Igor

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Capítulo nueve

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Capítulo nueve

La joven fotógrafa despertó de madrugada algo confundida, hasta que se dio cuenta, en la oscuridad de la noche, de dónde estaba.

Miró a su derecha y vio a Grayson, que yacía a su lado; su respiración era pesada y tranquila, lo que le indicó que estaba profundamente dormido, así que decidió que lo mejor era levantarse y marcharse.

Se movió muy lentamente para no despertarlo, cogió el móvil de la mesilla de noche y lo usó para alumbrarse y recoger sus pertenencias. Con ellas hechas un ovillo bajo el brazo, se introdujo en el baño y cerró la puerta antes de encender la luz.

De inmediato, empezó a vestirse; se colocó las braguitas y luego se apoyó en el lavabo y se miró en el espejo. De pronto experimentó un dolor en el pecho, y se tocó sobre la piel. Sentía un vacío dentro de su cuerpo que no podía ni quería explicar; no se sentía bien huyendo en plena noche, pero sabía que eso era lo mejor. Debía dejar atrás a Grayson y olvidarlo para siempre, pues su enamoramiento de adolescente por él sólo era eso. No era un sentimiento real, sino una fantasía que acababa de cumplir, y que anhelaba tal vez porque él pertenecía a una época de su vida en la que ella se sentía insulsa e invisible.

Agitó la cabeza y se frotó la cara, sin importarle si se corría el poco maquillaje que le quedaba.

Luego cogió una toalla y la humedeció, para pasársela por el rostro para limpiárselo. A continuación y sin demora, terminó de vestirse, se dirigió a la puerta y la abrió despacio, aún sin apagar la luz; quería que el reflejo le sirviera para admirar una vez más el magnífico cuerpo de Grayson. Él estaba boca abajo, y las sábanas apenas le cubrían las nalgas. Se encontró de pronto mordiéndose los labios, deseándolo una vez más, pero ya había sido suficiente lo que había obtenido de él, así que lo más recomendable era empezar a moverse para irse de allí. Apagó la luz del baño y caminó a tientas; no se puso las botas, las cogió en la mano, y salió de puntillas. Antes de cerrar definitivamente la puerta de la habitación, miró cómo dormía por última vez y sonrió, sin poder creerse todas las cosas que ambos habían hecho. Se sintió más sexy que nunca, pues había sentido que Gray había adorado de punta a punta su cuerpo. Agitó la cabeza, deshaciéndose por un instante de sus pensamientos, y cerró muy despacio la puerta, esperando que el sonido del pestillo no lo despertase. En el pasillo, se calzó las botas y luego se dirigió hacia la salida mientras buscaba su móvil en el

clutch para pedirse un Uber que la fuera a buscar al hotel y la llevara hasta su casa.

* * *

En cuanto la puerta se cerró, Grayson se sentó en la cama, sin poder creerse que la hubiese dejado marchar. Se pasó la mano por la cara y por el pelo, consciente de que, a pesar de que la había oído deambular por la habitación desde que ella se había levantado de la cama, lo mejor había sido no impedir que se fuera. No necesitaban una despedida, y aunque él había planeado volver a follársela durante el desayuno —ya que había alquilado la habitación por la noche completa y hasta media mañana no debían abandonarla—, interpretó que tal vez Emerson había sido más sensata que él.

«Pero joder, cómo me hubiese gustado volver a enterrarme una vez más en ella», se dijo mientras se desplomaba en la cama, con la vista fija en el techo.

«¿Qué mierda me pasa? Ambos dejamos muy claro que el compromiso y la repetición no nos va, así que, ahora, ¿qué carajo estoy pensando? Ha sido una noche perfecta, pero sólo eso… Buen sexo con una chica exquisita y nada más, así que espera un rato hasta que ella finalmente se vaya y luego mueves tu culo y sigues con tu vida.»

Pero, por más que se lo repetía una y otra vez, aún podía sentir la sensación de sus ojos comiéndoselo mientras él fingía estar dormido. Había notado claramente que ella se lo había quedado mirando desde la puerta del baño, y después desde la entrada, incluso había entreabierto los ojos levemente, haciendo un poco más de trampa, sin que ella se diera cuenta de que la había pillado haciendo un gesto que indicaba sin lugar a dudas que lo deseaba tanto como él la deseaba a ella. Verla mordiéndose los labios había sido sublime y su polla se había agitado ante la visión lujuriosa de Emerson, provocando que anhelara morder él mismo esa boca.

