Ideas

Ideas


Cuarta parte. De Aquino a Jefferson: El ataque a la autoridad, la idea de lo secular y el nacimiento del individualismo moderno » Capítulo 18. La llegada de lo secular: Capitalismo, humanismo, individualismo

Página 51 de 106

Pietro Pompanazzi (1462-c. 1525) es un ejemplo representativo de la filosofía del Renacimiento. Este pensador concluyó que el aristotelismo no podía demostrar que el alma tuviera una existencia independiente, y aunque no negó la inmortalidad de ésta, señaló que el problema era irresoluble y que, por tanto, un sistema ético basado en recompensas y castigos después de la muerte carecía de sentido. En su lugar, sostuvo que era necesario construir un sistema vinculado a esta vida. «La recompensa de la virtud es la virtud misma», afirmó, «mientras que el castigo del vicioso es el vicio». Las autoridades religiosas no miraban con buenos ojos las ideas de Pompanazzi y si se libró de la hoguera fue gracias a su gran amistad con el cardenal Pietro Bembo (1470-1547), él mismo un admirador del pensamiento clásico y pagano. Ahora bien, los libros de Pompanazzi fueron quemados.

Con todo, su filosofía es una prueba del cambio que estaba empezando a producirse y de que ese cambio implicaba de algún modo un mayor escepticismo. Erasmo, Petrus Ramus (1515-1572), Michel de Montaigne (1533-1592), Pierre Charron (1541-1603), Francisco Sánchez (1562-1623) y Blaise Pascal (1623-1662) pueden todos ser considerados escépticos; aunque el suyo no fuera el escepticismo que asociamos con Hume o Voltaire, todos ellos se opusieron a la pedantería de los académicos, al dogmatismo de los teólogos y a las supersticiones de los místicos. Erasmo comentó que leer a Duns Escoto lo «enojaba y hastiaba».[1781] (El escepticismo, la «tercera fuerza» del pensamiento del siglo XVII, para emplear la expresión de Richard Popkins, recibe una consideración más completa en el capítulo 25).

Gran estudioso y lingüista, estilista elegante y escéptico viajero, Erasmo fue el más famoso de los humanistas, de la misma forma en que Aquino fue el más famoso escolástico y Voltaire sería el más famoso racionalista.[1782] Nacido en Holanda hacia 1466, su pensamiento dominó la intelectualidad europea durante toda una generación. Uno de sus amigos llegó a anotar: «En público se me identifica como el hombre que recibió una carta de Erasmo».[1783] Su madre y su padre murieron a comienzos de su adolescencia y su tutor lo envió a un monasterio. Esto podría haber sido un callejón sin salida, pero en 1492 se hizo sacerdote y se trasladó a la corte del obispo de Cambrai y de allí a la que era su meta, la Universidad de París. Sin embargo, su encuentro con ella resultó una gran desilusión, pues una vez llegó allí descubrió que la institución había decaído mucho y los enfrentamientos verbales de los escolásticos le parecieron secos y rígidos, centrados en detalles estériles y en discusiones que se remontaban a Duns Escoto, Guillermo de Occam y Tomás de Aquino. La mente de la otrora gran universidad se había atrofiado.[1784]

Si la experiencia formativa de Erasmo en París fue negativa, la visita que realizó a Inglaterra en 1499 fue mucho más positiva, ya que cambió su vida de forma fundamental. Allí conoció a Tomás Moro, William Grocyn, Thomas Linacre, John Colet y otros humanistas ingleses. Estos hombres piadosos e incluso ascéticos le parecieron a Erasmo la combinación perfecta del estudioso de los clásicos y el cristiano devoto. Se trataba, pensó, de almas generosas, que buscaban la verdad con honestidad, sin tener que involucrarse en las mezquinas disputas y áridas autodefensas a las que se dedicaban los académicos parisinos. En la casa de sir Tomás Moro, entrevió la que se convertiría en la meta de su vida: la reconciliación del cristianismo con los clásicos. Pero, por supuesto, no los clásicos en el sentido de Tomás de Aquino, quien se había basado fundamentalmente en el canon aristotélico, sino en los recién descubiertos, para los que Platón ocupaba un lugar central. Platón, Cicerón y los demás autores fueron una revelación para Erasmo. «Cuando leo ciertos pasajes de estos grandes hombres», escribió, «me resulta difícil abstenerme de exclamar, san Sócrates, ruega por mí».[1785] Este sentimiento era tan fuerte que cuando regresó de Inglaterra decidió aprender griego, pese a tener ya treinta y cuatro años, para poder leer a sus amados clásicos en su lengua original. Tardó tres años en conseguirlo. Y entonces empezó el período más frenético de su vida, en el que tradujo y editó obras de la antigüedad. Para 1500 había reunido una colección de aproximadamente ochocientos Adagios, dichos y epítetos de los clásicos latinos, que se publicaron en diversas ediciones populares. Sin embargo, Erasmo no dio la espalda al cristianismo, y tuvo tiempo para componer su propia traducción de la Biblia (griego en una página, latín en la siguiente), así como ediciones de los padres de la Iglesia.

