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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 9. El Derecho, el Latín, La alfabetización y las Artes Liberales

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Nuestras palabras escuela y escolar (y los términos ingleses scholar y scholarship, relacionados con el estudio y la erudición) provienen en realidad de la costumbre medieval de escribir comentarios críticos y observaciones en los márgenes de los libros, comentarios que se conocían como scholia, escolios. Pero, como ya se ha indicado antes, la práctica de la crítica y el comentario empezó en la gran biblioteca de Alejandría, y empezó allí por las características particulares de los libros antiguos, los rollos.

Éstos se fabricaban con tiras de papiro, hecho a partir de la pulpa fibrosa de los juncos que crecían por todos lados en el delta del Nilo. Dos capas, perpendiculares entre sí, se prensaban para formar hojas, que se pegaban una detrás de otra para formar rollos; la primera de ellas se conocía como «protocol» y la última como «eschatacol». La hoja media podía albergar una columna de texto escrito de veinte o veinticinco centímetros de alto, lo que significaba entre veinticinco y cuarenta y cinco renglones. En tiempos de escasez, cuando, como hemos visto, el gobierno egipcio prohibió la exportación de papiro en un intento de controlar la producción de libros, se usaron pieles de animales, en particular en Pérgamo, de donde viene el término «pergamino».[970] Los papiros se escribían, en su mayoría, por una sola cara. Esto se debía en parte a que los escribas preferían escribir sólo en la veta de la página, y en parte a que en un rollo lo escrito en la cara posterior se habría perdido con rapidez. A medida que avanzaba en el texto, el lector desenrollaba el rollo gradualmente y lo enrollaba en sentido inverso, con lo que al finalizar el rollo tenía que ser devuelto a su estado original antes de que otro lector pudiera utilizarlo de nuevo. Esto era un serio inconveniente, ya que algunos rollos podían medir hasta diez metros de largo, y el continúo reenrollado acortaba la vida de los rollos. Otro inconveniente era que cuando un autor decidía citar a otro, era muy probable que, en lugar de molestarse desenrollando el rollo pertinente, prefiriera confiar en su memoria. Copiar los textos era, por tanto, mucho más difícil de lo que a primera vista parece y el hecho de que la puntuación fuera rudimentaria, cuando no inexistente, no lo hacia precisamente más fácil. Por ejemplo, los textos se escribían sin división entre palabras (una práctica que no se sistematizaría hasta la Edad Media), en las obras de teatro los cambios de personajes no siempre aparecían indicados con claridad (se utilizaba una línea horizontal, como un guión, al comienzo del parlamento, pero con el paso de los años éstas corrían el riesgo de borrarse, y además el nombre del personaje podía omitirse por completo).[971] Fueron las confusiones e imprecisiones que creaban este conjunto de circunstancias las que contribuyeron al nacimiento del estudio de los textos como disciplina.

Otra razón es que, en Alejandría, los bibliotecarios del Mouseion realizaron un esfuerzo consciente por reunir una biblioteca completa de la literatura griega y, al hacerlo, advirtieron que distintas copias de una misma obra procedentes de distintas partes del mundo discrepaban entre sí en aspectos importantes. Esto dio origen a una serie de artificios que también contribuyeron significativamente al surgimiento de la crítica textual. El primero fue la decisión de establecer un texto estándar de los autores más leídos por el público culto. El siguiente paso fue garantizar que los libros del siglo V a. C. procedentes de Ática, algunos de los cuales estaban escritos en griego arcaico, se transliteraran al griego entonces usado. Hasta 403 a. C., se había empleado en Atenas un alfabeto primitivo en el que la letra épsilon equivalía a tres sonidos vocálicos: épsilon, épsilon-iota y eta; mientras que omicrón se empleaba para escribir los sonidos de omicrón, omicrón-iota y omega.[972] El tercero fue la invención de un sistema de acentuación que, en realidad, fue un predecesor de la idea de puntuación. El cuarto fue la creación del comentario, un libro aparte que discutía los defectos en el texto del clásico. En primera instancia, se introdujeron varios signos críticos, que se escribían en el margen de los textos y remitían al lector al lugar indicado del comentario (serían estos signos marginales los que luego se convertirían en scholia). El más destacado de estos signos críticos fue el obelos, una barra horizontal colocada en el margen a la izquierda del verso para indicar que era espurio. Entre los demás signos estaban el diple (>), para llamar la atención sobre un elemento sobresaliente de contenido o de lenguaje, el antisigma (), para señalar que el orden de los renglones había sido alterado, y el asteriskos () en el que se marca un pasaje repetido de forma incorrecta en algún otro lado.[973]

