Hunter

Hunter


CAPÍTULO XXI

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CAPÍTULO XXI

Hunter esperó hasta que la respiración de ella se volvió lenta y regular y sus músculos se aflojaban, dejando su cuerpo relajado. Sabía que permanecería dormida durante horas, quizá incluso hasta un día entero para que su frágil mente humana se recuperara de todo lo experimentado. Se deleitó unos instantes con el contacto de la piel desnuda de June, inhalando su aroma, mientras su instinto cazador despertaba, reclamando esa presa tan dulce. Muy a su pesar, abandonó su compañía y salió a acallar a la bestia. Probablemente cuando regresara, ella todavía no habría despertado.

Estaba amaneciendo y pese a que antaño la luz del sol le resultaba molesta, ahora que había recuperado sus capacidades innatas como Alas Negras y tras los últimos tiempo pasados en la sombra, incluso disfrutó del calor ardiente que los primeros rayos vertían sobre ella. Todavía no había mucha gente por las calles, la ciudad acababa de despertar. Su cacería pasaría desapercibida. Caminó hasta encontrarse con dos chicas jóvenes. Una de ellas llevaba una mochila a su espalda y la otra abrazaba una carpeta contra su pecho. Probablemente se trataba de estudiantes que se dirigían a la universidad. Se acercó a ellas y con una sonrisa seductora les preguntó por una dirección. Ellas intercambiaron unas risitas nerviosas ante la atractiva imagen del Alas Negras, con su larga melena morena recogida en una coleta y una camiseta que dejaba intuir su torso musculado. Se ofrecieron a acompañarle sin necesidad de que él tuviera que pedírselo.

Justo antes de llegar a su objetivo, las acorraló en una callejuela estrecha sin salida, a salvo de miradas indiscretas. Agarró a una de ellas por la muñeca para evitar que se escapara, mientras se alimentaba de su amiga. La chica que tenía apresada por la mano se revolvía intentando liberarse de él, entre lágrimas, incapaz de gritar observando aterrada cómo el Alas Negras iba robando la vida de su compañera. Luego fue su turno. Escondió sus cadáveres dentro de un contenedor, se limpió con el dorso de la mano los restos de sangre de su rostro y regresó a su guarida. Antes pasó por un comercio para comprar algo de alimento para June, ella también se despertaría hambrienta.

Tal y como había predicho, ella seguía dormida cuando regresó. El latido de su corazón, pausado, ya no suponía tanta tortura ahora que el cazador estaba medianamente saciado. Se arrodilló en el suelo junto a la cama y acarició sus cabellos de color cobrizo, enredando sus dedos entre los mechones ondulados. Ella despertó ante su contacto y una sonrisa se dibujó en su rostro, iluminando sus ojos castaños moteados. Durante unos instantes el tiempo se detuvo mientras compartían la magia de ese momento íntimo de cruce de miradas.

—Tengo tanta hambre que me comería un vampiro. —bromeó ella, entre risas.

—Lo suponía. Allí tienes comida, como no se lo que te gusta, tienes un poco de todo. Pero si lo que quieres comerte es un vampiro, aquí tienes un Alas Negras deseando que lo devores.

Ella contuvo la respiración ante la intensidad de sus palabras, con su voz profunda, seria, destilando erotismo. Con gusto le hubiera invitado a ocupar de nuevo un lugar en la cama a su lado, pero notaba todos los músculos doloridos y aún se sentía agotada, así que huyó de la fuerza de su mirada azul y se escabulló de entre las sábanas, dirigiéndose a una mesa en la que Hunter había preparado todo un banquete para ella. Sus piernas temblaron en cuanto pisó el suelo. Hunter se movió ágilmente hasta colocarse a su espalda, ofreciéndole la estabilidad que le faltaba a su cuerpo, que permanecía todavía desnudo. Abrazó su cintura provocándole aquella sensación abrasadora tan grata y aunque sus pies todavía rozaban el suelo, era el Alas Negras el que sujetaba su peso.

June optó por un poco de fruta y algo de chocolate. El inmortal deslizó su lengua por una mancha de jugo de fresa que descendía por la comisura de sus labios. No podía discernir el sabor de la fruta, pero se recreó con el gusto de la piel de ella. La bestia volvió a sentirse hambrienta con un ansia enfebrecida de su sangre. Su capacidad de raciocinio se vio nublada por su instinto animal, que se adueñó de sus actos. Rasgó con sus colmillos la tersa piel de su cuello, saboreando aquel mágico elixir que le enloquecía.

—Hunter… —susurró June, con un jadeo. La sensación del Alas Negras bebiendo de ella resultaba extremadamente placentera pero aún se sentía demasiado débil, temiendo en cualquier instante desmayarse entre sus brazos.

Storm emitió un gruñido en señal de advertencia, poniéndose en guardia. Hunter había olvidado que el lobo seguía allí. Recuperando momentáneamente el control, se alejó al otro lado de la habitación, poniendo algo de distancia entre sus cuerpos antes de que fuera demasiado tarde y se viera incapaz de dominar su deseo por ella, su ansia de besarla, de acariciarla, de matarla. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, taciturno, pensativo, pero sin poder apartar la mirada de June.

En cuanto supieran que había recuperado sus alas, volverían a por él. No dudarían en volver a utilizar en su contra su único punto débil, ella. Todavía no estaba dispuesto a renunciar al dulce tormento que le provocaba aquella humana. Sólo tenía una opción. Acabar con ellos.

