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Cuarta parte. De Aquino a Jefferson: El ataque a la autoridad, la idea de lo secular y el nacimiento del individualismo moderno » Capítulo 20. El horizonte mental de Cristóbal Colón

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Capítulo 20

EL HORIZONTE MENTAL DE CRISTÓBAL COLÓN

«Cristóbal Colón continuó afirmando hasta el final de su vida que había llegado a las “Indias” a cuyo encuentro había partido. Había desembarcado en unas islas cerca de Cipango (Japón) y en Catai (China). Había bordeado las costas de la provincia del Mangi descrita por Marco Polo [también en este caso, China] y llegado a sólo unas cuantas leguas de los dominios del mismísimo Gran Kan».[1864] Una legua medieval era la distancia que una embarcación normal podía recorrer en una hora. El engaño en que vivió Colón acaso nos haga hoy sonreír, pero lo importante aquí es que éste nos dice tanto sobre su época como sus épicos viajes de descubrimiento. En particular, nos recuerda que el hombre que descubrió el Nuevo Mundo era alguien más cerca de la Edad Media que de la era moderna.

Fuera o no consciente de ello, Colón representa toda clase de fuerzas históricas. En primer lugar, sus viajes son la culminación de un cúmulo de triunfos marítimos que habían comenzado siglos antes. (Éstos fueron reseñados por Bartolomé de las Casas en el siglo XVI).[1865] Algunos de ésos habían sido mucho más largos que el suyo, y no menos arriesgados y peligrosos. En cierto sentido, estos viajes de descubrimiento representan en su conjunto la característica más extraordinaria del ser humano: su curiosidad intelectual. Salvo por los viajes espaciales, la era moderna desconoce por completo la experiencia medieval de adentrarse en lo desconocido, y ello nos separa inevitablemente de Colón. Aunque en ocasiones lo que impulsaba a estos viajeros era el deseo de beneficios comerciales, sus viajes son, con toda seguridad, un ejemplo de auténtica curiosidad intelectual.

Como vimos en capítulos anteriores, hubo una época en la que Europa occidental no estaba a la cabeza de la tecnología y la exploración marítimas. Los griegos habían descubierto el Atlántico en el siglo VII a. C., cuando dieron el nombre de Columnas de Hércules a lo que hoy es el estrecho de Gibraltar. Según Hecateo, el mundo era básicamente un plato plano y circular, cuyo centro estaba cerca de Troya o de la actual Estambul, y el mar Mediterráneo era una vía de acceso a un océano que circundaba toda la tierra.[1866] A finales del siglo VI a. C., en el sur de Italia, un seguidor de Pitágoras propuso la idea de que la tierra era una esfera, una de las diez entidades de ese tipo que giraban en el espacio alrededor de un fuego ubicado en el centro. Esas otras entidades eran el sol, la luna, las estrellas fijas (los cielos), los cinco planetas y una anti-tierra.[1867] Los humanos no podemos ver el fuego central o la antitierra porque vivimos en el lado del planeta opuesto a ambos. Aunque para muchas personas resultaba evidente que la tierra era plana, Sócrates y Platón aceptaron la perspectiva pitagórica y el primero llegó a decir que la tierra era plana en apariencia debido a su enorme tamaño.

Los griegos sabían que la tierra firme se extendía desde España hasta la India y había rumores de que incluso más allá. Los territorios situados en dirección norte y sur les resultaban menos conocidos, pero Aristóteles creía que correspondían a unos tres quintos de la distancia este-oeste. Más importante aún, es el hecho de que consideraba que Asia se extendía en dirección este hasta dar la vuelta al mundo y que entre sus costas y las Columnas de Hércules sólo había una pequeña masa de agua. Esta idea tendría una gran fuerza, y seguía siendo relevante muchos siglos después, cuando Colón emprendió su primer viaje.[1868]

El primer gran viajero del que tenemos noticias es Piteas, que vivió en Massalia (la actual Marsella). Gracias a barqueros que habían recorrido el Ródano y conocido a otros viajeros, los habitantes de Massalia sabían que existía al norte un mar lo suficientemente grande como para contener islas, en las que se producían metales preciosos y una sustancia resinosa de color amarillo oscuro, muy apreciada debido a su belleza, denominada ámbar. Sin embargo, el Ródano no llegaba hasta este mar y nadie sabía en realidad lo lejos que estaba. Luego, hacia el año 330 a. C., unos marineros que regresaban tras viajar al Mediterráneo occidental informaron de que, en esta ocasión, las Columnas de Hércules no estaban siendo defendidas. Era la oportunidad que los mercaderes de Massalia habían estado esperando: el camino estaba libre y podían emprender la búsqueda de este mar del norte. Se escogió a Piteas para realizar este viaje y se le equipó con una embarcación de unos cuarenta y cinco metros de largo (más grande que las que emplearía Colón).[1869] Bordeando el continente, Piteas finalmente alcanzó el norte de Francia y luego, en medio de la niebla y la lluvia, pasó entre Inglaterra e Irlanda en dirección norte hasta llegar a las Orcadas y a continuación fue más allá de las Shetland y las Feroe y se encontró con una tierra en la que, durante el primer día del verano, el sol permanecía durante veinticuatro horas por encima del horizonte. Piteas denominó a este lugar Tule, y durante siglos Última Tule se consideró el fin del mundo en esta dirección (es posible que se tratara de Islandia, Noruega o incluso de alguna de las Shetland o las Feroe). Piteas regresó por Dinamarca y Suecia y descubrió un gran mar interior, el Báltico, donde comenzó su búsqueda del País del Ámbar. En su recorrido, descubrió ríos que fluían de sur a norte (como el Oder y el Vístula) y entendió que a través de ellos las noticias sobre el mar del norte habían llegado al Mediterráneo. Sin embargo, al regresar a casa, muchos se negaron a creer su historia y luego los cartagineses se hicieron con el control de las Columnas de Hércules, cerrando de nuevo el paso al Atlántico.[1870]