En Roma, la adopción de este método crítico alejandrino corresponde a Lucio Elio Estilón, activo hacia el año 100 a. C., quien elaboró, entre otras cosas, listas de obras teatrales tanto de la antigua Grecia como de Roma que consideraba auténticas. Aunque su principal preocupación era la autenticidad, su enfoque y sus juicios, aprendidos por su discípulo, Varrón (117-27 a. C.), determinaron en buena medida qué clásicos se conservaron hasta nuestros días. Después de esto, autores como Séneca y Quintiliano fueron siempre consciente de que los textos podían corromperse y con frecuencia comparaban distintas copias del mismo libro con esta idea en mente.

A medida que el imperio empezaba su declive y la producción de libros se redujo, la continuidad de la cultura clásica quedó amenazada. Una forma en la que ésta se preservó fue a través del desarrollo de nuevas formas de literatura, el epitome y el compendium. El epítome era una versión resumida de una obra más extensa que conservaba sus aspectos esenciales, y a menudo se publicaba junto a otros epítomes para formar un compendio. Pese a que de este modo se perdieron muchos detalles, los hombres que elaboraron los compendia tuvieron que elegir una versión u otra del libro que querían resumir y ello los obligó de nuevo a realizar un ejercicio crítico. Junto a los compendia, los romanos también produjeron muchos comentarios gracias a los cuales los estudiosos contemporáneos conocen qué versiones de los clásicos estaban disponibles, dónde y cuándo.[974]

Durante estos años de decadencia, el estudio y la alfabetización se combinaron para producir tres conjuntos de libros que tendrían un enorme impacto no sólo en Roma, sino también en la Edad Media. El primero de éstos lo conformaron las dos gramáticas de Elio Donato, el Ars minor y el Ars maior, que junto a las Institutiones grammaticae, proporcionaron a la Edad Media sus principales manuales de gramática. El segundo corresponde al De compendiosa doctrina, de Nonio Marcelo, un diccionario particularmente notable porque contiene muchas citas de autores cuyas obras se creen perdidas por completo. Y el tercero lo constituye el De nuptiis Philologiae et Mercurii, de Marciano Capela, un tratado alegórico sobre las siete artes liberales. Las «artes liberales» eran las disciplinas que se consideraban apropiadas para la educación de los jóvenes romanos y su concepción original se remonta a Varrón, quien había sido influido al respecto por Posidonio (c. 151-135 a. C.). Varrón elaboró una influyente enciclopedia, los Nueve libros de las disciplinas, en la que ofrecía un panorama de nueve artes: la gramática, la retórica, la lógica, la aritmética, la geometría, la astronomía, la teoría musical, la medicina y la arquitectura. Posteriores autores omitirían estas dos últimas de la lista.[975] En Roma, hacia finales del siglo I d. C., la educación se había más o menos estandarizado y las siete artes liberales estaban identificadas. Posteriormente, estas siete se convertirían en fundamento de la educación medieval, cuando se dividirían en dos grupos, uno más básico, el trivium (gramática, retórica y dialéctica), y otro más avanzado, quadrivium (aritmética, música, geometría y astronomía). Como veremos en un capítulo posterior, esta concepción sirvió de base a los sistemas educativos modernos y fue uno de los elementos que contribuyeron al nacimiento de Occidente.[976]