—¡Mierda! —farfulló, y se levantó de la cama. No necesitaba tener una erección con sólo recordarla.

Con un movimiento brusco, encendió la luz de la lámpara de la mesilla de noche y empezó a recoger sus cosas para marcharse también. Se vistió y, tras cerciorarse de que tenía todas sus pertenencias, echó una mirada a la estancia antes de salir de allí. Entonces fue cuando vio los pendientes de ella

sobre la mesilla de noche del lado contrario a él. Estirándose sobre la cama con su esbelto cuerpo, los capturó, sonrió y pensó en llevárselos… Se dijo que tal vez, en algunos días, podía presentarse en su casa o en su trabajo con esa excusa, pero luego pensó que también podía enviárselos con un mensajero, o simplemente dejarlos en la recepción del hotel y enviarle un mensaje para que ella pudiera pasar a recogerlos.

Los metió en el bolsillo de su chaqueta y concluyó que eso era lo que debía hacer, ya que era lo mejor, aunque no podía obviar que en verdad no era lo que ansiaba.

—No es cierto que lo estés considerando —se rio mientras salía de la habitación.

Al llegar a la recepción, pidió que le trajeran su coche mientras le entregaba a la recepcionista su tarjeta de crédito para que se cobrara la estancia.

Luego sacó los pendientes, los vio brillar en su mano y finalmente volvió a meterlos en el bolsillo mientras agitaba la cabeza, incrédulo por lo que acababa de hacer.

Mientras conducía hasta su casa, conectó su móvil al equipo de sonido del automóvil con la esperanza de que la música lo distrajera. Abrió una carpeta al azar y la puso a reproducir, pero la canción que saltó,

Let’s shut up & dance, no hizo más que recordársela. Pensó en enviarle un mensaje, pero se dijo que entonces Emerson se daría cuenta de que él había salido casi detrás de ella del hotel, así que convino que era mejor hacerlo más tarde.

Cuando entró en su habitación y empezó a desvestirse de mala gana, oyó que su teléfono sonaba con la entrada de un mensaje.

Lo leyó parcialmente sin desbloquearlo, era de Emers.

Gracias por la magnífica noche. Lo he pasado muy bien, me ha encantado conocerte…

A la mierda si se daba cuenta de que él se había marchado tras ella, lo cierto era que quería leer el mensaje completo, así que desbloqueó su móvil y se metió en la aplicación de mensajería

… y que nos hayamos permitido un poco más de intimidad. Siempre tendré un gran recuerdo tuyo. Adiós.

«Adiós», reflexionó, sabiendo perfectamente que, aunque no quería encontrar explicación, no estaba dispuesto a aceptar esa palabra. Se tocó la frente y se mesó el pelo; luego tocó la pantalla táctil para responder.

También lo he pasado muy bien.

Meditó algunos instantes lo que debía escribir, y se detuvo, consciente de que, lo que estaba a punto de expresar, distaba mucho de lo que deseaba decirle verdaderamente.

Te has dejado los pendientes en la habitación. Pensaba dejártelos en la recepción para que los pasaras a buscar por allí, pero al salir he olvidado hacerlo. Te los haré llegar, no te preocupes.

Releyó el mensaje antes de enviarlo y le pareció bien. Tal vez se arrepentiría al día siguiente, cuando lo pensara en frío, y decidiría no volver a verla, así que sonaba adecuado no concretar la forma en que se los iba a enviar. Volvió a releer y quedó conforme, pues el mensaje era escueto, y no demostraba ningún interés. Por tanto, tocó la pantalla y lo envió.

La vio en línea de inmediato, y casi de inmediato también ella le hizo llegar un estúpido emoticono con una manita con el pulgar hacia arriba que indicaba «ok».

—¿Qué mierda esperabas que te dijera? ¿Quizá imaginabas que sería ella la que se rebajaría a pedirte que os volvierais a ver? No lo hará, te ha dejado solo en la habitación del hotel y se ha ido sin despedirse siquiera. Esa mujer tiene los ovarios bien puestos y sabe lo que quiere, y por supuesto que no quiere ningún drama en su vida, así que no sé por qué cojones crees que puede cambiar de opinión sólo porque te la has follado. Es más —dijo mientras se metía en la cama, hablando consigo mismo mientras esponjaba su almohada—, tú tampoco deberías estar considerándolo siquiera.

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