Por otro lado, los griegos sabían que más allá de Persia había un lugar llamado India. Habían escuchado relatos fabulosos sobre un rey tan poderoso que podía usar en la guerra cien mil elefantes, e historias de hombres con cabezas de perro y de gusanos enormes, capaces de arrastrar a un buey o a un camello hasta los ríos para devorarlos allí.[1871] En el año 331 a. C., Alejandro Magno comenzó la serie de conquistas que lo llevarían más allá de Persia, hasta Afganistán y el río Indo, en el que encontró a los cocodrilos, los gigantescos gusanos de los que hablaban las leyendas.[1872] Siguió el curso de este río en dirección sur hasta llegar al gran océano del que le habían llegado rumores. Era un «hecho»: la tierra estaba en verdad rodeada por el mar como los antiguos habían dicho.[1873]

Todos los detalles de estos viajes empezaron más tarde a ser reunidos por los estudiosos, especialmente en la famosa biblioteca de Alejandría (véase el capítulo 8).[1874] Allí, Eratóstenes (276-196 a. C.), probablemente el primer geógrafo matemático de la historia y uno de los bibliotecarios más destacados de la institución, se propuso crear el mapa más preciso del mundo. Mediante el método que hemos descrito antes en el capítulo 8, calculó que la circunferencia de la tierra tenía algo menos de 40 200 kilómetros, una cifra no muy lejos de la correcta. Éste, sin embargo, no fue el único logro de Eratóstenes, que también calculó la cantidad de tierra habitable del planeta según el clima y desarrolló el concepto de latitud, lo que le permitió localizar de forma más precisa ciudades como Alejandría misma, Massalia, Asuán y Méroe, que había sido descubierta Nilo arriba.[1875] El trabajo de Eratóstenes fue ampliado luego por Hiparco, quien hacia 140 a. C. ajustó la circunferencia de la tierra propuesta por su predecesor en dos mil estados para llegar a los 252 000, una cifra que podía dividir con exactitud en 360 grados de setecientos estadios cada uno. Esto le permitió trazar en los mapas líneas de latitud separadas un grado entre sí, Hiparco denominó a estas líneas klimata, que es de donde procede nuestra palabra «clima».[1876]

En la época de los romanos, el comercio fue el principal motor del conocimiento del mundo. La demanda de seda hizo que se descubrieran y ampliaran tanto la ruta de la seda terrestre como las rutas marítimas a China. El progreso realizado puede juzgarse a partir de un manual de navegación escrito por un anónimo mercader griego de Alejandría hacia el año 100 d. C. Conocido como Periplo del mar Eritreo, el texto describe la exploración de la costa oriental de África hasta Raphta, unos dos mil cuatrocientos kilómetros hacia el sur, y a continuación de las costas del norte del océano Índico, desde el mar Rojo hasta la desembocadura del Indo, y de Ceilán (Sri Lanka). Aunque a partir de allí la información sobre Oriente resulta vaga, el autor demuestra conocer el Ganges y, más allá de éste, Tina, el país de la seda (en otras palabras, China). La seda, como señalamos antes, fue la responsable de gran parte del avance del conocimiento geográfico del mundo y esto fomentó actualizaciones constantes. El siguiente, tras Eratóstenes, fue Claudio Ptolomeo en el año 140 d. C.

Aunque Ptolomeo contaba con mucha más información que Eratóstenes, no toda ésta era exacta y también él fue responsable de algunas de las concepciones erróneas que inspiraron los viajes de Colón. Fue él quien introdujo la noción de longitud, si bien en la época no existía forma de calcularla. Su idea era dividir el mundo en cuadrados de iguales dimensiones para contribuir a una localización más precisa de los distintos lugares. Además de incluir a China en sus mapas, Ptolomeo introdujo en ellos nueva información sobre el Atlántico, donde, según los rumores, estaban localizadas las Islas de la Fortuna, frente a la costa africana.[1877]

Después de Ptolomeo, el estudio de la geografía decayó de la misma forma en que lo hicieron tantas otras áreas del conocimiento durante la era del fundamentalismo cristiano. En el siglo VI, Cosme, un monje cristiano que antes de convertirse había recorrido el mundo como mercader, sostuvo que la tierra era un rectángulo. Se basaba para ello en el libro del Éxodo, en el que Dios llama a Moisés al monte Sinaí para revelarle muchos secretos y le ordena construir un tabernáculo. Según Cosme, éste debía de ser copia de la imagen del mundo, lo que para él significaba que el mundo tenía forma de tabernáculo.[1878] En su momento esto condujo a una «topografía cristiana» (así se titulaba el libro de Cosme) en la que la tierra estaba unida al cielo en los bordes y en la que el Paraíso se encontraba al oriente, al otro lado del océano, en una isla «bañada por el sol» cerca del cielo.[1879] De hecho, Cosme afirmaba que, pese a ser plana, la tierra estaba inclinada, lo que explicaba las montañas y por qué el sol desaparecía durante las noches. Esto también explicaba que al norte los ríos fluyeran con menos velocidad que al sur (iban cuesta arriba). Cosme consideraba que la tierra debía ser plana porque si fuera redonda la gente que habitara el otro lado viviría patas arriba, lo que evidentemente era imposible. Resulta curioso que, en cambio, le pareciera creíble que el Nilo fluyera cuesta arriba.

Para los cristianos primitivos y, en particular, para los padres de la Iglesia, la ubicación del Paraíso era una cuestión importantísima. Y dado que según la tradición el Tigris y el Éufrates nacían en el Paraíso, ambos ríos tenían que adaptarse a la creencia de que el Paraíso estaba situado en el extremo oriental del mundo. Una de las soluciones propuestas fue que los ríos del Edén fluían bajo la tierra antes de salir a la superficie, pero esto no era de ninguna utilidad pues implicaba que el hombre no podía seguirlos hasta el Paraíso.[1880] Otro problema era determinar el paradero de las razas monstruosas mencionadas en las Escrituras, en particular las de Gog y Magog, que habían invadido el mundo antiguo desde el norte y que, de acuerdo con la tradición, se alzarían de nuevo. ¿Dónde estaban exactamente? Determinar cuál era el centro de la tierra planteaba una dificultad adicional. Según dos salmos y dos pasajes del libro de Ezequiel, ese centro coincidía con Jerusalén y muchos mapas medievales se realizaron con esta idea.[1881] Sin embargo, pronto empezó a ser claro que ésta era una concepción muy difícil de mantener.