La otra principal innovación que debemos a Roma en relación con el aprendizaje y la lectura fue la progresiva sustitución del rollo por el códice. Este proceso tiene lugar entre los siglos II y IV d. C. Hasta el momento, siempre había existido una alternativa para el rollo, esto es, la tablilla, por lo general un tablero cubierto de cera. Éstas podían limpiarse después de usarse y por tanto resultaban muy convenientes para la escritura de textos ocasionales en la enseñanza y para redactar los (borradores de cartas y notas. No obstante, los romanos, empezaron a utilizarlas para la elaboración de documentos legales, y a continuación fueron reemplazando poco a poco los tableros por pergaminos y a unir varias hojas de este material con un cordel o un broche.[977] Marcial es el primer autor que menciona la aparición de obras literarias en forma de códice (en un poema de la década del 80 d. C.), pero la costumbre al parecer no resultó popular en aquella época, y aunque en el siglo II ya era más común, sólo triunfó en el siglo IV, al menos en el ámbito de la literatura pagana. No es difícil comprender por qué el códice finalmente se impuso. Los rollos de papiro, aunque no eran precisamente frágiles, rara vez duraban más de, digamos, trescientos años, y es muy probable que de no haberse realizado el cambio al códice muchos textos clásicos se hubiesen perdido por completo. El códice era menos voluminoso que el rollo, las páginas numeradas lo hacían un formato de referencia mucho más fácil de manipular, se desgastaba menos con el uso y, probablemente, era mucho más barato de producir.

Con todo, a quienes más debemos agradecer el códice es, al parecer, a los primeros cristianos. Mientras los códices paganos eran una rareza en el siglo II, eran, por el contrario, algo bastante común en los textos cristianos. Esto puede haberse debido al interés de estos últimos por diferenciarse de los paganos, o quizá también a que los códices fueran más baratos que los rollos. No obstante, es mucho más probable que los cristianos hubieran recurrido al códice por una razón completamente diferente: debido a su formato, con páginas numeradas e índices de contenido, la interpolación de falsificaciones en un códice resultaba mucho más difícil. Para una religión joven, preocupada por la fidelidad y autoridad de sus Escrituras, las ventajas del formato códice debieron de ser considerables.[978]

Los griegos habían inventado los principales géneros literarios: la épica, la historia, la comedia, la filosofía, la tragedia, la novela pastoril, la lírica, la oratoria y la didáctica. No obstante, aunque actualmente tratamos a muchos autores romanos como «clásicos», en este ámbito su único avance real respecto de lo conseguido por los griegos lo encontramos en dos áreas: la poesía amorosa y la sátira. Con excepción de estas dos innovaciones, los escritores romanos consideraban aceptable limitarse a emular a los griegos: la imitatio era un recurso literario legítimo, así como la uariatio.

Cicerón (106-43 a. C.) fue el escritor romano más famoso que asimiló la cultura griega.[979] Además de la oratoria, un género del que fue maestro supremo, sus escritos se componen principalmente de cartas y tratados sobre distintas fases del pensamiento griego. Sus textos Sobre la naturaleza de los dioses y Sobre los deberes se encuentran entre nuestras mejores fuentes para el conocimiento del pensamiento religioso y ético griego. Su obra, que siempre se ha estudiado tanto por su elegancia literaria como por su contenido filosófico, fue tan importante que muchos consideran que, entre los autores que contribuyeron a definir el contenido intelectual de la tradición occidental, Cicerón sólo es superado por Aristóteles.[980]

