Inferno

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Capítulo 40

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Marta Álvarez comenzó a temblar ante la vitrina vacía. Esperaba que la tirantez que se extendía por su abdomen se debiera al pánico y no fueran contracciones.

«¡La máscara de Dante ha desaparecido!».

Los dos guardias de seguridad habían llegado al andito y, al ver la que la máscara no estaba, se habían puesto inmediatamente en marcha. Uno se había dirigido a toda prisa a la sala de vigilancia para revisar la grabación de las cámaras de la noche anterior y el otro acababa de denunciar por teléfono el robo a la policía.

La polizia arriverà tra venti minuti —le dijo el guardia a Marta al colgar el teléfono.

—¡¿Veinte minutos?! —exclamó—. ¡Acaban de robar una importante obra de arte!

El guardia le explicó que, al parecer, en esos momentos había una crisis muy seria y la mayoría de los agentes de policía de la ciudad estaban lidiando con ella, y que intentarían encontrar a alguien que se acercara a tomarles declaración.

Che cosa potrebbe esserci di più grave? —protestó Marta—. ¿Qué puede ser más grave?

Langdon y Sienna intercambiaron una mirada de inquietud y Marta creyó que sus dos invitados estaban sufriendo una sobrecarga sensorial. «Normal». Habían ido a echar un rápido vistazo a la máscara y estaban siendo testigos de las consecuencias del robo de una importante obra de arte. De algún modo, la noche anterior alguien se las había arreglado para acceder a la galería y había robado la máscara mortuoria de Dante.

Marta sabía que podrían haber robado otras obras mucho más valiosas que había en el museo, de modo que todavía podía considerarse afortunada. Aun así, se trataba del primer robo en la historia del centro. «¡Ni siquiera conozco el protocolo!».

De repente, se sintió débil y tuvo que apoyarse otra vez en uno de los postes del cordón de seguridad.

Consternados, los dos guardias de seguridad le detallaron a Marta todos sus movimientos y los acontecimientos de la noche anterior: alrededor de las diez, apareció ella con il Duomino y Langdon. Al cabo de un rato, los tres volvieron a salir juntos. Los guardias cerraron las puertas, reactivaron la alarma y, que ellos supieran, nadie más había entrado o salido de la galería desde ese momento.

—¡Imposible! —le reprendió Marta en italiano—. Cuando nos fuimos, la máscara todavía estaba en la vitrina así que, obviamente, alguien entró después en la galería.

Los guardias se encogieron de hombros, estupefactos.

Noi non abbiamo visto nessuno!

Mientras llegaba la policía, Marta se dirigió a la sala de vigilancia tan rápidamente como le permitía su cuerpo. Langdon y Sienna fueron tras ella.

«La grabación de las cámaras de seguridad nos mostrará quién estuvo aquí anoche», pensó Marta.

A tres manzanas de ahí, en el Ponte Vecchio, Vayentha se ocultó en las sombras al ver a una pareja de agentes de policía que avanzaba entre la gente preguntando y mostrándole a todo el mundo una fotografía de Langdon.

Cuando estaban cerca, Vayentha pudo oír el rutinario aviso de la central a todas las unidades que emitió una de sus radios. Fue breve y en italiano, pero ella entendió lo esencial: cualquier agente disponible en la zona del Palazzo Vecchio debía acudir al museo del palacio.

Los agentes apenas parpadearon, pero Vayentha aguzó rápidamente el oído.

«Il Museo di Palazzo Vecchio?».

La debacle de la noche anterior —el fiasco que había destruido su carrera— había tenido lugar en los callejones cercanos al Palazzo Vecchio.

El italiano y las interferencias hicieron casi ininteligible el resto del boletín, salvo dos palabras que oyó con toda claridad: el nombre Dante Alighieri.

De inmediato, todo su cuerpo se tensó. ¡¿Dante Alighieri?! No podía tratarse de una coincidencia. Dio media vuelta y localizó la torre almenada del Palazzo Vecchio entre los tejados de los edificios que lo rodeaban.

«¿Qué debe haber sucedido en el museo? —se preguntó—. ¡¿Y cuándo?!».

Dejando a un lado los detalles, Vayentha había sido analista de campo el tiempo suficiente para saber que las coincidencias son mucho menos comunes de lo que la mayoría de la gente piensa. ¿El museo del Palazzo Vecchio y Dante? Eso tenía que estar relacionado con Langdon.

Vayentha ya sospechaba que el profesor regresaría al centro de la ciudad. Tenía sentido: allí era donde estaba la noche anterior cuando todo comenzó a irse a pique.

Se preguntó si Langdon habría regresado a la zona del Palazzo Vecchio para encontrar lo que fuera que estaba buscando. De lo que sí estaba segura era que no había ido a través de este puente. Había muchos otros que conducían al centro, aunque lo cierto era que parecían estar demasiado lejos para ir a pie desde los jardines Boboli.

Vayentha vio entonces un bote de remos con cuatro hombres que en ese momento pasaba por debajo del puente. En el casco se podía leer SOCIETÀ CANOTTIERI FIRENZE / FLORENCE ROWING CLUB. Sus llamativos remos de color rojo y blanco subían y bajaban al mismo tiempo.

«¿Había cruzado Langdon el río en un bote?». Parecía improbable y sin embargo algo le decía que el aviso de la policía acerca del Palazzo Vecchio era una pista que debía seguir.

—¡Saquen sus cámaras, per favore! —dijo una mujer en inglés con fuerte acento italiano.

Vayentha se volvió y vio el pompón naranja del bastón de una guía turística que trataba de conducir a su grupo a través del Ponte Vecchio.

—¡Sobre sus cabezas se encuentra la mayor obra maestra de Vasari! —exclamó la guía con profesional entusiasmo, y alzó el pompón para dirigir la mirada de todos hacia arriba.

Vayentha no se había dado cuenta antes, pero sobre las tiendas del puente parecía haber una segunda estructura, una especie de apartamento estrecho que recorría toda su extensión.

—El Corredor Vasariano —anunció la guía—. Hace casi un kilómetro de largo y servía a la familia Medici de pasadizo privado entre el Palazzo Pitti y el Palazzo Vecchio.

Vayentha abrió los ojos como platos al recordar en qué consistía la estructura en forma de túnel que tenía encima, hasta ahora no había caído.

«¡Conduce al Palazzo Vecchio!».

—Los afortunados que tienen contactos VIP —siguió la guía— pueden acceder al Corredor. Hoy en día, es una espectacular galería de arte que se extiende del Palazzo Vecchio al extremo nordeste de los jardines Boboli.

Vayentha no oyó lo que dijo la guía a continuación.

Ya había salido corriendo hacia su motocicleta.

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