Iris

Iris


Capítulo 7

Página 9 de 31

7

Monty cabalgaba camino a su campamento. En la cabeza se le agolpaban pensamientos poco gratos. Algo estaba sucediendo con la cuadrilla de vaqueros de Iris. Ella también lo sabía. Quizás no entendiera de qué se trataba, pero estaba inquieta. Lo notó en la manera como se acercó a él cuando Frank llegó al campamento, en la manera como inmediatamente se relajó cuando él se marchó.

Por un momento pensó que podría deberse a que habían estado discutiendo acerca de quién debía dirigir el hato, pero rápidamente descartó esa idea. Ella era la dueña, y la mujer más guapa y atractiva de Texas, pero no era muy probable que los vaqueros la escucharan a menos que Frank se lo ordenase. Esto se hizo evidente en la actitud de Crowder.

Además, Iris no parecía enfadada, más bien preocupada. No tenía precisamente miedo. Era demasiado enérgica y estaba demasiado acostumbrada a ser inmune al peligro para tener miedo, pero él podía percibir la incertidumbre que la embargaba.

En aquel momento Monty deseó haberse esforzado más por capturar al menos a uno de los cuatreros. No era muy probable que aquellos tres hombres supieran quién los había contratado para hacer que el hato saliera en estampida, pero daría la cabeza a que Quince Honeyman sí lo sabía. Ese hombre se esfumó en cuanto vio que Monty le estaba siguiendo la pista.

Pero aún cuando Monty sospechara que Frank Cain tenía algo que ver con el intento de robo, carecía de pruebas. No podía irrumpir sin más en el campamento de Iris como si él fuese el jefe. Ya se había pasado de la raya al despedir a Crowder.

Sintió que se ruborizaba de vergüenza. ¡Cómo le gustaría a George enterarse de esto! No importaba que el chico fuera un imbécil y probablemente un cobarde, que definitivamente fuese un mocoso insolente. Monty no debió haberle puesto las manos encima. Era responsabilidad de Frank imponer la disciplina en su cuadrilla. Si Iris no lo hubiese respaldado, Monty se habría metido en un grave problema.

De nuevo su carácter. Parecía que no podía controlarlo. Pero no entendía como podía esperarse que lo hiciera cuando esos longhorns habían estado a punto de matar a Iris a cornadas y ese hijo de puta se había escondido en un árbol. Monty perdió la cabeza cuando vio a aquella vaca dirigiéndose hacia Iris. La expresión de terror en su cara aún hacía que se le aflojaran las piernas. Esa bestia pudo haberla matado.

Era una chica demasiado animosa y causaba muchos problemas, pero su cuadrilla debería cuidar de ella. Si estuviera viajando con él, no habría un solo hombre de su grupo que no hubiera acribillado a balazos a esa vaca antes que se acercara a veinte metros de Iris.

De acuerdo, ella debería saber que no era sensato acercarse a un longhorn a pie, pero un vaquero decente no habría permitido que fuese a buscar a Frank sola. Era casi como si quisieran que algo le pasara.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Las posibilidades de accidentes o peligros en el camino eran infinitas. Una vez que llegaran a territorio indio, ya no habría ley, no habría nadie que supiera si le había pasado algo. En Kansas y Nebraska las cosas no serían mucho mejores. Hasta donde Monty sabía, en Wyoming no había nada. Ella podría desaparecer sin que nadie se enterase nunca.

Monty maldijo para sus adentros. Mataría a toda aquella maldita cuadrilla si algo le pasaba a Iris.

No podía perderla de vista. Aunque tuviera que inventar mil excusas, iría a visitarla al campamento todos los días. E incluso con más frecuencia si la situación no le gustaba. Podría también pedirle a Hen que fuera de vez en cuando. A él podían eludirlo, pero todo el mundo temía a Hen.

No obstante, Monty sabía que no le confiaría esta tarea a Hen ni a ningún otro miembro de su cuadrilla. Él mismo se encargaría.

—Corría como una vaquilla perseguida por una pantera —le contaba Monty a sus hermanos mientras esperaban que Tyler terminara de preparar la cena—, y esa vaca le iba pisando los talones con los ojos desorbitados de furia. Pensé que Iris empezaría a gritar en cualquier momento, pero en lugar de esto corrió hacia los árboles.

—Me parece que eso era lo más sensato —le dijo Hen, quien parecía bastante aburrido con la historia.

—Por supuesto —dijo Monty, disgustado de que su hermano demostrara tan poco interés—, pero no se puede esperar que Iris haga lo más sensato. Por la manera en que fue criada, ella no sabe mucho más que una gatita. Esperaba que cayera desmayada en cualquier momento.

