Igor

Igor


Capítulo uno

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Capítulo uno

Época actual…

Habían transcurrido tres años desde que Grayson había regresado de Afganistán, y a diario luchaba para superar el síndrome de estrés postraumático que lo aquejaba, un trastorno al que también se lo conoce como PTSD, por sus siglas en inglés, o síndrome del soldado o del superviviente. Dicha alteración mental es la que con más frecuencia lleva a los veteranos de guerra estadounidenses al suicidio, y se destaca por encima de la depresión y del abuso de sustancias. De hecho, las cifras que se manejan son escalofriantes, ya que el número de suicidios, en la actualidad, ya supera el de muertos en combate en Afganistán.

Para Grayson King cada día era un desafío. Vivía atrapado en sus fantasmas, originados en esa zona de combate, y no había una sola noche en la que no rememorase esa época en el campamento en la base de Helmand. A menudo podía sentir como si sus emociones fueran pólvora que sólo esperaba la cercanía de una chispa para estallar, y se encontraba en uno de esos días en que los recuerdos parecían ensombrecerlo todo.

Al poco tiempo de que la misión terminara y tuviera que regresar a casa, el Ejército le rescindió el contrato después de haber servido durante once años a su país.

En realidad, todo se desencadenó cuando iba rumbo al trabajo, en la 1.ª División de Marina en el Campamento Pendleton, en California, y se cruzó con un RG-33, un vehículo blindado ligero resistente a las minas que utiliza el Ejército. Al verlo, sintió que no podía moverse del sitio donde se encontraba, y de inmediato la vista se le nubló, además de empezar a hiperventilar y a sudar frío. Su visión se transformó en un túnel sin salida, y lo único que atinó a hacer fue sentarse hasta que esa sensación pasara, y así permaneció, inmóvil, durante casi una hora. Sentía los músculos agarrotados, y una sensación que le era muy difícil comprender.

Él siempre había completado cada misión que se le había encomendado. Era el mejor en eso; jamás había flaqueado, porque, simplemente, estaba entrenado para serlo. Por ello no podía entender por qué en ese momento se había quedado paralizado. Incluso, a menudo, por las noches también sufría pesadillas, y ante cualquier incidente en la calle reaccionaba violentamente y de manera exagerada.

Pero Grayson quería restarles importancia a todos esos episodios, pues tenía la certeza de que muy pronto podría dejar atrás todos esos contratiempos; así que, atemorizado porque esos sucesos pudieran llegar a oídos de sus superiores, no quiso comentarlo con nadie, pues sabía de varios compañeros a quienes, por sufrir ese trastorno, les habían dado la baja, marcando el final de su carrera militar.

No obstante, y a pesar de que él esperaba que sucediera todo lo contrario, esos episodios empezaron a reiterarse con más asiduidad, provocando que fueran casi imposibles de ocultar frente a nadie. Finalmente le llegó una orden para presentarse ante su médico de cabecera, y no le quedó más remedio que acudir. El diagnóstico que le dieron cuando salió de la consulta fue devastador para él: efectivamente sufría el trastorno que sufren los supervivientes de la guerra, sumado a una profunda depresión. Las indicaciones fueron rotundas: el médico dictaminó que no era apto para el manejo de ningún arma de fuego. Su corazón pareció romperse en mil pedazos; no lo consideraban de fiar para hacer nada para lo que se había entrenado durante tanto tiempo. El Cuerpo de Marines al que él pertenecía era su vida entera; no sabía cómo vivir sin hacer lo que tanto le gustaba.

Lo que siguió fue muy difícil de afrontar… La baja no tardó en llegarle, y a partir de ahí su vida pareció ir cuesta abajo. No sabía qué rumbo tomar, qué hacer con su tiempo ni cómo organizar sus días. Incluso pensó en caer en viejos vicios, como el alcohol, las drogas y las putas, ya que con dinero en el bolsillo eso estaba claramente al alcance de sus manos; sin embargo, se resistía a volver a ser quien había sido alguna vez, pues no había pasado por todo lo que había pasado para, simplemente, volver al punto de partida.

