Josefina

Josefina


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JOSEFINA corre a la cocina y le cuenta a Mandy todo lo referente a la abuelita Lyra y a la muñeca que le va a regalar. Y sobre los pasteles y el helado y los dulces. Pero no lo del chicle que todavía lo tiene sin abrir en el bolsillo del vestido. Lo guardará hasta que tenga que bajar a la aldea para que los niños puedan ver cómo lo masca. De cualquier manera, sabe lo que en casa piensan del chicle: algo de lo que es mejor no hablar.

—La abuelita Lyra es tan amable, tan amable —termina de decir Josefina—. Si tú supieras, Mandy…

—Puede ser… —dice Mandy, extendiendo la masa con el rodillo.

Precisamente entonces llega mamá y Josefina le cuenta también lo amable y simpática que es la abuelita Lyra.

—Y me dejó comer todo lo que quise, y la muñeca podrá cerrar los ojos y comer e ir al lavabo y quizá incluso andar.

—Jamás oí una cosa semejante —dice mamá, volviéndose hacia Mandy—. Debe de ser muy amable esa señorita Lyra.

Mandy no contesta.

—Sí —le asegura Josefina—, no hay nadie más amable en el mundo entero.

—Pero ¿por qué tienes que llamarla «abuelita»? —pregunta mamá—. ¿No podrías llamarla tía Judith?

—No —responde Josefina—. Yo quiero también una abuelita.

—Claro —dice mamá—. Yo sólo pensaba…

Pero no termina la frase y observa a Mandy que golpea airadamente la masa contra la tabla de amasar.

—¿Qué es lo que pasa, Mandy?

Mandy vuelve a golpear la masa. Se pone colorada.

—Eso es ir demasiado lejos —dice, mientras le relampaguean los ojos—. ¡Hay que ver las cosas que una tiene que oír; es como para que se te caigan las orejas!

—¡Pero, Mandy!

—Mira que eso de abuelita Lyra. Arpía, eso es lo que es. ¡Desde luego sabe ser melosa!

—¡Pero, Mandy! —le reprocha mamá—. Cualquiera puede advertir que se trata de una anciana de buen corazón.

—Hum —replica Mandy, y vuelve a atacarla más—. Pero también es una arpía.

Mamá menea la cabeza y saca a Josefina de la cocina.

—Si me preguntas lo que sucede —dice con voz que denota su turbación y riendo un poco—:, Mandy está celosa. ¡La querida y vieja Mandy; jamás lo hubiera creído de ella! Es mejor que vuelvas a la cocina y le des un abrazo muy fuerte.

Y así lo hace la niña con la mejor voluntad del mundo, pero Mandy no cambia su actitud. No, hasta que Josefina está a punto de salir de la cocina. Entonces le da un cachete cariñoso en la mejilla y dice:

—No te enfades con la vieja Mandy, pequeña.

No, cómo va a enfadarse con Mandy. Le da otro abrazo.

—¡Ya sé! —dice encantada de su propia idea—. ¡Mandy, tú puedes ser mi otra abuela! ¡Y yo que no tenía ninguna!

Entonces, Mandy menea violentamente su cabeza, aunque ya no parece enfadada.

—Gracias, gracias, pequeña —replica con firmeza—, pero me siento a gusto siendo la vieja Mandy. Me ha ido bien hasta ahora, y así será en el futuro.

—Sí —dice Josefina, pensativa—. Supongo que es mejor así porque, si te convirtieras en mi abuelita, ya no tendría yo ninguna Mandy, ¿verdad? ¡Y nunca encontraría otra Mandy!

Entonces, Mandy le da un fuerte abrazo, la empuja fuera de la cocina y se suena la nariz.

—Ahora vete al sol y no te quedes aquí, chismorreando con viejas tontas —dice con su rudeza habitual.

—¿Ha llegado Anton Godmarsson? —pregunta Josefina desde la puerta.

—No, no le hemos visto todavía. Ya es tan tarde que probablemente no llegará hasta mañana.

Josefina remolonea.

—¿Le gusta trabajar? —pregunta al cabo de un momento.

La abuelita Lyra ha dicho que no le gustaba trabajar, pero ella no le cuenta nada de eso a Mandy.

Mandy la mira, pasmada.

—¡Dios nos bendiga! ¡Vaya manera de hablar! —dice—. ¿Cómo voy a saberlo? Jamás le vi, pero estoy segura de que trabajará como cualquier otro. ¡Y ahora, vamos, al sol, señorita!

Josefina coge un pedacito de masa y parte como una flecha.

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