doctor Harris, no parece tratarse de un substrato quechua, sobre todo si se tienen en cuenta, como demuestra este trabajo, que el fenómeno se propaga por el altiplano boliviano y tiene su epicentro en la ciudad de La Paz. Nosotros creemos que se trata más bien de un substrato aymara…». ¿Habría que pensar entonces en un nativo de Perú o Bolivia? Correcto, mayor; pero si se trata de un hombre culto, convendría situarlo en La Paz, Arequipa o Cuzco, que son centros universitarios. ¿Sería Mauricio un hombre culto? Qué lince el comandante López. No obstante, mayor, el hombre ha vivido en Lima. «¡Qué correcto, qué correcto!». Y tal vez en muchos otros lugares. Oiga esto: «¿Es que Víctor y Manuel están contigo?». Eso es un galicismo, mayor. Un galicismo sintáctico adquirido quizá en el Río de la Plata o en la misma Francia. Y el cónclave de lingüistas delibera que te delibera y conjetura que te conjetura y Alba calla que te calla. ¡Zapatero a tus zapatos! Bueno, y en resumidas cuentas, ¿qué? Pues nada: que el hombre es un nativo de los Andes peruanos o bolivianos, ha vivido en Lima y en países del Río de la Plata o de habla francesa. Si es peruano, debe de ser oriundo de algún lugar de la sierra meridional, al sur de Ayacucho, de preferencia de Arequipa o Cuzco. Si es boliviano, casi seguro que es paceño. El licenciado Montoya está convencido de lo que dice. ¡Se juega la cabeza, vaya!

El mayor Alba voló hacia la Dirección de Inmigración. Todavía estaba por verse si en realidad la operación Mauricio era un fracaso como se pensara unas horas antes.

Algo le decía a Alba que estaba otra vez sobre una buena pista.

¡Qué bárbaro el comandante! ¡Qué oreja!

Alba volvió a alentar esperanzas de echarle el guante a Mauricio, gracias al comandante López, a tres lingüistas cubanos y a San Marcos de Lima.

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