—Esa no habría sido una mala idea. La vaca no la atacaría si pensara que ella estaba muerta.

—¿Alguna vez has visto a una mujer desmayarse? No se quedan tendidas en el suelo sin moverse. Gimen, se quejan y se retuercen como si se estuvieran muriendo de dolor.

—Eso no engañaba a una vaca.

—Más parece una farsa —dijo Zac.

—Claro que lo es —dijo Monty—. ¿Para qué se desmayaría una mujer si tuviera que quedarse tendida sin moverse? Un hombre podría aburrirse y marcharse a otro lugar.

—Yo no me marcharía —dijo Zac—. La llevaría dentro y le echaría agua fría en la cabeza.

—Y ella te daría una bofetada por hacerlo cuando le mojaras el vestido —dijo Monty—. Has estado leyendo demasiados libros en la escuela. Le dije a George que eso te echaría a perder.

—No estará capacitado más que para vivir en Chicago con Madison —comentó Hen.

—Salino dice que he hecho un trabajo excelente con los caballos.

—Cualquiera puede cuidar caballos —se burló Monty—. Pero es cuando un hombre aprende a ocuparse de las vacas cuando deja de ser un niño.

—Yo también podría ocuparme de las vacas si me dejaras —protestó Zac—. George dijo que podía. Dijo que me dejarías hacerlo antes de que llegáramos a Wyoming.

Ésta era la primera vez que le permitían a Zac dejar la escuela para ayudar a arrear ganado, y Monty sabía que estaba ansioso de demostrar su valía.

—Dejad de preocuparos por las vacas y corred —dijo Tyler—. La comida pierde sabor cuando se enfría.

—Estaría mucho mejor si supiera a pavo —dijo Monty, levantándose.

—Eso se debe a las hierbas y las especias —dijo Zac, queriendo hacer alarde de todo lo que había aprendido mirando a Tyler—. Él las usa para sazonar la comida.

—El pavo es más sabroso cuando sabe a pavo —dijo Monty—. No me gusta cuando está lleno de hierbas picadas y semillitas de nada —miró su plato descontento—. ¿Siempre tienes que sumergir todo en ese montón de pegote?

—Ésa es la salsa —le dijo Tyler, completamente indiferente a las quejas de su hermano respecto a su comida—. Para que la carne no esté tan seca.

—Parece que has derramado algo encima —se quejó Monty.

—Siéntate y come —dijo Hen—. No tiene muy buen aspecto, pero seguro que está exquisito.

—Rose nunca sirve nada de esta manera —dijo Monty, sin querer ceder aún.

—Eso es porque a ella le gusta complacerte —dijo Tyler, volviéndose para servir a los vaqueros, que formaban fila sin mostrarse tan reacios como Monty—. Yo cocino lo que quiero. No me importa si lo comes o no.

La tensión en el campamento Doble D había aumentado en los últimos dos días. Iris tenía la sensación de que los hombres la vigilaban.

Tras llevar su carromato al círculo protector de la fogata, ahora tomaba todas sus comidas con la cuadrilla de vaqueros. Por otra parte, insistió en que Frank tenía que hablar con ella antes de dar alguna orden. A él aún no le gustaba que ella cabalgara junto al hato, pero Iris se propuso estar sobre su montura todas las mañanas después del desayuno. Él decía que eso perturbaba a los hombres y ponía nervioso al ganado, pero ella estaba resuelta a participar en todo. Algo estaba sucediendo, y tenía la intención de descubrir lo que era.

Fracasó en ese intento, pero al menos pudo notar una cosa. La cuadrilla se había dividido en dos facciones.

Era algo muy sutil, algo que nunca habría percibido si no estuviera muy atenta a todo lo que sucedía. Sólo se hacía patente cuando los hombres eran libres de hablar entre sí, de comer o de irse a dormir. Seis vaqueros se mantenían siempre unidos, hablaban entre ellos y, en la medida de lo posible, trabajaban juntos. Y además nunca la perdían de vista. Junto con el cocinero, esos eran los hombres que habían permanecido más tiempo con su padre.

Los otros seis parecían gravitar en torno a Frank, muy lejos de ella. Eran dos grupos conformados por siete hombres. La cuadrilla se encontraba dividida equitativamente. Estaban en absoluta igualdad de condiciones. Si había tenido alguna duda de que se estuviera tramando algo, ahora la había disipado por completo.

