Josefina

Josefina


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ALGUNAS veces, papá-padre va a pasear con Josefina. Entonces le habla de la naturaleza. Se lo explica a su propio modo, con pequeñas historias que no se olvidan fácilmente.

Pero hoy papá-padre se siente desgraciado. Y no existe nada más horrible, porque nadie puede sentirse tan desgraciado como él.

Su tristeza se siente en toda la vicaría. Puedes sentirla nada más despertarte, de la misma manera que puedes decir que el cielo está gris antes de haberlo visto.

Es como si todo se quedara inmóvil. Todo parece pesado y silencioso, aguardando a que él se sienta alegre de nuevo.

Los muebles parecen lúgubres. Los visillos apenas se atreven a moverse. Todos los picaportes cuelgan hacia abajo. Lo mismo sucede en el jardín. Las sombras parecen grises en vez de azules. El viento suspira con tristeza sobre la hierba; incluso los pájaros parecen preocupados.

Por todas partes reina la tristeza.

El pelo de papá-padre, que por lo general permanece levantado como las cerdas de un cepillo, ahora cae lacio y la cara se le llena de arrugas.

Hoy, el día está triste.

Papá-padre está sentado en su despacho, apoyando la cabeza en las manos. No se oye nada. Josefina juega en silencio afuera, delante de la ventana de papá-padre.

El día comienza con un aguacero que empapa la hierba y las hojas. Pero el cielo se ilumina y, de repente, aparece un brillante arco iris sobre la vicaría. Molestar a papá-padre es algo inimaginable, pero, al fin y al cabo, un arco iris es un arco iris. ¡Tal vez pueda consolarle!

Josefina se sube al banco del jardín que hay bajo la ventana y golpea suavemente en el cristal. Da dos golpes y entonces él abre.

—¿Cómo se consuela a los papás? —murmura tímidamente.

—¿Cómo se consuela a las niñas pequeñas? —replica él.

Josefina señala el arco iris. Y papá-padre mira en esa dirección. Le desaparecen algunas arrugas, o así imagina ella. Entonces la niña dice:

—Vamos a pasear bajo el arco iris.

Aguarda, conteniendo el aliento…

—De acuerdo, Josefina, vamos —responde por fin. Y le desaparece otra arruga. Pronto empiezan a caminar.

Pasan bajo los árboles del paseo, cruzan el cementerio de la iglesia y se internan por el prado. Y el arco iris sigue brillando.

Cuando se pasea con papá-padre, hay que aguardar hasta que él empieza a hablar. A veces transcurre un largo rato antes de que eso suceda. Otras, no dice nada en absoluto. Pero eso no importa.

Incluso así Josefina sabe cómo hablarle. Cuando pasean, sus pies hablan. Cuando la gravilla chasquea y chirría bajo los pies en el paseo, cuando la arena cruje en el sendero del cementerio de la iglesia y cuando en el prado la hierba sisea alrededor de los pies, están hablando los dos.

—¿Así que verdaderamente te preocupas un poco por mí? —preguntan entre susurros de la hierba los pies de papá-padre.

—Sí, me preocupo, me preocupo —susurran inmediatamente los pies de Josefina—. ¿Te preocupas tú por mí?

—Puedes estar segura —replican tranquilizadores los grandes pies que calzan negros chanclos.

—¿Me contarás hoy un cuento? —pregunta cautelosamente Josefina.

—Tal vez sí, tal vez no, tal vez… —replica prometedor papá-padre.

De repente mejora el tiempo. El arco iris riela. El sol sale.

Con cuidado, papá-padre se detiene bajo un abedul. Observa una gota de agua que cuelga del extremo de una rama.

—¿Ves?

Josefina observa también la gota de agua y lo ve todo reflejado allí, tan claramente como en el espejo de la pared de casa. Sólo que mucho más pequeño. Puede distinguir la iglesia, sólo que más diminuta que cualquier otra cosa de este mundo.

Y en la gota de agua, la torre de la iglesia está hacia abajo, aunque en la realidad esté como tiene que estar. Otras gotitas cuelgan de las ramas, y en cada una aparece la torre de la iglesia hacia abajo.

—¡Qué divertido! —dice Josefina.

—Sí —contesta papá-padre. Y empieza a hablar. Así que Josefina sabe inmediatamente que habrá una historia. Puede advertirlo en su voz. Será un relato acerca de las gotas de lluvia, y Josefina escucha conteniendo el aliento, ya que no sabe nada de lo que papá-padre le cuenta.

—Una gota de lluvia es una criatura que ha nacido en el aire, allá arriba, quizá en el arco iris o todavía más alto, incluso más lejos de donde pueden alcanzar los ojos; nadie puede saberlo con seguridad —explica papá-padre.

Y Josefina mira tan alto como le es posible, mientras él prosigue:

—Cuando la gota es suficientemente grande, tiene que dejar su casa y salir. Empieza a caer.

—Qué terrible —dice Josefina.

—En absoluto —replica papá-padre—. Al contrario. La caída es maravillosa para una gota de lluvia porque a eso está destinada. El arco iris está hecho de millones y millones de gotas de agua que caen, que reflejan el cielo al caer.

—¿Reflejan también el cielo hacia abajo? —pregunta Josefina.

—Sí, hacia abajo podríamos decir. Pero si pensamos en ello, veremos que no hay tanta diferencia en que estén hacia arriba o hacia abajo como pensamos. Decimos que las gotas de lluvia están cayendo, pero ellas piensan que están volando. Decimos que volamos al Cielo. Y las gotas dicen que vuelan a la Tierra. La Tierra es su Cielo.

—¡Qué Cielo tan curioso! —dice Josefina, pensativa.

—Pero también bello —afirma papá-padre—. Debemos hacer cuanto podamos para lograr que la Tierra sea un Cielo maravilloso para las gotas de lluvia. ¿No te parece?

—Claro. ¿Se convierten en ángeles las gotas de lluvia al llegar a su Cielo?

—En cierto modo —responde papá-padre—. Podríamos decir que se convierten en ángeles a su manera.

Luego, papá-padre dice que ni una sola gota de agua cae en vano. Por cada una que cae, crece una brizna de hierba o florece una flor, prosigue.

Eso es lo que anhelan las gotas de lluvia y en lo que sueñan cuando cuelgan temblando y aguardan en la punta de una rama. Aunque ellas no tengan la más ligera idea, como tampoco nosotros tenemos idea de lo que nos espera en el Cielo.

—¿Cómo puedes anhelar algo que desconoces? —pregunta Josefina.

—Sí, ¿cómo? ¡Respóndeme a eso, Josefina!

Y Josefina piensa que papá-padre también se pregunta mucho acerca de eso. Pero ahora parece que está alegre de nuevo, el pelo se le levanta y ya no tiene arrugas en la cara.

—¿Ayudamos a las gotas de agua? —pregunta Josefina, que quiere menear la rama.

Pero papá-padre la detiene.

Y, de vez en cuando, una tenue brisa sopla a través del árbol, de tal manera que las gotitas caen al suelo formando un brillante arco iris.

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