Inferno

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Capítulo 83

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«Necesito aire —pensó Langdon—. Una ventana, lo que sea».

Tenía la sensación de que el fuselaje sin ventanas se estrechaba a su alrededor. Por supuesto, la extraña historia de lo que en verdad le había pasado no ayudaba. Las preguntas sin respuesta se agolpaban en su cerebro… La mayoría eran sobre Sienna.

Curiosamente, la echaba de menos.

«Estaba actuando —recordó—, utilizándome».

Sin decir palabra, Langdon dejó solo al comandante y se dirigió a la parte delantera del avión. La cabina estaba abierta y la luz natural que entraba por la puerta le atrajo como un faro. De pie sin que lo vieran los pilotos, Langdon dejó que la luz del sol le iluminara el rostro. El espacio abierto que tenía delante era como un manjar de los dioses. El cielo azul parecía tan pacífico, tan eterno.

«Nada es permanente», se recordó a sí mismo, intentando asimilar todavía la catástrofe que podía tener lugar.

—¿Profesor? —dijo una voz a su espalda.

Langdon se volvió y retrocedió, asustado. Ante él estaba el doctor Ferris. La última vez que le había visto estaba tirado en el suelo de la basílica de San Marcos, retorciéndose de dolor y sin poder respirar. Sin embargo, lo tenía delante, apoyado en la mampara, con una gorra de béisbol en la cabeza y la cara cubierta de una pastosa loción rosada de calamina. Llevaba el pecho y el torso vendados, y respiraba con cierta dificultad. Si Ferris tenía la plaga, no parecía que nadie estuviera muy preocupado de que fuera a propagarla.

—Estás… ¿vivo? —dijo Langdon, mirando fijamente al hombre.

Ferris asintió.

—Más o menos —se le veía cansado, pero su comportamiento había cambiado radicalmente. Ahora parecía mucho más relajado.

—Pero, yo pensaba… —Langdon se quedó callado—. En realidad, ya no sé qué pensar.

Ferris sonrió con expresión empática.

—Hoy has oído muchas mentiras y quería venir a pedirte perdón por la parte que me toca. Como ya debes haber imaginado, no trabajo para la OMS y no te recluté en Cambridge.

Langdon asintió, demasiado cansado a esas alturas para que algo le sorprendiera.

—Trabajas para el comandante.

—Así es. Me ha enviado para ofrecerles apoyo a ti y a Sienna y ayudarles a escapar de la unidad AVI.

—Entonces imagino que has hecho muy bien tu trabajo —dijo Langdon, recordando su aparición en el baptisterio. Le había convencido de que era un empleado de la OMS y luego les había facilitado el transporte necesario para escapar del equipo de Sinskey—. Obviamente, no eres médico.

El hombre negó con la cabeza.

—No, pero hoy he representado ese papel. Mi trabajo ha consistido en ayudar a Sienna a mantenerte engañado para que pudieras averiguar adónde llevaba el proyector. El comandante estaba decidido a encontrar la creación de Zobrist y a protegerla de la doctora Sinskey.

—¿No teníais ni idea de que era una plaga? —preguntó Langdon, todavía extrañado por el raro sarpullido y la hemorragia interna que había sufrido Ferris.

—¡Claro que no! Cuando has mencionado lo de la plaga, he creído que se trataba de una historia que Sienna te había contado para que estuvieras motivado y le he seguido el juego. He conseguido que subiéramos todos a un tren en dirección a Venecia… y, entonces, todo ha cambiado.

—¿Y eso?

—El comandante ha visto el extraño video de Zobrist.

—Y se ha dado cuenta de que estaba loco.

—Exacto. De repente ha comprendido en qué estaba implicado realmente el Consorcio y se ha horrorizado. Acto seguido, ha intentado hablar con la persona que conocía mejor a Zobrist, FS-2080, para ver si sabía qué había hecho.

—¿FS-2080?

—Lo siento, Sienna Brooks. Ese era el nombre en código que eligió para esta operación. Al parecer es una cosa transhumanista. Y el comandante solo podía ponerse en contacto con ella a través de mí.

—La llamada de teléfono del tren —dijo Langdon—. Tu «madre enferma».