Estaba segura de que Quince Honeyman y sus secuaces estarían esperando en algún punto del camino, pero no estaba dispuesta a dejarlos robar ni una sola vaca. Al principio no sabía qué hacer al respecto. Pero la noche anterior, justo en el momento en que se estaba quedando dormida, tuvo una idea. Primero le pareció demasiado ridícula para tenerla en cuenta. Demasiado absurda. Pero cuanto más pensaba en ella, más le parecía que era la solución perfecta. Había estado pensando en eso todo el día y había llegado a la conclusión de que era su única oportunidad.

Lo haría aquella misma noche.

El campamento había estado sumido en el silencio toda la noche. Sólo la voz de uno de los jinetes cantando mientras daba vueltas alrededor del hato perturbaba la calma. Teniendo cuidado de no hacer ningún ruido que despertara a los hombres que dormían allí cerca, Iris bajó con mucha cautela del carromato y enfiló hacia el corral de cuerdas en el que estaban los caballos. Éstos estaban tranquilos. Algunos se encontraban acostados, otros dormían de pie. Los caballos que se montaban de noche estaban ensillados y listos para cada jinete. Iris se dirigió hacia la bestia que se encontraba más lejos de los hombres y le puso una silla sobre el lomo. La experiencia de aquella última semana le permitió ensillar el caballo rápidamente y sin hacer ruido. Se montó momentos después y salió cabalgando del campamento.

La luna menguante le proveía a Iris apenas la luz suficiente para encontrar el camino sin ser vista, pero a ella le parecía que cabalgaba completamente a oscuras. El corazón le latía con mucha fuerza en el pecho. Odiaba la oscuridad. Esto no era lo mismo que caminar hacia su carromato. En poco tiempo estaría a medio kilómetro del campamento y no había nadie que pudiera ayudarla si se presentaba algún problema.

Se había dicho que tendría que aprender a tener agallas si alguna vez quería ser independiente. Siempre estaba dependiendo de Monty para que le sacara las castañas del fuego. Parecía irónico que ahora tuviera que tener agallas para depender de Monty más que nunca.

Iris casi había llegado a un punto que se encontraba al norte de la manada, cuando se encontró con el segundo campamento que algunos de sus vaqueros habían montado. Dos hombres se encontraban sentados hablando en voz baja. Sus caballos estaban atados a los árboles que estaban cerca del riachuelo. Iris sabía que no podría rodear el campamento sin ser vista.

Pero tenía que llegar a ese punto que quería alcanzar al norte de su hato. El ganado salía en estampida para alejarse de cualquier cosa que lo asustara, y ella quería que lo hiciera hacia el sur. Había decidido que la única manera de protegerse a sí misma y de proteger su hato, era haciendo que su ganado saliera en desbandada hacia la vacada de Monty. De esa manera, él se vería obligado a cuidar el hato de Iris si quería salvaguardar el suyo propio.

Tendría que regresar y dar la vuelta a su hato hacia el sur, y eso llevaría mucho tiempo. Lo había calculado todo de manera que no se topara con los jinetes que hacían la guardia nocturna. El hecho de tener que ir en dirección opuesta arruinaba todos sus planes. Vio al primer jinete antes de que pudiera llegar al campamento del cocinero.

Se ocultó en las sombras de la noche para esperar que pasara.

Dos hombres hacían la guardia nocturna a la vez en puntos opuestos. Tomaba entre treinta y cuarenta minutos dar la vuelta completa al hato. Toby y Jack estaban haciendo esa guardia. Eran los más lentos de todos porque a Toby le gustaba cantar canciones tristes. Los vaqueros se quejaban de que su canto los deprimía, pero Frank le dejaba cantar lo que quisiera. Al parecer, esas canciones también entristecían al caballo de Toby, pues andaba a paso muy lento.

Aquella noche Toby cantaba acerca de una señorita cuyo amante murió en un duelo. Quisieron obligarla a casarse con el hombre que lo mató. Naturalmente, la señorita prefirió suicidarse a tener que aceptar un destino tan cruel.

Iris se estremeció y se dispuso a esperar veinte minutos. En ese tiempo ambos jinetes estarían a la misma distancia de donde ella se encontraba. Era importante que todos estuvieran tan lejos como fuese posible. No quería que nadie sospechara de lo que estaba a punto de hacer.

Iris no disfrutó la espera. El silencio la hizo consciente de innumerables ruidos nocturnos que no podía reconocer. No se sintió nada mejor cuando recordó que Monty alguna vez le había dicho que era de los animales que no podía oír de lo que tenía que preocuparse. Empezó a tiritar. Después del calor que había hecho durante el día, la noche estaba fría y húmeda. No le sorprendería que cogiera un resfriado. Eso era lo último que necesitaba en aquellos momentos. Ya tenía bastante con preocuparse de su hato.