El primer gran aventurero del Atlántico, después de Piteas, y el primer explorador cristiano de la historia fue el monje irlandés conocido como san Brandán (o Barandán) el Navegante. Nacido hacia el año 484 cerca de Tralee y ordenado sacerdote en 512, Brandán creció escuchando los relatos de muchos pescadores irlandeses que se habían hecho a la mar y habían regresado con historias sobre unas islas situadas al oeste del país.[1882] Brandán, se nos dice, era un hombre decidido y aproximadamente hacia el año 539 partió junto a otros dieciséis monjes en búsqueda de la «Tierra Prometida de los Santos» en un viaje de los viajes de proporciones épicas. «Aunque la historia de su travesía no se escribiría hasta cuatrocientos años más tarde, cuando ya otros monjes habían realizado muchos viajes por el Atlántico, la reputación de Brandán era tal que se le atribuyeron los viajes que en realidad habían hecho otros… Si bien no tenían brújula, [él y sus compañeros] conocían las estrellas y habían prestado atención a las migraciones de las aves. Navegaron hacia el oeste durante cincuenta y dos días, tras lo cual llegaron a una isla y desembarcaron en ella. Allí sólo había un perro para recibirles, pero en cualquier caso pudieron levantar un refugio y descansar. Cuando iban a partir de nuevo, apareció un isleño que les proporcionó comida. Luego vagaron en todas direcciones antes de llegar a una isla en la que encontraron rebaños de ovejas blanquísimas y arroyos repletos de peces. Decidieron pasar allí el invierno y los acogieron en un monasterio. Luego continuaron hasta una isla baldía, en la que se detuvieron a cocinar; sin embargo, cuando lo estaban haciendo, la isla empezó a temblar y se hundió mientras ellos corrían apresuradamente hacia su bote. Como explicó Brandán, se trataba de una ballena».[1883]

Durante los siguientes siete días Brandán visitó muchas otras islas del Atlántico, como, por ejemplo, la Isla de los Hombres Fuertes, que estaba cubierta con una alfombra de flores blancas y púrpuras. Los monjes también navegaron alrededor de una enorme columna de cristal que flotaba en el océano y pasaron cerca de una isla de «herreros gigantes» que les arrojaron terrones de escoria al rojo vivo. (Decidieron que ésta era la frontera exterior del infierno). En uno de sus viajes al norte divisaron una montaña que arrojaba fuego y humo al cielo.[1884] Sin embargo, en ningún lugar pudieron hallar la tierra de promisión que constituía el objetivo de su viaje. Al final, el procurador de la Isla de las Ovejas accedió a llevarlos a la tierra de promisión. El viaje duró cuarenta días a través de un denso banco de nubes o niebla. Los monjes descendieron en la orilla y exploraron el territorio durante otros cuarenta días hasta que encontraron un río demasiado profundo para cruzarlo. Luego regresaron a su botes, atravesaron de nuevo el banco de nubes y volvieron a casa.

Se ha especulado muchísimo sobre estos «descubrimientos». El nombre de las islas Feroe proviene de la palabra danesa para oveja.[1885] La Isla de los Hombres Fuertes con sus flores blancas y púrpuras podría haber sido Canarias o acaso las Indias occidentales. La columna de cristal sólo puede haber sido un iceberg, y el cercano país de los herreros gigantes podría haber sido Islandia. Por su parte, la isla que lanzaba fuego al norte quizá fuera la diminuta isla Jan Mayen. ¿Y la tierra de promisión? La mención de los bancos de niebla sugiere que podría haber sido Norteamérica. En cualquier caso, la historia fue contada y recontada muchas veces hasta que la tierra de promisión terminó convirtiéndose en la isla de San Brandán y siendo incluida como tal en los mapas del Atlántico hasta 1650, si bien su ubicación exacta nunca llegó a establecerse.[1886]

La perspectiva que tenían los noruegos en el siglo X era diferente. Si trazamos una línea en dirección oeste desde la costa noruega, nos encontramos con las islas Feroe, Islandia y la isla Baffin. Islandia había sido descubierta muy temprano, y no sólo por los monjes irlandeses: los noruegos solían desterrar a Islandia a los recalcitrantes. Y cualquiera al que el viento desviara de camino a Islandia podía divisar Groenlandia, que fue colonizada hacia el año 986. Allí criaron ganado y ovejas y cazaron morsas y osos polares. También exploraron algunos territorios más al sur, aunque «explorar» quizá sea un término excesivo para lo que le ocurrió a Bjarni Herjolfsson, un joven mercader islandés al que el viento arrastró hacia el sur cuando se dirigía a Groenlandia. Tras atravesar una densa niebla, Bjarni llegó a una tierra de verdes colinas y bosques que no se parecía en nada a Groenlandia o Islandia. Después de que Bjarni consiguiera regresar a Groenlandia y excitar la imaginación de otros con historias sobre lo que había visto, un joven llamado Leif Eriksson zarpó en 1001 para emular su travesía.