Nacido en una familia acomodada, se formó como abogado y fue nombrado para el cargo de augur, lo que significa que su trabajo consistía en adivinar el futuro e interpretar los augurios. En su obra hay muy poco que sea realmente original, pero el estilo y elegancia de su latín son insuperables: «Durante siglos, las generaciones aprendieron la gramática filosófica a través de estas obras y todavía resultan valiosísimas».[981] El estoicismo romano, la principal corriente filosófica de la época y la perspectiva del propio Cicerón, era menos una filosofía en el sentido griego, preocupada por la exploración de cuestiones metafísicas, y más un sistema práctico y ecléctico, interesado en los problemas morales, lo que en Roma tuvo tres efectos principales. El primero se debe a sus coincidencias con el cristianismo, no tanto en los escritos de Cicerón como en los de Séneca, a quien luego se ha comparado a menudo con san Jerónimo. En cualquier caso, esto desempeñó un papel importante en la conversión de muchos paganos al cristianismo. Un segundo efecto lo encontramos en la actitud de los romanos hacia el derecho. Una de las ideas estoicas era que el hombre debía vivir de acuerdo con la naturaleza y que «la naturaleza tenía un código de leyes que el filósofo podía aspirar a conocer».[982] Fue así como surgió el concepto de «ley natural», con una larga historia en el pensamiento europeo. Por último, tenemos las ideas estoicas sobre «la fraternidad de los hombres» que tendrían un efecto muy grande en el trato de los esclavos en Roma.

Para Cicerón, «la verdadera ley es la razón, recta y natural… No habrá una ley en Roma y otra en Atenas, ni una ahora y otra después…». (Sobre la República, III, 33). Una de sus principales preocupaciones era la armonía entre los distintos órdenes, la cooperación entre la clase media de los no-senadores y el senado. Fue, en palabras de Michael Grant, un hombre de la moderación: «se opuso a las dos tiranías, a la de la reacción y a la de la revolución, y cualquiera que fuera la que se volvía amenazadora, él siempre estaba en el bando contrario».[983] Fue, de hecho, un liberal: «el principal ancestro de toda la tradición liberal en la vida occidental».

También fue el fundador de la noción de humanitas, a menudo considerada la esencia del pensamiento ciceroniano. Cicerón creía que la virtud «une al hombre con Dios» y que de ello se deduce que todos los seres humanos, no importa cuán humildes, son valiosos en algún sentido, y que este vínculo «hermana al hombre con el hombre, independientemente de su estado, raza o casta».[984] Por humanitas, Cicerón no entendía simplemente la humanidad o el humanismo, sino también la consideración por los demás, la tolerancia, las artes liberales, la educación. En su traducción al latín de obras griegas, adaptó el limitado vocabulario de su lengua materna a las grandes ideas griegas, un proceso en el que inventó términos como qualitas o quantitas. La influencia de Cicerón en las ideas europeas «supera en gran medida la de cualquier otro escritor en cualquier otro lenguaje». El papa Gregorio Magno llegó incluso a decir que le gustaría poder destruir los escritos de Cicerón, pues «distraían la atención del hombre de las Escrituras».[985] Aunque no tomó parte en el asesinato de César, aprobó lo ocurrido, y luego criticó alto y claro la tiranía de Antonio, que fue todavía peor, por lo que fue asesinado en diciembre del año 43 a. C. (Estaba leyendo Medea de Eurípides cuando lo sorprendieron los asesinos).