Hizo andar a su caballo un poco para calmar los nervios. Podía sentir el rocío y la humedad calándole hasta los huesos. Deseó haber pensado en ponerse una camisa más gruesa. Tendría mucha suerte si no se agarraba una pulmonía. Miró su reloj. Aún faltaban diez minutos.

Pero a medida que se acercaba la hora, empezó a sentirse indecisa. No le cabía la menor duda de que necesitaba la protección de Monty, pero ésta era una manera cobarde de intentar conseguirla. Era la clase de artimaña a la que su madre habría recurrido. Tenía que hablar con Monty frente a frente, decirle exactamente cuáles eran sus sospechas y pedirle ayuda. Seguramente no seguiría negándose a ayudarla.

O quizás sí.

Él no creía que aquel viaje a Wyoming fuese su única alternativa. Creía que ella no debería estar en aquel camino, que no sabía nada respecto a vacas y que no podía aprender. No entendía en absoluto por qué ella no podía perder de vista su ganado, y nada de lo que ella dijera podría hacerlo cambiar de opinión.

Tenía que lograr su ayuda. Puesto que él no estaba dispuesto a darla por voluntad propia, tenía que conseguirla como pudiera.

Una vez cumplidos los veinte minutos, Iris salió de las sombras.

Cabalgó hacia el hato. Las vacas dormían echadas en el suelo. Su caballo parecía reacio a acercarse demasiado, de modo que le permitió seguir su propio camino. Ella también prefería mantenerse a una distancia prudente. No creía que pudiera volver a confiar en un longhorn después de haber sido perseguida por aquella vaca.

¡Maldición! Ahora le estaba remordiendo la conciencia. Se sentía culpable por lo que estaba a punto de hacer. Se dijo que Monty se lo merecía, que se lo había buscado por ser tan terco y estar tan poco dispuesto a colaborar, pero sabía que estaba haciendo algo indebido y no podía obligarse a pensar de otra manera.

Aquel era su hato, y estaba bajo su responsabilidad. No tenía ningún derecho a obligar a Monty a protegerlo. Ella había tomado la decisión de ir a Wyoming. Ella se había negado a aceptar la ayuda que él le había ofrecido y había desdeñado sus consejos. Era injusto imponerle su presencia ahora que se había metido en problemas. Peor aún, era una cobardía.

A Iris nunca le había interesado ser justa. Su madre le había enseñado a sacar partido de todas las situaciones. Pero Monty vivía según unas reglas completamente diferentes. Y ella estaba empezando a creer que era una manera de vivir mejor de la que ella había aprendido.

Refunfuñando entre dientes, Iris obligó a su caballo a dirigirse de nuevo hacia el campamento. No sabía de dónde sacaría el valor, y tampoco tenía ni idea de qué le diría, pero hablaría con Monty. Si quería que él la sacara de aquel lío, antes de endilgárselo, al menos podría tener la gentileza de explicarle todo.

Poco después, Iris se topó con dos enormes novillos que le bloqueaban el camino. No parecían estar furiosos. Sólo tenían algo de curiosidad.

—¡Fuera! ¡Largo de aquí! —exclamó Iris—. Id a dormir.

Los novillos seguían mirándola fijamente. Un par de vacas que se encontraban cerca alzaron las cabezas. Mirando a Iris medio dormidas, se levantaron y se acercaron a ver qué pasaba.

Iris se tranquilizó. Las vacas no tenían la intención de atacarla, pero tampoco parecían dispuestas a volver a acostarse. Golpeó a su montura con la mano, pero su poni no se movió. El único efecto que esto tuvo sobre el ganado fue hacer que otras bestias se acercaran a curiosear. A los pocos minutos, Iris se encontraba rodeada de vacas.

—¡Monty me dijo que saldríais en estampida al oír el menor ruido! —exclamó—. ¿Por qué ahora no queréis moveros?

Iris intentó hacer todo lo que se le ocurrió, pero el ganado seguía congregándose en torno a ella. El guardia no tardaría en pasar por allí.

—Sois las bestias más obstinadas que hay sobre la faz de la tierra —dijo Iris, intentando obligar a su caballo a abrirse camino a través del ganado, pero éste se negó a moverse.

Entretanto, había empezado a hacer más frío. Ella sentía que se le estaba cerrando la cabeza y que estaba a punto de estornudar.

—Ahora me he resfriado.