Inicialmente, Eriksson llegó a una tierra árida a la que denominó Helluland (tierra de las piedras planas o de las losas). Más al sur, redescubrió el paisaje boscoso que Bjarni había visto, al que denominó Markland, tierra de los bosques. Y más al sur todavía, topó con una tierra en la que crecían uvas o bayas a la que denomino Vinland y en la que pasó el invierno. Otros siguieron los pasos de Leif, pero todos se encontraron con que los nativos, a los que llamaron skraelings, eran hostiles y bien murieron luchando contra ellos o fueron obligados a retroceder. El relato sobre Vinland de Adán de Bremen, escrito en 1070, se considera auténtico y en 1117 un legado papal de Groenlandia visitó el territorio, lo que implica que, al menos durante un tiempo, hubo allí una comunidad de almas (en 1960 se realizaron en Terranova excavaciones que sacaron a la luz construcciones similares a las encontradas en Groenlandia, las pruebas con carbono 14 permitieron indicar que probablemente estos edificios pertenecieron al siglo XI). Los registros del papado indican que en Roma todavía se recordaba a Groenlandia a finales del siglo XV.[1887]

En la dirección opuesta, Asia estaba tomando cuerpo en la mente de los europeos. «La idea más difundida sobre Asia era que en algún lugar de este continente vivía un gran gobernante cristiano llamado Preste Juan, tan poderoso que los reyes lo esperaban a la mesa». Sin embargo, su reino nunca pudo ser encontrado a pesar de los épicos esfuerzos de muchos exploradores y viajeros (algunos piensan que la leyenda del Preste Juan era una corrupción de una que se habría originado con Alejandro Magno). El primero de los tres grandes libros de viajes compuestos durante la Edad Media fue la Historia de los mongoles, de Juan de Plano Carpini, que inició su viaje en la Pascua de 1245. Enviado por el papa, Juan partió de Lyón y avanzó hasta Kiev con calma e, incluso, con cierta majestuosidad (tenía sobrepeso y cabalgar no le resultaba sencillo). No obstante, de Kiev en adelante, Juan descubrió que los mongoles habían creado un sistema de comunicaciones bastante eficaz, ya que contaban con estaciones a lo largo de las carreteras en las que podían cambiar de caballo hasta cinco y seis veces en un mismo día.[1888] De esta forma, realizó un recorrido que lo llevó de Crimea al norte del mar de Aral, pasando por los ríos Don, Volga y Ural, y luego, a través de Siberia, hasta Karakorum, al sur del lago Baikal, donde el Gran Kan tenía su corte. Juan fue muy bien recibido, se le concedió una audiencia con el Gran Kan, cuya madre le regaló un abrigo de piel de zorro que le resultaría de enorme utilidad durante su viaje de regreso, cuando los caminos estaban cubiertos de nieve y los viajeros tenían que dormir con frecuencia a cielo abierto. Al regresar a Europa, el libro sobre su viaje tuvo gran éxito, a pesar de que, como Juan señala con pena, no hubiera encontrado en su recorrido mención alguna del Preste Juan.

No obstante, su viaje fue una importante contribución al conocimiento de Oriente, ya que su Historia de los mongoles circuló por toda Europa (nuestra palabra «horda», que con frecuencia usamos aplicada a los mongoles, proviene del turco ordu, que significa «campamento militar»). Por su parte, el papa decidió enviar un predicador a Karakorum con la esperanza de convertir al Gran Kan. El elegido para esta misión, Guillermo de Rusbruck, partió en 1253 para descubrir que el Gran Kan no tenía ningún deseo de ser convertido.[1889] Aunque ello supuso una profunda decepción, mientras Guillermo estuvo en Karakorum se encontró con varios otros europeos, entre ellos un orfebre llegado de París y una mujer francesa que había sido raptada en Hungría, así como a un inglés, varios rusos y viajeros procedentes de Damasco y Jerusalén. Juan de Plano Carpini había estimulado el interés de los europeos por el continente asiático.

Ese interés podía advertirse especialmente en Venecia, cuyos mercaderes se habían mantenido vinculados con los comerciantes árabes y musulmanes, que les proporcionaban artículos procedentes de países situados más al este. Ésta fue la razón por la que los hermanos Polo, Nicolás y Mateo, decidieron abrirse camino en Asia en 1260. Este primer viaje resultó muy fructífero ya que el líder mongol de la época, el gran Kublai Kan, estaba tan interesado en Europa como los europeos estaban interesados en Asia y los hermanos Polo regresaron convertidos en sus embajadores. En 1271, cuando los venecianos regresaron a Oriente, llevaron consigo a Marco, hijo de Nicolás, que entonces tenía diecisiete años, al que se convertiría en uno de los viajes más épicos de todos los tiempos. Los Polo siguieron la antigua Ruta de la Seda (cincuenta y dos días de viaje) hasta alcanzar Kashgar y Yarkand, en los límites de China. Desde allí atravesaron el desierto y llegaron finalmente a Kanbalu (la actual Beijing), adonde se había trasladado la capital del Kan desde Karakorum. La ciudad fascinó a Marco Polo, que la describe como «más grande de lo que la mente puede imaginar… no menos de mil carruajes y caballos de carga entran en ella diariamente cargados con seda cruda; brocados y sedas de distintos tipos se fabrican allí en enormes cantidades».[1890]

Como su padre, Marco era un astuto comerciante, con una profunda sensibilidad para los negocios, y también se convirtió en favorito del Kan. Durante quince años le sirvió como embajador en China y el Oriente.[1891] De hecho, los Polo sólo regresaron a su ciudad cuando Kublai Kan y el gobernante de Persia hubieron acordado un contrato de matrimonio en el que se establecía el envío a Occidente de una joven prometida. Con tal fin se preparó una escolta de catorce naves, de la que formaban parte los Polo. Las embarcaciones partieron de Zaiton (la actual Amoy), en la costa del Pacífico (el cual, pensaban los Polo, daba la vuelta al mundo hasta alcanzar Europa), pero antes de llegar allí los Polo pasaron por Kinsai, la moderna Hangchow, lo que les deparó otra fantástica experiencia: la ciudad tenía ciento sesenta kilómetros de circunferencia, contaba con diez grandes mercados y tenía doce mil puentes. «Cada día se comercian en los mercados de Kinsai cuarenta y tres cargas de pimienta, cada una de ciento diez kilos».[1892] Marco Polo escuchó hablar de Cipango (Japón) a los marineros del convoy, quienes le dijeron que quedaba a unos dos mil cuatrocientos kilómetros del continente (en realidad queda a menos de mil kilómetros de Shangai y a unos trescientos veinte de Corea). Cuando los Polo finalmente llegaron a casa, sus amigos los recibieron sorprendidos, pues hacía mucho tiempo que pensaban que habían muerto. Después de ello, Marco escribió el relato de sus viajes, La descripción del mundo, pero como al principio nadie creyó en lo que decía se le apodó Il Milione debido a los «increíbles cuentos» que narraba (de hecho, el libro fue dictado a Rustichello da Pisa). Pese a la incredulidad de algunos de sus contemporáneos, los Polo habían llegado a los confines de Asia y habían conocido un nuevo y vasto océano.