En 1509 muere Enrique VII de Inglaterra. Los amigos de Erasmo le escriben y lo instan a viajar al país con la esperanza de conseguirle algún ascenso con Enrique VIII. Erasmo, que entonces se encontraba en Italia, parte a Inglaterra de inmediato, y mientras cruza los Alpes concibe la que se convertirá en su obra más famosa, El elogio de la locura. Escribió esta sátira de la vida monacal en una semana, mientras se encontraba, de nuevo, en casa de sir Tomás Moro. Y como reconocimiento tituló la obra Moriae Encomium. Publicada en 1511, el libro se convirtió al instante en un éxito y se tradujo a muchos idiomas. En 1517 Hans Holbein el Joven, que entonces tenía dieciocho años, compuso una serie de dibujos para los márgenes de una edición posterior, resultado de los cuales es que, con seguridad, es uno de los libros más bellos, interesantes y valiosos de todos los tiempos. El libro de Erasmo también inspiró toda una serie de obras satíricas, entre ellas la de Rabelais. Aunque quizá el «humor» de este texto nos parezca hoy bastante torpe, en su momento Erasmo probablemente acertó al elegir este tono en su ataque a la pereza, estupidez y avaricia de los monjes, ya que permitía que sus lectores se rieran sin tener que cuestionar seriamente sus creencias. El bobo o el «loco» había sido una figura familiar en la narrativa y el teatro medievales y era a este género al que Erasmo se acogía. Al igual que Petrarca, que había ofrecido dos mensajes —la estética y Platón—, Erasmo tenía dos mensajes: que los clásicos eran una fuente de conocimientos noble y honorable, y que la Iglesia era una institución cada vez más vacía, pomposa e intolerante.[1786]

La tolerancia, y en particular la tolerancia religiosa, constituyó un aspecto clave del humanismo que tendría consecuencias perdurables. Aquí brillan tres nombres: Crotus Rubianus, Ulrich von Hutten y Michel de Montaigne. Las Cartas de hombres oscuros de Rubianus y von Hutten han sido con frecuencia consideradas la sátira más devastadora anterior a Swift. Sus orígenes son complejos. Un judío alemán, Johann Pfefferkorn, se había convertido al cristianismo y, como muchos conversos, se había vuelto ferozmente fanático en la defensa de su nueva fe, al punto de proponer que se obligara a asistir a la iglesia a todos los judíos que no habían conseguido ver la luz como él lo había hecho y se les prohibiera prestar dinero a interés. De igual modo, pretendía que todos los libros judíos con excepción del Antiguo Testamento fueran quemados. Debido a lo que era o, mejor, a lo que había sido, sus ideas fueron tomadas en serio y se recabó la opinión que tenían al respecto numerosos clérigos y eruditos alemanes. Tras considerar la cuestión, una de las personalidades consultadas, John Reuchlin, concluyó que, en contra de la idea de Pfefferkorn, la literatura judía era en términos generales digna de elogio, aunque concedía que ciertas obras místicas podían descartarse. Por tanto, en lugar de aprobar las sugerencias de Pfefferkorn, adoptó una postura opuesta y propuso la creación de una cátedra de lengua hebrea en todas las universidades «con el objetivo de que los gentiles puedan familiarizarse mejor con ella y, por tanto, sean más tolerantes con la literatura hebrea».[1787] La propuesta enfureció a los antisemitas de todo el país, pero Reuchlin recibió también cartas de apoyo de muchos de sus amigos más distinguidos, algunas de las cuales publicó bajo el título de Cartas de hombres eminentes. Fue esta obra la que inspiró a Rubianus y von Hutten a escribir una sátira de quienes atacaron a Reuchlin. Publicada en 1515, Cartas de hombres oscuros finge ser una colección de epístolas escritas por sacerdotes ignorantes y miembros del bajo clero a una persona real, Ortuin Gratius, un destacado dominico alemán que entonces personificaba la intolerancia y pedantería de los escolásticos. Parte de la efectividad de las Cartas es producto de su ordinariez (clérigos borrachos preguntan, por ejemplo, si es o no pecado mortal saludar a los judíos, o cuándo es que el polluelo se vuelve carne dentro del huevo para evitar comerlo los viernes), pero en su conjunto constituyeron un gran ataque contra la pedantería escolástica, que nunca recuperó después su antiguo prestigio.[1788]