Virgilio (c. 70-19 a. C.) fue el poeta laureado de la era de Augusto. Sus Églogas y sus Geórgicas constituyeron una especie de preparación para su gran epopeya, la Eneida, el equivalente romano de los grandes cantos homéricos, una obra en la que el héroe es abiertamente un trasunto de Augusto. Además, la familia de los Julios, a la que tanto César como Augusto pertenecían, aseguraba ser descendiente de Iulio, el hijo de Eneas, que ya aparecía en la Ilíada. La epopeya de Virgilio es una composición típicamente homérica, en la que Eneas vaga por el Mediterráneo, desde Troya hasta el Tíber, al estilo de la Odisea y, en la segunda mitad, libra grandes batallas en Italia, lo que recuerda a la Ilíada.[986] Sin embargo, además de sus similitudes con Homero, el libro es también un texto en clave: Eneas es Augusto y la Eneida es una disquisición sobre la naturaleza del poder. Un tema central es la pietas, término que tiene dos significados: el de sentido de la obligación romano (hacia los padres, el estado o Dios) y el de piedad, aunque no de la forma en que hoy la entendemos convencionalmente. Eneas siente piedad por otros personajes, Dido, que lo ama, y Turno, su enemigo, pero pese a ello abandona a la primera y mata al segundo. Éste es el comentario de Virgilio sobre la guerra: destruye por igual a los que amamos y a los que odiamos. Lejos de ser una idealización de Roma y el poder imperial, el final de la obra es ambiguo. La humanidad de Virgilio iguala a la de Cicerón, con su ternura y simpatía.

Dado la forma en que cambiaron los centros de poder y de civilización en el Mediterráneo en, a grandes rasgos, la época de Jesús, no sorprende descubrir que el recorrido de la autoridad más destacada de la medicina en el mundo antiguo siguiera esos cambios. Claudio Galeno decidió estudiar medicina cuando tenía dieciséis años. Nacido en Pérgamo en el año 131 d. C., estudió matemáticas y filosofía antes de optar por la medicina, viajó a Esmirna (la actual Izmir), Corinto y Alejandría para seguir sus estudios. Regresó a Pérgamo, donde se convirtió en médico de los gladiadores, pero finalmente se estableció en el centro neurálgico que entonces era Roma, ciudad en la que se convirtió en un doctor muy popular entre los ricos y famosos, entre ellos de los emperadores Marco Aurelio, Cómodo y Septimio Severo. Murió alrededor de 210 d. C. Las obras que escribió y llegaron hasta nosotros ocupan veintidós volúmenes en la edición estándar del siglo XIX, lo que confirma su elevada posición y prestigio en el mundo antiguo, sólo comparable a la de Hipócrates: la influencia de Galeno se extiende hasta comienzos de la era moderna.[987]

Se ha dicho que Galeno estaba más interesado en la enfermedad que en el paciente, al que consideraba un medio para comprenderla. De Hipócrates, Galeno tomó la noción de los cuatro humores, la idea, reseñada en el capítulo 6, según la cual hay cuatro constituyentes básicos del cuerpo humano (la flema, la sangre, la bilis amarilla y la bilis negra) reducibles a las cuatro cualidades básicas de lo caliente, lo seco, lo frío y lo húmedo. Galeno refinó esta concepción al sostener que los cuatro humores se agrupaban de distintas maneras para crear los tejidos y que estos órganos se unían para formar el cuerpo. Para él, la enfermedad era producto bien de un desequilibrio entre los humores o bien del estado de órganos específicos, y una de sus principales innovaciones fue precisamente la de localizar las enfermedades en órganos concretos. Las fiebres generalizadas, por ejemplo, eran causadas por la circulación de humores putrefactos por el cuerpo, lo que producía calor; las enfermedades localizadas, en cambio, eran provocadas por la presencia de humores tóxicos en los órganos individuales, lo que producía hinchazones, tumefacciones o dolores.[988] Al realizar sus diagnósticos, Galeno examina en especial el pulso y la orina, pero también estaba atento a los cambios en la postura del paciente, su respiración, «la naturaleza de las secreciones mayores y menores» y la presencia o ausencia de dolor de cabeza.