El tercer gran viajero de la Edad Media fue el árabe Ibn Battuta, que partió de su casa en Tánger en 1325 con el objetivo, en primera instancia, de peregrinar a La Meca. No obstante, una vez alcanzada su meta, Ibn Battuta decidió ir más lejos. Viajó a lo largo de la costa oriental de África y llegó luego a Asia Menor, antes de adentrarse en Asia central en dirección a Afganistán y la India, país en el que fue muy bien recibido (era un cadí y, por tanto, un hombre culto y educado). Ibn Battuta vivió durante siete años en la India, y como ya le ocurriera a Marco Polo, se convirtió en embajador del gobernante del país, el sultán de Deli, en cuyo nombre emprendió un viaje a China. Durante el camino tuvo muchas aventuras, fue asaltado, robado y abandonado por bandidos que lo dieron por muerto, pero finalmente consiguió llegar a China en 1346 o 1347.

En los puertos chinos, Ibn Battuta encontró a muchos musulmanes, a los que en ningún sentido sorprendió su llegada. Tras regresar a su hogar, el siguiente viaje que realizó fue a España; luego partió hacia África occidental y llegó hasta el río Níger, donde una vez más fue bien acogido, en esta ocasión por musulmanes negros. El relato de sus viajes se convirtió en la base de los estudios geográficos, astronómicos y marítimos en los centros de aprendizaje musulmanes de Córdoba y Toledo. Estas tradiciones contribuyeron de forma importante a las ideas que inspiraron los viajes de Colón.[1893]

El horizonte mental de Cristóbal Colón estaba de algún modo determinado, al menos en parte, por las experiencias de estos viajeros. En esta época, viajar era arduo y con frecuencia peligroso, pero, no obstante, se realizaban viajes largos, en ocasiones muy largos, que contribuían a ampliar el conocimiento del mundo hasta el punto de excitar la imaginación de personas como el genovés. Sin embargo, los viajes de sus predecesores no fueron lo únicos que influyeron a Colón. También lo hicieron los mappae mundi, los mapas cristianos del mundo. El 24 de octubre de 1492, Colón escribe en su diario lo siguiente sobre Cuba: «Los habitantes de estas islas y aquellos que llevo conmigo en las naves se hacen entender por signos, pues no conozco su lenguaje, se trata de la isla de Cipango, de la que tantas maravillas se cuenta; y es ésta región la que he visto en las esferas y mapamundis».[1894] Estos mappae mundi habían aparecido con el cristianismo y, de hecho, habían contribuido a la difusión de la religión. En los evangelios, por ejemplo, se encomienda a los apóstoles que prediquen «a todas las naciones», con lo que se otorgaba un valor religioso a la geografía. Como sostiene Valerie Flint, los mappae mundi eran «en su mayor parte, menos descripciones geográficas que polémicas religiosas; menos mapas que formas de moral».[1895] Estos mapas utilizaban pasajes del Apocalipsis, los evangelios, los Salmos y demás libros de la Biblia como sus principales guías. Así, por ejemplo, Jerusalén se colocaba en el centro del mundo de acuerdo con las palabra de Ezequiel 5,5: «Así dice el Señor Yahveh: Ésta es Jerusalén; yo la había colocado en medio de las naciones, y rodeado de países». De igual forma, el este ocupaba la parte superior de los mapas porque se consideraba apropiado dar esta posición privilegiada a la región en la que, según el Génesis, estaba el Paraíso y los cuatro ríos que salían del Edén.[1896] El mundo habitado se dividía en tres continentes de acuerdo con la «entrega» a Noé de la tierra seca que Dios había realizado tres días después del Diluvio.[1897] Estas tierras con frecuencia se dibujaban formando un círculo rodeado por el océano y dividido por tres masas de agua principales que formaban una T mayúscula. Leonardo Dati (1360-1425) fue el primero que describió estos mapas como «T-O» en su poema La Sfera.[1898] Otras cuestiones que era necesario incluir en los mappae mundi eran los Reyes Magos, que venían de algún lugar de oriente, el Preste Juan y las razas monstruosas, que se volverían extremadamente populares entre los cartógrafos. Se consideraba que la India, en especial, era el hogar de muchos monstruos. Allí era posible hallar hombres con cabeza de perro, personas con los pies hacia atrás, individuos cuyos ojos, narices y boca se encontraban en el pecho o que tenían tres hileras de dientes. India también era famosa por tener «un gran bosque de pimienta». Con el paso del tiempo, los cartógrafos empezaron a tener en cuenta los descubrimientos de los viajeros. Y así, por ejemplo, el mar Caspio dejó de estar abierto a un gran océano situado al norte y pasó a estar rodeado completamente por tierra. Por su parte, el número de islas frente a la China continental se incrementó en reconocimiento de los informes de Marco Polo. En el denominado Atlas catalán de 1375 se ubican con cierta exactitud islas del Atlántico como Madeira y las Azores, se dibuja claramente a la India como una península y se incluyen algunas de las principales islas del océano Índico. China aparece en el extremo este, y se identifican algunas de sus ciudades.

No menos cristiana era la intención de los mapas de «zonas y climas» que, por tradición, dividían la tierra en cinco zonas climáticas: una zona septentrional extremadamente fría; una zona habitable de clima templado más al sur; una «zona tórrida» inhabitable en el ecuador; y, por último, otras dos zonas al sur, de clima templado y gélido respectivamente.[1899] La idea de una zona tórrida intransitable y, en particular, la de un mar caliente hasta un extremo imposible parece haber surgido originalmente entre los griegos, de quienes la habrían tomado luego los cristianos. Esto sugería que la navegación por el norte y por el sur eran imposibles debido a sus temperaturas extremas y que, por tanto, la única forma de recorrer la tierra era en dirección oeste.