—Bueno, obviamente no podía responder la llamada delante de ti. Cuando me ha contado lo del video, me he asustado muchísimo. Él esperaba que Zobrist también hubiera engañado a Sienna, pero cuando le he dicho que tú y ella habían estado hablando de plagas y que no parecíais tener intención de abortar la misión, se ha dado cuenta de que ella y Zobrist estaban juntos en esto. Sienna ha pasado entonces a ser un adversario. El comandante me ha pedido que le mantuviera informado de nuestra posición en Venecia. Y me ha dicho que enviaría un equipo para detenerla. El agente Brüder casi la atrapa en la basílica de San Marcos, pero ha conseguido escapar.

Langdon se quedó mirando inexpresivamente el suelo. Todavía podía ver los bonitos ojos marrones de Sienna mirándolo antes de huir.

«Lo siento mucho, Robert. Por todo».

—Es una mujer dura —dijo el hombre—. No has visto cómo me ha atacado en la basílica.

—¿Te ha atacado?

—Sí, cuando han entrado los soldados. Yo iba a gritar para revelar la posición de Sienna, pero ella debe de haberlo visto venir y me ha golpeado en el pecho con la base de la mano.

—¡¿Qué?!

—Una especie de golpe de artes marciales, supongo. Como ahí ya tenía una herida, el dolor ha sido atroz. He tardado cinco minutos en recobrar el aliento. Y Sienna te ha arrastrado al balcón antes de que algún testigo pudiera revelar lo que había pasado.

Langdon recordó a la anciana italiana que había gritado a Sienna —«

L’hai colpito al petto!»— mientras hacía el gesto de llevarse el puño enérgicamente al pecho.

«¡No puedo! —le había respondido Sienna—. ¡La reanimación cardiopulmonar lo mataría! ¡Mire su pecho!».

Al recordarlo, Langdon se dio cuenta de lo rápido que le funcionaba la mente a Sienna. Había traducido mal lo que había dicho la italiana. «

L’hai colpito al petto» no era una sugerencia para que le hiciera compresiones toráxicas, sino una acusación enfurecida: «¡Le has golpeado en el pecho!».

Con todo el caos del momento, Langdon ni siquiera se había dado cuenta.

Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Ferris.

—Como quizá ya sabes, Sienna Brooks es muy lista.

Langdon asintió. «Algo he oído».

—Luego, los hombres de Sinskey me han llevado de vuelta al

Mendacium y me han vendado. El comandante me ha pedido que viniera y me uniera al equipo porque, aparte de ti, soy la única persona que ha estado hoy con Sienna.

Langdon volvió a asentir, distraído por el sarpullido del hombre.

—¿Y tu cara? —preguntó Langdon—. ¿Y el moretón del pecho? No es…

—¿La plaga? —Ferris se rio y negó con la cabeza—. No estoy seguro de si ya te lo han contado, pero en realidad hoy he interpretado a dos médicos.

—¿Cómo dices?

—Cuando he aparecido en el baptisterio has dicho que mi aspecto te resultaba familiar.

—Así es. Vagamente. Tus ojos, creo. Me has dicho que se debía a que eras la persona que me había reclutado en Cambridge… —Langdon se quedó un momento callado—, lo cual ahora sé que no es cierto, de modo que…

—Mi aspecto te parecía familiar porque ya nos habíamos visto. Pero no en Cambridge. —El hombre se quedó un momento callado para ver si Langdon le reconocía. Luego prosiguió—: En realidad, he sido la primera persona que has visto cuando te has despertado esta mañana en el hospital.

Langdon recordó la sórdida habitación. Estaba aturdido y no veía bien, pero estaba seguro de que la primera persona a la que había visto era un pálido médico mayor que Ferris, con las cejas pobladas y una hirsuta barba gris, y que solo hablaba italiano.

—No —dijo Langdon—. El doctor Marconi ha sido la primera persona que he visto cuando…

Scusi profesore —el hombre le interrumpió con un impecable acento italiano—.

Ma non si ricorda di me? —se inclinó un poco como alguien mayor, se alisó unas imaginarias cejas pobladas y se acarició una inexistente barba canosa—.

Sono il dottor Marconi.

Langdon se quedó boquiabierto.