—No voy a consentir que nadie te haga daño. Te quiero para mí al menos durante los próximos 50 años.

—Pero yo seré una vieja… en cambio tú seguirás siempre así… —había una pequeña nota de envidia en sus palabras. Nunca antes se había detenido a pensar en lo efímera que resultaba su vida al lado del Alas Negras.

—Serás una ancianita adorable, pero con la misma sangre, igual de deliciosa. —se relamió ante aquel pensamiento

Hunter se permitió el capricho de volver a acercarse a ella, durante unos segundos podría contener al cazador y ella no correría peligro. Le acarició la mejilla. Se acercó tanto a sus labios que June pensó que el Alas Negras se iba a aventurar a besarla de nuevo. Sin embargo, sólo le susurró unas palabras:

—Tengo que hacer algo. Pero antes, tengo que ponerte a salvo. Cuando acabes de comer, acuéstate. Te quiero descansada. Volveré en unas horas.

Él abandonó la estancia. Ella obedeció. Cuando hubo saciado su apetito, volvió a acostarse, arrebujada entre el edredón nórdico de la cama del Alas Negras, anhelando la sensación de ser mecida entre sus brazos, rodeada de sus potentes músculos, con su aroma masculino impregnando su piel. Acunada en aquel pensamiento, no tardó en volver a dormirse.

Hunter paseó por las calles de la ciudad, buscando un vehículo que le sirviera para sus propósitos. Encontró un coche, todavía con su conductor a bordo. Aprovechó para desangrarle antes de desechar su cuerpo en el asfalto y apoderarse de su vehículo, un todoterreno con el depósito lleno. De vuelta a su refugio, pasó por el apartamento de June para recoger algunas pertenencias de ella. Después, condujo el coche hasta aparcar en una calle cercana a su guarida.

—Vamos, vístete. —le instó a June, lanzándole una bolsa con su ropa.

Ella salió del refugio de la cama del Alas Negras con un gruñido y rebuscó entre las prendas hasta encontrar un pantalón vaquero y una camiseta vieja.

—¿Dónde vamos? —preguntó ella, mientras le seguía por el laberinto de túneles subterráneos hacia el exterior, con Storm trotando a su alrededor.

—Lejos, muy lejos.

El Alas Negras parecía especialmente serio. Le hizo un gesto para que subiera al asiento del copiloto y abrió la puerta trasera para permitir que el perro lobo se acomodara entre los asientos. Lanzó la bolsa con las pertenencias de June al maletero y observó detenidamente a su alrededor. Cuando sus aguzados sentidos no percibieron más que la presencia de ellos tres, ocupó el asiento del conductor y puso en marcha el vehículo.

Condujo durante horas. Abandonaron la ciudad, siguiendo de manera aleatoria las carreteras que se alejaba de ella. Atravesaron otras ciudades y pequeños pueblos casi abandonados. Hunter permaneció la mayor parte del trayecto ensimismado. June no quiso interrumpir lo que fuera que ocupaba la mente del Alas Negras y también guardó silencio. El ronroneo del motor la indujo de nuevo a un sueño ligero.

Cuando despertó, el coche se había detenido en una gasolinera.

—Aprovecha para ir al baño y comprar lo que necesites. —le dijo Hunter, lanzando a su regazo una cartera repleta de billetes.

Ella se apeó del vehículo y estiró las piernas mientras se dirigía al interior del estableciendo. El Alas Negras no le quitó ojo de encima mientras el coche repostaba.

Volvió a ponerse al volante durante un par de cientos de kilómetros más, desviándose de la carretera principal por una pista forestal. Paró el motor y se giró hacia ella.

—No tardaré. —acarició con la yema de sus dedos la mejilla de June, provocándole un escalofrío.

Ella pensó que el Alas Negras necesitaba alimentarse de nuevo y se estiró en el asiento a esperar, entreteniéndose con unas caricias a su fiel amigo que lamía su mano en señal de agradecimiento. Hunter retrocedió sobre sus pasos, borrando su rastro para que nadie pudiera dar con ella, haciendo que cualquiera que los hubiera visto olvidara ese recuerdo. También aprovechó para saciar su apetito.

Repitió la misma operación tres veces más durante los siguientes dos días. Consideró que ya estaban suficientemente lejos. Aquel parecía el sitio idóneo. Una cabaña perdida en un recóndito lugar. Se ocupó de que la despensa estuviera llena con provisiones para poder subsistir durante las próximas semanas.

—Espérame aquí. Volveré a por ti cuando todo haya acabado.

—¿Qué vas a hacer?

—Acabar una guerra.

—Ten cuidado.

—No te preocupes por mí. Mantente a salvo, aléjate de la gente, desconfía de todos. Y ante la más mínima duda, huye. El depósito del coche está lleno, ponte en marcha, no pares y llámame.

—¿Cómo?

—Piensa en mí. Allá donde esté sabré que me necesitas. —y añadió, golpeando amistosamente el lomo del lobo. —Storm, cuida de ella.

La despedida fue fría. Hunter desapareció de su vista, aprovechando su velocidad sobrenatural. June se quedó de pie en el porche, conteniendo una lágrima. No tuvo tiempo de decirle adiós, ni de acariciarle, ni de besarle una última vez. Ahora sólo le quedaba esperar.

El Alas Negras se alejó de ella, con una punzada de deseo reprimido por tocarla una vez más, con el anhelo de saborear su sangre de nuevo. Un aliciente más para cumplir su plan y poder regresar junto a ella.

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