A principios del siglo XV se redescubrió la Geografía de Ptolomeo, el geógrafo del siglo II. El texto griego llegó a Occidente gracias a Crisoloras y se difundió en la traducción latina realizada por Jacopo Angelo da Scarperia hacia 1409.[1900] Esta obra se complementó con mapas, gracias al cardenal Guillaume Fillastre, y la denominada «nueva geografía» se hizo inmensamente popular (aunque se dudaba del enorme tamaño que Ptolomeo atribuía a Asia).[1901] Reuniones de estudiosos, en particular con motivo del Jubileo papal de 1450, promovieron la producción de nuevos mapas cada vez más inspirados en las ideas de Ptolomeo. Uno de los efectos de este redescubrimiento es de especial importancia para los estudiosos interesados en la mentalidad de Cristóbal Colón, a saber, la reducción del tamaño del planeta. Aunque Colón no consideraba correctas las cifras más pequeñas disponibles en su época, Samuel Morison ha mostrado, en su magnífica biografía del explorador, que al reconstruir una carta de navegación elaborada por Paolo Toscanelli (el físico florentino que mantuvo una correspondencia con Colón) se aprecia que los cartógrafos del siglo XV habían aceptado las observaciones de Marco Polo, según la cuales Cipango (Japón) estaba a dos mil cuatrocientos o dos mil seiscientos kilómetros de la costa china, y que había muchas islas entre uno y otra. Según este cálculo, el Zaiton de Polo (el puerto desde el que partió de regreso a Europa) quedaría «un poco más al este de la actual San Diego, en California».[1902]

La reconstrucción de las lecturas de Colón realizada por Valerie Fint evidencia que, además del italiano, el navegante leía en latín, castellano y portugués, y que sus libros (muchos de los cuales quedaron desfigurados por la enorme cantidad de notas que dejó en ellos) se dividían en dos grandes áreas. En primer lugar, como señalamos al comienzo de este capítulo, estaba fascinado por Asia y por los pueblos y tesoros exóticos que podían encontrarse allí, algo que reforzó su convicción de que algún día podría encontrar una nueva ruta hacia Oriente. En segundo lugar, una porción menos abundante de sus lecturas muestra que tenía un particular interés en el gobierno y administración de nuevos países. Preocupaciones que destacan entre los saberes que, en general, constituían la formación tradicional de un explorador: astronomía, aritmética, geografía y geometría, así como algo de historia y filosofía.[1903] Al parecer Colón no leyó muchísimo, pero lo que sí leyó lo estudió con gran atención. Se conservan cinco libros anotados por el almirante. Uno de éstos es el Imago Mundi de Pierre d’Ailly (1350-1420, obispo de Cambrai y luego cardenal), impreso en 1480, un libro en el que se afirmaba que en algunas partes del mundo tenían un día que duraba seis meses y después una noche que duraba otros tantos.[1904] La copia de Colón contiene 898 apostillas o anotaciones. Un segundo libro, la Historia Rerum Ubique Gestarum de Eneas Silvio Piccolomini (el papa Pío II, 1458-1464), tenía 862 notas, y un tercero, el De Consuetudinibus et Conditionibus Orientalium Regionum, la traducción del libro de Marco Polo realizada a principios del siglo XIV por el fraile dominico Pipino de Bolonia, tenía 366. Estas anotaciones permiten reconstruir en buena medida el horizonte mental de Colón. Así, por ejemplo, podemos conocer en qué aspectos de estos libros se fijaba, apreciar su gran interés por los tesoros que describen y por los efectos del clima sobre la naturaleza humana (creía, por ejemplo, que en Oriente, donde nacía el sol, la gente era por naturaleza más lista e «inclinada a las grandes empresas y la astrología» que en los demás lugares del mundo).[1905] Las anotaciones revelan además su curiosidad por las anormalidades del mundo natural. Pensaba que los climas extremos podían deformar a la gente e inducirla al canibalismo, una preocupación dominante en sus escritos. Entre todos los pueblos monstruosos y maravillosos, las amazonas parecen haber llamado especialmente su atención por ser una sociedad en la que se invertían los roles sexuales tradicionales y en la que eran las mujeres las que llevaban la voz cantante.[1906] Colón compartía la creencia de muchos de sus contemporáneos en que el vestirse con sedas conducía a la inmoralidad, pero ello no minaba su fascinación por China, a la que creía ubicada frente a las costas de España, al otro lado del Atlántico, mientras que pensaba que el norte del país se encontraba más o menos a la altura de Irlanda.

Es evidente, por supuesto, que el almirante también estaba interesado en cuestiones relacionadas con la navegación, y en particular en las enfermedades a las que podía tener que enfrentarse en el mar. Entre los remedios para los cálculos renales se encontraban el escorpión marino remojado en vino, el hígado de serpiente acuática y la ortiga marina, también remojada en vino. Las Vidas de Plutarco, cuya traducción completa al latín sólo se realizó hasta 1470, acaso sean el aspecto más inesperado de las lecturas de Colón.[1907] Además de estar interesado en la historia y en las biografías históricas, parece ser que Colón estaba buscando modelos de gobierno que pudieran resultarle útiles si encontraba nuevos países.[1908] Se interesó por los ejemplos de liberalidad y apertura, por las formas de organización capaces de despertar sentimientos de compañerismo entre los ciudadanos y por la cantidad de exhibición pública de la riqueza que era permisible.