Si algo tenía claro era que no deseaba establecerse en Chicago, aunque ése fuera el lugar donde vivía la única persona que guardaba un sentimiento de cariño por él, pero se resistía a eso, pues no quería volver al barrio que había abandonado hacía ya tanto tiempo.

El viejo Rude todavía tenía sueños de rescatar chicos de la calle, y por eso se negaba a abandonar su casa, así que, cuando se enteró de su situación, lo invitó a sumarse a su programa, pero, aunque era una actividad de la que bien podría haberse sentido orgulloso, no aceptó. Él se había preparado demasiado para ser un marine, y sentía que no había nada que le interesara y que lo hiciera realmente feliz como lo fue en el Ejército. De todas maneras, y aunque le costó convencer a Rude para que dijera

que sí, Grayson se encargó de reformar su vivienda, así que en ese momento el gimnasio del viejo Magic estaba situado bajo su casa. Ese proyecto, al principio, lo ayudó a mantenerse ocupado durante unos cuantos meses, pues se encargó de que el lugar estuviera equipado con todas las comodidades necesarias para atraer a chicos en situación de riesgo social en la calle; también colaboraba con dinero para asistir a esos muchachos que necesitaban lo que una vez necesitó él: atención y una persona que supiera dar un buen consejo a tiempo.

Lamentablemente, Victoria los había dejado hacía ya algunos años; ella pasó a mejor vida a causa de un ataque al corazón al que no pudo sobrevivir. Eso ocurrió durante el primer año en que él se fue en misión a Afganistán. Grayson ni siquiera pudo despedirse de ella, ni tampoco tuvo la oportunidad de acompañar a Rude en su dolor.

Si cerraba los ojos, aún podía recordar la devastación que sintió el día que recibió la noticia. Se encerró en el baño a llorar como un niño, y las lágrimas que derramó por esa mujer fueron las más sentidas de toda su vida, tomando el lugar de las que no vertió por su padre cuando se enteró, unos meses después, de que éste había fallecido porque su hígado había estallado debido al consumo de tanto alcohol. Grayson vivió con su padre hasta los diecinueve años, pero los buenos recuerdos no estaban asociados a él, sino que iban de la mano de Rude y de Victoria; ellos le habían dado una familia, esa que jamás tuvo, pues lo habían tratado como a un hijo, y se habían enorgullecido de sus logros como si él fuera de su propia sangre… tal vez porque ellos no pudieron tener los suyos propios, o quizá, simplemente, porque en su corazón sólo había sitio para dar amor.

Estaba escuchando música; sonaba

Low life en el equipo de sonido, y la letra parecía la historia de su propia vida. Se refregó la cara para alejar todos esos pensamientos y de inmediato sus divagaciones saltaron a otro sitio, que no era mejor que el anterior.

«Según José Martí, todo el mundo debería plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro»; pensó en esa frase tan repetida por todo el mundo y que parecía ser lo correcto para no pasar por esta vida en vano.

«Joder, yo estoy fallando estrepitosamente en todo. Lo del árbol se podría arreglar fácilmente, pero el resto… mmm… Respecto a lo del libro, tengo muchas historias que contar —reflexionó, sin apartar la vista del techo—, podría intentar plasmar mis memorias, pero lo del hijo, ahí sí que no hay modo de cumplirlo. Jamás dejaré entrar en mi corazón a una mujer. Una vez lo hice y terminé destrozado, así que no hay forma de que eso vuelva a suceder; hay otros métodos para lograrlo, pero sé perfectamente que no estoy interesado en ninguno… Los revolcones que me pego son más que suficiente para mí. ¿Para qué complicarme la vida si así me siento satisfecho? Me basta con el sexo casual, que, sumado al entrenamiento diario y a las luchas, me sirven, además, para mantener a raya mis demonios, o al menos puedo decir que funciona casi mejor que con las malditas sesiones que antes realizaba con el psiquiatra.»