¡Achís!

Al mismo tiempo que Iris estornudó, el espeluznante rugido de una pantera estalló en la noche.

A los pocos segundos, las cerca de cuatro mil vacas del Doble D se levantaron y se encaminaron hacia el hato del Círculo Siete lo más rápidamente que pudieron.

Monty y Hen terminaron de hacer su turno de la noche.

—Ata a Pesadilla a un poste cerca de mi cama —le dijo Monty al soñoliento Zac, quien se había levantado para ayudar a guardar las bestias en el corral—. Quiero un caballo en el que pueda confiar. Estoy tan cansado que podría haber seguido derecho hasta el río sin abrir los ojos.

—Los abrirías enseguida si Iris viniera por aquí —refunfuñó Hen.

Monty ignoró el comentario de su hermano y se arrastró hasta su cama.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Zac bostezando—. Pensé que Monty quería apartarla del camino.

—Eso es lo que yo creía también, pero no ha hecho más que hablar de ella todo el día. Si oigo una palabra más acerca de cómo deben ser las cosas para una mujer como ella, cogeré mi cama y me iré a dormir con las vacas.

Zac miró a su hermano con una chispa de picardía.

—Olvídate de lo que estas pensando —le gruñó Monty a su hermano menor—. Si llegas a decirle algo de esto a Tyler o a Salino, te estrangulo con la cuerda de tu estaca. No estoy enamorado de ninguna mujer, pero no me parece justo que una chica que lo único que sabe hacer es parpadear y comprar vestidos esté metida en un lío semejante.

—Si crees que Iris Richmond aún es una niña, necesitas gafas —dijo Hen, dejándose caer sobre sus mantas.

—Monty no necesita gafas —dijo Zac, con una tímida sonrisa en sus labios—. Por la manera en que me la describió esta mañana, puedo deducir que ve muy bien.

Zac se escondió en medio de los caballos para huir del furioso ataque de su hermano.

—Espero que esas bestias te aplasten hasta matarte —le gritó Monty al tiempo que regresaba muy ofendido a su cama—. No he debido dejar que George me convenciera de traer a ese mocoso.

—Lo está haciendo muy bien —dijo Hen, dándose la vuelta y acomodándose bajo su manta—. Lo que pasa es que estás de un humor de perros por culpa de Iris.

—Eso no es verdad —prácticamente gritó Monty—. Casi no he pensado en ella en todo el día.

—¡Seguro! —exclamó Hen.

Monty dijo varias palabrotas entre dientes, y luego añadió unas cuantas más debido a la sonrisa que sabía que su hermano gemelo estaba esbozando. Estaba preocupado por Iris. A ella le inquietaba algo. Lo había visto en sus ojos.

Además, no estaba actuando como solía hacerlo. Iris siempre había cuidado su apariencia mucho más que cualquier otra cosa. Ya no era así. Le había dado por salir a cabalgar todos los días. Había incluso recortado uno de sus vestidos para hacerse otro traje de montar. Lo más asombroso era que se había cortado las uñas para que no se le engancharan en todo. No lo habría creído si no lo hubiera visto con sus propios ojos. Habría pensado que ella hubiera preferido caminar a Wyoming antes que hacer un sacrificio semejante.

Claro que su preocupación también se debía a que el canalla de Frank estaba con ella. Monty sabía que nunca podría dormir tranquilo mientras Frank fuera su capataz. No podía probar que él fuese un tunante, pero si había algún hombre bueno dispuesto a volverse malo, ése era Frank.

Monty se puso de lado. Pero no estaba cómodo de ninguna manera. Dio varias vueltas más en su cama antes de quedarse quieto.

—Será mejor que salgas de ahí —le gritó a Zac—. No quiero tener que llevarle a Rose tus restos triturados.

—Los caballos están nerviosos —dijo Zac, agachándose para pasar las cuerdas y dirigiéndose a su cama—. ¿Habéis visto las huellas de algún animal cerca de aquí?

—No hemos visto las huellas de nada más grande que un coyote. Te estás imaginando cosas.

—Eso no me lo estoy imaginando —dijo Zac, señalando el hato. Todas las vacas tenían las orejas levantadas y miraban hacia el norte.

Monty alzó la cabeza y miró, pero los caballos permanecían totalmente inmóviles.

—No sé —dijo—. A lo mejor están olfateando una pantera.

Volvió a poner la cabeza en el suelo, pero apenas su oído tocó la tierra, se puso de pie de un salto.

—¡Es una estampida! —gritó—. Viene en esta dirección.

Ir a la siguiente página

Report Page