Otro gran logro, efecto del humanismo, se dio en el ámbito de la educación. Tan completo fue su triunfo que las lenguas y literaturas de la antigüedad pagana se convirtieron en la base del currículo, una posición preeminente que todavía conservan en muchos lugares. Este currículo clásico se adoptó inicialmente en las universidades italianas, de las cuales pasó a París, Heidelberg, Leipzig, Oxford y Cambridge. Quien introdujo el currículo humanista en esta última ciudad fue Erasmo, y en el caso de las instituciones alemanas la labor estuvo a cargo de figuras como Agrigola, Reuchlin y Melanchthon. Erasmo defendió la educación humanista por toda Europa, en Inglaterra recibió el apoyo entusiasta de Tomás Moro y Roger Ascham y, en Francia, de Le Fèvre d’Étaples y Guillaume Budé. Bajo la influencia de los humanistas las universidades se volvieron más tolerantes respecto de la ciencia y en particular de las matemáticas. La medicina también se difundió, como veremos en un capítulo posterior.

En 1517, el año en que Hans Holbein el Joven añadió sus ilustraciones al Elogio de la locura, Martín Lutero clavó sus «Noventa y cinco tesis» sobre las indulgencias a la puerta de la iglesia de Wittenberg. Erasmo compartía muchos de los recelos que Lutero sentía hacia la Iglesia, pero los temperamentos de ambos eran muy diferentes. A principios de 1517, meses antes de que Lutero diera el paso decisivo, había escrito lo siguiente acerca de Erasmo: «Las consideraciones humanas tienen para él más valor que las divinas». Para un humanista, éste era un cumplido algo ambiguo.

A diferencia de Lutero, Erasmo era consciente de que llevar la crítica de la Iglesia demasiado lejos sólo podía conducir a que ambos bandos se volvieran más intransigentes y se alcanzara un punto muerto que, en realidad, impediría el cambio que ellos dos querían. El siguiente cruce epistolar entre ambos personajes resume sus diferencias y llega a la raíz de lo que el humanismo se proponía conseguir. Escribe Lutero: «A pesar de que a menudo converso con vos y vos conmigo, Erasmo, nuestra gloria y nuestra esperanza, no nos conocemos aún el uno al otro. ¿No es eso extraordinario?… Pues, ¿hay alguien en cuyo ser más íntimo no haya penetrado Erasmo, alguien a quien Erasmo no haya enseñado, en quien Erasmo no reine?… Por tanto, Erasmo, aprende, si os place, a conocer a este pequeño hermano en Cristo también; él es con toda certeza vuestro ferviente amigo, aunque debido a su ignorancia sólo merezca ser enterrado en un rincón, desconocido incluso para vuestro sol y clima». La respuesta de Erasmo fue diplomática, pero clarísima: «Querido hermano en Cristo, la carta en la que evidenciáis el entusiasmo de vuestra mente respira un espíritu cristiano y ha sido una gran alegría para mí. No puedo describiros el revuelo que vuestros libros están causando aquí [en Lovaina]. No hay forma de disuadir a estos hombres de la sospecha de que vuestras obras han sido escritas por un ayudante y de que yo soy, como ellos dicen, el portaestandarte de vuestro partido… Les he dado testimonio de que me sois por completo desconocido, de que no he leído vuestros libros y de que ni apruebo ni desapruebo nada… Intento mantenerme neutral, de manera que pueda contribuir al renacimiento del estudio tanto como pueda. Y soy del parecer de que es más lo que se logra mediante la modestia civil que mediante la impetuosidad».[1789]

Después de que Lutero fuera excomulgado en 1520, Alberto Durero apeló a Erasmo pidiéndole que apoyara al primero, pero en la respuesta explicaba que no tenía la fortaleza necesaria para el martirio y que en caso de que se produjera un tumulto, imitaría a Pedro.