Un golpe en la puerta de su habitación lo hizo regresar a la realidad. En ese momento vivía en una lujosa mansión del estilo de las villas italianas, en el pueblo de Atherton, un sitio donde los ultrarricos habían echado raíces hacía un tiempo ya; el lugar estaba ubicado en el corazón de Silicon Valley, en el estado dorado de California.

Si bien Grayson no estaba del todo conforme con la vida que llevaba, tampoco podía decir que se sentía tan a disgusto. Él acabó viviendo en esa casa tras conocer de casualidad a Zane Mallic.

Todo ocurrió sin proponérselo. El psiquiatra al que visitaba por aquel entonces le propuso que asistiera a un grupo de autoayuda que se reunía en un sitio que en algún momento había sido una fábrica, en las afueras de la ciudad. Los viernes por la noche, los asistentes eran todos excombatientes, y se juntaban allí para hablar de sus traumáticas experiencias, esas que habían provocado que les dieran la baja. Hablar resultaba, para muchos, catártico, pero no para él; estaba encerrado en sus recuerdos y así quería permanecer. Sus evocaciones, al menos, hacían que extrañara menos la vida militar, la vida que ya nunca podría tener.

Masajeó su frente y a su mente vino el instante en el que la charla había terminado y estaba a punto de marcharse…

* * *

—¿Ya te vas?

—¿Me hablas a mí?

Zane Mallic le tendió la mano y se quedó mirándolo hasta que por fin estiró el brazo y se la estrechó.

—Has sido el único que ha permanecido callado durante toda la noche; no quería que te fueras sin que pudiéramos intercambiar al menos un saludo.

—Esto no es para mí, no creo que sea lo que necesito; no… me interesa.

—¿Y qué es lo tuyo? Porque en el Ejército ya no te quieren; de hecho, no nos quieren a ninguno de

los que estamos aquí.

—He escuchado tu charla, te he prestado atención, no es que te haya ignorado, pero no quiero hablar de mis miserias.

—Te sientes miserable. —Zane palmeó su pierna—. A veces también me siento de ese modo, amigo, pero… no hay marcha atrás, así que, en vez de tenernos lástima, lo que debemos hacer es continuar.

Estoy seguro de que, más allá del servicio a la patria, hay algo más que te llevó a unirte a las fuerzas armadas. Piensa en ello, piensa en lo que dejaste atrás mucho antes de pertenecer a los Marines.

—¿Cómo sabes que serví en el Cuerpo de Marines?

—Bueno, amigo, soy observador y he podido notar que la mayoría de tus tatuajes cumplen con la política que los regula. Por otra parte, tienes tatuado el escudo de los Marines… Hoy llevas una camiseta con mangas más cortas de las que usábamos en el Ejército, así que supongo que, con la verde que formaba parte del uniforme, ése quedaba cubierto.

Grayson se tocó el brazo y maldijo el tatuaje; se sintió rebelde…, había cumplido al pie de la letra con cada indicación sólo para que, luego, lo hicieran a un lado como si fuera escoria.

—Yo he agrandado los míos; es tiempo de hacer lo que a uno le venga en gana, ya no es necesario seguir esas reglas. Te ves en forma, ¿aún entrenas?

—No necesito un consejero, y mucho menos un salvador.

—¿No? ¿Por qué vas al psiquiatra, entonces? ¿Por qué ya no estás en el Cuerpo de Marines?

Recordó que en ese momento quiso golpearlo; cerró los puños a cada lado del cuerpo con fuerza, conteniendo las ganas de borrarle la sonrisa de sabiondo que esbozaba.

Lo miró de arriba abajo, y se detuvo en la pierna que sabía que era ortopédica, ya que, cuando estaba frente a todos, la había mostrado.

—Puedo devolver un golpe, aunque me falte una pierna.

—Y, si eres tan normal como pretendes aparentar, ¿por qué no sigues en el Ejército?