Era consciente de la importancia de la anatomía, pero aceptaba que en su época la disección de humanos ya no era posible. Por esta razón, instaba a sus estudiantes a estar muy atentos a las posibilidades casuales de realizar observaciones, por ejemplo cuando se abría una tumba o en el escenario de un accidente, y les recomendaba visitar Alejandría, «donde el esqueleto todavía podía estudiarse de primera mano».[989] En general, sin embargo, reconocía que sus estudiantes tenían que basar sus estudios en la anatomía de los animales, en especial la de los pertenecientes a las especies más parecidas al ser humano. Él mismo diseccionó diversas criaturas, incluidos pequeños monos conocidos entonces como el simio de Berbería, los actuales macacos. Al hacer esto, desarrolló la idea de Platón de que había un «alma tripartita» y sostuvo que el cerebro, el órgano que albergaba las facultades racionales del alma, era la fuente de los nervios; que el corazón, la sede de las pasiones, era la fuente de las arterias que llevaban la sangre arterial a todo el cuerpo; y que el hígado, la sede de los apetitos, era la fuente de las venas, que fortificaban el cuerpo con la sangre venosa. Al llegar al estómago, el alimento se transformaba en un jugo (chyle), que el calor del cuerpo «cocinaba» parcialmente y que después absorbían las venas a través de las paredes del estómago para llevarlo al hígado. Allí, este jugo se depuraba y cocinaba aún más hasta convertirse en sangre venosa, necesaria para nutrir los distintos órganos. La sangre venosa llegaba al corazón, al que nutría, pero éste también recibía sangre arterial de los pulmones. Aquí Galeno cometió un error particularmente interesante al afirmar que esta sangre pasaba a la rete mirabile, una fina red de arterias que había descubierto al diseccionar ciertos ungulados y que creyó, de forma equivocada, que también poseían los humanos. En esta red, sostuvo, la sangre arterial se refina hasta «el grado más elevado» del espíritu o pneuma, el pneuma psíquico, que se enviaba a todas partes del cuerpo a través de los miembros y era el responsable de las sensaciones y las funciones motoras.[990]

Evidentemente, hay mucho más en el elaborado sistema de Galeno de lo que sugiere este apretado resumen, pero creo que, al menos, refleja lo suficiente de la arquitectura de su pensamiento. Estas ideas dominarían la medicina a lo largo de toda la Edad Media y, como hemos dicho, las encontramos aún en los inicios de la era moderna, una influencia que se explica también por otro de sus conceptos. Aunque Galeno no era cristiano, creía en la taleología, lo que lo hacía interesante a ojos tanto de musulmanes como de cristianos. Inspirado en el Timeo de Platón y en De las partes de los animales de Aristóteles, Galeno concluyó que el cuerpo del hombre y de los animales evidenciaba «un diseño inteligente», y en sus tratados elogia la «sabiduría y providencia» del Demiurgo, una noción que, es claro, toma de Platón. Pensaba que la estructura del cuerpo humano estaba perfectamente adaptada a sus funciones y que «era imposible mejorarla incluso en la imaginación».[991] Esta concepción fue el comienzo de una teología natural, una teoría del dios o los dioses basada en las pruebas que se encuentran en la naturaleza.

La utilitas, la falta de sentimentalismo romano y el orgullo que sentían por sus logros tuvieron un gran efecto sobre su innovación en el campo de las artes visuales. Los retratos se habían vuelto más realistas en Grecia, pero en cierto sentido seguían siendo idealizados. No ocurrió lo mismo en Roma. El emperador quizá quería que su figura reflejara la dignidad de su cargo, pero para otras familias cuanto más realistas fueran las obras, mejor. Había una tradición en Roma, entre las familias patricias al menos, de conservar máscaras de cera de los antepasados, máscaras que los miembros vivos de la familia usaban en los funerales. A partir de esta costumbre se desarrollaron los bustos de bronce y piedra, en ambos casos de gran realismo.[992]