Sin embargo, a pesar de su moderación, Erasmo no pudo librarse completamente del conflicto. Los católicos fanáticos le acusaron de haber puesto los huevos «empollados por Lutero y Zvinglio», su Elogio de la locura pasó a engrosar el Índice de libros prohibidos y él mismo sería condenado como «hereje impío» por el Concilio de Trento. En otras palabras, no era bienvenido en ninguno de los dos bandos. Quizá esto fuera inevitable, pero ello no lo hace menos trágico. Erasmo había llevado, o intentado llevar, la vida ideal de un humanista, la de alguien que cree en la vida intelectual y que piensa que la virtud puede fundarse en la humanidad, que la tolerancia era tan virtuosa como fanática era la certeza, que los hombres que meditan se convierten en buenos seres humanos y que aquellos que están familiarizados con las obras de todas las épocas pueden vivir y ser más felices y, sí, más justos, en su propia época.

En un capítulo anterior vimos como el ascenso de las universidades y el de las letras latinas contribuyó a unificar Europa. La Reforma, movimiento que estudiaremos en un capítulo posterior, tuvo un fuerte componente nacionalista: Lutero era innegablemente alemán y Enrique VIII implacablemente inglés, por ejemplo. Tras Erasmo surgieron estudiosos que fueron no menos cosmopolitas (Lipsio, Grocio), pero, en cierto sentido, él fue el último europeo verdadero.

Giorgio Vasari (1511-1574) pensaba que el renacimiento florentino se debía a un cambio en la naturaleza humana. Consideraba que la rivalidad, la envidia, la búsqueda de gloria y fama habían ayudado a impulsar la transformación de la ciudad, que la vida era mucho más veloz en el mundo burgués de los mercaderes y banqueros. En la actualidad, nos resulta más fácil apreciar que estos sentimientos y formas de actuar son síntomas del cambio y no tanto causas. En cualquier caso, es importante que abundemos en esa nueva sensibilidad.

Fue en Florencia, por ejemplo, donde surgió por primera vez la idea moderna del artista como un genio y un bohemio, que actúa de acuerdo con sus propias reglas. Esta noción fue producto de la adaptación de un concepto de la medicina antigua. En aquella época todavía estaba vigente la teoría de los cuatro temperamentos identificados por Hipócrates (colérico, sanguíneo, flemático y melancólico), pero se había añadido a ella un sistema de «correspondencias». Por ejemplo, se creía que el temperamento sanguíneo, que se explicaba por la preponderancia de la sangre en el cuerpo, hacía a los hombres tranquilos, felices y enamoradizos y, por tanto, se lo asociaba con Venus y la primavera. A los melancólicos, cuya actitud se debía a la preponderancia de la bilis negra («melancholia»), se los vinculaba a Saturno y el otoño. Ahora bien, Aristóteles había sugerido que todos los grandes hombres eran melancólicos y el humanista Marsilio Ficino desarrolló esta concepción añadiéndole la idea platónica de que la inspiración es un arrebato de origen divino (furor). Esta imagen del artista como un genio caprichoso demostró ser perdurable.[1790]

Sin embargo, el mayor cambio psicológico del Renacimiento fue el desarrollo del individualismo, un hecho sobre el que el primero en llamar la atención fue Jacob Burckhardt, aunque la idea ha sido luego ampliada por otros autores. Peter Burke afirma que este proceso se funda en tres aspectos: un incremento de la conciencia de la propia identidad, un aumento de la competitividad (¿vinculado acaso al capitalismo?) y un creciente interés por la unicidad de las personas. La multiplicación de los autorretratos, las biografías y los diarios (que proliferan aún más que en el período entre 1050 y 1200) es una característica de la época, al igual que la innovación que supuso la aparición de libros «prácticos», como el Príncipe de Maquiavelo, el Cortesano de Castiglione o los Ragionamenti de Aretino, en los que el énfasis se pone, la mayor parte de las veces, en la técnica y la elección, en el sentido de que el individuo podía elegir entre distintas alternativas lo más apropiado a su carácter, bolsillo o capricho.[1791] Aproximadamente en la misma época, en Italia, en especial en Venecia, se comienzan a producir en grandes cantidades los espejos planos y no deformantes, objetos que también, se considera, contribuyeron a fomentar la autoconciencia. Una canción de carnaval del siglo XVI subraya este aspecto; traducida en prosa, la composición dice: «Los defectos del hombre pueden apreciarse en el cristal, defectos que nos son fáciles de ver como los de los demás. Así el hombre puede determinar su propia medida y afirmar “seré mejor de lo que hasta ahora he sido”».[1792] Luego tenemos la idea de sprezzatura, despreocupación, de Castiglione, para quien todo debe estar calculado para parecer natural, lo que constituye, asimismo, una forma de autoconciencia, una reflexión sobre las cuestiones de estilo individual.[1793]