—Porque, cuando volví de Afganistán, me sentí tan miserable como tú, y mi mente estaba tan desordenada como la tuya lo está ahora, y porque, obviamente, me falta una pierna. No soy tu enemigo; de hecho, ninguno de los que a menudo te cruzas lo somos. Las misiones terminaron, ya no tienes que estar alerta para identificar al enemigo. En la vida normal, no vamos esperando una bala que nos asesine, ni desconfiando de todo.

Zane, en ese instante, lo miró a los ojos fijamente, y capto su reacción. Gray aflojó los puños, pero no porque no continuara sintiendo ganas de golpearlo, sino porque comprendió que él tenía razón: no era su enemigo.

—Sigo entrenando, sí, y además practico

kick boxing.

—Interesante… Puedo ofrecerte un trabajo, si es que no tienes uno ya.

—¿Qué tipo de trabajo? No creo estar interesado en ninguno que no tenga que ver con…

—Llámame, aunque sea tan sólo por curiosidad, y sabrás lo que tengo que ofrecerte —lo cortó, sin dejarlo concluir la frase, al tiempo que le entregaba su tarjeta personal.

* * *

No lo contactó de inmediato; pasó un mes aproximadamente, hasta que se decidió a probar. Hacía un tiempo que había dejado de ir al psiquiatra, y estaba cayendo en viejos vicios… El alcohol parecía ser el mejor compañero para ayudarlo a adormecer sus recuerdos, pero aún tenía en la memoria esa mañana en la que de casualidad halló la tarjeta de Zane en su billetera. Ya había olvidado que se la había entregado, pero, al encontrarla sin proponérselo, marcó el número, arrepintiéndose al instante de haberlo hecho… Cuando estaba a punto de colgar la llamada, Malic contestó…

* * *

—Hola, ¿con quién hablo?

Dudó antes de presentarse, pero decidió probar si él aún lo recordaba.

—Soy Grayson King, tú me diste la tarjeta en…

—Sé quién eres, qué bien que me hayas llamado.

—Pensaba que sólo me habías dado la tarjeta por compromiso y que ya no te acordarías de mí.

—¿Aún estás interesado en conseguir un trabajo?

—No lo sé.

—Vente esta noche; apunta la dirección y podrás salir de dudas.

Y así fue cómo cayó en ese mundo. Zane le ofreció descargar su ira de una forma que nunca imaginó que sucedería; la disciplina del entrenamiento para subir a la jaula suplió la del entrenamiento militar, así como la adrenalina descargada en cada lucha reemplazó la del combate.

Esa noche en particular, lo invitó a ver una pelea clandestina de MMA, artes marciales mixtas. Él estaba con Tao y Kanu, preparadores físicos, y lo sedujo con la idea de convertirlo en un luchador.

Al principio no vivieron en el mismo sitio donde lo hacían en ese momento; él estaba en plena selección de su equipo de luchadores, y Grayson fue el segundo en llegar. El primero había sido Viggo, y luego Gray trajo a Ziu, y éste, a Nix; posteriormente se incorporó Ezra, quien hasta hacía poco había sido su

sparring. El chico llegó a ellos cuando era apenas un adolescente de tan sólo quince años; Zane lo conoció en Chicago, en una situación bastante desafortunada, pues, en el metro, Ezra le robó la billetera. Zane lo atrapó y, en lugar de llevarlo a la policía, se lo llevó consigo.

A decir verdad, el chico no tuvo opción: era eso o terminar en una institución para menores. Grayson aún se acordaba de cuando llegó, todo prepotente y rebelde; le hizo recordar mucho cómo era él mismo durante sus años de pandillero. Al principio al muchacho no le fue fácil lidiar con la abstinencia a las drogas. Él sabía mejor que nadie lo complicado que era pasar por eso, así que se hizo cargo de la situación y lo alentó para que no flaqueara. Muy pronto, el chico vislumbró por él mismo la vida que podía lograr si se quedaba junto a ellos, en su equipo, y entonces puso todo de su parte para lograrlo.

* * *

—Igor, baja a cenar —lo llamo Nix, uno de sus compañeros, que también vivía en la casa con él.

Igor era su nombre de guerra, el que utilizaba cuando se subía al ring para combatir en artes marciales mixtas.

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