Josefina

Josefina


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En Aronthorp florece una rosa,

falalderol, falalderol.

Y yo seguí mi camino, falalderol.

Desde las rosas que florecen en la costa. ¡Oh!

Josefina acaba de despertarse. Su ventana está abierta de par en par. Los visillos se mueven ligeramente; el sol brilla en lo alto y los pájaros gorjean.

Soy un marinero, falalderol,

falalderol, falalderol.

Soy un viejo marinero, sí que lo soy.

Y el mar es mi patria. ¡Oh!

Se sienta en la cama, escuchando sorprendida. ¿Quién puede ser? Jamás ha oído antes a un viejo cantar en su jardín. Y ahora también silba esa alegre cancioncilla. Tendrá que levantarse y echar una mirada. Pero apenas llega a la ventana se echa atrás aterrada y se oculta tras los visillos.

¡Es Dios Padre! ¡Y se encuentra allí bajo su ventana, cavando en los rosales! Pero ¿qué está haciendo aquí? ¿No puede quedarse en el cielo? ¡Y ahora canta de nuevo! ¡Falalderol! ¿Qué dirá papá-padre?

Josefina parece enfadarse en honor de papá-padre. Cada domingo sube al púlpito y dice cosas tan agradables sobre Dios Padre…; ¿y qué hace ahora Dios Padre? ¡Pues cantar en su jardín canciones de marinero! ¿Es ésta la manera adecuada de comportarse? En todo caso, podría cantar himnos. Si la gente supiera cómo se comporta, dejaría de ir a la iglesia. ¿Qué es lo que está cantando ahora?

Me he pasado la vida tragando sal,

falalderol, falalderol.

Me he pasado la vida tragando sal.

por eso siento ahora tanta sed. ¡Oh!

Josefina no había oído nunca algo semejante. Claro que sentiría sed si había tragado sal. ¿Le dolería tal vez la garganta? En cualquier caso, parecía estar un poco ronco. Por lo general, a ella le obligaban a hacer gárgaras con agua y sal cuando le dolía la garganta. Sabía horrible. Pero nunca se tragaba la sal.

Sí, Josefina se siente muy decepcionada con Dios Padre; y también asustada. ¿Por qué tiene que estar rondando por allí, precisamente bajo su ventana? ¿Y qué está haciendo con los rosales? Enderezándolos. ¡Pero ésa es tarea del jardinero!

Y entonces, de repente, lo entiende.

¡El nuevo jardinero! Todavía no le conoce. Se llama Anton Godmarsson. La primera vez que oyó su nombre le pareció que tenía algo de misterioso y así se lo comunicó a mamá.

¿Y fue por eso por lo que se asustó tanto la abuelita Lyra cuando oyó que Anton Godmarsson iba a trabajar en su casa? ¡Claro, porque ella sabía realmente de quién se trataba!

Y ahora Josefina lo sabe también.

Piensa en todas las cosas que papá-padre le ha dicho acerca de Dios Padre. Cómo hizo el Cielo y la Tierra y se complació en lo que había hecho. Luego creó los animales y las personas para que vivieran en la tierra y cuidaran de ella. Después, en ocasiones, tuvo que bajar para ver cómo andaba el mundo. Para ello se disfrazaba y se aparecía sólo a algunas personas. A menudo se vestía como un jardinero…

¡Un jardinero!

¡Y Anton Godmarsson tenía precisamente el apellido adecuado!

Sí, Josefina lo entiende inmediatamente, pero entonces, ¿por qué no le ha reconocido papá-padre? Al fin y al cabo, él ha visto muchas más imágenes de Dios Padre que la propia Josefina. Y ella le reconoció en el acto.

Tal vez no quiere que papá-padre le reconozca. Así es como hace a veces. Sólo permite que algunas personas sepan que es Él, aquellas de quienes desea algo, y nadie más.

¡En otras palabras, sólo Josefina! Es a ella a quien busca. ¡Qué terrible secreto! Pero tal vez, a fin de cuentas, no sea Dios Padre. ¿Estará equivocada? ¡Ojalá fuera así!

Recuerda que el libro que le regaló papá-padre tenía un grabado de Él. Ahora se dirige hacia la estantería y toma el libro, pasa sus páginas… ¡Ahí está la estampa! Silenciosamente se asoma de nuevo a la ventana y lo compara con el libro.

Sin duda es Él. Es su propia imagen. El pelo, la barba, los ojos, la nariz: todo. En realidad tiene unas cuantas arrugas más, pero quizá no le pusieron tantas en el grabado para que tuviera mejor aspecto o tal vez le han salido más desde entonces.

Pero claro que es Él; no hay duda al respecto.

Justo entonces Él repara en ella; y por un momento los dos se observan. Entonces Josefina dice con gravedad:

—Así que eres Tú, ¿verdad? Tú aquí de nuevo.

Él replica:

—Caramba, si es mi pequeño ángel del Arroyo del Ángel. Me estaba preguntando adonde se habría ido.

Josefina no contesta. Él sigue hablando:

—Mandy, la de la cocina, acaba de decirme que preguntaste por mí y he estado buscándote. Pero ayer estuviste en la ciudad, visitando al Rey. Te vi en el periódico.

—El Rey es bueno —dice Josefina—, amable y cordial.

Y mirándole a los ojos, añade:

—No convierte a los niños en ángeles.

Dios Padre ríe, pero Josefina continúa observándole.

—Yo soy mala y pecadora, y no voy a mejorar —dice, recalcando cada palabra.

Pero él se limita a mesar su barba y a guiñarle un ojo.

—No hay nada malo en ti, pequeña. Sólo son imaginaciones tuyas.

Josefina no sabe qué decir. ¡No lo cree!

Ahora él coloca su gran mano sobre sus ojos y mira hacia el cielo. Allá arriba, el color azul es como el de su camisa. Un par de nubecillas cruzan sobre su cabeza, tan blancas y algodonosas como su pelo y su barba.

—Hoy tampoco lloverá —dice—, y bien que lo necesitamos. Pero aún no tendremos agua.

—¿Es eso lo que has decidido? —pregunta Josefina.

—El hombre propone y Dios dispone —comenta él.

Un estremecimiento recorre el cuerpo de la pobre Josefina. Silenciosa, con los ojos bien abiertos, se limita a mirarle. Por su postura, cualquiera puede advertir qué seguro se siente de sí mismo. Él dispone, dice. Quiere dar a entender que también puede disponer de Josefina.

Abandona a toda prisa la ventana, pero inmediatamente vuelve al mismo lugar.

—Voy a comer otra vez del árbol prohibido —afirma amenazadora—. ¡Hasta la última cereza! ¡Ya verás!

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