Burckhardt sostuvo además que también la idea moderna de fama nació en el Renacimiento, aunque otros historiadores han descartado esa posibilidad al señalar que los caballeros de la Edad Media encarnaban una psicología similar. Con todo, Peter Burke anota que en la literatura renacentista las palabras que implican autoafirmación, competencia y deseo de fama eran bastante comunes, por ejemplo: emulación, competición, gloria, rivalidad, envidia, honor, vergüenza y, por encima de todo, valor y valía (valore, virtú).[1794] Burckhardt mismo señala que los términos singolare y unico adquieren un nuevo uso y empiezan a emplearse como elogios, y Vasari, por ejemplo, decía al respecto que: «La rivalidad y la competencia, que llevan al hombre a buscar mediante grandes obras conquistar y superar a aquéllos más distinguidos que él mismo con el objetivo de obtener honor y gloria, son cosa digna de alabanza».[1795] Por lo general, se considera que el culto a la fama es uno de los productos más importantes del humanismo. «El estudio de la antigüedad condujo a un contacto fresco con el concepto de gloria personal, que en términos generales es una noción pagana —famam extendere factis / hoc uirtutis opus (“ampliar la fama con actos, tal es la tarea de la virtud”; Eneida X, 468-469)—, y el simple hecho de que los textos clásicos que registraban tales logros hubieran sobrevivido daba fuerza a la idea de que los esfuerzos de la época podrían perdurar de forma semejante».[1796] El individualismo llevaba aparejada cierta sensación de «vértigo», afirman William Kerrigan y Gordon Braden, que citan a Maquiavelo: «Estoy completamente convencido de lo siguiente: es mejor ser impetuoso que ser cauto, porque la fortuna es una mujer y, si uno desea conquistarla, es necesario sacudirla y luchar con ella».[1797]

El que el acento se ponga ahora en los logros más que en la cuna está estrechamente relacionado con esto, y supone otro cambio significativo respecto de la Edad Media, en la que los valores de la «sangre» ocupaban un primer lugar. Esto está asociado a la idea de que el hombre era un animal racional, calculador. En italiano la palabra ragione se empleaba en diversas formas, pero todas ellas implicaban la idea de cálculo. Los mercaderes denominaban a sus libros de contabilidad libri della ragione. El Palacio de la Razón de Padua era un tribunal, pues la justicia implicaba una consideración atenta de los hechos. En arte, ragione significa proporción, razón. El uso del verbo ragionare en el sentido de «hablar», de ofrecer razones que apoyen los propios argumentos, refleja el hecho de que el hombre razona (y calcula) al hablar, lo que lo separa de los animales. El cálculo, que después del siglo XII había, como hemos visto, empezado a introducirse en distintos aspectos de la vida, se convirtió en una parte integral de ésta durante el Renacimiento. Al respecto, Burckhardt llama la atención sobre las estadísticas de importaciones y exportaciones elaboradas en Venecia y Florencia, y a los presupuestos de la Iglesia en Roma.[1798] Hasta finales del siglo XIV el tiempo se dividía según las partes del día, y los intervalos cortos se median en Aves, la cantidad de tiempo que se tardaba en rezar un Avemaría. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XV se introdujeron relojes públicos en Bolonia, Milán y Venecia, y poco después se inventó el reloj portátil (horologi portativi). En Sforzinda, la utopía de Antonio Filarete, se habla incluso de escuelas con relojes con alarma. En su tratado sobre la familia, Leon Battista Alberti afirma que el tiempo es «precioso» y manifiesta su odio por la holgazanería.[1799] La preocupación por la utilitas, utilidad, creció. En su utopía, Filarete llegó incluso a prohibir la pena de muerte con el argumento de que los criminales eran más «útiles» si se los obligaba a hacerse cargo de las tareas desagradables que ningún otro quería realizar. Ésta puede parecernos una solución muy cruda, pero sin duda era producto del cálculo.