Si bien éstas eran, en términos generales, las ideas en que se había formado Colón, es posible identificar un conjunto de influencias más inmediatas sobre su pensamiento, y aquí la figura clave es el príncipe Enrique de Portugal, más conocido como Enrique el Navegante. Se ha dicho que lo que estimuló el interés de Enrique por la navegación fue la guerra que Portugal libró contra Marruecos en 1412, cuando tras la victoria portuguesa Enrique quedó fascinado por el mercado de Ceuta. «Allí encontró artículos que habían atravesado las rutas del desierto que llegaban por el sur hasta Tombuctú, en el corazón de África, y en dirección este hasta el mar Rojo. Enrique regresó a Portugal preguntándose si el océano no sería una mejor ruta que el desierto para viajar al sur y al este». Enrique se estableció en la pequeña ciudad de Reposeira para estudiar geografía, astronomía y navegación y entrevistarse con los marineros de las naves que anclaban al abrigo del cabo de San Vicente, en la esquina suroeste de Europa.[1909] Difícilmente había un lugar mejor para hacerlo, ya que allí pudo conocer las tradiciones marítimas del Atlántico y el Mediterráneo.[1910]

El conocimiento de la brújula provino de los marineros del Mediterráneo. Este instrumento había sido inventado en China a partir de la preocupación de los chinos por ser enterrados en la dirección más propicia. (En China, las tumbas eran consideradas mucho más importantes que las casas ya que se pensaba que mientras apenas vivimos durante un corto período de tiempo, pasamos siglos enterrados bajo tierra). Uno de los modos de conseguir un entierro correcto implicaba el uso de un tablero sobre el que se hacía girar una cuchara. (Es posible que el uso de la cuchara se debiera a que su forma era similar a la de la Osa Mayor, la constelación que fija el Polo). A medida que la costumbre fue evolucionando, se empezó a utilizar materiales cada vez más preciosos para la fabricación de las cucharas sagradas: jade, cristal de roca, piedra imán. Pronto se advirtió que mientras las cucharas de todos los demás materiales producían resultados variables, las de imán siempre terminaban apuntando hacia el sur. Este descubrimiento sirvió de base a la brújula, que fue inventada hacia el siglo VI d. C. y se difundió de forma gradual hasta llegar a Occidente. La brújula reemplazó el antiguo método para orientarse al navegar en mar abierto: llevar aves a bordo y liberarlas cada cierto tiempo. Las aves sabían de forma instintiva dónde estaba la tierra firme y los marineros las seguían. Entre otras cosas éste fue el método empleado para descubrir Islandia.[1911] Sin la brújula, la gran era de los descubrimientos hubiera sido imposible.

Las naves que transitaban por el Mediterráneo también llevaban cartas de navegación en las cuales se trazaba diariamente el curso de la embarcación a ojo de buen cubero. Estas cartas incluían gran cantidad de información precisa, basada en las rutas comerciales regulares. Sin embargo, los viajes oceánicos planteaban otro tipo de problemas y este tipo de navegación sólo se desarrolló de forma gradual. El tamaño de los océanos fue un factor crucial: eran tan grandes que para navegar en ellos resultaba importante tener en cuenta la curvatura de la tierra. Los hombres tardaron algún tiempo en darse cuenta de ello y algo más en hallar una solución apropiada.

El término portolano significaba originalmente instrucciones de navegación escritas, pero luego se aplicó a las cartas de navegación mediterráneas. Los portulanos eran cartas de navegación, dibujadas a mano de acuerdo con la experiencia, que recogían los principales puertos, ciudades y puntos de referencia de una zona determinada. Su apariencia apenas sufrió cambios durante el tiempo en que se usaron. Consistían básicamente en tiras de pergamino de entre noventa y ciento cincuenta centímetros de largo y setenta y cinco de ancho, sobre las que, en negro, se trazaban las costas y anotaban los nombres de las ciudades y, en rojo, otras características destacadas. Salvo por los ríos y las cadenas montañosas, los portulanos recogían pocos detalles de la tierra firme.[1912] Los obstáculos a la navegación costera se señalaban con puntos o cruces, pero no se proporcionaba información alguna sobre corrientes, profundidades o mareas. Aunque el principal objetivo de los cartógrafos que los elaboraron era establecer con exactitud las distancias entre distintos puntos, en su trazado no se tenía en cuenta la esfericidad de la tierra. En el Mediterráneo esta omisión no provocaba muchos errores, ya que éste era un mar relativamente pequeño y al extenderse en dirección este-oeste no había una gran diferencia de latitudes entre sus distintos puertos.

Sin embargo, desde mediados del siglo XV, cuando los exploradores portugueses ampliaban su conocimiento de la costa occidental de África y de las islas del Atlántico, se empezaron a necesitar cartas de navegación que recogieran estas partes del globo. (Las primeras cartas del Atlántico se elaboraron entre 1448 y 1468). La primera innovación técnica de estas nuevas cartas fue que introdujeron un único meridiano, por lo general el del cabo de San Vicente, que se extendía de arriba a abajo del mapa y señalaba los distintos grados de latitud. Aunque esto fue un avance, el problema era que los portulanos tradicionalmente empleaban el norte magnético y no tanto el verdadero norte geográfico y, a medida que la exploración fue progresando, esta variación empezó a ser cada vez más relevante. Por esta razón, algunas cartas de navegación empezaron a incluir un segundo meridiano, que se trazaba como una línea oblicua respecto del meridiano central teniendo en cuenta la variación.[1913] Los mapas de finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI evidencian la progresión de los descubrimientos realizados y así, por ejemplo, las islas de Indonesia y, en particular, las Molucas (las durante tanto tiempo buscadas Islas de las Especias) aparecen representadas con mayor exactitud.

La carta de navegación más antigua que incluye tanto el Viejo como el Nuevo Mundo es española y fue elaborada en el año 1500 por el cartógrafo y piloto vizcaíno Juan de la Cosa, que acompañó a Colón en su segundo viaje. La carta no contiene marcas de latitud y sus dos mitades están dibujadas a diferente escala. Una carta realizada poco después, a la que los historiadores denominan Cantino por haber sido sacada en secreto de Portugal por un hombre llamado así, recoge ya toda África e incluso la costa oeste de la India, según los descubrimientos de Vasco da Gama; esta carta también incluye parte del litoral del Nuevo Mundo hasta el noroeste de las Antillas, si bien se lo identifica con claridad como «parte de Asia». La leyenda de la carta dice: «Carta de navegación de las islas recién descubiertas en partes de la India».

