Joy

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1975 » Capítulo 21. Junio 3, martes

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Junio 3, martes

… tenía un aire gitano, y la voz muy grave y muy ronca. Era un imán aquella voz. Nadie podía equivocarse al oírla: revelaba un temperamento sensible y tenaz. La nota sensible la daba una cierta vibración, una especie de armónico que emanaba, paradójicamente, de su ronquera. Y luego, aquella forma de masticar las palabras, aquella articulación lenta y tajante, indicaba a las claras una naturaleza acerada, voluntariosa, como la que se requería para cumplir contra viento y marea, con el severo rito personal que él mismo se impusiera, y con los apremios de su función.

Alba disfrutaba de los bienes de este mundo como cualquier ser humano; pero disfrutaba más, mucho más, cuando esos bienes eran fruto del triunfo sobre la adversidad. (Nunca se había comido unos mangos más ricos que los que le robaba de niño a doña Tomasa, exponiéndose a los dientes de Cantinflas). En la vida, en la guerra, en la Universidad, en el servicio, aquel instinto de gladiador con que viniera al mundo, había sido el talismán de sus éxitos. Luego se había fortalecido con el arsenal teórico de la lucha de contrarios y de la marcha dialéctica del mundo, de la historia. Pero toda esa luz había venido a reafirmar lo que él ya era por instinto: un luchador. Y por eso su rostro era duro, áspero. No era bien parecido. Pero era imponente. Lo era sobre todo, cuando se cuadraba y flexionaba ligeramente el torso hacia atrás, para saludar a sus superiores, como hizo aquel 3 de junio, a la una de la tarde, en la puerta del despacho del comandante López.

—La Dirección Nacional del INRA —comenzó a decir el comandante sin preámbulos, después del saludo de reglamento y con su habitual parquedad— nos ha denunciado un caso que hemos decidido poner en sus manos. Llame a este número —le alargó un papelito— y pida una cita con el director del INRA. Diga que trae para él un carta de Buenos Aires. Lo atenderán de inmediato. Manténgame informado por secretaría, pero no antes de que aparezcan elementos definitivos. Muchas gracias.

Alba sabía que en boca del comandante López, «muchas gracias», significaba que debía marcharse. Cogió su maletín otra vez con la izquierda y volvió a cuadrarse.

—Permiso para retirarme, comandante.

El comandante lo despidió con un leve movimiento de cabeza.

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