En la medida en que la educación ayudaba a que cada quien razonara por sí mismo, se consideraba que el estudio contribuía a la dignidad del hombre. Los autores renacentistas estaban especialmente interesados en lo que denominaban la humana conditio, la condición humana. El ideal de los humanistas era ser tan racional como fuera posible y, por tanto, la gramática, la retórica, la historia, la poesía y la ética recibieron en Florencia el nombre de studia humanitatis, humanidades, porque permitían al hombre alcanzar su plenitud como ser humano. Algo para lo cual el conocimiento de sí mismo se consideraba esencial.[1800] Esto se tradujo en un nuevo concepto de educación, o, mejor, en un concepto de educación recuperado y revitalizado: la educación no sólo como aprendizaje sino como producción de buenos ciudadanos, esto es, la idea clásica de que los individuos completos participan con naturalidad en la vida de la polis. Mientras el humanismo medieval se apartaba del mundo, el humanismo renacentista era una forma de civismo y éste es otro de los aspectos que redescubrió en la antigüedad clásica.[1801]

Si bien no debemos exagerar estos cambios, tampoco debemos subestimarlos. El Renacimiento también tuvo un lado negativo. La violencia callejera, las prolongadas y encarnizadas disputas entre familias, la crueldad atroz. En ciertas épocas la piratería y el bandolerismo parecieron volverse endémicos. La magia y la adoración del demonio proliferaron, y los asesinatos aprobados por el papa no fueron un suceso desconocido. La Iglesia, «la institución fundamental de Occidente», pareció en ocasiones estar al borde de la bancarrota espiritual.[1802] ¿Se debió esto a la veloz acumulación de riquezas y al cambio que experimentaron los valores tradicionales? ¿Fue acaso una consecuencia del individualismo rampante? En la actualidad son muchos los que ponen en duda que el individualismo fuera tan nuevo y tan rampante como afirmaba Burckhardt. Y de hecho, al final de su vida el mismo historiador había empezado a manifestar sus dudas.[1803] Éste es otro ámbito en el que el verdadero cambio puede haber ocurrido en el renacimiento del siglo XII. No obstante, en comparación con la concepción medieval del hombre como una criatura caída, miserable, que esperaba en la tierra un paraíso situado en algún otro lugar, los humanistas del Renacimiento estaban ciertamente muchísimo más involucrados con el aquí y ahora y las posibilidades, placeres y oportunidades que ofrecía esta vida y podían conquistarse aquí en la tierra.[1804] Más o menos en el mismo sentido, la antigua obsesión por la vida contemplativa y la pobreza fue reemplazada por una pasión por la vida activa y por el elogio de la riqueza. Por ejemplo, Poggio Bracciolini, filólogo, polemista y anticuario italiano, escribió un diálogo titulado Sobre la avaricia, en el que defendía lo que hasta entonces se había tenido por un vicio. Los hombres debían producir más de lo que necesitaban, sostenía allí, pues de otro modo «se acabaría el esplendor de las ciudades, el culto divino y sus adornos se perderían, dejarían de construirse iglesias y galerías, y todas las artes desaparecerían… ¿Qué son las ciudades, mancomunidades, provincias y reinos, sino talleres públicos de avaricia?».[1805] El consumo para la ostentación, otra innovación del Renacimiento, era otra actividad que implicaba cálculo, pues incidía en la fama y reputación de quien se dedicaba a él. Cosimo de’ Medici sostuvo en una ocasión que el mayor error de su vida fue no haber empezado a gastar dinero diez años antes de lo que lo hizo.[1806]

A pesar de tener que dar marcha atrás en su hipótesis sobre el individualismo, la afirmación de Burckhardt según la cual los italianos fueron «los primogénitos de la Europa moderna» continúa siendo válida. En el Renacimiento, el mundo secular se expandió enormemente, si bien es cierto que la fe cristiana aún no había empezado a retroceder.

Ir a la siguiente página

Report Page