En la arquitectura, la invención del cemento hacia finales del siglo III supuso un enorme progreso. Los romanos descubrieron que una mezcla de agua, cal y un material arenoso se endurecía para formar una sustancia perdurable que podía emplearse tanto para unir ladrillos como para material de construcción en sí mismo, y al que además se podía, hasta cierto punto, dar forma con un molde. Esto tuvo dos consecuencias inmediatas. En primer lugar, que los grandes edificios públicos como los baños o los teatros podían construirse en el centro de la ciudad. Ya no era necesario transportar enormes bloques de piedra desde lugares apartados sino arena, que podía transportase en pequeñas cargas, mucho más fáciles de manejar, y fue posible así crear estructuras mucho más complejas para albergar a un número muy grande de personas. En segundo lugar, dado que se podía dar forma al cemento mientras estaba húmedo y no había necesidad de tallarlo, como la piedra, las construcciones requerían menos trabajadores cualificados e incluso los esclavos podían hacer el trabajo. En consecuencia, las obras resultaban mucho más económicas. Todo esto hizo que la arquitectura monumental pudiera ser fabricada a una escala mucho mayor que antes, y ésta es la razón por la que Roma es hoy en día una ciudad con tantísimas ruinas clásicas.[993]

El otro desarrollo importante en las artes visuales en Roma provino de la idea de «los clásicos» que hemos mencionado antes. Ésta, como dijimos, fue una idea romana y nació de la sensación que Roma tenía de haber triunfado sobre la Grecia clásica, y aunque muchos romanos pensaban que los griegos eran un pueblo afectado e incluso afeminado, Roma sentía un inmenso respeto por la cultura griega. (Al defender al poeta griego Arquías, a quien se acusaba de proclamarse ilegalmente ciudadano romano, Cicerón afirmó: «La literatura griega se lee en prácticamente todas las naciones que hay bajo los cielos, mientras que el latín está confinado en sus propias fronteras, y ellas son, debemos reconocerlo, estrechas»).[994] Desde el siglo I a. C., encontramos esculturas griegas y copias de éstas en muchas casas de la clase alta romana. Gran parte de estas copias eran realmente de muy buena calidad y en la actualidad conocemos buena parte de la escultura griega sólo, o principalmente, a través de copias romanas, que hoy, por supuesto, son también muy valiosas por sí mismas.[995] Los generales romanos se apropiaban como botín de cuanto podían: en el año 264 a. C. se saquearon dos mil estatuas en Volsinii.[996] (George Meredith dijo alguna vez que si hay una idea abstracta que la mente militar es capaz de captar es la del botín).[997] Los artistas griegos pronto se adaptaron a la nueva situación y surgió un próspero mercado artístico en Atenas (los denominados talleres neoáticos) para satisfacer el gusto de los turistas romanos. Más tarde aún, los artistas griegos empiezan a viajar al Tíber.[998] Roma misma, en cierto sentido, era una amalgama de ideas griegas y ambición latina, pero gracias en parte al cemento, hoy queda mucho más allí que en Atenas.

Aunque Roma no consiguió alcanzar la creatividad de la Grecia clásica (hay pocos testimonios, por ejemplo, de que los romanos hayan realizado trabajos matemáticos originales), sus logros están por doquier.

El mejor epitafio que se le ha dedicado es todavía el del historiador inglés del siglo XVIII Edward Gibbon: «Si se le pidiera a un hombre determinar el período de la historia del mundo en el que la condición de la raza humana ha sido la más feliz y próspera, respondería sin vacilar, que el que se extiende desde la muerte de Domiciano hasta el ascenso de Cómodo [80 d. C].. El enorme territorio que abarcaba el Imperio romano estuvo gobernado por un poder absoluto, guiado por la virtud y la sabiduría. Contuvo entonces a los ejércitos la mano firme pero gentil de cuatro emperadores, todos de un carácter y autoridad tales que inspiraban respeto involuntario. Nerva, Trajano, Adriano y los Antoninos preservaron las formas de la administración civil con gran cuidado, encantados con la imagen de libertad que ofrecía y satisfechos de poder considerarse a sí mismos los responsables servidores de las leyes».[999]

Incluso si este veredicto no se acepta ya en su totalidad, el hecho de que este sentimiento se mantuviera durante tanto tiempo es un testimonio de los muchos triunfos de Roma.

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