Con todo, los mapas más importantes de este período son los del Padrón real español, el registro oficial de los descubrimientos guardado en la Casa de Contratación de Sevilla, que había sido elaborado en 1508 por orden del rey y que constantemente estaba actualizándose para dar cuenta de los nuevos descubrimientos.[1914] Aunque ninguno de estos mapas ha sobrevivido, en el Vaticano se conserva un mapa basado en ellos realizado por Diogo Ribeiro que demuestra que cada vez se entendían mejor las proporciones del mundo. No obstante, aunque las dimensiones del Mediterráneo se reducen para dar cuenta de su verdadero tamaño y África e India se representan de forma más fiel, el mapa sigue conteniendo un importante error: las enormes dimensiones atribuidas a Asia, continente que se alarga hacia el oeste para aparecer tan cerca de España como entonces se creía que estaba.[1915]

Para mediados del siglo XV, los mappae mundi medievales inspirados en la Biblia, con Jerusalén en el centro y el Paraíso terrenal al oriente, empezaban a resultar irreconocibles. El famoso mapamundi realizado por fray Mauro en Venecia en 1459 puede considerarse una representación a medio camino entre los mapas de la Edad Media y los de la era moderna. Su estilo es el de los portulanos y en él Jerusalén continúa teniendo una posición central latitudinalmente, aunque longitudinalmente se desplaza hacia el oeste, con lo que las proporciones de Europa y Asia resultan aproximadamente correctas. Algunas partes de África (Ifriqiya) tienen nombres árabes, y Asia incluye algunas de las características que Marco Polo había descrito por primera vez. Las razas monstruosas y el Paraíso terrenal habían desaparecido.

A medida que el conocimiento del globo iba aumentando, la tradición de los portulanos empezó a resultar insuficiente para los navegadores en aspectos más importantes. Esto se mezcló con el descubrimiento de la Geografía de Ptolomeo, que había tratado de tener en cuenta la curvatura de la tierra pero a la vez proponía la existencia de una vasta terra incognita al sur, más allá de la zona tórrida. Los navegantes empezaban ahora a comprender que no había una zona tórrida, no al menos en el sentido que creían los antiguos, y tampoco ninguna terra incognita conectada con África o Asia.

El primer mapa impreso que incluyó América fue elaborado por Giovanni Matteo Contarini en 1506 y muestra la curvatura de la tierra. En él, el Nuevo Mundo aparece dividido en tres partes: una parte, al norte, se muestra unida a Catai; otra la constituyen las Indias Occidentales, representadas como un grupo de islas no muy lejos de Japón; y por último Terra Crucis, la actual Suramérica, que aparece como un continente aparte (y gigantesco). Un año después, Martin Waldseemüller realizó su famoso mapamundi compuesto por doce cuerpos y dibujado con una única proyección cordiforme, y cuyo título lo describe como «según la tradición de Ptolomeo y los viajes de Américo Vespucio y otros» (fue el primer mapa que empleó la palabra América para designar el Nuevo Mundo). En este mapa el Viejo Mundo abarca 230º de longitud, pero posteriormente Waldseemüller dejaría de seguir a Ptolomeo y dibujaría mapas en los que Asia aparece representada con proporciones más o menos adecuadas.[1916]

Sin embargo, la influencia de Ptolomeo persistió en la inspiración que proporcionó a aquellos que buscaron mejorar las técnicas de navegación a partir de una mejor comprensión de la curvatura de la tierra. La primera persona que exploró este problema fue Pedro Nunes, un matemático y cartógrafo portugués. Aunque Nunes nunca llegó a trazar una carta de navegación, otros sí lo hicieron, en particular el flamenco Gerhard Kremer, más conocido como Mercator. Además de cartógrafo, Mercator era agrimensor, grabador y fabricante de instrumentos matemáticos y astronómicos. Si bien era el geógrafo más preparado de su época y, entre otras obras, publicó una edición de Ptolomeo, Mercator debe su fama principalmente al mapamundi que creó utilizando su nueva proyección (técnica que pese a haber sido modificada muchas veces desde entonces todavía lleva su nombre).[1917] El mapa propone básicamente una cuadrícula de latitudes y longitudes, representadas como líneas rectas y paralelas, pero para superar el problema que planteaba la curvatura de la tierra, Mercator incrementó progresivamente la longitud de los grados de latitud en dirección a los polos en la misma proporción en que, en una superficie curva, los meridianos convergen. Según la expresión de la época, el mapa tenía «latitudes crecientes». De esta forma se preservaba la relación correcta entre dos puntos diferentes, y los marinos podían proyectar el curso de sus embarcaciones como líneas rectas sobre sus cartas de navegación. La proyección de Mercator fue, en cierto sentido, un gran avance teórico, ya que aportó estabilidad a la navegación sin verse afectada por el correspondiente aumento de la calidad de los mapas en los que se utilizaba. Establecer las longitudes en el océano siguió siendo imposible, y durante todo el siglo XVI buena parte del mundo fue descubierto por marineros y exploradores que no sabían cómo proyectar sus descubrimientos en las cartas de navegación. Ahora bien, como señala John Noble Wilford, Mercator cometió un error increíble en su mapa, al introducir la idea griega de un gran continente sur, Terra Australis, que para Mercator cubría el polo y llegaba hasta Suramérica y el sur de África.[1918]

El que una vez en el océano el cálculo del tiempo resultara difícil y complicado no hacía más fácil la exploración. Los barcos por lo general funcionaban siguiendo un sistema de dos guardias, cada una de cuatro horas. El paso del tiempo se medía mediante relojes de arena, a los que se daba vuelta cada media hora, lo que se encargaba de anunciar un grumete. (Fabricados principalmente en Venecia, estos relojes de arena eran muy frágiles y, por tanto, era importante llevar varios para sustituir a los que se dañaban: sólo por precaución, Magallanes llevaba dieciocho de ellos). El mediodía se establecía mediante una rosa de los vientos que creaba una sombra que se acortaba y luego se alargaba.[1919]

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