—Tú eras… ¿el doctor Marconi?

—Por eso mis ojos te resultaban familiares. Yo nunca había llevado barba y cejas falsas y no he descubierto hasta que ha sido demasiado tarde que soy extremadamente alérgico al adhesivo de látex que he usado para pegármelas. La reacción alérgica me ha dejado la piel en carne viva. Estoy seguro de que te has asustado cuando me has visto, teniendo en cuenta que estabais en alerta por una posible plaga.

Langdon recordó que el doctor Marconi se había rascado la barba antes de que el ataque de Vayentha le dejara tumbado en el suelo del hospital con el pecho ensangrentado.

—Encima —dijo el hombre, señalando el vendaje del pecho—, el detonador que llevaba se ha movido cuando la operación ya estaba en marcha. No he podido volver a colocarlo bien a tiempo y cuando ha estallado me ha roto una costilla y me ha provocado un hematoma. He estado respirando mal durante todo el día.

«Y yo pensaba que tenías la plaga».

El hombre respiró hondo e hizo una mueca de dolor.

—De hecho, creo que debería ir a descansar otra vez —cuando ya se marchaba, señaló a alguien que se acercaba por el pasillo—. De todos modos, parece que tienes compañía.

Langdon se volvió y vio que se acercaba la doctora Sinskey. Su largo cabello plateado ondeaba a su espalda.

—¡Por fin le encuentro, profesor!

La directora de la OMS parecía exhausta y, sin embargo, Langdon detectó un destello de esperanza en sus ojos. «Ha encontrado algo».

—Siento haberle dejado —dijo al llegar a su lado—. Hemos estado coordinando la operación e investigando un poco. —Señaló la puerta abierta de la cabina—. ¿Disfrutando de la luz del sol?

Langdon se encogió de hombros.

—Su avión necesita ventanillas.

Ella sonrió compasivamente.

—Hablando de luz, espero que el comandante le haya aclarado algunos acontecimientos recientes.

—Sí, aunque no me ha hecho especial ilusión averiguarlo.

—Ni a mí —ella se mostró de acuerdo y luego miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos—. Créame —susurró— habrá serias consecuencias tanto para él como para su organización. Me encargaré personalmente de ello. De momento, sin embargo, debemos concentrarnos en encontrar la bolsa antes de que se disuelva y el agente infeccioso se propague.

«O antes de que Sienna llegue y provoque su disolución».

—Tengo que hablar con usted sobre el edificio en el que se encuentra la tumba de Dandolo.

Langdon había estado pensando en la espectacular estructura desde que había descubierto que era su destino. El

mouseion de santa sabiduría.

—Acabo de descubrir algo alentador —dijo Sinskey—. Hemos hablado por teléfono con un historiador local. No tenía ni idea de por qué estábamos interesados por la tumba de Dandolo, claro, pero le he preguntado si tenía alguna idea de lo que había debajo de la tumba y a ver si adivina qué me ha dicho… —La doctora Sinskey sonrió—: Agua.

Langdon se quedó sorprendido.

—¿De verdad?

—Sí. Al parecer, los pisos inferiores están inundados. A lo largo de los siglos, el nivel del agua bajo el edificio ha ido subiendo y ha anegado al menos dos pisos. El historiador me ha dicho que ahí abajo seguro que hay todo tipo de bolsas de aire y espacios parcialmente sumergidos.

«Dios mío». Langdon pensó en el video de Zobrist y la extraña caverna en cuyas paredes musgosas había visto la leve sombra vertical de unas columnas.

—Es una sala sumergida.

—Exacto.

—Pero entonces… ¿Cómo llegó Zobrist a ella?

Los ojos de Sinskey emitieron un destello.

—Eso es lo más sorprendente. No se va a creer lo que acabo de descubrir.

En aquel momento, a menos de un kilómetro de la costa de Venecia, en la alargada isla conocida como Lido, una reluciente Cessna Citation Mustang se elevó de la pista del aeropuerto Nicelli y comenzó a surcar el cielo crepuscular.

El propietario del avión, el prominente diseñador de vestuario Giorgio Venci, no iba a bordo, pero había ordenado a sus pilotos que llevaran a su atractiva pasajera donde ella les dijera.

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