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Segunda parte. De Isaías a Zhu XI: La novela del alma » Capítulo 10. Paganos y cristianos, las tradiciones mediterránea y germánica

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Actualmente se han excavado unas tres docenas de yacimientos ubicados a lo largo de lo que fue la frontera del imperio romano, en un eje noroeste-sureste, a grandes rasgos delineado por el Rin y el Danubio.[1119] Estas investigaciones nos han proporcionado enormes cantidades de información sobre la organización social de los «bárbaros», sobre sus creencias, su arte y su pensamiento. Las descripciones que nos dejaron César (en el siglo I a. C.) y Tácito (hacia el año 100 d. C.) son muy diferentes de las que encontramos en los autores del siglo III. Mientras los primeros describen grupos reducidos y tribales que habitan pequeñas localidades, los grupos del siglo III son más grandes y están mucho mejor organizados, esto es, son confederaciones de tribus. Los mismos romanos contribuyeron a dar origen a esto: entrenaron a los extranjeros como auxiliares en el ejército y el imperio creó una demanda de artículos que hizo que los centros provinciales se ampliaran para atender este mercado. Centros como Jakuszowice, Gudme y Himlingoje crecieron, si bien el más estudiado es Runder Berg, uno de los cincuenta fuertes situados en las cimas de las colinas a lo largo de la frontera del imperio en el suroeste de Germania que se conocen. Los testimonios arqueológicos muestran que el fuerte estuvo ocupado por un rey alemán y sus seguidores. Los talleres del fuerte no sólo fabricaban armas, sino adornos de bronce y oro, objetos labrados en hueso y dados. También abundan las piezas de cerámica y cristalería romanas, importadas de la Galia, al oeste del Rin y, por lo menos, a unos ciento cuarenta kilómetros de distancia.[1120]

Los celtas celebraban sus ritos en bosques sagrados o nemetona, pero no disponían de templos en los cuales albergar imágenes de sus deidades. Dio Casio escribió que los bretones tenían santuarios dedicados a Andraste, la diosa de la victoria.[1121] «Estos bosques eran lugares pavorosos, a los que se tenía un respeto reverencial y en los que sólo se adentraban los sacerdotes».[1122] La reconstrucción de los lugares de culto que han sido encontrados en tierras germanas evidencia que éstos tuvieron como modelo los templos galorromanos. En Empel, en la orilla sur del río Maas, en Holanda, se han encontrado fíbulas metálicas y otros objetos que son indicio del culto a la deidad Hércules Magusenus, una combinación típica de las identidades romana e indígena. En estos santuarios se dejaban armas y material para equitación. El depositar objetos en el agua era otra variante en los rituales. En el nacimiento del Sena, en el oriente de Francia, hubo un emplazamiento, en el que se dejaron esculturas de madera de figuras humanas y de partes del cuerpo, dedicado a la diosa prerromana Sequana. Los pozos eran igualmente centros rituales.[1123] Entre los dioses venerados por los bárbaros estaban también Sirona, diosa de las fuentes termales y curativas (Moselle, en el Rin; Sul o Sulis en Bath, Inglaterra); Epona, diosa de los caballos celta; Nehalennia (en la costa holandesa del mar del Norte), diosa de la navegación; y las diosas madre, Matronae anfaniae y Matronae vacallinehae, en la región del Rin.[1124] En Germania, Tácito nos dice que los germanos sólo tenían tres estaciones: primavera, verano e invierno. En realidad, dividían el año en seis períodos de sesenta días o dobles meses. El año empezaba al comienzo del invierno con una festividad equivalente al Samhain celta.[1125] Las runas empezaron a aparecer en el siglo I o II d. C., y actualmente el consenso es que constituyeron un intento deliberado de crear un sistema de escritura comparable al alfabeto latino como consecuencia del contacto intercultural entre los bárbaros y los romanos.[1126]

Por tanto, un examen detenido de las evidencias arqueológicas nos lleva a concluir que, con una gran excepción, los bárbaros no aparecieron de la nada y que no se produjo ningún «choque de civilizaciones» repentino.

La excepción la constituyeron los hunos, una confederación nómada dirigida por un líder asiático que hacia finales del siglo IV ocupaba un área cercana al mar Negro. Los hunos eran «diferentes a cualquier otro pueblo que hubieran visto los romanos o sus vecinos».[1127] Todo lo relacionado con ellos —su estilo de vida, su apariencia y, en especial, su forma de combatir— pareció terrible al Viejo Mundo y fue la llegada de los hunos, más que cualquier otra cosa, lo que cambió la forma en que los romanos y los bárbaros se pensaban a sí mismos. Estos nómadas de las estepas tenían que desplazarse constantemente para sobrevivir. Ayudados por su propio invento, el arco huno, que les permitía disparar mortales lluvias de flechas sin bajar del caballo, consiguieron el apoyo de muchas tribus, con lo que dejaron de ser una banda para convertirse en un ejército que subsistía con base en el pillaje.

Salvo por el reinado de Atila (444-453, «el azote de Dios», pero cuyo nombre significa «papá» en gótico, lo que evidencia su diversidad étnica), los hunos nunca fueron un pueblo unido o centralizado, y se desintegraron después de unas cuantas generaciones. Pero, bárbaros entre los bárbaros, su intervención permitió a otras tribus aprovecharse del imperio que ellos había devastado.

Esta gente era más primitiva que los romanos: no tenían complejos sistemas políticos o jurídicos, no construían grandes obras arquitectónicas comunales, carecían de sistema educativo y, hasta donde sabemos, no dejaron obras literarias significativas. (El código jurídico más antiguo entre ellos, el código visigodo de Eurico, fue elaborado entre el 470 y el 480).[1128] Pero los invasores germanos fueron más flexibles y menos implacables de lo que algunas versiones afirman. Durante el siglo VI, las tribus, una por una, adoptaron el cristianismo, lo que tuvo una curiosa consecuencia. Se estableció entonces en Europa una división que nunca llegó a rectificarse por completo: una brecha nacional entre los pueblos latinos y germánicos, y una brecha social entre clérigos que hablaban latín y campesinos que hablaban dialectos.[1129] «Dado que los francos y los anglosajones estaban aprendiendo estas tradiciones [cristianas] como discípulos y no enseñándolas como maestros, los embargaba cierto sentimiento de inferioridad. Los escritores francos y germánicos tendrían que soportar las burlas de los latinos, que los tildaron de “bárbaros” a lo largo de toda la Edad Media».[1130] Eginardo, el biógrafo de Carlomagno, escribía en el año 830 que a él mismo se le había considerado «poco más que un bárbaro inexperto en la lengua romana». Esta división entre pueblos latinos y germánicos, como hemos señalado, nunca sería extirpada por completo del modo de pensar europeo, y tampoco la noción, vinculada a ella, de que los primeros eran de algún modo más «cultivados» que los segundos. Con todo, la conversión de los francos y los sajones al cristianismo significó el último giro de esta historia en particular. Desde entonces, los bárbaros serían los herejes y los paganos. Su conversión creó el escenario para la batalla ideológica más despiadada de la baja Edad Media. Como tendremos ocasión de ver, el paganismo, aunque «derrotado», no había sido en realidad destruido.

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